“Echa sobre Jehová tu carga, y él le sustentará, no dejará para siempre caído al justo”. Sal. 55:22
Salmo tormentoso es este, en que abunda la amenaza, la indignación, el temor y el dolor. La tempestad llega hasta los confines de mi texto. En él apenas hay un momento pasajero de reposo en la violencia del pensamiento y del sentimiento. El peregrino acosado y aterrorizado queda bajo la luz vivificadora de la confianza, y el corazón se tranquiliza en aquella paz momentánea.
En sus primeros desbordamientos, el salmista busca el alivio de su carga, en la fuga. “Quién me diese alas como de paloma! volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos”. Y nosotros conocemos esa inclinación. Sabemos perfectamente que en momentos críticos, cuando buscamos la manera de deshacernos de alguno de nuestros trabajos, quisiéramos hacer lo mismo. “Dejaré todo por la paz; ¡abandonaré!” Semejante fuga es infructuosa generalmente. Nos llevamos la carga con nosotros, Más adelante la tendremos sobre nosotros nuevamente.
Sin embargo, hay algunas cargas en las cuales el refugio de la fuga resultará ser una defensa espléndida. “Huye de los deseos juveniles”. En casos como éste, la fuga es el único remedio. Hay algunos ambientes en las cuales inevitablemente se irritan e inflaman los deseos perversos. Nuestro único refugio es huir. Huid de todo aquello que pueda alimentar el mal deseo. Si tenéis predisposición a ser febril, apasionado, voluptuoso, huid de lo que inflama. Huid de los libros pornográficos. Abandonad las compañías inflamatorias. Huid, huid. “Huid de toda idolatría”. No toméis parte ni por un momento en ningún templo en que se adoren ídolos. No os sentéis en el templo de Mammon. Jamás juguéis con máximas mundanas. No penséis que hay seguridad en aceptar mundanalidades parciales, o en moderados compromisos. Para sufrir contagio, no necesitamos usar la indumentaria entera de aquel a quien aflige el sarampión. ¡Un listoncito es suficiente! Y si nosotros damos nuestras espaldas al mundo y a Mammon, más retenemos y abrazamos algo mundanal, seremos apreciados como seguidores de los dioses falsos.
Pero la mayoría de las cargas no pueden ser alejadas por medio de la fuga. En la fuga ellas serán nuestras inseparables compañeras. No tenemos más recursos que echarlas sobre Dios. ¿Y qué pasa con ellas cuando las depositamos en Dios? Algunas desaparecerán al descargalas sobre El. Al decirlas se evaporarán; Si tomáis un espejo ligeramente empañado con vapor y lo lleváis a un lugar donde hay sol, la película que lo empeñaba se evaporará violentamente y el espejo quedará limpio. Hay algunas cargas que dejan perplejo el espíritu, y que enturbian su horizonte, que cuando las mostramos al Señor, desaparecen como la niebla matutina cuando sale el sol. Permitidme que os mencione dos o tres:
La carga del temor. ¿Qué cosa es esta carga si no la falta de seguridad? La depresión nace de la falta de certeza. El alma se mueve con temor porque no siente la presencia de Dios. La falta de seguridad engendra la ansiedad, el temor y la angustia. Ahora, esta es una de las cargas que se evaporan simplemente al presentarlas. El temor es siempre el compañero de la poca fe. El Maestro nos lo dijo en esta sentencia pequeña y significativa: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” La medida de la fe da la medida del temor. Si tenemos poca fe, tendremos gran temor. Si tenemos fe triunfante, el temor queda abolido. “El amor perfecto echa fuera el temor”. Cuando hablamos al Señor, la confianza vuelve, nuestra fe despierta, nuestro amor revive y el corazón entra en calma. Pon tu carga sobre Cristo y, cuando estés haciéndolo, desaparecerá.
La carga de la perplejidad. Aquí tenemos otra carga que frecuentemente desaparece al describirla. Si nosotros la llevamos a Dios, aun cuando no desaparezca por completo en seguida, se debilitará tanto, que ya no nos abatirá con tanta fuerza. Tendremos libertad de movimiento.
