Ahora conozco en parte; más entonces conoceré cómo soy conocido. 1 Corintios 13:12
¿Nos conoceremos en el cielo? La poesía, la filosofía y la revelación dicen, «si». Aún los poetas y filósofos paganos esperaban encontrar y conocer a sus amigos en el mundo futuro. Homero, en su Odisea, representa a Ulises como reconociendo a su madre en el mundo de los espíritus. Virgilio representa a Eneas en una visita al mundo del espíritu reconociendo y siendo reconocido por los amigos que encuentra. Sócrates en su defensa ante los jueces, dijo: «¿quién no partiría con una gran cantidad a comprar una entrevista con Orfeo, Hesíodo y Homero? Si es verdad que esta sea la consecuencia de la muerte, me alegraría de morir a menudo. ¡Qué placer será vivir con Palmedes y otros que sufrieron injustamente, y comparar mi suerte con la suya! ¡Qué inconcebible felicidad será conversar en otro mundo con Sísifo y Ulises, tanto más cuando que los que habitan ese mundo no morirán más!»
Una esperanza universal
Cicerón hace eco a la misma esperanza en las palabras: «Por mi parte, me siento transportado con la impaciencia más ardiente para reunirme a la sociedad de mis dos amigos ausentes, cuyo carácter respeté en gran manera, y cuyas personas amé sinceramente. No se confina mi vivo deseo a aquellas excelentes personas con las que estuve anteriormente en relación. Deseo ardientemente visitar aquellas celebridades de cuya honorable conducta he oído y leído tanto, cuyas virtudes yo mismo he conmemorado en algunos de mis escritos. Voy avanzando con rapidez hacia esa gloriosa asamblea; y no volvería atrás en mi viaje, ni con la condición asegurada de que mi futuro, como el de Pelias, pudiera ser recobrado otra vez».
Los indios americanos salvajes enterraban con sus jefes a sus esposas, perros y flechas porque pensaban los necesitarían en el campo feliz de la caza. El mismo motivo animaba al quemar a la viuda del hindú en la pira funeral de su marido. El rey de Dahomey y acostumbraba enviar mensajes a sus amigos ausentes murmurándolos en el oído de un sujeto a quien inmediatamente mandaba cortar la cabeza. Cuando un rey de Guinea moría, miles de súbditos eran matados para que le sirvieran en el mundo del espíritu. ¿Qué podemos aprender de las opiniones de los cultos poetas paganos y de las costumbres de los salvajes ignorantes? Simple y enfáticamente esto: La creencia en un reconocimiento futuro es tan universal como la creencia en la inmortalidad, y esta esperanza universal, basada en la religión natural, aunque asociada con mucho malo, es una presunción poderosa, si no prueba, en favor de la pretensión de que nos conoceremos en el cielo. Hay un sentido en el cual la voz del pueblo es la voz de Dios. Él no daría semejante esperanza universal sólo para dejarla fallida.
Rayos precursores de vida inmortal
Pasamos ahora por este vestíbulo de la filosofía y la política al templo sagrado de la revelación. ¿Qué dice las Escrituras? El texto es una declaración positiva de que nos conoceremos en el cielo. Una hermosa metástasis sería: «Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré completamente como yo seré completamente conocido» (1 Cor. 13:12). Enseña sin duda que nos conoceremos mejor en el cielo que la tierra. Aquí nuestro conocimiento es parcial; allá será completo. La carne es un velo que cubre el alma y oculta mucho de la vista. La limitación del lenguaje humano nos impide revelar lo que hay en nuestro interior a nuestros amigos más íntimos. Un medio mejor de comunicación asegurará mayor conocimiento. Y puede ser que nuestro espíritu cuando quede libre de la carne, podrá discernir otro espíritu en un sentido que nunca hubiéramos comprendido. Es bueno que nuestras almas no vivan en casas de vidrio, porque muchas cosas de lo superior de nuestro ser que otros no deben ver. Pero cuando hayamos alcanzado el carácter celestial, no habrá razón para ocultarlas. Estímulo, imaginación, deseo, disposición, temperamento, estarán a la vista de todo el mundo, porque serán tales que Dios mismo las apruebe y su publicidad hará a cualquiera santo y feliz. Cuando alguno haya llegado a la perfección de ser y vivir en la tierra, de tal modo que pueda conceder a otros que conozcan lo que hay dentro de él y en su derredor, es porque está en el patio anterior al cielo.
