Heb. 13:17 Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso.
El Dr. J. M. Pendleton, en su Manual de la Iglesia, empieza la sección que trata de la autoridad del pastor con estas palabras: «Todas las cosas terrenales están expuestas al abuso, y aquella característica del gobierno congregacional eclesiástico que pone a todos los miembros en igualdad para tratar de los asuntos de negocio ha sido permitido, por lo menos en algunos casos, de disminuir el respeto debido a los pastores». El asunto de la autoridad pastoral merece un estudio más cuidadoso de que haya recibido entre nosotros, y nos conviene tanto a los pastores como a los miembros pensar con claridad en la relación que mutuamente existe entre el pastor y la Iglesia que él sirve. ¿Cuáles son las atribuciones del que desempeña el puesto del pastor? El nuevo testamento es nuestra fuente de luz sobre estas preguntas.
Hay dos grupos de pasajes en el Nuevo Testamento que deben considerarse al tratar de la relación del pastor a su iglesia. Tomemos algunos del primer grupo. «Mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la Iglesia del Señor, la cual ganó por su sangre». (Hechos 20:28). «Y os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros y os presiden en el Señor, y os amonestan: y que los tengáis en mucha estima por amor de su obra». (1 Tes. 5:12-13). «Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la Palabra de Dios; la fe de los cuales imitad, considerando cual haya sido el éxito de su conducta». «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como aquellos que han de dar cuenta». (Hebreos 13:7, 17). «Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, teniendo cuidado de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino de un ánimo pronto; y no como teniendo señorío sobre las heredades del Señor, sino siendo dechados de la grey». (1 Pedro 5:3).
Uno no puede leer estos textos sin reconocer una cierta autoridad que ellos otorgan a nuestros pastores, la cual no pertenece a los demás miembros. Esta no tiene que ser una autoridad ilimitada o arbitraria, ni aun meramente oficial, y más adelante esperamos mostrar las líneas principales que caracterizan esta autoridad pastoral. Pero aquí sólo diremos que el desempeño fiel de los deberes del pastor exigen que el pastor sea reconocido como el caudillo legítimo de la iglesia en toda su obra, y sea respetado «por causa de su obra».
El segundo grupo de textos dan otros aspectos de la relación del pastor a su iglesia, el cual deberá ponerse al lado de su autoridad, siendo de igual importancia con ésta y en un sentido profundo la base de ella. «Me he hecho siervo de todos por ganar a más». (1 Cor. 9:19). «Porque no nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo, el Señor; y nosotros vuestros siervos por Jesús». (2 Cor. 4:5). «De cierto, de cierto os digo: el siervo no es mayor que su señor, ni el apóstol es mayor que el que le envió». (Juan 23:16).
Si el primer grupo de textos enseñan que el pastor tiene cierta autoridad legítima como obispo de la grey, estas otras enseñan que él también tiene ciertas relaciones con su iglesia como el siervo principal de ella.
El pastor, pues, es a la vez obispo y ministro, maestro y siervo, príncipe y esclavo, por decirlo así. No hay conflicto ninguno entre estos dos aspectos de su relación pastoral, aunque aparentemente lo hay; son más bien relaciones complementarias y armoniosas en sí, y deben recordarse siempre tanto por el pastor como por la iglesia. Males resultan cuando estos dos aspectos no están guardados con el énfasis que a ellos les corresponde. Por ejemplo, si el pastor siempre se fija en la autoridad que le corresponde a su oficio, y se olvida del servicio que el siervo de la iglesia debe rendir, sin duda él hallará dificultades en lograr que la iglesia reconozca su autoridad. Por otra parte, si la iglesia siempre piensa que su pastor es sólo un sirviente, empleado por ella y responsable sólo a ella, y no reconoce que él también es el dirigente legítimo de ella, luego él será reducido a servidumbre, y no existirá el respeto que le es debido a él como pastor.
Un pastor de larga experiencia da esta excelente observación que viene al paso presente. Dice: «El hecho de que un pastor recibe su oficio por la acción voluntaria de la iglesia, imparte al puesto una delicadeza y sensibilidad peculiar. La elección de él encierra la sanción de su carácter, el reconocimiento de su valor, y el deseo de tener sus servicios. Al mismo tiempo él debe comprender que su elección le viene por causa de ciertos servicios que se espera que él haga, y los haga de una manera que sean aceptables a la iglesia». Para mantener este mutuo respeto y confianza y recordar la relación doble que existe al pastor, no hemos visto mejor regla que la que un conferencista dio en una serie de discursos dictados a los estudiantes del Seminario Teológico Bautista del Sur. Él dijo: «Señalo como regla excelente que el pastor deberá magnificar principalmente su posición como siervo, y que la iglesia, con igual cordialidad deberá magnificar la autoridad de él como obispo. Cuanto que esto sea cumplido fielmente, puede asegurarse que la paz y felicidad abundarán en la iglesia».
¿En qué consiste la autoridad que el Nuevo Testamento da al pastor, y como pensaremos de el que está a la cabeza de la obra de la iglesia? Vimos que el pastor, según las Escrituras, tiene un doble papel que desempeñar en sus relaciones con la iglesia; es obispo y al mismo tiempo ministro, maestro y a la vez siervo de ella. Luego podemos ir a una regla general y decir que, en vez de haber un conflicto entre estos dos aspectos de su obra, existe en realidad una armonía perfecta, y que la autoridad del pastor le viene por medio del servicio que él hace. El camino de la soberanía es para él camino de servicio.
