Texto: ¿Qué aprovechará al hombre si granjeare todo el mundo y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” Marcos 8:36, 37
He aquí un asunto de mucho interés para los jóvenes. Y para todos los hombres. No pocos son los que se hallan fastidiados de la vida, y fastidiados de pasar días monótonos y tristes. A veces llegan a los límites de la desesperación, y hasta a acariciar ideas de suicidio.
Este fenómeno se explica. Las almas acostumbradas a vivir sin aliciente alguno, llegan muy pronto a sentirse debilitadas por el ocio y carcomidas por la negligencia.
Y el resultado no hace esperar: hallan cansada la existencia y muy penosa la carga de pasar años y años sobre la tierra sin hacer nada de provecho para ellos ni para sus semejantes.
Esos hombres no viven; sino vegetan. Desaprovechan una existencia preciosa, viven una vida inútil, se aburren de andar entregados a la holganza pecaminosa y miserable; y las palabras del texto se dirigen a ellos para hacerlos pensar seriamente en su situación: y que cambien.
Se están perdiendo. Estas tres palabras pintan elocuentemente la condición de ellos.
Lo mejor de todo es llenar la vida con actividades provechosas, alegrarla con las delicias legítimas del trabajo y cultivarla en el esfuerzo de las cosas buenas y ennoblecedoras. Una máquina de vapor, abandonada en un camino liso y llano, teniendo las calderas llenas, el fuego ardiente, las válvulas y el regulador funcionando bien, y todas las piezas apretadas y aceitadas, no daría un solo paso, ni serviría absolutamente para nada. Sería un estorbo grande en el camino, una amenaza, un peligro, y nada más. Pero, si esa máquina se coloca sobre los raíles, entonces el resultado es distinto. Irá a donde quiera la mano del maquinista conducirla. Aquella fuerza así dominada y conquistada obedecerá dócilmente y será de provecho y de utilidad permanente.
Los jóvenes necesitan encausar bien sus energías si quieren hacer algo de provecho en el mundo. Joven: no estés desocupado, ni te dejes vencer por los arrebatos de tus pretensiones. Encarrila el elemento vigoroso de tu juventud, y llegarás a ser un hombre útil.
Moody observa que los hombres se dedican a proporcionar todo el bien posible a sus cuerpos: lo visten, lo bañan, lo pasean, lo acuestan en camas limpias y suaves, lo adornan y lo alimentan tres o cuatro veces por día. ¿Y todo para qué? Esos hombres tan cuidadosos de su cuerpo, tienen abandonada y sucia el alma, y la dejan sin cultivo y no le dan lo que ella necesita para desarrollarse. No la alimentan con la Palabra de Dios, no la sostienen con la oración, no la adornan con las virtudes cristianas, no la embellecen con la bondad, ni le dan reposo en la comunión con lo invisible y eterno… Si esas almas pudieran verse, causarían horror. Son las almas de los hombres que se están perdiendo. Dice Salomón que así como una tierra inculta produce cardos, el alma del perezoso produce vicios.
Y si cuidas tanto de tu cuerpo que pronto se va a convertir en polvo, de ese cuerpo flaco y de esa carne débil que mañana yacerá en la tumba y será pastos de inmundos gusanos, ¿por qué no tienes cuidado más bien de tu alma? El cuerpo muere y se reduce a inútiles despojos, pero el alma vivirá eternamente.
La vida es triste para ti, porque has perdido de vista la parte más noble y esencial de que Dios la ha dotado: el alma que te alienta. Pones más atención al cuerpo que envejece y muere, que al alma que es eterna como Dios.
Para el hombre triste y ocioso, vago, trasnochador, voluntarioso, disipado, débil y mundano la vida es triste también. Los placeres del mundo son pasajeros y dejan un sabor de muerte para muerte. Pero para el entusiasta y activo, para el fiel, el limpio, el sincero, el humilde, el bueno, la vida es alegre y tiene un sabor de vida para vida.
El mundo es tedioso y malo para los que son del mundo; pero es alegre para los buenos, porque saben pasarse los días de la existencia haciendo el bien y glorificando a Dios en todo.
Una niña y su madre estaban una vez en un jardín. La niña dijo que no le gustaban las flores que allí había, porque en todos las rosas había espinas … y la madre le dijo: «A mí me parece al contrario; pues me gustan estas flores, porque todas las espinas tienen rosas.»
Querido lector, medita en las palabras del texto: desprecia al mundo y aprende a amar a Jesús. No te dejes llevar por el engaño de los placeres pecaminosos, sino reconoce el valor preciosísimo de tu alma inmortal y busca el camino que te lleva a la vida eterna.
Puerto Rico Evangélico, 1918