Por qué proseguir en el ministerio

«…prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús. Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Filipenses 3:12-14).

Nuestro propósito es, en la actual circunstancia, reafirmar nuestra convicción de proseguir en el ministerio cristiano.

Comenzamos por recalcar la siguiente afirmación de Pablo, aplicándola al ministerio: «Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.» Al mismo tiempo recordamos su testimonio en cuanto a su concepto básico y propósitos personales frente al ministerio rendido. Dijo en Mileto:

«Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24).

Reconocemos, que hay otros ministerios o formas de servicio cristiano; pero en esta ocasión nos queremos referir a lo que los apóstoles llamaron en el Libro de los Hechos «el ministerio de la Palabra»; el ministerio integral; el ministerio ejercido directamente a través de la Iglesia, o en alguna de las tareas involucradas en el cumplimiento de su misión evangélica.

En una palabra, nos referimos al ministerio pastoral, o relacionado con él, de acuerdo a la vocación y los dones recibidos por cada uno.

Dando por sentado que hay quienes han sido llamados a este ministerio y lo siguen, o se preparan para ello, procuraremos expresar algunas razones de nuestra firme convicción y decisión de proseguir hacia la meta aún no alcanzada.

HAY QUE PROSEGUIR EN EL MINISTERIO PORQUE TIENE SU ORIGEN EN LA VOCACIÓN DIVINA:

con la misma seguridad con que creemos en otros ministerios o vocaciones generales, afirmamos la existencia de una vocación especial para la entrega de la vida para un servicio total.

Los apóstoles fueron llamados, no a pescar hombres, sino a ser pescadores de hombres. Eso significó según los evangelios que debieron dejar sus bienes — «dejando … las redes, le siguieron»—; debieron dejar sus familiares, los afectos — «dejando a su padre Zebedeo»—; debieron dejar su trabajo y el gremio — «dejando … los jornaleros» — y finalmente «dejando todo, le siguieron».

¿Cuál fue la experiencia de Pablo? En realidad no estaba en los planes de Saulo esa motivación para su vida; pero Dios cambió sus planes y lo llamó para ser su siervo. Su testimonio ante Agripa es elocuente de la comprensión que tuvo desde el principio de la misión que le fue encomendada. Afirmó que el Señor lo había llamado para ir a los gentiles con tres propósitos:

«PARA que abras sus ojos, PARA que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; PARA que reciban por la fe que es en mí perdón de pecados y herencia entre los santificados» (Hechos 26:18).

Lo que este hecho significó para su vida, él mismo lo expresó al comienzo de su Epístola a los Romanos:

«Pablo, SIERVO de Jesucristo, LLAMADO A SER apóstol, apartado para el evangelio de Dios.»

Es decir, que su vocación no era solamente para servir, sino para ser siervo. Así lo expresa D. T. Niles en su libro El Llamamiento del Predicador para Ser Siervo: El ministro no puede decir «estoy llamado a predicar», más bien debe aprender a decir: «yo estoy llamado a ser siervo de Jesucristo».

LA VOCACIÓN AL MINISTERIO ES UNA PRERROGATIVA DE DIOS.

El Señor dijo a sus discípulos: «Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.» Ellos podían orar, pero era sólo a Dios a quien le correspondía enviar.

De la misma manera, cuando Pablo dice que «somos embajadores en nombre de Cristo», daba por sentado un hecho semejante al de cualquier gobierno, que no sólo se reserva el derecho de nombrar a un representante sino también el de darle el mensaje que debe transmitir. Si es así, hay que proseguir en el ministerio para cumplir el mandato divino.

¿QUÉ ACTITUD ASUMIÓ PABLO DESPUES DE RECIBIR LA VOCACIÓN?

Siguió y prosiguió hasta el final. Desde el primer momento en que entró en Damasco hasta su segunda prisión en Roma, su ministerio fue un incesante seguir y proseguir sin tregua.

Prosiguió en la primera etapa de su marcha: Damasco, Jerusalén, Antioquía. Prosiguió en su segunda etapa en Asia: Cipre, Salamina, Antioquía, Iconio, Listra, Derbe, Perge, Panfilia. Prosiguió en su tercera etapa en Europa: Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas, Corinto.

¿Se detiene? No, prosigue a Galacia, Frigia, Efeso … y no hay descanso: hay que proseguir siempre más allá, Troas, Chipre, Mileto, Cesarea, Jerusalén.

Ahora está en la prisión: ¿Se detiene? No: testifica en Cesarea, a bordo, en Malta, ¡entra en Roma por la Vía Appia y se pudiera verlo marchando con la frente en alto y el pendón de la cruz desplegado!

