Esta es una pequeña porción traducida de Los Fundamentos, una serie de libros publicados a principios del siglo veinte que se relaciona con el inicio del movimiento fundamentalista.
El universo no eterno
Es innegable que el universo en el cual vivimos, existe. ¿Desde cuándo fue esto? Para una inteligencia pensadora solo hay tres posibilidades. El universo ha existido siempre, se produjo a sí mismo, o fue creado por un Ser Supremo y Divino.
Nada hay que rebata más claramente la eternidad del universo como su evolución. Desde el punto de vista científico, esa hipótesis está desacreditada y virtualmente ha sido abandonada. Los astrónomos, físicos, y filósofos principian a reconocerlo así más y más, y hombres como Secchi, Duboir-Reymod, Lord Kelvin, Dr. Klein y otros, afirman unánimemente que la creación ha tenido un principio. Siempre tiende hacia una entropía, esto es, hacia un equilibrio perfecto de fuerzas, a un completo reposo; y el hecho de que no ha alcanzado esa condición, prueba que no ha existido siempre. Sin embargo, si la creación llegara a su reposo, no podría ponerse otra vez en moción. Tuvo un principio y tendrá un fin. Esto se demuestra más claramente por su evolución que aun no alcanza su fin. Si alguien nos dijera que un árbol o un niño que crecen, son formas de vida que han existido siempre, podríamos replicarle: Si han crecido por tanto tiempo en una eternidad pasada ¿por qué no han alcanzado en su crecimiento los cielos de los cielos? Aquel gran astrónomo, Guillermo Herschel, consideraba la Vía Láctea rota en varios puntos, y que esto estaba probando que no existiría por toda la eternidad, y el mismo hecho prueba que no ha existido siempre.
I. Dios es el autor de todas las cosas
Resta entonces esta alternativa: el mundo se produjo solo, o fue creado. Que todas las cosas vinieron a la existencia espontáneamente, que hemos de suponer grandes efectos inconmensurables que no tuvieron causa alguna, o creer que en un tiempo la nada, sin voluntad y conocimiento y sin el uso de medios, vino a ser algo, es una pretensión tan fuera de razón, que apenas puede atribuirse a un ser humano. ¿Cómo podría obrar alguna cosa antes de existir? o ¿alguna cosa que aún no ha sido creada puede producir algo? Nada hay más irracional que el credo del incrédulo, no obstante toda su charla acerca de la excelencia de la razón.
Si el mundo no se ha producido a sí mismo, ha de haber sido creado. Un Gran Poder, alguna Causa de las causas, Primer Principio según le llamó Cicerón, o usando las palabras del Dr. Klein, esa causa originaria ha de haber sido una «Inteligencia Suprema que tiene a su disposición un poder creador ilimitado». (Kosmologische Briefe, p. 27) Esa inteligencia ha de ser ilimitada é insondable, y en cualquier tiempo podrá cambiar el mundo o hacer uno nuevo. Es entonces para nosotros una locura establecer prima facie, con nuestra experiencia tan maravillosamente estrecha, algún género de trabas para el Ser Supremo, y un Dios que no obrara milagros y fuera el esclavo de sus propias leyes que implantó en la naturaleza, a ese Dios que predica la Nueva Teología, le falta mucho para ser una verdadera Divinidad, como la falta al inconsciente aunque sabio «éter cósmico» de Spiller, o la «materia eterna» de otros materialistas.
Concluimos entonces que el universo fue creado, o que Dios es el autor de todas las cosas.
La revelación en la naturaleza
Ahora se nos presenta otra cuestión, a saber, si Dios que es tanto el Creador de todas las cosas como el Padre de los espíritus, se ha revelado a sus creaturas, o si a sus propios hijos ha dado a conocer la obra de sus manos. Es posible que tal cuestión provoque risa, porque ¿qué cosa es el universo entero? ¿qué es la naturaleza creada de la cual forma parte? ¿qué es el aire, el agua y el fuego? ¿qué son todos los seres organizados, mi cuerpo con su gran número de partes reunidas de una manera altamente artística; mi alma con sus posibilidades casi infinitas pero tampoco conocidas por mí mismo? ¿Qué son todas estas materias sino una revelación progresiva de Dios, dada a nosotros, como una serie de círculos concéntricos que se levantan el uno sobre el otro hasta llegar a su fuente? El propósito de Dios al crear lo visible fue para que pudiéramos percibir lo invisible; toda la creación fue hecha para que fueran manifestadas las cosas invisibles de Dios, su eterna divinidad y poder (Rom. 1:20.) La creación no es más que el lenguaje de «el Verbo que era en el principio, que estaba con Dios y era Dios, y por quien todas las cosas fueron hechas» (Juan 1:1-3). ¿Qué declara este Verbo? ¿Qué sino aquel grande e infinito nombre de Dios el Padre, fuente de todas las cosas, el nombre que debemos santificar? Sin embargo, hubo un tiempo, antes de que el mundo fuese hecho, cuando no existió más que Dios y su nombre. Todas las varias obras de la creación no son sino letras de su gran nombre.
