Texto: «…Dios no hace acepción de personas, sino que de cualquiera nación que le teme y obra justicia, se agrada» (Hechos 10:34, 35).
Hechos 10:9-16, 34, 35; 17:24-28
Uno de los primeros problemas que se presentó a la iglesia primitiva fue el de las razas. Los judíos se creían una raza superior, de tal suerte que hasta los mismos cristianos y apóstoles pensaban que los gentiles que creían en Cristo tendrían que hacerse judíos mediante la circuncisión antes de poderles recibir en la iglesia. La conclusión a que llegó Pedro, como es revelada en el Texto Aureo, no le era fácil.
Todavía, hasta el día de hoy, el problema racial es agudo en muchas partes del mundo, y aún ha tenido su influencia en la presente guerra.
l. El camino de Cristo se abre para los gentiles, Hechos 10:9-16.
Aunque el Señor Jesús había dicho claramente que sus seguidores debieran llevar su evangelio a todo el mundo, éstos parecían bien dispuestos a mantenerlo dentro de los límites del judaísmo; el espíritu exclusivista estaba muy arraigado en ellos. Para sacarle a Pedro de esa actitud, Dios tuvo que darle una visión tres veces. Y quizás para algunos de los demás haya sido más difícil aún.
Cornelio era romano piadoso, centurión a cargo de las tropas de ocupación en Cesarea. Mientras estaba orando, el Señor le apareció y le dijo que mandara buscar a Simón Pedro en Joppe, quien le indicaría lo que le convenía hacer. A la vez, le dio a Pedro una revelación de algo como un gran lienzo bajado del cielo en que había de todas clases de animales, incluso de las clases que, según la Ley de Moisés, era lícito para los israelitas comer. Tan arraigada
estaba en Pedro esa idea del Antiguo Pacto, que estuvo dispuesto a argüir con el Señor sobre el particular.
Por fin, el apóstol comprendió lo que le quiso decir Dios, y recibió a los mensajeros de Cornelio y pasaron la noche con él, lo cual antes él nunca habría permitido, pues los judíos tenían nada de relaciones sociales con los gentiles.
Al día siguiente, partió con ellos a Cesarea, llevando consigo a seis de los hermanos de Joppe como testigos de la obra de Dios, cuando él fuese llamado a cuentas por predicar a los gentiles. Pedro ya vislumbraba lo que Dios quiso indicar con el llamamiento de gentiles, pero sabía que sus compañeros en Jerusalén no lo iban a comprender.
2. Sin acepción de persona, Hechos 10:34, 35.
Cuando Pedro y sus colegas entraron a la casa de Cornelio, éste había reunido un buen grupo de personas para escuchar la predicación de Pedro. El apóstol se levantó y expresó el gran descubrimiento que había hecho: que Dios no mira la raza, ni el rango social, ni el puesto económico o político, sino únicamente el alma que está dispuesta a recibir la Palabra de Dios.
Es una lección que todavía se necesita aprender. Dios no reconoce razas privilegiadas; todas tienen una contribución que hacer a la humanidad. Ante el Padre celestial somos todos iguales.
3. De una sangre, Hechos 17:24-28.
Cuando Pablo en Atenas predicó su famoso sermón en el Areópago, les recordó a los atenienses que un solo Dios hizo todo el mundo y las cosas contenidas en él. Desde luego, no es de esperar que un Ser así haga distinción de sus criaturas. A cada nación le ha fijado los límites geográficos y también límites de reinado en cuanto a tiempo (v. 26). Los mundanos se preguntan qué raza. ha de dominar a los demás, pero Dios dice que El tiene la administración en sus propias manos, y que todas las razas, proveyendo de una sola, han de vivir en armonía y paz, cada una contribuyendo al bienestar de las demás.
Dios es uno, y sus criaturas también son uno, muy en especial cuando se unen en el común Salvador alrededor de una sola cruz del Calvario.
La Voz Bautista, octubre de 1944