Para el mundano, la vida cristiana parece ser ascetismo en lo extremo o, como se dice, puritano. Para el creyente nuevo la vida cristiana es lo ideal. Es su anhelo llegar a este nivel pero parece difícil si no imposible.
Mientras que maduramos y ganamos la victoria sobre la carne lo que una vez era ascetismo llega a ser cada vez nuestro estilo de vida. Él ya no más se siente restringido porque hay muchas cosas que él no puede hacer. Es que él tiene más ganas de hacer lo recto y bueno.
Hay los que van al extremo con el ascetismo. Al extremo derecho encontramos el ermitaño que se niega todo lo que le da placer. Por ningún lado en la Biblia dice que todo placer es pecado. Al contrario, el Salmo 16:11 dice “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo, delicias a tu diestra para siempre”.
A su vez, debemos tomar en cuenta el hecho de que únicamente el hecho de que hay placer en algo no significa que está bien para mí.
Las siguientes son algunas pistas para distinguir entre placer pecaminoso y placer legítimo:
- Si lo que me da placer resulta en pena para los en mi alrededor, está mal.
- ¿Perjudicará mi salud y bienestar?
- ¿Está prohibido por la Palabra de Dios?
- ¿Exige demasiado de mi tiempo o dinero?
- ¿Tengo que hacerlo en secreto?
- ¿Perderé el respeto de los que me aman si lo hago?
A veces otros sufren cuando hacemos lo que es recto y bueno. Puede ser porque ellos prefieren que quedemos con ellos en su estilo de vida pecaminosa. En la gran mayoría de los casos, si alguien sufre por causa de lo que hemos hecho o dicho es porque hemos hecho mal.
Entonces, mis hermanos, debemos hacer caso a lo que leemos en I Tesalonicenses 5:15, 21-22: “Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno los unos para con otros, y para con todos. Examinadlo todo; retened lo bueno, absteneos de toda especie de mal”.