La revelación en la Biblia
Hay otra revelación que de él ha dado Dios a los hombres –más definida y personal. Así él se dio a conocer a Adán, luego a Enoc y a Noé el antediluviano, y después del diluvio a otras generaciones por medio de Noé y sus hijos. Por causa de la edificación de la torre de Babel, los hombres se apartaron obstinadamente de Dios. El los entregó a los pensamientos de su propio corazón, y escogió a un hombre, a Abraham, el cual dejó sus amigos y parentela, y en cuya simiente serían benditas todas las naciones de la tierra. En seguida vino de Abraham el pueblo de Israel, al cual le fueron encomendados los oráculos de Dios, y desde este período principió la Palabra escrita. Moisés refiere el principio de las cosas y consigna la ley; luego los hombres santos de Dios, hablaron y escribieron según eran movidos por el Espíritu Santo. Esto es la inspiración.
Aquí hemos de hacer una distinción. La Biblia nos da noticias de la historia, y al hacerlo incluye muchas genealogías que fueron compuestas no para nosotros, sino para aquellos a quienes inmediatamente les interesaba, y para los ángeles. (1 Cor. 4:9) También nos da noticias de hechos vergonzosos y pecaminosos; pero así como el sol se ilumina primero a sí mismo y entonces derrama su luz sobre el océano y el lodazal, sobre el águila y sobre el gusano, así la Biblia no solamente tiene por objeto presentarnos a Dios, sino también al hombre tal como es. Al dársenos estas narraciones, se nos dice muchas veces que Dios, el que cuenta los cabellos de nuestra cabeza, ejerció cuando eran escritas su gobierno providencial, así que lo que nos dicen los hombres escogidos por Dios, es la verdad de los hechos, y ninguna otra es tan cierta como ellas. Hasta qué grado fueron inspirados aquellos hombres en las palabras usadas, no podemos saberlo; mas probablemente fue más de lo que sospechamos.
Pero cuando Dios, después de haber dado la ley a Moisés en el Sinaí y en el tabernáculo, se comunicó con él como se comunica un amigo con otro, y Moisés escribió «todas las palabras de esta ley en un libro.” (Deut. 28:58; 31:24) Entonces Moisés fue realmente la pluma de Dios. Cuando Dios habló a los profetas, “He aquí yo pongo mis palabras en tu boca,» y «todas las palabras que oíste las dirás a este pueblo», entonces aquellos profetas vinieron a ser la boca de Dios. Cuando Jesús aparece a Juan en Patmos, y le dice: «Escribe estas cosas al ángel de la iglesia,» este es un ejemplo de dictado verbal.
Aquí precisamente es donde somos distraídos por aquellos críticos de mente débil, que con frases trilladas nos hablan de «dictado mecánico» y «mero dictado verbal.” Entonces la revelación que el Todopoderoso hace de su persona o de sus consejos, un acto de gracia que exalta al agente humano hasta hacerlo un colaborador con Jehová ¿aniquila la libertad personal? o ¿será más agrandada esa libertad y la elevará a una actividad alta y gozosa? ¿Seré yo un “instrumento mecánico» cuando lleno de profunda devoción y con entusiasmo repito después de Cristo, palabra por palabra, la oración que enseñó a sus discípulos? En consecuencia la Biblia es un libro que tuvo su origen en la voluntad de Dios y con su cooperación; y como tal es nuestro guía hacia la eternidad, conduciendo al hombre al parecer sin ningún plan, y no obstante con toda certeza, por todo el camino desde la primera creación en el Paraíso, hasta la segunda y más elevada creación, y a la nueva Jerusalén. (Comp. Gén. 2:8-10 con Apoc. 21:1, 2).
II. Prueba de la inspiración de la Biblia
¿Cómo prueba la Biblia por sí misma que es un libro venido del cielo, inspirada divinamente, una comunicación del Padre a sus hijos, es decir, una revelación?