Es una experiencia hermosa en la vida de los santos el que frecuentemente al llevar sus cargas al Señor, encontraron al hacer su oración, el remedio de su carga. La atmósfera de la devoción es favorable a las revelaciones, y las visiones se multiplican cuando las almas están de rodillas. “Pensaré pues para saber esto: es a mis ojos trabajo, hasta que venido he al Santuario de Dios. … El llevó sus perplejidades a la presencia de Dios, las consideró en la atmósfera de su santuario y el dolor y la carga se alejaron “En tu luz veremos luz”.
La carga de la culpabilidad. Ningún hombre puede reverente y arrepentido llevar esta carga a Dios sin perderla. Ella se va al decirla. “Padre, ya no soy digno de ser llamado tu hijo. …” “Traed los mejores vestidos”. La confesión de la indignidad filial no había sido terminada de expresar, cuando el Padre pidió que le dieran los vestidos de la salvación restaurada. “Yo vi en mi sueño que tan pronto como Cristiano vino a la Cruz, su carga resbaló de su hombro, y cayó de sus espaldas”. “Pon tu carga sobre Dios”.
Y sin embargo, hay algunas cargas que no son removidas ni aun cuando las pongamos en Jehová. No se evaporan al decirlas. ¿Hay algún otro ministerio de gracia del Señor? Sí; cuando la carga permanece, el que la lleva será fortalecido. “Me es dado un aguijón en mi carne…” —dice el apóstol Pablo. “Por lo cual tres veces he rogado al Señor, que se quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia”. Llevó su carga a Dios y le pidió se la quitara. Es cierto que Dios no removió la carga, pero le dio más fuerzas. Después, ved lo que dice: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis flaquezas”.
Así es como obra Dios. Permite a veces que algunas cargas permanezcan en nosotros. Tal vez la carga es un deber desagradable; quizás es un defecto físico; quizás será alguna labor muy mal pagada que es ruda y que consume. ¿Qué hará el Señor entonces? “El te sostendrá”. El Señor ayudará al que lleva carga. Hará crecer tu fortaleza, y, de este modo, en realidad, disminuirá la carga. La palabra “sostendrá” es magnífica palabra de consuelo. Nos cuidará el Señor como si fuéramos niñitos, El será nuestro Dios maternal, y El nos mostrará el cariño de la madre. La palabra sugiere también la provisión de alimento. El nos sustentará. El nos dará del pan de vida. Aumentará nuestra vitalidad. El logrará que nuestras facultades se despierten y estén más vivas y más exuberantes. Por último, encuentro en la palabra “sostendrá” otro significado: “soportará”. El me llevará si es necesario. “Sostenme!” clama uno de los salmistas. La palabra indica uno de los hermosos ministerios de Dios. Nosotros hemos visto a los hijos mayores llevando del brazo a la madre débil o enferma. ¡Con cuánto amor la llevan! Es un servicio bondadoso que ilustra la manera en que el Señor ayuda. “El está a tu mano derecha”.
La palabra concluyente de mi texto tiende a elevar la seguridad del salmista a la paz absoluta de la certeza. “No dejará para siempre caído al justo”. La vida sostenida por Dios, poseída e inspirada por Dios, será librada de toda incertidumbre. Por una parte, no desmayará ante la amenaza; por la otra, no la desquiciará ninguna mágica fascinación. Continuará por su sendero sin que nada la detenga. El camino será recto, el paso firme y el andar seguro. La Biblia exalta en su proclamación de lo magnífico, el “caminar” confiado del que se acompaña de Dios. El tal no camina como el que va sobre lodo, receloso, sino al igual que aquel que avanza sobre roca, firme. Esto es lo que nos da la compañía de Dios. Los hombres se libertan del temor, de la inconstancia y de la debilidad. Sus corazones se iluminan y se llenan de valor, y la carga más pesada se aligera. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre caído al justo”.
El Faro, 1918