«Para que sean uno, así como nosotros somos uno» (Juan 17:22). Este es el versículo que citan con más frecuencia aquellas personas que tratan de promover el movimiento ecuménico. Y aun cuando, en el presente, en este movimiento cada denominación mantiene su propia identidad, el fin primordial de los católicos romanos así como de los protestantes, se inclina a que haya un mundo, y una iglesia. Sin embargo, se debe notar que estos dos grupos tienen ideas completamente diferentes con respecto a cómo alcanzar esta meta.
¿Pero pidió Jesús en oración realmente esto? Para principiar, digamos que cuando Jesús pronunció esta oración había antagonismo entre los discípulos; pero no había denominaciones como las conocemos. Así que, interpretar esta oración de esa manera, es leerla aplicándola a una situación que no existía en el primer siglo. Si nos ponemos a pensar según lo que concernía a los discípulos, preguntamos: ¿Quiso decir Jesús que debían estar unidos en una unión orgánica exterior sin una unidad espiritual interna? La verdad fue enteramente lo contrario.
¿Cómo eran y son uno Jesús y el Padre? Con seguridad que ellos no perdieron ni pierden su identidad; o la revelación cristiana es mentira. El hecho es que eran uno en esencia: ser, amor, voluntad, obra y compañerismo. Pero eran dos en la manifestación exterior. Eran «El Padre … el Hijo» (Juan 14:13).
Aplicando esto a los discípulos, ellos no perdieron su identidad al ser uno en Cristo. En Juan 17:21 Jesús oró: «Para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros.» Aquí vemos, otra vez, esa unidad misteriosa, y sin embargo, la distinción de Padre e Hijo. No era una fusión sino una unión lo que pedía Jesús. Y era una unión que fue hecha posible por los discípulos porque habían encontrado primero una unidad con Dios en Cristo.
«Para que sean perfectos en unidad» es la meta en verdad (Juan 17:23). Pero el movimiento en esa dirección debe principiar no tratando de remover las diferencias exteriores: Debe principiar con la unidad de la fe en Dios en Cristo. Esta unidad debe abarcar no solamente a la Persona sino a su obra redentora también. El decir que algunos de los elementos de la revelación cristiana son de poca importancia, es decir que nada es importante. ¿Quién ha de decidir lo que es importante o lo que no lo es? No hay ningún principio de esta revelación que sea de poca importancia en forma y en significado.
El único lugar donde podemos principiar es en el Nuevo Testamento abierto. Digamos lo que éste dice, Y dejémonos guiar por sus enseñanzas. Mientras haya diferencias en entendimiento e interpretaciones, no puede haber unión en el sentido verdadero de la palabra. Pero puede haber unidad en esencia, en fe, en amor, en fraternidad y en propósito. Somos diferentes en personalidad; pero uno en espíritu. Podemos hablar la verdad en amor, según sintamos el deseo de interpretar la verdad. Por tanto «para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí» (Juan 17:22, 23). Jesús oró pidiendo unidad espiritual, no unión corporativa.
El Pastor Evangélico, 1967