Primero, por una circunstancia que no concurre tratándose de otro libro en el mundo, de que condena al hombre y a todas sus obras. No alaba su sabiduría, su razón, su arte o cualquiera de los progresos que haya hecho; sino lo representa como siendo a la vista de Dios un pecador miserable, incapaz para hacer algo bueno, y como mereciendo sólo la muerte y la perdición eterna. Verdaderamente un libro que habla así, y en consecuencia hace que millones de hombres, turbados en su conciencia, se postren en el polvo, clamando: «Dios, sé propicio a mí, pecador,» debe contener más que la verdad ordinaria.
Segundo, la Biblia se exalta a ella misma sobre todos los libros meramente humanos, por el anuncio del gran misterio incomprensible de que, «De tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él crea, no perezca sino tenga vida eterna.» (Juan 3:16.) ¿Dónde está el Dios entre todas las naciones paganas, sea Osiris, Brahma, Baal, Júpiter u Odín, que le haya prometido a aquellos pueblos, que por tomar los pecados del mundo y sufrir el castigo, iba a ser el salvador y redentor de ellos?
Tercero, la Biblia pone sobre ella el sello de su origen divino, por medio de las profecías. De una manera muy apropiada Dios inquiere por el profeta Isaías, «Y ¿quién llamará como yo, y denunciará antes esto, y me ordenará lo otro, desde que hice el pueblo del mundo? Anúnciele lo que viene de cerca, y lo que está por venir.» (Is. 44:7.) Dice otra vez, «Que anuncio lo por venir desde el principio: y desde antiguamente lo que aun no era hecho: que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quisiere. Que llamo desde el oriente al ave, y de tierra lejana al hombre de mi consejo: yo hablé, por eso lo haré venir; lo pensé, hacerlo he también.» (Cap. 46:10, 11). O dirigiéndose a Faraón, «¿Dónde están ahora tus prudentes? Dígante ahora, o hágante saber qué es lo que Jehová de los ejércitos ha determinado sobre Egipto.» (Cap. 19:12). Volvemos a decir, ¿dónde está ese dios o dioses, o el fundador de religión, tal como Confucio, Buda o Mahoma, que pudiera predecir con certeza el futuro, siquiera de su pueblo? ¿O dónde está el hombre de estado que en nuestros tiempos pueda predecir cuál será la condición de las cosas en Europa dentro de cien años, o siquiera dentro de diez? Las profecías de Moisés y los juicios con que amenazó a los Israelitas se han cumplido literalmente. También se han cumplido literalmente, y así mismo (quien lo hubiera creído) las profecías respecto a la destrucción de aquellas grandes ciudades como Babilonia, Nínive y Menfis. ¿Quién creería en nuestro tiempo profecías semejantes respecto a Londres, París o Nueva York? Sin embargo, de ¡qué manera tan se cumplió lo que David é Isaías anunciaron respecto a los sufrimientos de Cristo –su muerte en la cruz, que bebería vinagre, ¡y echarían suertes sobre su vestidura! Quedan otras profecías que se cumplirán literalmente, tales como la promesa hecha a Israel, el juicio final y el fin del mundo. Porque como dice Habacuc, «la visión aún tardará por tiempo, más al fin hablará y no mentirá. Si se tardare, espéralo: que sin duda vendrá y no tardará.» (Cap. 2:3).
Además, la Biblia ha demostrado su poder particular por la influencia que ha ejercido sobre los mártires. Pensad en los centenares millares que en diferentes tiempos y en distintos pueblos, lo han sacrificado todo, esposas, hijos, posesiones y finalmente su propia vida por causa de este libro. Pensad en ellos, en el potro y en la hoguera confesaron la verdad de la Biblia y dieron testimonio del poder de ella. Ahora, vosotros, críticos y denigradores de la Palabra de Dios, ¡escribid un libro y morid por él, y entonces creeremos en vosotros!
Por último, la Biblia demuestra cada día que es un libro inspirado por la influencia benéfica que ejerce sobre toda clase de gente. Convierte a una vida mejor lo mismo al ignorante que al instruido, al mendigo de la calle que al rey que ocupa el trono, a la mujer infeliz que vive en la boardilla, al poeta más grande y al pensador más profundo, al europeo civilizado y al salvaje inculto. A despecho de las burlas y de sus enemigos, ha sido traducida a centenares de idiomas, y ha sido predicada por millares de misioneros a millones de gentes. Hace humilde al orgulloso y virtuoso al disoluto; consuela al desgraciado, y enseña al hombre a vivir con paciencia y a morir triunfalmente. Ningún otro libro o serie de libros trae para el hombre los beneficios inapreciables que concede este libro de verdad.
