En el capítulo final de los Proverbios se halla una base para estudiar a la mujer. El pasaje principal (vrs. 10-31) es vívido y revelador. Describe maravillosamente las cualidades de la mujer virtuosa y muestra el ideal que buscan los hombres cuando desean tener una compañera idónea y suficiente, y no una mujerzuela descocada y necia.
Los 22 versículos comienzan con una de las letras del alfabeto hebreo. No hay duda que tan excelente porción de los Proverbios fue escrita en el original en forma de poema para ser memorizada y repetida por las mujeres piadosas de esa raza. Se halla la contraparte en el Nuevo Testamento en la primera carta a Timoteo 2:9-10; y en primera de Pedro 3:1-6, en donde se dan las obligaciones de la mujer cristiana que concuerdan punto por punto con la lista que hallamos en las palabras del rey Lemuel.
- Mujer virtuosa. En los Proverbios se le llama una mujer «fuerte.» Aunque pertenece al sexo «débil,» es hecha fuerte por la sabiduría, la gracia y el temor de Dios. Tiene dominio de sí misma, es devota e industriosa, y una ayuda eficaz para su marido. Constrasta esta fuerza de su virtud con el corazón débil de la mujer violenta e imperiosa, inconstante y mala.
Notemos la pregunta en el verso 10: «La mujer fuerte o de acendrada virtud ¿quién la puede hallar?» Parece indicar así que la mujer buena es bien rara, y muchas que parecen serlo no lo son. El que pensaba haberse conseguido una, salió desengañado. «Yo creía que era Raquel, y he aquí que es Lea.» Queremos una Rut, fiel en todo, consagrada, amorosa, paciente, llena de ternura, una de esas mujeres «cuyo valor supera en mucho a los rubíes.» No es la cara bonita, ni la compostura pintada y engalanada, sino el corazón puro y la cabeza juiciosa los que hacen a la mujer «digna de ser alabada.» Sin carácter, sin fe en Cristo, sin el temor de Dios, una mujer puede estar más adornada que Pandora y ser más bella que un sueño, pero será abeja vana que no hace ni miel, ni cera, como un animal dañino y peligroso como una tigre encerrada por la naturaleza en una envoltura bellísima y graciosa, o como un envase vistoso por fuera, compuesto con colores y diamantes falsos y que nada contiene dentro sino basura y necedad.
- Mujer industriosa. El trabajo de la mujer en el hogar la recomiendan y gana la estimación y el afecto de su marido. Como dice el adagio que «la mujer limpia y compuesta quita al marido de la otra puerta.» El mayor deseo de la mujer debe ser de «agradar a su marido» (1 Corintios 7:34). Su conducta le inspira completa confianza. Sabe que ella no es liviana, ni perversa sino recatada y prudente «y el corazón de él está en ella confiado.» Confía en que hace todas las cosas con cuidado, confía en que ha de conducirse bien en presencia de los extraños, confía en que es reservada y sabia para medir sus palabras, y sabe que puede confiar a ella todos los intereses de su hogar. Una mujer rodeada de sus hijos no necesita preocuparse de nada más. No está obligada a ser misionera en los campos extranjeros, ni predicador en la iglesia local, ni cabeza de ninguna sociedad de damas, ni mucho menos…
Bien considera el esposo que tal mujer es para él un preciado tesoro, y no necesita andar desinquieto, ni molesto, ni afanarse por cosas relativas al gobierno de la casa, ni envidiar a los que tienen riquezas. Su mujer «le acarrea bien y no mal, todos los días de su vida.» Esa gracia adornó a Rut, y Booz le dijo: «todo mi pueblo sabe que eres mujer de acendrada virtud» (Rut 3:11). Tal mujer añade honor a la reputación de su marido. Su satisfacción en el hogar trasciende en todas partes a donde va y se advierte en su misma persona, en sus ropas, y en toda se ve que tiene una esposa que le da a él tiernos cuidados y atenciones (Proverbios 31:23). Una mujer impía, frívola, locuaz no puede hacer feliz a su marido. Como lo declara el cantor rudo:
«Al hombre que se casa con una mujer bonita, hasta que no llega a vieja el susto no se le quita.»
- Mujer afanosa. Se deleita en el trabajo de su casa. No es ociosa, ni parlera, «ni come su pan de balde.» Cría a sus hijos con fiel solicitud, y los guía en el temor de Dios, y ellos y el marido la alaban y la llaman bendita (28). Pero lo que completa y corona a esta mujer es que teme al Señor. Sin esto, todas las otras cualidades y perfecciones suyas serían inestables y sin valor. El temor de Dios la hace sabia y hallará gracia para guiarse por las enseñanzas de su Palabra. Dudamos que una mujer sin el temor de Dios puede tener las otras cualidades aquí descritas. Sin la fe ninguna mujer será capaz de alcanzar el grado alguno de bondad y de virtud. La fe pura y sencilla es el secreto para agradar a Dios y gozar de sus bendiciones innumerables. La belleza no es indicación cierta de mérito alguno interno; antes por ellas se han engañado muchos que por el atractivo exterior se han adelantado a buscar mujer. Una alma torcida y ruin puede albergarse tras una cara bonita. El santo temor de ofender a Dios es la única gracia que en realidad embellece a la mujer. La vejez y las enfermedades deterioran el rostro más lindo; pero ambas, la enfermedad y la vejez sólo sirven para acentuar la belleza de las almas que tienen el favor de Dios.
Ahora mientras vivimos en días aciagos, al descubrir que el mundo de hoy se parece mucho al mundo de los tiempos de Noé ¡qué descanso y que gozo es hallar una mujer cristiana como muro de protección para su esposo y para sus hijos! Ella inicia a sus hijitos en la oración, los instruye en su camino para que jamás se aparten del Señor, mantiene vivo el fuego del altar de la familia con una piedad no fingida, y parece una sacerdotisa que inspira en todo los que la rodean el amor y la confianza en Dios. Vemos a nuestro alrededor a las mujeres del mundo entregadas al juego de la baraja, a los placeres y los goces de la vida terrenal. Y luego vemos por encima de ellas a las que viven sin ofender a Dios y las alabamos por su obra fiel, por su carácter sereno y por su fidelidad al Señor del cielo…
¡Qué preciosas oportunidades ofrecen hoy a la mujer cristiana para que deje ver el contraste entre ella y la mujer impía! ¡Y qué honda satisfacción poder hallar en nuestras iglesias mujeres que temen a Dios, que reflejan en su vida la influencia que reciben del Señor, y que muestran ante los hombres y los ángeles que son siervas de Dios de corazón puro y verdadero. Esas se visten con decencia, hablan con mesura, obran con recato y pudor, ayudan al pobre, honran a sus maridos y a sus hijos. Enseñan a sus hijitos a amar la verdad y aborrecer los embustes, y los conducen con firme rectitud por el camino del bien (Proverbios 14:1). Esa mujer es un tesoro. Es la mujer preciosa. Y no le faltará su recompensa, porque «la mujer que teme a Jehová, esa será alabada.»
Revista Evangélica, 1948