Sigue en la pieza alquilada «predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo abiertamente y sin impedimento.»

Sale, finalmente, en libertad y prosigue la marcha por unos siete años realizándose lo dicho a los romanos: «Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con las palabras y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu Santo de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo» (Romanos 15:18, 19).

Y así el Apóstol prosigue por más de tres décadas pudiendo al final animar a Timoteo para que él también lo haga, diciéndole: «No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor …quien nos salvó y llamó con llamamiento santo» (2 Timoteo 1:8, 9).

¿Por qué, pues, proseguir? Porque Dios nos ha llamado, para este ministerio.

HAY QUE PROSEGUIR EN EL MINISTERIO PORQUE HACERLO ES UN IMPERATIVO IRRENUNCIABLE:

Se entra en el ministerio por un acto voluntario de entrega personal; pero en forma incondicional del que por ese hecho se transforma en obligatorio. Es, en realidad, la respuesta voluntaria a un llamado de Dios.

Vale la pena recordar el ejemplo de Alejandro Duff, continuador de la obra de Carey en la India. El describe así su vocación y respuesta: «Hubo un tiempo cuando no me importaba lo que pasara a los perdidos en que no me importaba lo que pasara a mi propia alma. Cuando por la gracia de Dios comencé a preocuparme por mi alma, empecé a preocuparme por el alma de los otros».

«En mi cuarto y de rodillas, oré al Señor: ¡Oh, Señor, tú sabes que no tengo oro ni plata para dar a tu causa; lo que tengo te doy; me ofrezco yo mismo: ¿aceptas mi ofrenda?»

Cuando tenía veinticuatro años de edad llegó a Calcuta y después de trabajar durante diecinueve años enfermó y debió volver a su patria. Sin embargo, prosiguió incesantemente trabajando a favor de la obra misionera en la India. Falleció a los sesenta y tres años después de un total de treinta y nueve años de servicio. Lo que había dado al Señor lo dio hasta el final.

Oswald Smith en su libro Pasión por las Almas, relata el siguiente episodio: «Hallándose enfermo, Duff volvió a Escocia, su tierra, para morir allí. Predicaba en una Asamblea General de la Iglesia Presbiteriana y al final, cuando comenzó a hacer un llamamiento a la obra misionera se desmayó en la plataforma. Un médico lo examinó:
—¿Dónde estoy? —exclamó.
—Estése quieto, su corazón está muy débil —le ordenó el médico.
—Tengo que terminar mi llamado, aún no he terminado.
—Estése quieto —insistió el médico.
Pero el gran luchador insistió y fue llevado de nuevo a la plataforma y el público se puso en pie, por su honor. Luego continuó así su llamado:
«Cuando la reina Victoria llama voluntarios para la India, centenares de jóvenes responden; pero cuando llama el Rey Jesús nadie acude.»
Luego de una pausa continuó:
—¿Es cierto —preguntó—, que Escocia ya no tiene hijos para darlos a la India? Luego de una pausa concluyó:
—Muy bien, entonces si Escocia no tiene jóvenes para enviar, anciano gastado como estoy, yo regresaré; y si no puedo predicar, me recostaré en las costas del Ganges y allí esperaré morir para que sepa la gente de la India que por lo menos hay un hombre que tiene interés suficiente por sus almas, y que está dispuesto a morir por ellos.»

Entonces uno tras otro se levantó un numeroso grupo de jóvenes y, después de la muerte de él, muchos fueron a la India.

POR ESO LA ENTREGA DE NOSOTROS MISMOS A DIOS PARA EL SERVICIO DEBE SER INCONDICIONAL: Donde y para lo que Dios quiera y por todo el tiempo que él quiera.

Recuerdo al gran batallador Pablo Besson, iniciador de la obra bautista en la Argentina, poniéndose en pie en una asamblea de la Asociación de Iglesias Bautistas de Buenos Aires, mientras se discutía el tema de la entrega para el servicio a Dios. Golpeando fuertemente con su bastón para recalcar cada sílaba decía que si se quería servir a Cristo había que entregarse: IN-CON-DI-CIO-NAL-MEN-TE.

Esas palabras dichas por el viejo luchador sonaban de manera muy particular.

El apóstol Pablo sintió fuertemente ese sentido de responsabilidad y de allí que afirmara: «Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme, porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de buena voluntad recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada» (1 Corintios 9:16, 17).

La verdad es que si se es fiel, después de la entrega no hay opción: no se trata de si me gusta o no me gusta esto o aquello, de si tengo ganas o no en un momento dado: ¡Debo hacerlo! Es la conciencia del deber y la voz de Dios lo que me obliga a proseguir sin cesar.