La crítica moderna y su método es racionalista
Ha aparecido en nuestros días una crítica que aumenta constantemente sus ataques contra este libro sagrado, y declara, llena de seguridad y confianza en ella misma, que es un libro de producción enteramente humana. Al lado de otras faltas que dice encontrar en el libro, declara que está lleno de errores, que muchos de sus libros son espurios, escritos por hombres desconocidos y en fechas posteriores a las asignadas, etc., etc. Pero nosotros preguntamos ¿sobre qué principio fundamental, sobre qué axioma se funda este veredicto de la crítica? Sobre la idea que, como Renan expresa, la razón es capaz de juzgar todas las cosas, mientras ella no puede ser juzgada por nadie. Esta es una declaración muy llena de orgullo; pero realmente se nota un vacío en su carácter. Dios ha dado la razón al hombre, y le servirá siguiendo el camino ordinario para plantar y edificar, comprar y vender, para que haga el uso práctico de la naturaleza creada a lo cual está limitada. ¿Pero es la razón, aun en los negocios de esta vida, consecuente con ella misma? De ninguna manera. Si fuera así ¿de dónde vienen las luchas y contenciones de los hombres dentro y fuera, en los lugares de los negocios, en las asambleas públicas, en el arte y en la ciencia, en la legislación, en la religión y en la filosofía? ¿No proceden de los conflictos de la razón? Toda la historia de nuestra raza es la historia de millones de hombres dotados de razón que han estado en conflicto perpetuo y uno con el otro. Y si así es la razón ¿qué sentencia puede pronunciar contra un libro dado por inspiración? Una revelación puramente racional sería una contradicción en los términos; además, sería enteramente superflua. Cuando la razón emprende hablar de cosas del todo sobrenaturales, invisibles y eternas, habla como lo haría un ciego que hablara de los colores, discurriendo sobre cosas que ni conoce ni puede conocer, y entonces se pone en ridículo. No ha subido a los cielos ni ha descendido al abismo; es entonces una religión puramente racional, y por lo tanto no es una verdadera religión.
III. Incompetencia de la razón para la verdad espiritual
La razón sola nunca ha inspirado en los hombres concepciones grandes y sublimes sobre las verdades espirituales, ya sea por la vía del descubrimiento o por la invención; ordinariamente ha rechazado y ridiculizado tales materias. Y así sucede con estos críticos racionalistas, ellos no entienden ni aprecian divinamente lo alto y sublime en la Palabra de Dios. Ellos no entienden la majestad de Isaías, el sentimiento en el arrepentimiento de David, la audacia de las oraciones de Moisés, la profunda filosofía del Eclesiastés, ni la sabiduría de Salomón que da «su voz en las calles.» Según ellos, unos sacerdotes ambiciosos, en una fecha posterior a la asignada, compilaron todos los libros que hemos mencionado; también escribieron la ley del Sinaí é inventaron toda la historia de la vida de Moisés; («una ficción magnífica,» según la llama uno de estos críticos). Pero si todo esto es así, hemos de creer que falsificadores astutos, que sin embargo fueron según lo dicen los críticos, hombres devotos, productos genuinos de su tiempo (aunque hemos de notar que la edad en que vivieron esos hombres devotos, como a Cristo, los persiguió y mató, cuando ordinariamente la edad ama a sus hijos); si esto es así, decimos, hemos de creer no solamente que hombres de mente oscurecida descubrieron para nosotros verdades eternas y el futuro más remoto, sino también que mentirosos vulgares e interesados nos han declarado la justicia inexorable del Dios santo. De contado todos estos son disparates que nadie puede creer.
