Mateo 5:5 dice que los mansos son bienaventurados. El hecho de ser manso no concuerda bien con el pensamiento de la gran mayoría en este mundo. Casi todos piensan que el éxito se consigue a través de auto estima, fuerza, carisma y diligencia. Para ellos, el de ser manso sería condenarse al fracaso. El fiel creyente tiene una manera de ser y una actitud que es distinta de la de la gente de este mundo. El impío no le entiende.
La mansedumbre no concuerda bien con el pensamiento de muchos que dicen que son cristianos. Ellos piensan en ganar el mundo a Cristo por organizar y formar grandes conjuntos de iglesias que serán capaces de impactar a la gente. Ellos piensan también que debemos llevar a cabo grandes campañas evangelísticas. Para ellos, la grandeza es lo que gana. Quieren ser pescadores de hombres con grandes redes tiradas de buques con inmensos motores diesel. Para ellos, pescar por un pez a la vez es demasiado lento. Pero el plan de Dios es que cada creyente testifique de Cristo a los demás en el pequeño mundo en su alrededor. A su vez, los que ellos ganan tienen el deber de testificar a los en su mundo y así sucesivamente.
Hay una progresión en las bienaventuranzas. Cada una está edificada sobre la anterior. Todas piden algo de nosotros, pero cada una pide algo más difícil que la anterior. Cada una se trata de la actitud debida que debemos tener hacia nosotros mismos y a los demás.
Quiero llamar a su atención a algunos ejemplos bíblicos de la mansedumbre. En Génesis 13 leemos de cómo Abraham dio a Lot el privilegio de elegir la buena tierra. Parecía que Abraham quedó con lo peor pero él fue bendecido por Dios. Moisés es otro ejemplo. Hebreos 11:23-25 relata de cómo él se negó a aprovecharse de lo mejor que Egipto pudo ofrecerle. Él estaba dispuesto a ser un pastor de ovejas, pero luego fue elegido por Dios a ser el libertador de su pueblo. Cuando David fue ungido como rey, él se negó a vengarse de Saúl a pesar de todo lo que él había sufrido de él.
Según Gálatas 5:2-23, la mansedumbre es uno de los frutos del Espíritu. Es algo que él quiere producir en nosotros. El de ser manso no es una calidad que recibimos por naturaleza. No nacimos mansos. Se puede nacer de padres humildes y pasar su niñez en la pobreza pero esto no asegura que vas a ser manso.
Ser manso no es negar que seas capaz de hacer algo. Puede ser que no eres capaz de hacer algunas cosas, pero tiene que ser que eres capaz de hacer algo. Si el de ser manso fuese por ser incapaz, entonces la ignorancia contribuiría a la mansedumbre. No es así.
A su vez, ser manso no es algo que podemos hacer nosotros mismos. No hay ningún versículo que nos manda ser mansos. Es algo que el Espíritu Santo produce en nosotros si somos entregados a Dios.
La mansedumbre consiste en tener un concepto honesto de nosotros mismos. Es ser pobre en espíritu. Es saber que no hay nada en mí del cual puedo ser orgulloso. Así que, el manso no es sensible. No se ofende fácilmente. Si alguien le dice “Tú no sirve para este trabajo”, él lo acepta sin llorar ni enojar. Él no está afligido por lo que los demás dicen o piensan de él. Su única preocupación es que los demás tengan a Cristo en alta estima.
El manso está dispuesto a aprender de los demás. Él tiene un espíritu educable. Él es como Apolos, un hombre bien educado, que estaba dispuesto a escuchar a Aquila y Priscila, hacedores de carpas, cuando ellos tenían que corregirle.
La mansedumbre se manifiesta en un hombre que piensa de sí mismo con soberbia. (Romanos 12:3) Se manifiesta en aquel que no tiene un alto concepto de sí mismo. Al contrario, él piensa que los demás son superiores a él. (Filipenses 2:3) Se manifiesta en aquel que no tiene envidia de los que tienen más talentos que él. (I Corintios 13:4) Se manifiesta en aquel que está agradecido cuando está amonestado y aconsejado por los demás. (Colosenses 3:16) Es una cosa decir “Yo soy un poco tonto” pero no es tan fácil aguantarlo cuando otro lo dicen de nosotros.
Dios tiene promesas preciosas para los mansos. Él ha prometido que ellos recibirán la tierra por herencia. El que está contento con lo que ya tiene recibirá más. El Salmo 27:11 dice también que los mansos “recrearán con abundancia de paz”. Dios da y dará lo mejor a los mansos. Por eso son bienaventurados.