En el año 1916 se realizó en Panamá el Primer Congreso Latinoamericano que dio mucho que hablar. A continuación se hicieron Congresos Regionales, uno de los cuales tuvo lugar en Buenos Aires. Entre los miembros del Congreso que llagaron a la Argentina se hallaba un gran hombre de Dios, pastor de la Iglesia Presbiteriana en Brasil, doctor Alvaro Reis. Una plazoleta de Río de Janeiro lleva su nombre en reconocimiento de su gran obra.

En esta ocasión fue a predicar a la ciudad de La Plata. Un muchacho de dieciséis años quedó impresionado por la palabra fogosa de aquel hombre de presencia imponente y blanca barba. No recuerda nada del mensaje, salvo una frase que penetró como flecha de fuego en su corazón, precisamente en días en que se estaba preguntando qué haría con su vida. La frase fue: «América necesita hombres que como Pablo digan: ¡Hay de mí si no anunciare el evangelio!»

Ese muchacho pobre y débil, volvió a su casa y sin decir nada a nadie, de rodillas, dijo: «Sí», a un llamado que no podía venir sino de Dios. Lo hizo de la misma manera que un año antes había confiado en Cristo como su Salvador.

Después de cincuenta y seis años aquel muchacho está en esta ocasión delante de vosotros diciendo con sinceridad y convicción: «Olvidando ciertamente, lo que queda atrás, y extendiéndome hacia lo que está delante, prosigo a la meta …» ¡Dios sea loado!

ESTE SENTIMIENTO DE RESPONSABILIDAD INELUDIBLE LLEVA A PROSEGUIR PESE A TODAS LAS DIFICULTADES Y FLAQUEZAS. Porque hay muchas flaquezas y debilidades humanas, pues, «para estas cosas, ¿quién es suficiente?» (2 Corintios 2:16). Ese hecho lleva a Pablo a afirmar: «Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos» (2 Corintios 4:7-10).

Pero, gracias a Dios porque es posible agregar, «cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12:10).

Adolfo Monod dijo en sus «Sermones Escogidos»: «Reunid todo lo que tenéis de flaquezas; vuestra enfermedad física, vuestra ignorancia; vuestra inexperiencia, vuestra debilidad para concebir ideas, vuestra dificultad para aprender, todo lo que os abate y desalienta, y llevadlo a él para que os comunique la fuerza de Dios. ¡Fuertes por la fe, en vuestras flaquezas, tal como sois, mis jóvenes amigos!»

Esta sin igual paradoja hace que para ser siervo de Cristo se necesiten hombres y mujeres de valor y de resolución: valor y resolución que sólo pueden venir de Dios.

Recuerdo que hallándome en la ciudad de Providence, estado de Rhode Island, Estados Unidos, fui a visitar el museo donde se conservan recuerdos del que fue pastor de la Primera Iglesia Bautista, fundador de esta ciudad y luchador por la libertad religiosa. Aquel hombre de quien alguien dijo que nació con una tempestad en lugar de corazón.

En ese museo había en una vitrina un trozo de raíz de roble, sacado del lugar en que estaba la tumba de Rogerio Williams. Esa raíz seguía las curvas de la columna vertebral. La columna vertebral no se había amoldado a la raíz del roble, sino a la inversa. ¡Todo un símbolo!

¡Para proseguir fielmente en la causa de Cristo, pese a las debilidades humanas, hacen falta hombres con columna vertebral de acero y no de gelatina. Se necesitan hombres con el corazón bien puesto y una ardiente pasión por las almas, encendida por el Espíritu Santo.

HAY QUE PROSEGUIR EN EL MINISTERIO CRISTIANO PORQUE ESTÁ RESPALDADO POR EL PODER DIVINO:

Aquí es inevitable las Palabras de Pablo a los Romanos: «Así que en cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros que estáis en Roma. Porque no me avergüenzo del evangelio porque es Poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:15, 16).

Pablo con el evangelio hizo frente al poder de la teocracia judía representada por el Sanedrín y la Sinagoga; al poder de la cultura griega representada por los filósofos de Atenas; al poder de la idolatría pagana representada por la diosa Diana; al poder de las costumbres corrompidas, de una sociedad que se desmoronaba representada por Corinto …

Ahora quiere proseguir yendo «también a Roma», la cual representaba el centro del mayor poder de sus días; el mayor poder militar con sus legiones que habían avasallado a los pueblos; con el poder de sus leyes que establecieron las bases del derecho; con el poder del placer incontrolado: representado por el circo y las bacanales. Él va a ir con otro poder mayor: el poder del evangelio que finalmente conquistaría y transformaría al imperio.

