Nunca había presenciado el mundo una reversión de valores tan grande como ahora; las cosas que valen menos se cotizan a precios elevados; las cosas que valen más han perdido significación. Lo primitivo vuelve a ocupar el primer plano de la vida, y lo que hay de más noble en el hombre se desprecia por los aventureros que se han adueñado de los destinos del mundo. La frivolidad y la superficialidad son cosa corriente, y hay pereza mental y hay anemia de esfuerzo creador. Todas las manifestaciones más altas en la vida han sido pervertidas, y aquellos que nos identifican con la selva han sido aceptado sin escrúpulos.
Las formas clásicas del arte se deforman sin consideración y en pintura como en música estamos presenciando, y escuchando trazos y sonidos que nos recuerdan rasgos de los hombres primitivos y estremecimiento de epilépticos. Los arreglos que se hacen de las obras inmortales de la música, son una verdadera profanación de la belleza, y sin embargo, el aire va lleno de estridencias que son la resurrección de las viejas tribus africanas, y que las gentes aceptan como algo que viene a llenar a la manera perfecta el vacío de sus vidas.
Estamos viviendo una época de fuerzas demoniacas que han enloquecido a los hombres; esta es la hora de la destrucción. No solamente ciudades enteras están en escombros sino que algo más vital está en escombros también. No solamente estamos presenciando horrorizados la destrucción de cosas, sino que asistimos al espectáculo trágico de la destrucción de vidas, y lo que es peor, al espectáculo bárbaro de la destrucción del espíritu del hombre.
El hombre vale en razón del Estado; los interés más caros están supeditados a la maquinaría calculadora, fríamente calculadora del Estado. El lema que adopta otrora el Fascismo: “Todo para el Estado, todo dentro del Estado, nada fuera del Estado”, es en lema que muchos en países llamados democráticos practican y acarician sin confesarlo. El hombre se convierte así en una mera unidad biológica en un mero engranaje de una maquinaria monstruosa.
Hay una urgencia suprema de esfuerzos vigorosos para volver a la vida a la normalidad; la vida va girando fuera de su centro, y si queremos evitar la destrucción total, tenemos que volverla a su centro. Los valores eternos tienen que ser primero, porque son los más únicos valores que han hecho posible a través de las generaciones, el desarrollo de las virtudes más nobles de los pueblos.
Tenemos que estar en guardia en contra de los membretes y de las etiquetas falsas; el contenido no siempre responde a la etiqueta exterior, ni la etiqueta exterior corresponde siempre al contenido; manos criminales pueden cambiar en cualquier momento etiquetas y contenido. Puede ser que la etiqueta nos indique que el fracaso es un dulce inofensivo, cuando en realidad se trate de veneno. Tenemos que distinguir entre las perlas falsas y las verdaderas, entre las monedas legales y las falsificadas.
Esta hora reclama una varonilidad digna, porque la empresa que tenemos que acometer como es la construcción de un mundo nuevo, es empresa para hombres cabales en su integridad. La tarea del mundo de hoy es para hombres de visión. No podemos construir el mundo de mañana sobre los escombros y las ruinas de nuestro mundo; tenemos que hacer a un lado escombros y ruinas y echar cimientos nuevos, porque lo cierto es que la vida se ha desintegrado desde los cimientos mismos.
En la construcción del mundo de mañana los valores espirituales son de importancia básica, tenemos que volvernos a Cristo; la humanidad tiene que iniciar su retorno a Cristo. Hemos de cuidar, sin embargo, que el retorno sea al Cristo de los Evangelios. No al Cristo deformado por la Teología; no al Cristo pendiente de los altares, no al Cristo encerrado en urnas de cristal; no al Cristo de los ritos y de las formas, no al Cristo anémico de los lienzos, y de las escrituras, no al Cristo filosófico, no al Cristo socialista, no al Cristo taumaturgo, no al Cristo matizado de tal o cual ideología, sino al Cristo viviente de los Evangelios, al Cristo redentor sin mixtificaciones, al Cristo que remueve en la vida y que infunde frescura a la vida; al Cristo que sabe revolucionar la vida entera y que deja trazos vigorosos e imprime huella honda donde quiera que pasa y se le deja hacer. Hay que emprender el retorno al Cristo que sabe entender los problemas de los hombres; no los problemas que tienen que ver con la hora de la muerte, sino los problemas que tienen que ver con los minutos de cada día mientras vamos moviéndonos por el mundo. El reino de Dios que Cristo quiere que extendamos por el mundo con él, es un reino que principia aquí y ahora, es un reino que abarca los problemas humanos y que los resuelve.
Los hombres han ensayado y puesto en ejecución muchas veces sus propias teorías y sus propias soluciones. Hasta ahora, los hombres han fracasado. Los hombres tienen que atreverse a ensayar la solución cristiana, vale decir, la solución de Cristo, antes de afirmar a la ligera que los ideales cristianos son impracticables en un mundo como el nuestro. Nadie que ha tomado en serio a Cristo se puede expresar en este modo, porque la solución cristiana es la solución normal de la vida. Lo que Cristo hizo fue ajustarse a la vida y sus normas, por tanto, no son imposibles.
Que los ideales de Cristo tienen que chocar con intereses demasiados arraigados, es una verdad indiscutible. Así ha sucedido desde el siglo primero. Pero Él se abrió camino entonces, se sigue abriendo camino ahora. Lo que necesitamos es tomar en serio a Cristo, y no llevar Su nombre como bandera religiosa.
–Heraldo Cristiano