La Biblia suena con la súplica por la separación. Aquellas palabras «Sepárense, sepárense!», tan a menudo oídos en la Cámara Inglesa de Comunes, obligando a cada hombre elegir un lado, hablan también en las páginas de la Biblia, desde los primeros versículos que relatan cómo Dios separó la luz de las tinieblas.
Este llamamiento vino a Abraham, convidándole a salir de su país y de entre sus parientes; a Moisés como la nota de la trompeta del Éxodo; a los hijos de Israel mientras languidecían en Babilonia, invitándoles volver a su patria; y resonando por los pasillos de la iglesia nuevotestamentaria estas palabras reverberaron: «Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso». «Salid de ella, pueblo mío; para que no seáis participantes de sus pecados y no recibáis de sus plagas». (2 Cor. 6:17; Apoc. 18:4).
¿Qué es esta separación a la cual somos llamados? Hay muchas falsificaciones contra las cuales hacemos bien de guardarnos.
(1) No es la separación del monje. Esto siempre ha tenido cierta fascinación para mentes nobles. Pero tal separación, cuan atractiva que sea, no puede ser la separación a la cual llama Cristo. Él solemnemente oró que no fuéramos quitados del mundo; más aún; expresamente nos manda estar en el mundo. y ¿qué sucedería al mundo si todos fuéramos quitados de la vida de él? Sería noche sin estrellas; una costa rodeada de peñascos sin faro enviando sus rayos a los tinieblas; un cadáver corrompiéndose en pleno verano sin sal. ¡No! Esto no puedo ser la separación a la cual somos llamados.
(2) No es la separación de los Fariseos. Los Fariseos mantenían que una persona puede ser religiosa sin ser buena. Puede ser llena de extorciones y excesos, si solamente lava el exterior del vaso y del plato; lleno de huesos de muertos y de toda suciedad, si solamente aparece limpio como sepulcros blanqueados. Según el criterio de ellos, pues, la impureza no era asunto del mal adentro del alma; pero es comunicado por contacto con otras personas. Ser tocado por un hombre que no se había lavado después de comer sería suficiente para contaminar al majestuoso Fariseo.
Nuestro Señor siempre rompió estas falsas e injustas distinciones. Él enseñaba no solo por palabras sino por hechos que la impureza no se comunica solo por contacto, sino es nutrida en el corazón y criada en el acto y en palabra. Él no se lavó después de las comidas; Él comió con publicanos y pecadores; Él permitió a las mujeres caídas llorar a sus pies; Él tocó la carne corrompida del leproso.
Y ¿no es esto lo que está pidiendo el mundo? El mundo necesito una mano que ayuda—el toque del Rey. Nunca podremos ayudar a los hombres con solo mirarlos o exhortarlos: tenemos que tocarles.
Es necesario contestar esta importante pregunta. Es una pregunta urgente. Centenares de jóvenes cristianos están preguntando por saber lo que deben hacer y lo que deben evitar; y en muchísimos casos por falta de un principio claro, empiezan a ir con la corriente.
¿No existen algunos principios que ayudan a cada individuo decidir estos problemas difíciles, dudosos y peligrosos que tan incesantemente están levantándose en todas nuestras vidas en una forma u otra? Sí, lo hay, y los siguientes ciertamente están entre ellos.
1. Guárdate de cualquier cosa que sea inconsistente con su relación al Señor Jesucristo. ¿Qué es esta relación a él? Por supuesto estamos tratando aquí del caso de los que son de él, o de los que desean identificarse con él tanto aquí en este mundo como más tarde en el venidero.
Somos siervos de él; comprados por su sangre, jurados a la fidelidad leal. ¿Es, pues, del todo consistente mezclarnos con las diversiones y jovialidad del mundo, que es del mismo espíritu hoy que cuando le echó a él fuera del campamento y le crucificó? Presenta un aspecto feo que soldados leales fraternicen en los festines de los rebeldes.
Somos miembros de él; hueso de su hueso, carne de su carne, a los cuales el nutre y aprecia. Nuestra cabeza ya ha pasado por el sepulcro al terreno de la resurrección, donde está recogiendo alrededor de sí a sus propios. ¿No es incongruente que la cabeza esté en un lado del sepulcro y los miembros en el otro? ¿No es del todo indecoroso pretender ser uno con él en la gloria de su resurrección, y a la vez estar prácticamente tan cerca que nos atrevemos estar en contacto con el mundo que él ha dejado?
Somos la esposa de él. El Esposo Celestial es uno como nosotros en una unión que no tiene analogía, salvo en esta del matrimonio en donde corazón está vinculado con corazón. ¿Es consistente ser fieles a él y holgarnos con el mundo, cuyas manos estaban manchadas con la sangre de él?
Ciertamente la cruz con brazos extendidos, obstruyen el puente entre nosotros y el mundo; y podemos exclamar con el apóstol: «más lejos esté de mí el gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».
Cuando pues, hay una duda si es justo ir a este lugar o aquel, con la pregunta bajo la luz que mana de la luz y del trono. Deja tu ojo ser sencillo para discernir la voluntad de tu Señor. Pregunta que querrá él que hagas. Dentro de poco las dificultades rodarán tan rápida y silenciosamente como las neblinas que llenan los valles de las montañas, ante el toque del sol del verano. Todo tu cuerpo estará lleno de luz. Aún perderás tu gusto para las cosas que antes amabas.
2. Guárdate de cualquier cosa que el mundo consideraría inconsistente. Aunque el mundo no es religioso en el verdadero sentido, sin embargo tiene una apreciación penetrante del cristianismo verdadero, y un ideal muy alto de lo que los cristianos deben ser. Y bien podemos detener nuestros pasos cuando nos encontremos con la interrogación sorprendente: «¡qué! ¿Estás tú aquí? No esperábamos verte aquí». El mismo ruido que se hace cuando pasamos la línea, bien puede hacernos pensar y preguntar si hemos hecho algo que nos haga perder la sonrisa y «bien, siervo bueno y fiel» de Jesús.
3. Guárdate de escenas y compañeros que emboten tu vida espiritual. ¿Quién habrá que no anhele una vida celosa? Pero ¿cómo es posible esperar tal cosa si estamos exponiéndonos persistentemente a las influencias que lo ahogan y lo reprimen? Hay algunas escenas que son incompatibles con oración sincera y con estudio de la Biblia; que bajan la temperatura de la vida espiritual; que dejan mal gusto en la boca, que envenenan la vida juvenil, como los humos dañinos envenenan la vida de las flores y de las plantas. De todas tales escenas debemos refrenar nuestros pies.
La Voz Bautista, 1929