Relatos de una dama evangelizando puerta por puerta en 1953 en California

Un grupo en nuestra iglesia (sin carácter denominacional y de espíritu evangelizador), observó en varias ocasiones, días apartados para la oración y el estudio de la Palabra. Nos reuníamos en la casa del pastor los sábados, o en un día festivo, y éramos dirigidos en nuestras meditaciones y períodos de oración por nuestro ministro, misioneros visitantes o destacados laicos cristianos. Uno de ellos contó sus experiencias yendo de puerta en puerta, repartiendo las buenas nuevas. Otros eventos ocurrieron durante este período que fortalecieron mi impresión de que aquí había una obra en el que muchos más miembros de iglesia deberían participar. Entonces, después de mucha reflexión y oración, le sugerí a un amigo que también lo intentáramos.

Mi amigo y yo comenzamos nuestra campaña de visitas puerta a puerta, con cierta inquietud al principio, pero ganando confianza al recordar que no éramos vendedores ambulantes ni agentes, sino embajadores del Rey de Reyes, y que los que rechazan el mensaje están firmando su propia orden de muerte eterna. Sin embargo, encontramos que la mayoría de las personas con las que contactamos estaban confundidas, con dudas, verdaderas ovejas sin pastor, y algunas veces nos topamos con “oro”.

Nuestro método de enfoque aún se encuentra en la etapa experimental, pero hemos descubierto que una presentación cálida y amistosa y una declaración simple y clara de nuestro propósito, casi sin excepción, fue recibida con una respuesta cortés. Vamos equipados con nuestras Biblias, cuadernos y tratados variados. Los cuadernos son muy útiles para anotar direcciones para la obra de seguimiento de cualquier tipo que sea necesario, para anotar peticiones de oración y datos que puedan resultar útiles en el futuro. Hay tratados para una multitud de propósitos: para niños, para el pueblo judío, tratados que convencen del pecado y la necesidad de un Salvador, y un número que trata con problemas específicos de los creyentes.

Cuando alguien responde a nuestra pregunta. «¿Has aceptado al Señor Jesucristo como tu Salvador? ¿Sabes que tienes vida eterna en él?» con la respuesta, «¡Por supuesto! he sido miembro de la iglesia — por años», nos apresuramos a explicar la diferencia entre la membresía ordinaria de la iglesia y la membresía en ese grupo de creyentes nacidos de nuevo que constituyen el cuerpo de Cristo. Los términos pueden ser sinónimos, pero no necesariamente. (Tales Escrituras como Juan 3:3, 16, 36; 2 Corintios 5:17; Isaías 52:5, 6; 1 Juan 1:12; Apocalipsis 3:20; 1 Pedro 2:24 pueden usarse para aclarar el punto). Si no se llega a una decisión definitiva durante la entrevista, dejamos un tratado que trata con la cuestión de si unirse o no a la iglesia lo convierte a uno en cristiano.

Otro enfoque que hemos probado y que provoca una reacción reflexiva es este: a la persona que abre la puerta, le decimos con una sonrisa agradable: «¡Buenos días! Estamos en los asuntos del Señor esta mañana…” O, «Somos obreros cristianos, y nos gustaría saber si nos respondería una pregunta».

«Bueno, lo intentaré. ¿Qué es lo que quieres saber?»

«Si usted conduciera por la avenida hoy y tuviera un accidente en el que perdiera la vida, ¿está seguro de dónde pasaría la eternidad?»

Para algunos esto puede parecer un método duro y sorprendente de lograr nuestro propósito, pero ¿somos más misericordiosos, concediendo que creemos lo que dice la Palabra de Dios, para permitir que estas mismas personas pierdan la vida y encuentren la puerta de la oportunidad cerrada para siempre? Primero habíamos oído de esta pregunta usada por un cristiano hebreo, un exitoso ganador de almas que conocimos, quien en el trato con su propia gente, sin fallar resultaba en una respuesta reflexiva y pareció abrir el camino al corazón del oyente. La pregunta en sí es clara en su significado y no permite malentendidos como a veces es el caso con otras preguntas. Los de la cienciología nos han asegurado que conocen a Cristo como su Salvador. Cuando se da una explicación adicional, las personas de esta creencia y grupos afines, a menudo se negarán a llevar más lejos la discusión.

¡Pero la emoción de «toparse con oro»! En una casa donde nos detuvimos un sábado por la mañana, nuestro saludo trajo la respuesta, «¿Por qué no entras y te sientas? La semana pasada recibí una carta de mi hermana. Dice que ha estado en una iglesia toda su vida y que recientemente ha llegado a conocer a Cristo como su Salvador; ha nacido de nuevo. Ahora dice que todo es diferente, y está tan feliz. Me gustaría tener lo que ella tiene». Pasamos una hora o más allí, mostrando a esta mujer que todos los hombres necesitan un Salvador. (Rom. 3:23; Ez. 18:4, 20; Jer. 17:9); que Cristo murió por los pecadores (1 Ped. 2:24; Rom. 5:8; Isa. 53:5, 6), y que Jesús espera entrar en el corazón penitente (Ap. 3:20; Sal. 34:18; 51:17). Se alegró de recibirlo y de tener paz en su corazón.

