En medio de las filosofías mundanas de aceptación de todo lo que venga y tolerancia de todo lo nuevo, se mantiene firme un baluarte que es fundamental en la vida santa del cristiano–este baluarte es la separación. El movimiento fundamentalista siempre ha sido separatista de corazón y de principio. La separación personal del mundo ha caracterizado a su gente, así como también la separación de otras organizaciones siempre ha sido como manera de identificación.
Las Bases de la Separación Bíblica
La separación está fundada en el mismo carácter de Dios; la separación es una expresión de la santidad eterna de Dios. La separación no es el mandato de una deidad lejana o el decreto del concilio de una iglesia o de algún ejecutivo eclesiástico; más bien es algo constitucional con el Dios de la Biblia. En cuanto al asunto de la separación, no podría requerir otro comportamiento diferente a la absoluta separación y todavía ser consistente con las características de Dios.
En las Escrituras, la palabra santidad significa «tener un apartamiento o una distinción de aquello que es común o profano». Así es que, santificar (palabra de donde viene la palabra santo) significa estar apartado, o separado, para el propósito especial de Dios, que es ser consagrado. La santidad de Dios es el apartamiento o la separación de todo aquello que es pecaminoso o inmundo, Su santidad de pureza moral (Éxodo 15:11; Isaías 6:1-3). Él es Luz y mora en luz inaccesible (I Juan 1:5; I Timoteo 6:16). La santidad está en la esencia de su naturaleza, aun en su nombre (Isaías 57:15; Mateo 6:9). Y hasta cierto punto la santidad de Dios regula o controla los otros atributos morales de Dios. Por lo tanto, Dios tiene una reacción contra todo aquello que contradice Su pureza moral o todo lo que sea diferente a él en esta área. Como resultado, el Señor demanda que todo el mundo, en especial los creyentes en Cristo Jesús, sean como él en carácter y en conducta (Mateo 5:48; Romanos 12:1; I Juan 2:1). Entonces, la separación bíblica, contrario a lo que por lo general es descrita, no es una noción nebulosa o confusa formada por algunos fundamentalistas que simplemente no encaja ni ajusta bien. La separación bíblica tampoco fue pragmáticamente inventada conforme a los deseos de los hombres mientras se estaba llevando una fuerte controversia. Ser separatista está en la misma naturaleza de Dios, y las demandas que él hace a su gente son como resultado de su esencia de ser Dios.
Aunque el Antiguo Testamento no afirma la verdad de una manera diferente a como lo hace la iglesia del Nuevo Testamento, el Antiguo Testamento tiene principios e ilustraciones que guían y dirigen al pueblo de Dios. Nosotros sabemos que la nación de Israel fue una nación elegida por Dios, escogida por su gracia infinita y su amoroso deseo. Sin embargo, la personas a quien Dios escogió no tenían ninguna de estas características de las que ellas se pudieran sentir orgullosas (Deut. 4:37; 7:68). Y como tal, Israel fue el pueblo adquirido por Dios, o su propio tesoro especial (Éxodo 19:5; Deut. 7:6). Ellos fueron una nación santa (Éxodo 19:6), apartada y separada de las otras naciones. El pueblo debía ser diferente; y por lo tanto, tenía que exhibir en comportamiento y conducta las ordenanzas puestas por Dios.
Y como recordatorio de la norma separatista de Dios, él puso prohibiciones concernientes a la vida diaria, sobre la ocupación de su pueblo, la forma de vestir, adorar y aún la dieta (Lev. 11; Deut. 14:22). Él da la razón por lo cual hizo esto en Levítico 20:24-26: Dios había separado a Israel de los otros pueblos de la tierra, y el pueblo tenía que demostrar esta separación en sus propias vidas. Para ellos, la separación era la manera de vivir y no solamente un asunto de comida, animales y vestuario. El principio de separación estaba dentro de la misma esencia de sus vidas diarias.
Dios quiere que su gente hoy en día sea diferente, un pueblo especial apartado para lo que Dios quiere (Tito 2:14; I Pedro 2:9). Hasta hoy en día se mantiene una diferencia bien marcada entre el pueblo de Dios y el pueblo de Satanás (I Tes. 5:1-11). Esta diferencia ha producido un conflicto desde los tiempos del Jardín de Edén (Gen. 3:15; Juan 15:18, 19). Este conflicto es una extensión de la guerra entre Dios y Satanás.
Las bases de la separación bíblica pueden resumirse de Romanos 12:9: «Aborreced lo malo; seguid lo bueno». Hay un aspecto negativo en la separación: separación DE lo pecaminoso, malo, incrédulo, inmundo o cualquier cosa que vaya en contra de Dios. Y también está el aspecto positivo: separación A la santidad, justicia, pureza y a todo lo que está de acuerdo con Dios. Entonces, la separación demanda que un cristiano se debe negar a unirse en comunión o tener una causa común con toda persona que niega o desobedece la Palabra de Dios. Debe haber un rechazo a asociarse de alguna manera con todo aquello que quiere minimizar la distinción clara entre Dios y Satanás, bueno y malo, la luz y las tinieblas. Por otro lado, esta separación también demanda una identificación con todo aquello que es fiel a Dios y a su Palabra («seguid lo bueno»).