Este conocimiento completo que cada cual tendrá, prevendrá toda mal interpretación y hará del cielo un lugar mucho más agradable para vivir, que aún la misma tierra.
En segundo lugar, la declaración positiva del texto es confirmado por cinco consideraciones:
1. La inmortalidad del alma lleva consigo el reconocimiento mutuo en el cielo. Aprendemos de la parábola del hombre rico y Lázaro que la memoria vive después de la muerte, y si ésta se conserva, no podemos olvidar los rasgos mentales, morales y espirituales de nuestros amigos. Los discípulos reconocieron a Moisés y a Elías en el monte de la transfiguración cuando los oyeron platicar con Jesús. Después de pasar nuestra vida estudiando los Salmos ¿no reconoceremos a David en el cielo si le oímos hablar? ¿No tenemos en sus epístolas el corazón y la mente de Pablo y no le conoceremos por medio de ellos? ¿No crees que reconoceremos al mismo Pablo en el cielo? Una esposa preguntó a un escocés agonizante, «¿me conocerás en el cielo¿» y él respondió, «crees, querida, que tendré menos sentido en el cielo que aquí?» Imaginación, razón, conciencia, gusto y amor son partes del alma inmortal, y si se niega el reconocimiento, habrá que borrarlos para siempre. Cuando hayáis hecho eso, entonces no habrá alma que conozca.
La inmortalidad del amor
El distinguido predicador doctor Gregg, en su sermón «las ocupaciones de la vida celestial», dice con certeza: «el amor humano fue hecho para la eternidad». Contrastad el amor humano con el amor del animal y veréis esto. La madre del animal ama a su cría hasta que es capaz de cuidar de sí misma, y entonces cesa la afección natural. No sucede así con la madre humana. Estará encorvada bajo el peso de los 90 años y tendrá un hijo de más de 60, y sin embargo ese primer amor natural en lugar de cesar, parece que crece más fuerte y es cordialmente correspondido. ¿Por qué es esto? Porque estos amores son tan inmortales como el alma». Yo vi hace un mes algo de este amor maternal, cuando pasé un mes con mi madre del otro lado de los Alleghanies. Ella tiene ahora 77 años. Cuando mi partida estaba cerca, vino y me dijo: «Hijo, creo que no he hecho otra cosa que llorar desde que estás aquí; pero no pienses que no me alegra de verte. Mis lágrimas no son de tristeza, sino que todas ellas son lágrimas de amor y de gozo». No necesitaba decírmelo; yo lo conocía por la manera como pronunciaba la palabra «hijo» y por el número de veces que me llamó así.
2. El cielo nos ha sido revelado como un lugar social. Lázaro en el seno de Abraham significa comunión, y una comunión sin reconocimiento, es casi inconcebible. Jesús define el cielo como «la casa de nuestro Padre», y pensad en una familia de hijos en la casa de su padre totalmente extraños unos a otros. Esto es imposible. Pablo habla de «toda la familia en los cielos y en la tierra». Aunque perdamos nuestras relaciones carnales en el cielo, continuará todo lazo espiritual. Si yo fuera allá hoy, creo que reuniría a los miembros glorificados de mi iglesia, para adorar y platicar juntos de Cristo y su bondad para con nosotros.
Sin embargo, algunas buenas gentes, rehúsan creer en el reconocimiento celestial porque declaran que serían desgraciados para siempre los que supieran que una persona que amaran no estaba allí. Pero esto no ayuda a resolver el caso, porque si ninguno fuera reconocido, quedaría la duda por toda la eternidad de si se había salvado. Si me falta mi amigo más querido en el cielo, estaré cierto de dos cosas: (1) Dios está justificado porque ha hecho todo lo que su amor y poder infinito pudieran hacer por un agente moral libre para salvarlo en el cielo; (2) es menos desdichado donde esté que lo que sería en el cielo, no estando preparado para el lugar. Si yo tuviera el poder de hacer que alguno de vosotros sirviera a Dios como los santos glorificados le sirven, os pondría en un infierno sobre la tierra. Eludís una reunión de oración y avivamiento como evitaríais a un leproso, y no sentís gusto por el servicio santo y espiritual. Compeleros a vivir como lo hacéis entre gente que no ama el pecado, sería daros la experiencia de una cadena de presidiarios.