Si estos críticos discurren, como lo hacen algunas veces, llenos de suficiencia sobre asuntos tales como la historia de Israel, la obra particular de los profetas, la revelación, la inspiración, la esencia del cristianismo, la diferencia entre las enseñanzas de Cristo y las de Pablo, a cualquiera que con alguna inteligencia los lea, se le ocurrirá la idea de que aunque estos críticos despliegan mucha ingenuidad en sus esfuerzos, después de todo realmente no entienden las materias de las cuales están hablando. De la misma manera ellos hablan con mucha ingenuidad y aparato de instrucción acerca de hombres de los cuales apenas han tenido un ligero conocimiento; y discuten los sucesos de los dominios del Espíritu sin que hayan tenido jamás experiencia personal. De esta manera ellos prueban é ilustran la verdad de las enseñanzas de la Escritura que «el hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios.» Estos críticos dicen que, no siendo Dios hombre, no puede hablar, en consecuencia, ¡no hay tal palabra de Dios! También dicen estos críticos que Dios no puede manifestarse en una forma visible, entonces, ¡las relaciones de epifanías son cuentos místicos! La inspiración, dicen, es contraria a la razón; entonces, ¡todas representaciones de tales actos son las de una imaginación enferma! Profecías, no hubo ninguna, pues intentan probar que fueron escritas después de los sucesos. Los milagros, son imposibles; entonces las relaciones de ellos que nos da la Biblia, son puras ficciones. Los hombres buscan siempre, dicen ellos, las ventajas propias y su gloria, y así fue en el caso de aquellos «profetas de Israel.»
Esto es lo que ellos llaman «ciencia imparcial,» «investigación desapasionada,» «demostración objetiva.»
No hay nada nuevo en esas «nuevas» opiniones
Estos críticos pretenden que sus opiniones particulares son «nueva teología,» y la «última investigación.» Esto es falso. En los tiempos de Cristo el famoso rabí Hillel y su discípulo Gamaliel sustituyeron la ley mosaica con sus «tradiciones» (Mat. 15:2-9; 23:16-22). Desde entonces algunos rabíes instruidos, tales como Ben Akiba, Maimónides y otros, se ocuparon en criticar la Biblia, arrojando no sólo dudas sobre la genuinidad de varios libros del Testamento, sino también negando los milagros y hablando instruidamente sobre los «mitos.» Hace dieciocho siglos que Celso presentó las mismas objeciones que hoy presentan los críticos modernos, y que David Strauss repite en parte en su débil y torpe «Vida de Jesús.» También ha habido otros herejes notables como Arrio (317 A. D.), que negó la divinidad de Cristo, y Pelagio en el siglo V que rechazó la doctrina del pecado original. En verdad que esta teología excesivamente nueva, aun adopta la incredulidad de aquellos antiguos Saduceos que decían que no había «resurrección, ni ángel ni espíritu» (Act. 23:8), y a los cuales Cristo reprobó con estas palabras: «Erráis ignorando las Escrituras y el poder de Dios,» (Mat. 22:29). Arguye poco en favor del progreso espiritual de la raza, que tal clase de ciencia incrédula envejecida y apolillada, engañe y entontezca en nuestros días a tantos millares.
No hay conformidad entre los críticos
De estos críticos, siquiera una parte pequeña está de acuerdo con otro. Lejos de allí. Todos unánimemente niegan la inspiración de la Biblia, la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, la caída del hombre y el perdón de los pecados por medio de Cristo; también las profecías, la resurrección de los muertos, el juicio final, el cielo y el infierno. Pero cuando llegamos a sus pretendidos resultados seguros, dos de ellos no afirman las mismas cosas; y sus publicaciones numerosas producen un diluvio de hipótesis, disputables y contradictorias que se destruyen una con otra. Por ejemplo, el Jehová del Antiguo Testamento es hecho por algunos un dios pagano, bien un dios nómada o de las llanuras, o Jahu el dios del tiempo, o el dios de los Semitas occidentales. David fue el que introdujo primero esta divinidad, y Según algunos de esos críticos, el culto particular de este dios, con sus sacrificios humanos (!) solamente era la continuación del culto de Baal-Moloch. De Abraham dicen algunas veces que nunca existió, y otras veces, que era un jefe cananita que moró en Hebrón. O bien era el mito de la Aurora, y Sara, o Scharrate, es la esposa de Sin dios-luna. Los doce de Jacob son los doce meses del año. En cuanto a Moisés, dicen que nunca existió tal hombre, y que los diez mandamientos fueron compuestos en tiempo de Manasés. El más moderado de ellos concede que Moisés es un carácter histórico. Que en Madián aprendió algo acerca de Jah, el dios de la tribu de los Kenites, y entonces se propuso librar a su pueblo con esta divinidad. Elías es simplemente un mito, o bien un desgraciado a quien azotaron por andar instruyendo. Y así siguen estos criticas modernos diciendo que seguramente no fue Salomón, sino un rey del todo desconocido del tiempo de Esdras, el que escribió el Eclesiastés; también que nunca existió Daniel, sino que algún autor desconocido escribió el libro que lleva su nombre. Sin embargo, Kautsch nos dice que ese libro apareció en enero de 164 A. C., mientras otros afirman positivamente que fue en 165. Ahora preguntamos: ¿Por qué no pudo llamarse Daniel ese autor desconocido?