Una memoria extensa no es necesario

No hemos encontrado necesario tener una memoria prodigiosa de los pasajes de las Escrituras para llevar a las personas a Cristo. El uso de unos versículos bien seleccionados logrará el propósito, y hay muchos cristianos que tienen una gran cantidad de versículos guardados en sus mentes y que nunca o rara vez los usan. Una familiaridad más completa con la Palabra es obviamente deseable y más necesario cuando se involucra en una discusión, pero el hecho de no tener la educación de un seminario se usa con demasiada frecuencia como excusa para no hablarles a otros acerca de Cristo. Se ha dicho que cualquiera que haya recibido a Cristo como Salvador puede mostrarle a otro el camino hacia él.

Aquellos que poseen riquezas y todas las ventajas materiales a menudo sienten un vacío en sus vidas. Una mujer encantadora y agraciada, obviamente mundana y acomodada, nos confesó que Dios no era real para ella, aunque lo había buscado en muchas buenas obras como visitas al hospital y trabajo voluntario con la Cruz Roja. En el momento en que la visitamos, estaba estudiando con uno de los grupos populares, uno que la estaba enseñando a buscar dentro de sí misma la respuesta a sus problemas, a levantarse por sí misma, como dice el viejo refrán. Se estaba dando cuenta de la futilidad y el callejón sin salida de tal esfuerzo.

Efesios 2:8, 9 se usó para mostrarla la razón de su fracaso en alcanzar a Dios a través de las buenas obras; Romanos 3:10 y 23 para señalar su necesidad; Romanos 5:8 para demostrar la gracia de Dios al pecador; y Juan 3:16 y Apocalipsis 3:20 para aclarar cómo entra Cristo en el corazón. Ella lo recibió con alegría y se arrodilló con nosotros mientras agradecíamos a Dios por su maravilloso don y su maravillosa Palabra, y le pedíamos que hiciera su presencia muy real para ella, y oramos por su continuo crecimiento en la gracia.

Los perros han sido un verdadero problema para mí. Desde el día de mi niñez en que un perro pastor alemán saltó sobre mí desde el asiento trasero de un automóvil abierto, les tenía miedo, y uno tiene que encontrarse con perros de todo tipo en las visitas de casa en casa. Un día, mientras subíamos por un lado de la calle, vi que un perro pastor alemán del lado opuesto salía corriendo y ladraba ferozmente a todo lo que pasaba. A medida que nos acercábamos a él, tuve la tentación de dar un amplio rodeo. ¿Qué importa si evitamos una casa? Luego vino el pensamiento de que el Señor que nos había enviado a ocuparnos con su obra seguramente nos protegería en el desempeño de la misma. Habría otros perros. Ciertamente haría una diferencia en mi testimonio si los evitara a todos. Cuando nos acercábamos a la casa, un hombre pasó por el otro lado de la calle con un pequeño escocés con una correa. El perro grande estaba frenético, y el hombre le habló severamente. Para mi asombro, el monstruo regresó silenciosamente a su patio y comenzó a morder un hueso. Cuando pasamos por el camino, ni siquiera levantó la vista, por lo que di gracias al Señor.

En esta obra de visitación hemos encontrado a los oyentes más atentos entre el pueblo judío. A veces parecen argumentativos, pero es la búsqueda de mentes activas e inquisitivas que buscan una respuesta con autoridad. Pasamos la mayor parte de una mañana respondiendo las preguntas de un judío europeo culto que sufría del concepto erróneo, común a su pueblo, de que todos los gentiles son cristianos. La amargura que a menudo sienten hacia sus perseguidores a lo largo de los siglos se dirige, a través de este error, hacia los cristianos. Cuando le explicamos que nadie nace cristiano, sino que se convierte en hijo de Dios por un nuevo nacimiento, y que en Cristo todas las razas son una, empezó a ver la luz. La idea nunca se le había ocurrido antes.

Una judía hambrienta

En un edificio de apartamentos judío, encontramos a una mujer esperándonos al pie de las escaleras. Nos saludó diciendo: «Cuando los vi venir, me dije: ‘Esas deben ser las damas que dejaron esto debajo de mi puerta'». Levantó los folletos que nos habían dado permiso para dejar en cada apartamento. «Todos los de esta casa no estarían interesados», continuó, «pero leeré todo lo que pudieran darme. Me gustaría saber más al respecto». Explicamos que Jesús era el Mesías y el único Camino provisto por el cual el hombre descarriado podría venir a Dios. Ella tomó ansiosamente toda la literatura que le dimos, incluyendo un Nuevo Testamento de profecía, prometiendo leerlo.

Una atractiva muchacha judía, estudiante universitaria, comenzó asegurándonos con altivez que era atea, pero luego admitió su duda y su necesidad, cuando le fue dada la prueba de la Palabra.

En otro día de visita, lluvioso y frío que no parecía prometer mucho resultado, cuatro niños pequeños, dejados al cuidado de una anciana, pidieron al Señor que entrara en sus corazones.

