Según las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, «la sangre de Cristo derramada en la cruz sólo tuvo eficacia cuando corría por las venas de él en los treinta y tres años de su vida terrenal, y nada más». Los espiritistas, comentando la expiación, añaden: «No hay valor expiatorio en la sangre de Cristo. Jesús era un judío entusiasta por la religión, y murió prematuramente».
El Russelismo (estudiantes de la Biblia), razonando sobre la misma doctrina, alegan: «que el rescate dado por Cristo no puede garantizar la vida eterna, porque la vida de un hombre puede darse una sola vez para salvar la vida de otro hombre, pero nada más de uno solo. Así la expiación sirve sólo para Adán».
La Teosofía asienta «que un ser ordinario tiene que pasar por ochocientas encarnaciones, para poder limpiarse completamente del pecado». El sistema del Mormonismo dice: «Cristo murió para expiar los pecados de Adán solamente. La redención del pecado no puede obtenerse sino mediante la obediencia completa a los requerimientos de la Iglesia Mormona».
Los Sabatistas o Adventistas del Séptimo Día, arguyen «que Cristo no expidió el pecado enteramente. El que ha de pagar por nuestras culpas es el diablo. Cuando el Señor ascendió presentó su sangre a su Padre, como ruego en favor de los creyentes, pero los pecados de ellos no se borraron sino hasta el año 1844. En esa fecha Cristo entró en el santuario, para investigar los pecados de los hombres. Los pecados de los que se arrepientan serán echados sobre el diablo, que es el autor del pecado. Este maligno será culpado de todo el mal».
El Romanismo no presta gran atención a esta doctrina, sino que enseña que «la misa, que es un santo sacrificio incruento» (sin sangre), puede satisfacer a Dios, quien perdonará al pecador y le dará entrada en los cielos».
El Modernismo o Liberalismo dice: «Cada hombre debe obrar su propia expiación. La religión que habla de ‘sangre’ es las religión de la Edad Media. Este evangelio de que otro pague por nosotros es el eco de un dogma ya gastado. ¿Cómo pudo Dios exigir el sacrificio de su Hijo sin sentirse libre de perdonar a sus delincuentes criaturas?»
En contra de las herejías de estos siete espíritus inmundos, tenemos en la Biblia el corazón de la verdad clara y purísima. «Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso». Dice en las Escrituras: «La sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado». El mismo Señor dijo: «Mi sangre, que es derramada para remisión de pecados». (Mateo 25:28). «Nos lavó de nuestros pecados en su propia sangre». (Revelación 1:5 y 6). «Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados». (Heb. 9:22). «La sangre hace expiación por el alma». (Lev. 17:11). «No sin sangre».
Nuestras palabras pueden ser leídas por muchos creyentes que son molestados e inquietados constantemente por falsos maestros, que van de casa en casa anunciando las doctrinas de mormón, el russelismo, el sabatismo, o cualesquiera de las otras formas de impiedad que hoy enseñan con ahínco los asalariados del mal. Nuestra voz de alarma es la misma del apóstol. «Guardaos de los falsos enseñadores». «Mirad que no seáis engañados, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: yo soy el Cristo… No vayáis en pos de ellos». (Lucas 21:8, etc.).
Cristo sabía que estas falsas doctrinas habrían de circular en los últimos tiempos, y nos hace la advertencia para que no nos dejemos engañar, cayendo en las redes del error. Todos esos falsos sistemas se presentan en el nombre santo de la religión, y dicen que ellos son la verdad. «Yo soy el Cristo». Pero Cristo nos advierte: «No vayáis en pos de ellos». Son de todo punto contrarios a la verdad, porque se oponen a ella, niegan la Escritura, y la tuercen para su propia condenación.
Se debe aprender y creer con la más absoluta seguridad que la expiación de Cristo, consumada en la cruz, nos da pleno derecho a ser llamados hijos de Dios. El castigo fue para él, y para nosotros el perdón; la amargura fue para él, y para nosotros la victoria; la agonía fue suya, y con ella compró la dicha eterna para los que le aman; y suyos fueron los azotes, las burlas, el vinagre y hiel, las maldiciones, las espinas, la lanzada, los insultos, llevando sobre sí nuestros pecados pagó el precio de nuestro rescate, y para nosotros es el bálsamo de la consolación, la miel de su gracia, las bendiciones de su misericordia, la corona de gloria y la herencia de la vida eterna.
España Evangélica, 1926