Así también Wellhausen conoce veinte y dos autores diferentes de los libros de Moisés –todos ellos por supuesto desconocidos mientras que Kuenen se conforma con dieciséis. El notable crítico inglés, Canon Cheyne, se dice que tuvo la pena de desgarrar las profecías de Isaías en ciento sesenta trozos, todos de autores desconocidos, y estos pedazos correspondieron a diez épocas diferentes que incluyen cuatro siglos y medio. («Modern Puritan,» 1907, p. 400) De la misma manera saben estos críticos que el capítulo primero del primer libro de Samuel, fue escrito por un autor desconocido que vivió quinientos años después del tiempo de aquel profeta; el cántico glorioso de Ana que encontramos en el cap. 2 del libro indicado, fue escrito por algún autor desconocido. Que el dicho de que Elí gobernó a Israel por cuarenta años, es «con toda apariencia,» una afirmación sin fundamento hecha en los últimos días. (Hastings Bible Dictionary) ¿Por qué? preguntamos. –El libro del Deuteronomio se nos dice que fue escrito en 561 A. C., y el Eclesiastés en 264 A. C.; y un crítico alemán, Budde, está seguro de que se le perdió una parte del último capítulo, y que deben ser desechados cincuenta y nueve versículos de este libro.
He aquí unos cuantos ejemplos de cómo es tratada la Santa Escritura por algunos de los críticos que estamos considerando.
Seguramente que no se requiere mucha sagacidad e inteligencia por alguno, para que aplicando este método particular de crítica, pongamos por caso a las obras de Goethe, no se pueda demostrar que una buena parte de esas producciones, tales como Erlkönig, Iphigenia, Götz von Berlichingen, el Wahlverwandschaften, Fausto (Parte I y II) si juzgamos por el estilo de la composición y por sus opiniones históricas y filosóficas, podríamos suponerlas enteramente de épocas diferentes, y que fueron escritas por gran varie dad de autores. Sin embargo podría mostrarse fácilmente que ninguno de esos autores vivió en los tiempos cuando Napoleón Bonaparte revolucionaba la Europa, porque el nombre de este no es mencionado en ninguna de las producciones nombradas.
La crítica aplicada al Nuevo Testamento
Por supuesto que esta crítica moderna no se detuvo ante el Nuevo Testamento. Harnack dice que esta parte de la Biblia narra los milagros increíbles para nosotros del nacimiento y niñez de Jesús. «Nunca», dice, “podremos creer que él haya andado sobre el mar y haya apaciguado la tempestad.” Afirma también que no resucitó de entre los muertos. El cuarto Evangelio es espurio (conforme a la autoridad de la última crítica), lo mismo que la Epístola a los Romanos. El libro de la Revelación sólo sirve como de risas estos críticos escépticos; y por esta causa es aplicable a ellos la maldición del último capítulo (vs. 18, 19). No obstante, estos hombres aun cometen un pecado más grande contra Cristo. En opinión de ellos, Cristo el Hijo Dios, el Verbo que estaba en el principio con Dios y era Dios, sin el cual nada de lo es hecho fue hecho, no fue más que un joven rabino fanático; imbuido en las opiniones y supersticiones de su pueblo; y murió sobre la cruz solamente porque no comprendió el carácter de su misión y la naturaleza de sus tiempos. Jesús «no es indispensable al Evangelio,” escribe Harnack.
Todo esto es lo se denomina crítica bíblica. Es un conjunto de meras hipótesis, suposiciones imaginarias y afirmaciones sin ninguna certeza ni prueba. En estos tiempos está representada por algunos millares de cristianos nominales, y algunos centenares de estudiantes de teología engañados miserablemente, quienes llegarán a ser predicadores de la Palabra de Dios como «el resultado obtenido por las últimas investigaciones científicas.» En tal caso; que Dios tenga misericordia de ellos.