Separación Personal
La Biblia tiene mucho que decir en cuanto al mundo y la separación del cristiano del mismo. El sistema de este mundo es una organización ordenada por el maligno en contra de Dios en cada aspecto (I Cor. 1:21; 2:8; Santiago 4:4). Y este sistema hace un énfasis solamente en el presente. La palabra común para el mundo es Kosmos, ésta simplemente significa el arreglo de las cosas presentes-lo secular, lo presente, lo de ahora mismo, la nueva generación. El mundo es pasajero, siempre está en movimiento (I Juan 2:17). El mundo cree en lo nuevo y en el cambio simplemente por el hecho de tener algo diferente cada momento. El mundo humanista ha sido estructurado bajo la teoría de que ningún individuo está bajo ciertos conceptos (autónomo), y de que el hombre se merece todo. Todo esto tiene que ver con la naturaleza orgullosa, carnal y pecaminosa del hombre moderno, la estima propia del hombre y el síndrome de autosuficiencia (I Juan 2:16).
Así es que, ¿qué es la mundanalidad? La mayoría de la gente define la mundanalidad en términos de los resultados exteriores, pero en sí va más allá de esto. Se debe definir la mundanalidad como el afecto a favor de algún aspecto de cómo el mundo arregla las cosas. En este afecto a favor de la mundanalidad están incluidos la forma en que piensa el mundo, la forma de divertirse, las modas, los hábitos, filosofías, metas, amistades, prácticas y estilos de vida. La mundanalidad en esencia tiene que ver con las actitudes interiores hacia las cosas, los motivos y deseos, así como también las actividades exteriores.
La Biblia claramente afirma, «No améis al mundo.» (I Juan 2:15), «y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas» (Efesios 5:11), y «no os conforméis a este siglo» (Romanos 12:2). La cruz del Calvario ha anulado todos los derechos y demandas que el mundo pudiera hacer sobre el creyente así como las obligaciones que una vez el creyente tenía con el mundo. A través de la muerte del Señor Jesucristo en la cruz, el creyente y el mundo han sido crucificados el uno al otro; en otras palabras: el mundo ha sido apartado (crucificado) del creyente y el creyente ha sido apartado (crucificado) del mundo (Gálatas 6:14). Por lo tanto, la amistad con el mundo es el más alto punto de infidelidad contra Dios (Santiago 4:4). Ahora, este mandamiento no prohíbe el contacto con el mundo para ganar gente para el Señor. El mismo Jesús, quien estuvo «apartado de los pecadores» (Hebreos 7:26), tuvo compasión por los pecadores y fue hasta ellos para alcanzarles. En la Biblia vemos que Abraham fue quien podía ayudar a Sodoma, simplemente por que no era parte de la ciudad pecaminosa. Para mucha gente, este asunto de la separación ha llegado a ser un problema serio y la firmeza sobre el asunto puede ser obtenida practicando y predicando el mandato bíblico.
Separación Eclesiástica
Normalmente la separación eclesiástica se lleva a cabo a nivel de organización, donde líderes religiosos y grupos se encuentran. Generalmente hablando, es el rechazo a colaborar o tener comunión con alguna organización eclesiástica o líder eclesiástico que se desvía de las Escrituras en doctrina o práctica. Este grupo incluye a los liberales (o «modernistas» como son comúnmente llamados), a los cultistas, a los neo-ortodoxos, a los que niegan las Escrituras y a los falsos maestros. He aquí algunas de las cosas de las cuales la Biblia demanda la separación: los falsos profetas (Mateo 7:15), la falsa doctrina (I Timoteo 6:3-5; II Timoteo 2:16-21; Apoc. 2:14-16), las uniones desiguales (II Cor. 6:14-18), el error concerniente a la persona de Cristo como Dios y Hombre (I Juan 4:1-3; II Juan 10, 11), personas que causan divisiones y tropiezos (Romanos 16:17, 18), aquellos que predican otro evangelio que el de la gracia de Dios (Gal. 2:14; II Cor. 11:4) y de la apostasía organizada (Apoc. 18:4).
Estas normas bíblicas hacen prácticamente imposible que un líder cristiano bíblico fundamental tome parte en una cruzada que pertenezca a una denominación que tenga maestros y doctrinas falsas en sus seminarios e iglesias, o que esa cruzada esté afiliada a los diferentes consejos (Consejo Nacional de Iglesias, Consejo Mundial de Iglesias y otros consejos). También, bajo la enseñanza escritural, no es posible que un líder cristiano bíblico fundamental brinde ayuda financiera al tipo de grupos antes mencionados, o que se patrocine de alguna forma a alguno de sus representantes u oradores; tampoco se debe aparecer en plataforma o parte de un programa con este tipo de grupos e individuos.