1. Negativamente, no se debe pensar que la autoridad del pastor es inherente en el oficio. No es meramente una autoridad oficial. No le viene por medio de las manos que le consagran a la obra pastoral. Al contrario, es, en gran parte, un logro, una realización que él gana después de ocupar el puesto de pastor, y la gana por medio de sus actuaciones en este oficio.
Es mala fortuna para el pastor cuando no entendiera esto bien, y se imaginara que su autoridad reside en el oficio, y creyera que el poder del obispo es inherente identificado con el obispado, y por el solo hecho de que él ocupa el puesto, tuviera el pleno derecho de ejercer el poder. Pero no es de esperar, a lo menos no debemos esperarlo o desearlo entre los bautistas, que cristianos inteligentes reciban pasivamente la idea de que ellos deberán someterse a la autoridad de cierto hombre, solamente porque él ocupa el oficio pastoral de su iglesia. Será difícil hacerles creer que sea su deber seguir a un hombre impropio solo porque él ocupa el puesto de ser pastor. Este concepto de seguir ciegamente a los oficiales superiores eclesiásticos puede ser apropiado a la iglesia romana, en donde nació y haya su más perfecta realización. Pero «obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos» aunque sí, reconoce la autoridad apropiada del pastor, no puede significar una ciega resignación por parte de todos los miembros a los deseos de su pastor cuando sean indignos o caprichosos. Examinando el pasaje en que se encuentran estas palabras, también vemos que la obediencia que se requiere de los miembros es limitada por el servicio espiritual del pastor. Y aunque el debido ejercicio de autoridad pastoral es necesario al bienestar espiritual de la iglesia, el pastor debe cuidarse de asumir poder que no le corresponde lícitamente. El pasaje en 1 Pedro 5:3 pone de manifiesto estos límites del señorío del que está a la cabeza de la obra de una iglesia.
Si el pastor no es fundamentalmente sano en doctrina, si a él le faltan la sobriedad, la cortesía y la dignidad, o si él es obstinado e irrazonable en su trato con los miembros, no ha de esperar que goce de la lealtad de ellos o que ejerza eficazmente las funciones pastorales de su iglesia. El pastor ha de demostrarse digno del oficio antes de poder ejercer autoridad pastoral en la iglesia.
2. En breve, la autoridad del pastor le viene por medio de consagración al servicio de su iglesia y por medio de preparación que él tiene para ese servicio. No hay cosa alguna que da al pastor tanta influencia en su iglesia como la completa consagración a la obra del Señor. Sobre todo, el pastor debe vivir en los corazones de sus miembros; ellos deben tener completa confianza en él, y él debe ser entronado en sus afectos y amor. Esto significa la única verdadera autoridad pastoral, y es lo fundamental. Si ha logrado esto, no debe tener cuidado que ellos no le respetaran, o no responderán a los planes que sugiera para el adelanto de la iglesia.
Pero además de la congregación debida a la obra, se exige una preparación adecuada de él que espera gozar de la debida autoridad pastoral. Esto también en conformidad con los requisitos que dan las Escrituras, 1 Timoteo 3:1-7. No significa que el pastor sea la persona más ricamente dotada intelectualmente; no, porque sucede muchas veces que los ministros del evangelio pastorean a sus superiores intelectuales con éxito. Esto sí; pero el pastor debe poseer superiores conocimientos de la Biblia y de la obra de la iglesia organizada en todos sus diversos ramos. Nadie deberá sobrepasar al pastor en su entendimiento de la Palabra del Señor. Esto no significa tampoco que él tiene que ser un maestro infalible. Dejemos al Papa pretenderse infalible y decir que una cosa es verdad porque él dice que lo es; pero el verdadero ministro cristiano poseerá conocimientos de la verdad y la verdad hablará porque es verdad, y no necesitará fingirse un maestro inerrante.
El que nos puede enseñar siempre es nuestro maestro y también lo es en materia religiosa. El pastor para ejercer su autoridad pastoral ha de ser poderoso en las Escrituras; es decir, ha de tener profundo entendimiento de ellas y ha de ser capaz de enseñarlas a otros. El sencillo hecho de que sus miembros reconocen su capacidad como maestro en la enseñanza de la Palabra de Dios le dará una autoridad que ninguna autoridad oficial le pueda conferir.
Pablo dice a Timoteo: «Si alguno apetece obispado, buena obra desea». Sí, no existe obra comparable en dignidad e importancia con la del pastor cristiano; pero es OBRA. No debemos olvidarnos de esto. Es obra de preparación de mente y de corazón; es obra de amor sacrificial y de consagración. Debemos reconocer esto y honrar a nuestros pastores por causa de su obra. El verdadero pastor no espera mejor recompensa que esto; que sus miembros lo amén y le presten pronta cooperación en la obra que él procura realizar entre ellos.
Acordémonos de la sabia regla que citamos el mes pasado de un pastor que ha gozado de éxito excepcional. «Señalo como regla excelente, que el pastor deberá magnificar principalmente su posición como siervo, y que la iglesia con igual cordialidad deberá magnificar la autoridad de él como obispo. Cuando esto sea cumplido fielmente, puede asegurarse que la paz y felicidad abundarán en la iglesia».
La Voz Bautista
Julio-agosto, 1929