Escúchame, amigo: La belleza de la flor de cierto cactus resalta tanto porque sale de entre las espinas. Y no digamos nada de la blancura de la flor de loto que sale de en medio del barro del Nilo.
Tú puedes ser como la flor del cactus, del loto o de cualquier otra planta, si de tu alma brota la hermosura y perfume de una vida limpia.
¡Sé puro de cuerpo, muchacho! Una casa sucia demuestra desidia y desacredita a sus habitantes. El cuerpo es la casa de tu espíritu. Manténlo hermosamente limpio. Cuídalo sin mirarlo. Acostúmbrate al ejercicio; camina erguido y procura moverte con gracia y decisión. No olvides que el trabajo es el mejor de todos los ejercicios.
No fumes, pues transformarías tu cuerpo en una cocina ahumada: ¿no ves que no tienes chimenea por sobre tu cabeza? No bebas mucho ni poco; todo vicio comienza por algo; el primer trago o el primer cigarro puede ser la iniciación de la ruina de toda una vida. ¡Evítalo a tiempo!
Un templo es una casa sagrada que nos inspira respeto y recogimiento. Tu cuerpo es una casa, pero debe ser el templo de Dios. No lo profanes con nada indigno.
Sé puro en tu lenguaje, muchacho. Si por una vertiente sale agua sucia, ¿qué se puede pensar de la fuente de donde mana? No arruines tu reputación y buen nombre con conversaciones indecorosas, ni manches con ella vidas ajenas; «las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.» Es muy importante hablar gramaticalmente bien, pero más importante aún hablar decentemente. Puedes creerlo a pies juntillas: «la vida y la muerte están en poder de la lengua.» Así como puedes hacer mucho mal, ¡cuánto bien puedes derramar con una palabra buena y a tiempo!
Es torpeza de buey ignorante el dar coces contra el aguijón: eso hace el blasfemo, el perjuro, el calumniador, el soez y el mentiroso. Tú, muchacho, di, en cambio, una alabanza, un «sí» claro y veraz que no necesite juramento;
una palabra de aliento, dulce, enérgica, pero sonora como plata de buena ley. Sé dueño del barco de tu vida manejando diestramente el timón, que es tu lengua.
Sé puro de mente y corazón, muchacho. Lo que sucede allí dentro sólo lo conocen Dios y tú. Es por lo tanto tu más íntimo tesoro; ¡guárdalo de contaminación! Tu lengua será de plata si tu corazón es de oro. Lo que seas en tu corazón eso serás realmente tú. Sé puro íntimamente y lo conseguirás en las manifestaciones exteriores de tu
vida.
Sé puro, muchacho; puro de cuerpo, en tu lenguaje, de corazón y de mente. No me digas que todo esto es muy difícil. Ya lo sé yo también. Lo fácil es para cobardes y vencidos. Tú puedes vencer si buscas, si miras, si confías; si amas a Cristo el puro, el santo; ¿qué modelo más perfecto?, ¿qué ideal más grande?, ¿qué fuerza más potente que la
suya podrías encontrar?
¡Tienes una gran victoria por ganar! ¡¡Adelante, muchacho!!
El heraldo bautista, 1952