Cristo fue acusado de pervertir a la nación y prohibir rendir homenaje a César. Un cargo doble, lo cual era una mentira doble (Mat. 22:21). Siempre se descubren como mentirosos los que buscan una causa para condenar a Cristo. Notemos:
I. El privilegio de Pilato. “Levantándose entonces toda la muchedumbre de ellos, llevaron a Jesús a Pilato” (Luc. 23:1). Ningún hombre puede ser el mismo después de haber sido puesto cara a cara con el Hijo salvador de Dios. Es un alto honor y un acto misericordioso que Jesús haya sido llevado ante nosotros, pero ¿cuáles serán los asuntos de nuestro caso?
II. La pregunta de Pilato. “Entonces Pilato le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Y respondiéndole él, dijo: Tú lo dices” (Luc. 23:3). A esta pregunta directa, Jesús le da una respuesta clara y enfática de que Pilato podría, si le importara, sentir la gran responsabilidad de su posición actual. “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”, dijo el principado “hombre de dolores” (Jn. 18:36). “¿Qué pensáis de Cristo?” ¿Tenemos alguna duda en cuanto a su carácter real?
III. La confesión de Pilato. “Y Pilato dijo a los principales sacerdotes, y a la gente: Ningún delito hallo en este hombre” (Luc. 23:4). El reto que Cristo lanzó en la primera parte de su ministerio aún permanece sin respuesta en su desafío santo, “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Jn. 8:46). Jamás se encontrará engaño en su boca. No hay roca como nuestra Roca, incluso cuando los enemigos mismos, como Pilato, son testigos. Los infieles de todas las edades se han visto obligados a hacer la misma confesión. Cristo no podría ser un sacrificio aceptable por nuestros pecados si hubiera alguna mancha en él.
IV. La evasión de Pilato. “Le remitió a Herodes” (Luc. 23:7). Se hubiese contentado si Herodes pudiera aliviarlo de tomar una decisión final sobre Jesucristo; pero ningún hombre pudo salvarle de esto; ¡Así que el Señor fue devuelto a él magníficamente vestido en ropaje real en burla! Ya no podemos evadir esta gran pregunta: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” (Mat. 27:22). Él todavía está ante nosotros como el “despreciado y desechado entre los hombres”, esperando la decisión de nuestros corazones. Nadie puede tomar esta decisión por nosotros.
V. La propuesta de Pilato. “Le soltaré, pues, después de castigarle” (Luc. 23:16). ¡Qué sugerencia tan cobarde! Lo castigará como si fuera culpable para complacer a la gente, y lo liberará para acomodar su propia conciencia. ¡Seguramente tal conducta traiciona “tal contradicción de pecadores” (Heb. 12:3)! Pilato estaba dispuesto a librar a Jesús en vez del homicida Barrabás, pero “toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!” (Luc. 23:18). Así lo quisieron, porque el mundo “ama lo suyo”. “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Luc. 16:13).
VI. La decisión de Pilato. “Entonces Pilato sentenció que se hiciese lo que ellos pedían; y les soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a quien habían pedido; y entregó a Jesús a la voluntad de ellos” (Luc. 23:24-25). Ellos quisieron su muerte, aunque Dios no desea que nadie perezca: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). Hubiera sido mejor para Pilato y para nosotros que nunca hubiéramos nacido que imponer una sentencia como esta. ¿No ha entregado Dios, a través del ofrecimiento de su evangelio, a Jesús a tu voluntad? ¿Cuál es tu sentencia? “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” (Mat. 27:22) ¿Lo rechazarás o lo recibirás? (Jn. 1:12).