Fruto extraño

A medida que hemos ido dando la Palabra, muchos han ofrecido aliento; algunos nos ofrecían dinero (que siempre rechazamos con la explicación de que el regalo de Dios es gratuito para todos), y se han ofrecido invitaciones a tomar el té y cosas por el estilo (casi siempre rechazadas porque nuestro tiempo es limitado y existe una fuerte tentación para desviarse). [Nota del traductor: Tal ofrecimiento no debe ser rechazado si fuera ofensivo dentro de su cultura o si uno siente que puede resultar en una puerta más abierta por aceptar la invitación.] Con una excepción notable, hemos sido recibidos cortésmente. La negativa bastante chocante que recuerdo con una sonrisa se produjo una mañana. Mi compañera y yo habíamos subido un tramo de escaleras desvencijadas en el exterior de la casa hasta el segundo piso y nos paramos en el porche frágil mientras tocábamos a la puerta. Fue respondido por una mujer de cabello blanco y aspecto infeliz, que esperó sombríamente a que «habláramos nuestra parte». Cuando la saludamos y comenzamos a explicar nuestro propósito, usando un versículo de las Escrituras, ella interrumpió con vehemencia: «¡No me cites la Biblia! Tengo ochenta y cinco años y he estado en la iglesia desde que tenía cinco años. ¡No me sorprendería si supiera un poco más sobre la Biblia que tú!” ¡Pum! Su portazo hizo que el porche temblara y nosotros con él. Mi compañera y yo nos miramos sin palabras. Me agaché para dejar un tratado en la puerta al despedirme, pero evidentemente nuestro amigo estaba mirando. La puerta se abrió tan rápido como se había cerrado, y ella reapareció para meter el tratado arrugado en mi mano. «¡Y tampoco quiero ninguno de tus papeles!» ¡Pum! Me temo que estábamos un poco cabizbajos mientras bajábamos por la escalera tambaleante, pero en ese momento el humor de la situación nos pegó y disfrutamos de una buena risa, preguntándonos qué iglesia había producido tal fruto. Recordé que uno de nuestros conferencistas misioneros nos había dicho cuán indispensable resultó ser el sentido de humor en el campo misionero, y también lo estábamos encontrando útil en nuestra obra.

En el tiempo comparativamente corto, cuestión de meses, en que hemos estado comprometidos en esta obra, lo hemos encontrado muy gratificante desde el punto de vista de la ayuda que hemos podido brindar, así como del interés mostrado y las decisiones tomadas—tanto más que dará «fruto para vida eterna».

Hay algunos requisitos esenciales para este tipo de obra para el Señor:

1. La vida del que testifica debe estar abierto a la dirección del Señor. Es decir, todo pecado conocido debe ser confesado para que haya un canal limpio a través del cual Dios pueda hablar al corazón de los demás.
2. Deben aprenderse bien varios pasajes de las Escrituras que tratan de la necesidad que tiene el hombre de un Salvador, la provisión de Dios de su único Hijo para esa necesidad, y la forma en que cada hombre puede comprender esta salvación. Es deseable una familiaridad completa con las Escrituras, pero se puede dar un testimonio con unos pocos versículos bien escogidos. «La exposición de tus palabras alumbra», nos dice la Biblia en Salmo 119:130, y «es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos» (Heb. 4:12) para hacer la obra.
3. Esta obra debe comenzar con oración, y la carga de oración aumentará a medida que crezca la obra y se aprendan las necesidades de las personas.
4. El embajador de Cristo debe presentar una apariencia agradable y considerada. Esto en sí mismo abrirá muchas puertas. Seguramente glorifica a Dios cuando sus representantes son bien vestidos y agradables.
5. Por último, pero ciertamente no menos importante, superar lo que algunos llaman «inercia voluntaria» y comenzar.

Si el tiempo es corto antes de que la iglesia sea quitada y el caos descienda sobre el mundo, como eminentes estudiosos de la Biblia parecen estar de acuerdo hoy en vista del rápido cumplimiento de la profecía, entonces aquellos de nosotros que hemos sido bien enseñados y que hemos heredado tanto a través de las grandes y preciosas promesas de Dios tienen una gran responsabilidad. A los del período de Laodicea, simbolizando la presente era de la iglesia, Jesús dijo: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apoc. 3:20). Para algunos de nosotros esto habla de un último esfuerzo impactante por parte de Dios para llegar a los corazones individuales.

Recordando cuán profunda era mi propia necesidad y también porque no estoy dispuesto a desechar la recompensa que puede ser mía, quisiera tener parte en esa cosecha de la que habló Jesús (Juan 4:35). Pero el campo nunca estará repleto. «Hay lugar para muchos, uno más», como dice un viejo canto. Y aquellos que entren a segar compartirán un maravilloso sentido de comunión con el Señor en su obra y traerán la paz de Dios a los corazones atribulados y escudriñadores.

Si nuestra patria ha de volver alguna vez a Dios, esta será una de las formas, o quizás pueda ser la principal.

Sunday School Times, 1953

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