¿Qué es lo que lo impulsa a proseguir? El «poder de Dios para salvación a todo aquel que cree.» Ese poder era Dios irrumpiendo en la historia a través de su Hijo; es la acción divina operando en el hombre y en la humanidad; es la misma «mano fuerte y brazo poderoso»; es el instrumento puesto por el omnipotente en las manos de sus siervos.

Hay que proseguir, pues, en el mundo actual; porque en otras circunstancias y en diferentes formas el hombre y el mundo son iguales en su esencia, y siguen necesitando este mensaje de Dios. Veamos:

Hay que proseguir frente a las dudas y a la confusión que siembran teólogos presuntuosos, que parecen los eternos inadaptados a la verdad revelada. Frente a ellos el ministro cristiano debe proseguir aferrándose a la Palabra de Dios.

Hay que proseguir frente al desarrollo estupendo de la técnica y del progreso humano. El ministro de Cristo debiera cuidarse de esos mensajes que dedican veinticinco minutos a cuestiones de actualidad, o a extasiarse con los reales adelantos científicos, endiosando la técnica con exposiciones que después de todo cualquiera de los oyentes podría leer en un artículo de Selecciones del Reader’s Digest, y dedican luego los últimos cinco minutos para una conclusión del evangelio. No podemos olvidar que vaya o no el hombre a la Luna o a Marte, eso no cambia su situación espiritual delante de Dios.

Hay que proseguir en el ministerio pese a los problemas y las teorías sociales y políticas del mundo de hoy, no olvidando que «nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador…» (Filipenses 3:20).

Damos por sentado que el ministerio cristiano puede desentenderse de los problemas y necesidades humanos; pero tampoco puede enredarse en la defensa de sistemas sociales y políticos cuyas bases y métodos están reñidos con los principios de amor y redención del evangelio.

El evangelio habla de un «nuevo hombre» y de un «nuevo mundo» bajo la soberanía de Dios y el reinado de Jesucristo. No estamos oponiéndonos a utilizar nuevos métodos de trabajo; pero sí nos oponemos al hecho de renegar de los principios fundamentales de la fe que predicamos.

HAY QUE PROSEGUIR EN EL MINISTERIO PARA QUE SE REALICEN LOS PROPÓSITOS REDENTORES Y DE RECONCILIACIÓN DE DIOS:

Pablo afirma en la Epístola a los Corintios que «somos colaboradores de Dios» (1 Corintios 3:9).

Hay que proseguir, por lo tanto, en el ministerio para proclamar el mensaje de redención y reconciliación de Dios para con el hombre. ¡Necesitamos seguir predicando Juan 3:16!

Mientras haya en el mundo desorden, dolores, odios, confusión, hambre, violencia; mientras la juventud, y aquellos que no son jóvenes pero que con el propósito de adularla o congraciarse con ella, insisten como asunto primordial de la motivación de la vida en las expresiones sexuales y en valores de una crítica negativa ante la sociedad, olvidando el valor integral del hombre y su perspectiva eterna; mientras haya rebelión contra Dios; en una palabra: mientras haya pecado y un pródigo lejos del Padre, hay que proseguir con este ministerio de la redención.

Hay que proseguir en el ministerio para que se cumplan los propósitos que Dios tiene de redención y de reconciliación del hombre para con el hombre.

En el evangelio este ministerio se cumple esencialmente en y a través de la iglesia. De allí la excelencia del ministerio pastoral sobre otras formas del servicio cristiano.

Dentro de la iglesia este ministerio se realiza por medio del amor fraternal, fruto del amor de Dios. Cristo dijo a sus discípulos que les daba un nuevo mandamiento: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado» (Juan 13:34). El antiguo mandamiento decía: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19:18).

La fraternidad cambió de centro. En el mandamiento de la ley, el hombre era la medida para el amor a otro hombre. En el evangelio la medida es Cristo: «como yo os he amado». El amor tiene una nueva dimensión y, por lo tanto un nuevo sentido y un nuevo alcance.

Este hecho marca la diferencia que debiera existir en el servicio cristiano a la comunidad entre el ministro cristiano y simplemente un hombre de buena voluntad. Más aún: en el caso de Pedro después de la resurrección, Jesús le preguntó: «¿Me amas?» A su respuesta positiva le respondió: «Apacienta mis ovejas.» Su ministerio se basaba de esa manera en el amor de Cristo y a Cristo, y el apacentar con amor al rebaño sería consecuencia y no causa del servicio.