IV. Cuáles son los frutos de esta critica
Ahora bien, si estas gentes fueran de la verdad, si ellas creyeran lo que dice Jesús, «Yo soy el camino, la verdad y la vida, «no tendrían la necesidad de hacer esa obra tan tediosa de dar a luz tantas publicaciones (la estadística nos dice que en y América aparecen como ochocientas de sus obras cada año;) sino que hallarían en las mismas enseñanzas de Cristo el medio seguro para probar el carácter de las doctrinas criticas. «Por sus frutos los conoceréis,» dijo Cristo, hablando de los falsos maestros que vendrían en su nombre. «¿Cógense uvas de los espinos é higos de las cambroneras?» (Mat. 7:16). ¿Son buenos los frutos de la crítica moderna? ¿Cuáles son los higos o las uvas que brotan de esos espinos? ¿No ha arrebatado esta crítica, y quizá para siempre a muchas gentes, su primer amor, su fe cierta y su gozosa esperanza? ¿No ha sembrado la disensión, alimentado el orgullo y el falso concepto del individuo, é injuriado ante el mundo la autoridad de la iglesia y de sus ministros? ¿No ha escandalizado a los «pequeños» de Cristo? (Mat. 18:6, 7) ¿No proporciona todos los días motivos para que los enemigos de Dios se mofen é insulten la verdad? ¿Dónde están las almas que han conducido a Dios –confortándolas, fortaleciéndolas, purificándolas y santificándolas? ¿Dónde están los individuos que a la hora de la muerte se han regocijado de los beneficios de esta crítica?
En el cuarto de estudio pone sus trampas, en los salones de lectura presenta sus grandes pretensiones, en los discursos populares parece muy servicial; pero cuando los truenos del poder de Dios resuenan en el alma, cuando la desesperación por la pérdida de los amados se apodera de la muerte, cuando los recuerdos de una parte miserable de la vida o de los errores pasados se comprenden y se sienten, cuando alguno está en la cama enfermo y se aproxima la muerte, y el alma, comprendiendo que se presenta la eternidad clama por un Salvador –es el tiempo en que más se necesita su ayuda, y entonces esta religión moderna no sirve para nada. En el año de 1864, en Ginebra le fue pedido a uno de estos teólogos modernos que preparara la muerte a un joven que iba a ser ejecutado por robo y asesinato. Él confesó paladinamente su derrota, diciendo: «Llamad a cualquier otro, pues yo nada puedo decirle.» La crítica incompetente no tuvo ninguna consolación para el alma cargada de pecado. Entonces fue llamado un ministro ortodoxo, y este consiguió que aquel criminal muriese reconciliado con Dios por medio de la sangre de Cristo.
Pero supongamos que todas las enseñanzas de la crítica fueran verdaderas, ¿cuál sería su valor para nosotros? En verdad que nos pondrían en una condición muy triste. Porque ellos, sentándonos al lado de los templos derribados y de los altares destruidos, sin ningún gozo por lo que está por venir, sin ninguna esperanza de la vida eterna, sin Dios que nos ayude, sin perdón para los pecados, sintiendo desolados y miserables nuestros corazones y nuestra mente hecha un caos, nos pondrían enteramente incapaces para conocer o saber alguna cosa más. ¿Podrá seducirnos tal vista del mundo, tal religión, que, como dijo el Profesor Harmack en un discurso que pronunció en América, «solamente destruye, remueve y hace llorar?» ¿Será verdadera? ¡No! Si la crítica moderna es verdadera, entonces ¡arrojemos a un lado todo lo que contiene el cristianismo que nos engaña con cuentos de viejas! ¡Desechemos una religión que no nos ofrece sino enseñanzas vulgares de moralidad! ¡Afuera la esperanza, la fe! ¡Comamos y bebamos que mañana moriremos!