Nuestros nombres escritos en el cielo
3. Nuestros nombres están escritos en el cielo. «Empero no os regocijéis de esto» dijo Jesús, «de que los espíritus se os sujeten; más entonces regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos». El nombre subsiste por la persona. Éste le representa y no otra cosa. Le señala como un individuo distinto de los demás individuos. Y esta Escritura nos enseña que somos conocidos en el cielo antes que lleguemos allá. ¿Dejaremos de ser reconocidos al llegar? Habrá un nuevo nombre dado a los que vencieren, conocido sólo a Dios y al que lo recibe (Rev. 2:17); pero ese nombre no implica que la personalidad será destruida. Aún aquí hay una relación sagrada entre cada uno de nosotros y Dios, que solamente Dios y nosotros entendemos completamente, sin que por eso se nos evite que nos conozcamos unos a otros. «La asamblea general y la iglesia del primogénito que se encuentran escritos en el cielo», todos estarán allí y contestarán cuando se pase lista, conociéndonos completamente unos a otros.
4. El gozo del cielo será aumentado por la presencia de nuestros amigos. Al escribir a los tesalonicenses pregunta Pablo, «¿cuál es nuestra esperanza, gozo, o corona de que me gloríe? ¿no lo sois pues vosotros delante del Señor nuestro Jesucristo en su venida?» Pablo mira con placer hacia la venida de Cristo porque entre otras cosas, espera ver a los tesalonicenses convertidos entre los salvados, y que se le permitirá presentarlos a Jesús como trofeos de su gracia. ¿Cómo se podría regocijar en ellos delante de Cristo si no los conocía? Y si pasamos a 2 Corintios 1:14, veréis que el apóstol espera un reconocimiento mutuo: «Como también en parte nos habéis reconocido que somos vuestra gloria, como también vosotros sois la nuestra, en el día del Señor Jesús». Éste «día del Señor Jesús» es el día feliz, cuando se revelará en gloria, y Pablo se consuela con la reflexión de que sus corintios conversos se regocijarán mutuamente en aquel día. Por supuesto debe haber reconocimiento mutuo para que haya gozo mutuo. Días felices serán para el fiel pastor y el pueblo amante cuando, en la presencia del Rey en su belleza, se encontrarán y regocijarán juntos al pagar tributo a su Salvador. Jesús exhorta a sus discípulos, «Haceos amigos de las riquezas de maldad, para que cuando faltaréis, os reciban en las moradas eternas». En otras palabras, usad de tal manera vuestro dinero que hagáis a los hombres amigos vuestros por convertirlos en cristianos, y así tendréis amigos que van adelante para daros la bienvenida cuando arribéis a las puertas del cielo. Tal recibimiento no será posible sin el reconocimiento.
El cuerpo espiritual y glorificado
5. Nuestro Señor Jesús entre su resurrección y su ascensión fue las primicias de la vida después de la resurrección, y sus amigos le reconocieron, aunque en una ocasión sus ojos fueron detenidos para que no le conocieran. No estaba ya sujeto a la ley natural. Aparecía y desaparecía a voluntad. El cuerpo físico glorificado estaba completamente bajo la dirección del Espíritu. No había necesidad de animales que transportaran el cuerpo. Simplemente quería, y su cuerpo pasaba a través de las puertas cerradas. Y sin embargo, su personalidad no se había perdido. Los dos discípulos en Emmaus le reconocieron como el mismo Jesús que habían conocido, por el simple hecho de partir el pan. María reconoció su voz. Tomás vio de una ojeada a su Señor y su Dios. Y como ellos conocieron a Jesús después de su resurrección en su cuerpo glorificado, así nos conoceremos nosotros y nuestros cuerpos glorificados.
«Gozo infinito será contemplar
todos los seres que aquí tanto amé.
Más la presencia de Cristo gozar
¡por las edades mi gloria será!»
El Faro, 1913