Indudablemente es necesario, para no desvalorizar el ministerio cristiano, cuidarse de la secularización del mismo. Actualmente se están vulgarizando más y más infinidad de movimientos altamente altruistas de servicio a la comunidad; pero con los cuales la vocación ministerial no puede conformarse, porque no logran sustituir la misión redentora integral de la iglesia.

Para mencionar solamente alguno de esos movimientos altruistas en el orden social y cultural recordemos a los siguientes clubes: el Club de los Rotarios, Club de Leones, Juventud para la Comprensión, Cuerpos de Paz y Voluntarios o Cooperadores de toda índole, etcétera, etcétera.

Si Dios no pide a alguien más que eso, bien hará en efectuarlo; pero si hemos entregado toda nuestra vida para el ministerio de la redención y reconciliación con Dios, no podrá conformarse.

Desde este punto de vista no podemos olvidar la parábola de El Buen Samaritano no es la base esencial del ministerio cristiano, sino su consecuencia (Lucas 9:25-37). Esta parábola expresa la realización del segundo mandamiento de la ley: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y fue la respuesta directa a la pregunta: «¿quién es mi prójimo?» Pero el primer mandamiento, «amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento» (Marcos 12:30). Por lo tanto, es la respuesta básica a la pregunta: ¿qué debo hacer para tener vida eterna?»

Sin Dios, y sin este mandamiento, no hay verdadero ministerio de reconciliación.

Es en la iglesia donde es posible realizar el verdadero amor y espíritu de reconciliación y cooperación entre los hombres más distintos.

Recuerdo haber visto en el Parque María Luisa, en la ciudad de Sevilla, una placa de bronce colocada sobre un muro en homenaje a los comediógrafos Álvarez Quintero, dos hermanos que firmaron juntos todas sus obras. En dicha placa hay dos barcos navegando a toda vela y debajo esta leyenda: «Un mismo viento impulsaba a ambas barquillas».

¡En la iglesia no hay sino muchos hombres de distintos estratos sociales, culturas y nacionalidades, pueden navegar juntos en la «nave evangelista», impulsados por el mismo viento del Espíritu Santo, y navegar mar adentro en respuesta al S.O.S. del perdido pecador que navega en el mar agitado de la vida!

En resumen, creemos que debemos proseguir en el ministerio porque creemos en la necesidad de la proclamación del amor de Dios y en la realidad de la obra de Cristo, en y por medio de la iglesia, a través del poder del Espíritu Santo.

Por eso creemos que mientras haya hombres y mujeres que se entreguen en las manos de Dios, los divinos propósitos redentores se cumplirán a través del ministerio de ellos, y un día veremos a Dios en su trono y a Jesucristo a su diestra recibiendo la alabanza de los redimidos.

CONCLUIMOS diciendo que Dios necesita hombres y mujeres que se inicien, sigan y prosigan en el ministerio. Hombres y mujeres que respondan incondicionalmente a un doble llamado: al llamado de un mundo necesitado que clama «pasa y ayúdanos», y al llamado de Dios: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» (Isaías 6:8).

Que haya aquí y AHORA quien responda: «Heme aquí, envíame a mí», y que inicie y prosiga la marcha.

Por fin nos atrevemos a hacer una paráfrasis de la poesía de Lord Chesterton en la hermosa traducción castellana de Báez Camargo. Se refiere al griego Feidípides, quien ante el desembarco de Darío en su patria y no consiguiendo refuerzos hizo frente a un centenar de miles de soldados persas invasores, con sólo diez mil hombres, y luego de haber vencido arrojando su espada y su coraza corrió doscientos diez estadios —cuarenta y un kilómetros— para llegar a Atenas y gritar antes de caer muerto: ¡Victoria! ¡EL TRIUNFO ES NUESTRO!

He aquí nuestra paráfrasis donde el ministerio aún
prosigue la marcha:

¿Cómo va la carrera, portador del mensaje?
La carrera prosigue y la santa causa avanza.
A la meta fijada aún yo no he llegado.
¡Corre tú adelante y prosigue la marcha!
¿Cómo va la carrera, portador del mensaje?
Sólo importa una cosa: que el mensaje de Cristo
Cual antorcha divina siga siempre adelante.
Tú no mires mi vida; dejo atrás el pasado:
Miro sólo adelante. Corre tú con la antorcha.
Eres joven y fuerte. No hagas caso
De una vida ofrendada en la lucha.
Sólo importa una cosa—¡Que el mensaje de Cristo
Siga siempre adelante!

El Pastor Evangélico, 1971

Mensaje pronunciado en noviembre de 1970, en el Acto de Clausura del año lectivo del Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, con motivo de retirarse del mismo, después de cuarenta y un años como Profesor, y durante ellos cuatro años como Rector y nueve como Capellán.

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