Estas enseñanzas a la luz de las Escrituras
Oigamos lo que la Palabra de Dios dice respecto al asunto. 2 Ped. 1:21. «Porque la profecía no fue en los tiempos pasados traída por voluntad humana; más los santos hombres de Dios hablaron, siendo inspirados del Espíritu Santo.» 2 Tim. 3:16, 17. «Toda la Escritura es inspirada divinamente, y es útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia; para que el hombre de Dios sea perfecto, perfectamente instruido para toda buena obra.» Gál. 1:11, 12. «Empero os hago saber, hermanos, que el evangelio que os ha sido anunciado por mí, no es según hombre; porque ni lo recibí de hombre, ni tampoco me fue anunciado, sino por revelación de Jesucristo.» Rom. 1:16. «Porque no me avergüenzo del evangelio de Cristo; porque es poder de Dios para salvación a todo que cree.» Act. 20:30. «Que de entre vosotros mismos se levantarán también hombres, que hablen cosas perversas, para llevar discípulos tras de sí.» 2 Ped. 2:1. «Empero hubo falsos profetas entre el pueblo … que introducirán encubiertamente herejías de perdición, negando al Señor que los rescató.» 1 Cor. 1:20, 21. «¿En dónde está el sabio? ¿En dónde el escriba? ¿En dónde el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría de este mundo? Porque por no haber conocido el mundo, en la sabiduría de Dios, a Dios por sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la insensatez de la predicación.» Col. 2:4-8. «Y esto os digo para que nadie os engañe con palabras seductoras» y «os arrebate como despojo por medio de filosofía y vano engaño … según los elementos del mundo y no según Cristo.» 1 Cor. 3:19. «Porque la sabiduría de este mundo insensatez es para con Dios.» 1 Cor. 2:5. «Para que vuestra fe no sea en sabiduría de hombres, mas en poder de Dios.» 1 Cor. 2:4. «Y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y con poder.» 1 Cor. 2:12, 13. «Y nosotros hemos recibido no el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de Dios; para que conozcamos lo que Dios nos ha dado. Lo cual también hablamos no con palabras que enseña la humana sabiduría, sino en las que enseña el Espíritu Santo, acomodando lo espiritual a lo espiritual.» Col. 1:21 y 2 Cor. 10:5. «Vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos de sentido por las malas obras» y «cautivando todo entendimiento a la obediencia de Cristo.» Gál. 1:9. «Como antes hemos dicho, así ahora tornamos a decir otra vez: Si alguien os anunciare otro evangelio del que habéis recibido, sea maldito.» 1 Cor. 15:17. «Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aun os estáis en vuestros pecados.» 2 Juan vs. 7, 9, 10, 11. «Porque muchos engañadores son entrados en el mundo, los cuales no confiesan a Jesucristo ser venido en carne. Este tal engañador es, y anticristo … Cualquiera que se rebela, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios: el que persevera en la doctrina de Cristo, el tal tiene tanto al Padre como al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en vuestra casa, ni aun le saludéis. Porque el que le saluda, comunica con sus malas obras.» Luc. 11:52. «¡Ay de vosotros, doctores de la ley! que os alzasteis con las llaves de la ciencia: vosotros no entrasteis, y a los que entraban impedisteis.»
Conclusión
Entonces, repudiando esta crítica moderna la condenamos. ¿Qué nos ofrece? Nada. ¿Qué nos quita? Todo. ¿Tenemos en que usarla? ¡No! Ni nos ayuda en la vida, ni nos consuela en la muerte; tampoco nos juzgará en el mundo venidero. Para tener nuestra fe bíblica no necesitamos el encomio de los hombres ni la aprobación de unos cuantos pecadores. No procuremos mejorar las Escrituras y adaptarlas a nuestro modo de pensar, sino creámoslas. No las critiquemos, sino dejémonos guiar por ellas. No queramos tener autoridad sobre ellas sino obedezcámoslas. Confiemos en el que es el camino, la verdad y la vida. Su palabra nos hará libres.
Respice finen, «considera el fin» –decían los antiguos romanos. El verdadero racionalismo considera todas las cosas desde el punto de vista de la eternidad, y pregunta a cualquiera religión ¿Qué puedes hacer por mí con respecto al más allá? ¿Qué nos ofrece la crítica bíblica? Neblina y nublazón, o a lo mejor, un estado de indecisión sin fin, algo impersonal é inactivo, algo como su dios, cuya verdadera naturaleza es inconcebible. «La vida eterna, » escribe uno de estos modernistas, «es solamente el vestigio infinitamente débil de la vida presente.» (!) Aquí se prueba otra vez la verdad de la máxima, «Por sus frutos los conoceréis.» Para nuestra vida actual tampoco nos ofrece esta crítica ningún consuelo, ni perdón del pecado, ni libramiento del «temor de la muerte, quedando siempre entre cadenas.» Nada tampoco respecto del más allá –nada en cuanto al cielo nuevo y a la tierra nueva donde morarán los justos; nada respecto de la ciudad de oro que resplandece con luz eterna; nada tocante al Dios que enjuga las lágrimas de nuestros ojos. Ignora completamente la gloria de Dios, y por lo tanto está condenado.
«¿Señor a quien iremos? tú tienes las palabras de vida eterna. Y nosotros creemos y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios» (Juan 6:68, 69). «Cata, que yo vengo prestamente: ten lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.» (Rev. 3:11)
Los Fundamentos
Traducción de El Faro, aproximadamente 1915