Vida

“La vida. ¿Quién la comprende? ¿Quién la ha visto? Es la diosa Isis, cuyo velo ningún mortal ha podido levantar. Uno tiene la realidad de la vida por delante; uno constata su principio, su desarrollo y su fin; pero nadie logra explicarla.” Es con estas palabras que el gran pensador protestante, Federico Godet, afronta el problema del plan y desarrollo de la vida sobre nuestro globo, en uno de sus valiosos estudios bíblicos, empezando con la vida psíquica para terminar con la espiritual, que es su más alta manifestación, y a la cual todo hombre debe aspirar si no quiere quedar reducido a la triste categoría de un ser inferior.

¿Cómo se originó la vida? ¿Cuándo y dónde tuvo principio? Estas aguijoneantes interrogantes que se hicieron los pensadores de la India, los filósofos de Grecia y Roma, y todos los sabios de la antigüedad, nunca han tenido respuesta satisfactoria; ni las tienen para los hombres de la ciencia moderna. El origen de la vida continúa siendo un misterio impenetrable.

En un tiempo estuvo muy en boga la teoría de la generación espontánea, teoría que, al fin y al cabo, nada explica ni resuelve, según la cual la vida surgió sola de la materia inanimada, bajo la acción del calor, de la luz y del aire. Sus partidarios se vanagloriaban de poder producir la vida en sus laboratorios, pero a mediados del siglo pasado el gran biólogo Pasteur demostró que los seres vivientes que se pretendía haber creado, ya estaban en el agua imperfetamente esterilizada o en el aire que penetraba en los tubos de ensayo, y el aforismo de que todo ser viviente, animal o vegetal, procede de otro ser viviente, dijo Huxley, «ha ganado una victoria completa en toda la línea.”

El resultado de los trabajos que sepultaron la teoría de la generación espontánea fue formulado por el sabio naturalista W. Thomson, más conocido bajo el nombre de Lord Kelvin, con las siguientes palabras:

“Una antigua manera de ver, a la cual se adhieren aún muchos naturalistas, admite que bajo ciertas condiciones meteorológicas diferentes de las actuales, la materia pudo cristalizarse y fermentar como para producir gérmenes vivientes o células orgánicas o del protoplasma. Pero la ciencia produce una multitud de pruebas inductivas contra esa hipótesis de la generación espontánea. Un examen minucioso no ha descubierto, hasta ahora, otro principio de vida, sino la vida misma. La materia muerta no puede convertirse en vida, sino bajo la influencia de la materia ya viva.”

El origen de la vida resulta un misterio tanto para los que trabajan en el laboratorio de biología como para los que rústicamente se preguntan: ¿Qué existió primero: el huevo o la gallina? Si decimos que existió primero el huevo, nos encontramos ante la dificultad de que se necesitaba una gallina para que lo pusiese. Si decimos que la gallina, tenemos otra dificultad, porque ésta sale del huevo.

La única respuesta satisfactoria la tenemos admitiendo la existencia de un Creador de la vida a quien llamamos Dios.

Así como la vida material resulta imposible sin la intervención de Dios, la verdadera vida espiritual resulta también imposible sin Cristo su Hijo bienamado.

Cuando pensamos en la vida espiritual es menester que nuestros pensamientos se dirijan a Aquel de quien se dice: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.”

El mismo Jesús dijo: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuviese vida en sí mismo.”

Cuando él hacía algún milagro comunicaba por ese medio alguna lección a los que lo presenciaban. Jesús, cual Príncipe de la vida, resucitó a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naín y a su amigo Lázaro. Fue en esta última ocasión cuando dijo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.”

La Biblia habla del hombre sin Cristo como de un ser espiritualmente muerto. El padre del hijo pródigo dijo al hermano mayor: “Este tu hermano muerto era y ha revivido.” San Pablo dice que por el pecado entró la muerte y la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. A los efesios les escribe: “Vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados.” Y más adelante añade: “Aun estando nosotros muertos en pecado, nos dio vida juntamente con Cristo.” Qué había sucedido en Efeso? La verdad de la salvación por medio de Cristo había sido proclamada. Muchas almas se habían arrepentido y dejado la mala vida, así como la idolatría que practicaban; se habían puesto en contacto con Cristo por medio de la fe y por eso habían recibido la vida.

Cuando el Señor empleó la similitud de la oveja y del pastor dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar, y matar y destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” El buen pastor no quiere que aquellos que le siguen lleven una vida espiritual miserable, ruin y raquítica, sino vigorosa y fuerte como fue la suya y la de aquellos que le conocieron en los días de su carne, y que es también la de muchos ahora: vida ferviente y llena de entusiasmo, que los incrédulos llaman fanatismo, porque no comprenden las cosas de Dios; vida de testimonio y de servicio en favor de los caídos.

Se cuenta que Miguel Ángel acababa de terminar una de sus inmortales estatuas y la estaba contemplando lleno de legítimo orgullo y natural admiración.. Los pies de la estatua eran tan perfectos que parecían estar a punto de ponerse en movimiento; las manos como si desearan hacer uso del sentido del tacto; los ojos como si viesen al que tenían por delante. El artista en un arranque de entusiasmo y de impaciencia le pegó un martillazo exclamando: “¡Parla!” Pero la estatua quedó muda. Le faltaba una cosa: la vida.

Eso pasa a muchos que no son estatuas. Abundan en muchas buenas cualidades, pero no tienen vida, no tienen vida espiritual, no tienen vida eterna, ese inestimable don de la misericordia divina.

¿Cómo podemos conseguirla? Oigamos lo que dice el Señor: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere no se pierda, mas tenga vida eterna.”

Para darnos vida Cristo fue a la muerte y desde el altar de la cruz ofrece a todos el perdón.

Dijo Alejandro Vinet: “Una mirada (la de Eva en el huerto) nos trajo la perdición; Dios ha querido que una mirada nos salvase.”

Una confianza completa, viva y verdadera en Cristo es lo que el pecador necesita para recibir la vida espiritual. Por eso él dijo: “De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida.”

Otra vez dijo: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna.”

Los diferentes pasajes que hemos citado nos enseñan que para conseguir la vida tenemos que mirar, oír, creer, comer, beber. Esto es: mirar a Cristo suspendido en la cruz del Calvario, creer en su divina persona, comer espiritualmente su carne por medio de la devoción privada, beber la sangre de su sacrificio expiatorio; en fin, ejercitar todas las funciones del alma para hallarnos en contacto con Aquel que es la vida.

Acudamos a Cristo. No sea que la incredulidad, la brillantez efímera de este mundo, el apego a las tradiciones muertas nos mantengan alejados, y tenga que decirnos lo que dijo a los fariseos: “No queréis venir a mí para que tengáis vida.»

Puerto Rico Evangélico, 1926

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