La Biblia también enseña la separación de individuos y organizaciones cristianas que se han desviado doctrinalmente, de organizaciones e individuos que se han afiliado con aquellos que niegan la fe que nos fue dada; y también de aquellos individuos y organizaciones cristianas que caminan en comunión amigablemente con aquellos que comprometen la doctrina y práctica de las escrituras. El texto clave en este asunto es II Tes. 3:6: «Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente, y no según la enseñanza que recibisteis de nosotros». En este pasaje, muchos confunden la manifestación del problema con el verdadero problema. El problema con el hermano fue la desobediencia a la Palabra de Dios dada a través de los apóstoles (v. 6, «enseñanza que recibisteis de nosotros»; v. 14, «a lo que decimos»). Y la manifestación fue la vagancia o flojera, una renuncia a ser usado de una manera efectiva. El hermano del cual se tendrían que separar tenía el ejemplo de trabajo del apóstol Pablo y otros (vv. 7-9). Pablo ya había dado instrucciones específicas sobre este asunto (II Tes. 3:10; II Tes. 2:15) y ya había amonestado a la iglesia al respecto en la carta anterior (I Tes. 4:11, 12; 5:14). Así es que el problema no fue la vagancia o la flojera, sino la rebelión en contra de la enseñanza bíblica dada a través de Pablo. La amonestación de Pablo es con autoridad pero también con afecto (II Tes. 3:6, «ordenamos,» «hermanos»); es una orden de «apartarnos» (v. 6) y no tener comunión con ese cristiano. Ahora, esta amonestación está basada sobre un patrón de desobediencia (desobediencia continua) y no solamente por algo que haya ocurrido una sola vez (v. 6, «ANDE desordenadamente»; v. 14, «si alguno no obedece»; note los verbos en presente); por lo tanto, la separación o apartamiento de este hermano que anda desordenadamente es con el propósito de remediar el problema- «para que se avergüence» y que no sea contado como un enemigo (vv. 14, 15).
Los líderes de la iglesia de Tesalónica eran los principales responsables en llevar a cabo esta separación. Así mismo otras iglesias locales y líderes -aquellos quienes leyeron las palabras del apóstol en esta epístola –también fueron advertidos de no colaborar con el hermano que andaba desordenadamente. Lo mismo aplica para otras amonestaciones y ejemplos apostólicos (I Tim. 1:18-20). Tampoco queremos dejar una posible confusión de que estas amonestaciones aplican para la iglesia del primer siglo. Estas amonestaciones no pueden simplemente ser olvidadas a través de las décadas o aplicadas a las manifestaciones de desobediencia a la Palabra de Dios en la iglesia del primer siglo.
Por lo tanto, una organización o líder fundamental no puede mantener relaciones o conexiones con los Neo-evangélicos, tampoco con aquellos que «andan de la mano» con los Neo-evangélicos, simplemente porque se llamen cristianos; un líder fundamental tampoco debiera aceptar invitaciones de hablar en sus reuniones a menos que sea con el propósito de hacerles ver el error en que están; por último, un líder u organización fundamental no debiera promover o auspiciar oradores y representantes de tales organizaciones comprometedoras.
La separación eclesiástica es un problema que no se acaba. La escena religiosa nunca es estática. El problema siempre está presente no importa si envuelve a un individuo con muy buenas intenciones pero a la vez inmaduro y equivocado bíblicamente; o por el otro lado, puede bien ser un individuo blasfemo que de una manera inteligente y graciosa expresa su educada incredulidad.
Por lo tanto, la separación se desarrolla del mismo carácter de Dios y del derecho exclusivo de Dios de tener prioridad sobre todas las cosas. El no darle la gloria a otro, o su alabanza a otro con intenciones de ser dios (Isaías 42:8), incluyendo a los modernistas, que enseñan que cada quien puede tener su propio dios. Nuestra responsabilidad como cristianos bíblicos fundamentales es la de no comprometer u opacar el carácter de Dios a través de alguna asociación, proyecto o actitud que no hace una absoluta distinción entre la justicia y el pecado. El rey Josafat tenía algo en común con el propósito mundano y el enemigo de Dios en Samaria, «amando a aquellos que odiaban al Señor» (II Cron. 19:2), el rey derribó esas paredes que hacían una distinción entre el pueblo de Dios y los enemigos de Dios. En I Reyes 22:44 al Rey Josafat se le recuerda como el que «hizo paz con el rey de Israel». Que ésta crítica nunca sea esculpida en la lápida de un cristiano bíblico fundamental.
El Escudo de la Fe
Nov. / Dic. 1993
Buena palabra