«El sembrador salió a sembrar». Y no fueron vanas ni su salida, ni su siembra. ¡Salió! No se siembra en casa apoltronado en mullido sillón ni sobre el encerado piso. La semilla reclama la tierra y la tierra exige al sembrador que roture, que abra el surco y deje caer la simiente de la vida.
¡Salga a sembrar, joven amigo!
Es posible que alguien le susurre al oído que ser guerrero o político puede significar mucho en el reino de este mundo; pero no olvide que ser sembrador encarna la bendita paz de los campos, la excelsa virtud de la paciencia y la fe de los santos, fe en la providencia del Creador y en la energía vital de la semilla que arroja.
¡Sea sembrador!
Vaya por doquier y siembre, y siembre por doquier que vaya. El mundo necesita sembradores: ¡ya tuvo bastante de guerreros que quemaron las mieses y arrasaron los campos! ¡Y cuánta miseria dejaron tras de sí! Ahora se ha menester de los sembradores de la paz. ¡Usted puede ser uno de ellos!
Donde hay dolor, usted puede sembrar consuelo; donde odio, el amor, la vida. ¡Salga, hombre! ¿Cómo es posible que pueda quedarse «muy sí, señor», y cómodo, mientras los campos están arrasados y las multitudes se mueren de hambre?
Pero, eso sí, no olvide que «la simiente es la Palabra de Dios». Sólo ella es capaz de producir esos frutos. No se deje ilusionar: la gente necesita trigo y no cizaña, pan y no piedras. ¿Ne ve que el mundo tiene hambre y espera el fruto de sus labores? ¡Siembre la buena simiente y las gentes se alimentarán del Pan de la Vida!
Cuide su sementera, riegue el surco. Y si el cielo pareciera negarle la lluvia fertilizadora, caiga de hinojos sobre el tierno tallo que brota y refrésquelo con el rocío incesante de sus propias lágrimas. «Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente». Esto no es simplemente una frase poética. Es el celo santo, es el amor ardiente que ha fertilizado campos áridos y producido cosechas abundantes a través de los siglos.
No se preocupe por el hecho de que parte de la semilla pueda caer junto al camino, en pedregales o entre espinas. ¿No hay, acaso, siempre buena tierra?
¡Siembre ahora, siembre siempre!
Siembre con la visión gloriosa de un futuro fructífero. Levante la vista y en el tiempo de la siembra vea ya el tiempo de la siega en una visión de campos listos para la hoz, y escuche, así, el murmullo de amor de los trigales dorados.
¡Salga hoy!
¡Siembre! ¡Siembre la palabra de Dios y volverá a venir gozoso trayendo las gavillas!
El pastor Evangélico, 1960