Pedro acababa de preguntar: “¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?” (Mat. 18:21) e incluso insinuó que estaba dispuesto a hacerlo hasta siete veces. Pero las setenta veces siete de Cristo nos enseñan a ejercer el amor que según su propio corazón, siempre permanece (1 Cor. 13:13). En esta parábola se exponen dos grandes verdades:
(1) La necesidad de ser perdonado;
(2) la necesidad de perdonar a los demás.
I. Su condición deplorable
Su verdadero estado solo se descubrió cuando comenzó a ajustar cuentas con su Señor. Llegará un día de tomar cuentas en el que se revelará cada cosa oculta. Veámoslo aquí:
1. Como un gran deudor. “Le debía diez mil talentos” (Mat. 18:24), varios millones de dólares de nuestros días. Nuestra deuda entre uno y el otro podría quizás medirse en centavos, pero nuestra deuda con Dios es infinita. ¿Cuánto te debo mi Señor? “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mat. 22:37). ¿Cuánto de sus bienes hemos desperdiciado?
2. Como un indefenso en bancarrota. “No pudo pagar” (Mat. 18:25). A los ojos de sus semejantes es rico y honorable; en presencia de su Señor es un miserable insolvente. Él ha pecado, y se ha quedado corto, muy corto. Satisfacer todas las demandas de un Dios santo por nuestros propios esfuerzos egoístas es una tarea miserable y sin esperanza. “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20).
3. Como bajo condenación. “Ordenó su señor venderle” (Mat. 18:25). Todo su servicio pasado solo merecía su condena. Este es un fuerte reproche para los de justicia propia. Esta es la revelación que nos llega cuando, por el Espíritu Santo, el alma se encuentra cara a cara con los justos reclamos de Dios. “Por la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20).
4. Como peticionario serio. “Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo” (Mat. 18:26). Él es sincero y serio, pero es una oración de justicia propia y presuntuosa. Él no es capaz de pagar, pero solo suplica paciencia. Él confiesa su fracaso y promete hacerlo mejor en el futuro. Es el viejo truco del corazón carnal e incrédulo, que se niega a pedir perdón. Todavía espera ser justificado por sus obras. Pero, ¿cuándo podrá un hombre encarcelado pagar su deuda? “No por obras” (Ef. 2:9).
II. Su señor misericordioso
1. Tuvo compasión de él. “El señor de aquel siervo, movido a misericordia…” (Mat. 18:27). Fue bueno para él encontrarse con su señor en un día de gracia. Pobre deudor, en su ajuste no dejó lugar para el amor de su señor. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Cor. 6:2). Bendigamos a Dios porque hemos visto y sentido su compasión infinita a través de la gracia de su Hijo.
2. Le perdonó. “Le perdonó la deuda” (Mat. 18:27). Esto fue mucho más de lo que esperaba. Este fue el único remedio, y fue una gran manifestación de gracia. Ni una palabra de reproche, ni una palabra acerca de la paciencia contínua. ¡Ah! Él sabe lo que necesitamos, como pobres e indigentes sin un peso ante sus ojos. “El es quien perdona todas tus iniquidades” (Sal. 103:3). “Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones” (Hebreos 10:17). “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? “ (Miq. 7:18). Ahora es salvo por gracia.
3. Le libró. “Le soltó” (Mat. 18:27). No solo canceló su deuda, sino que, como cuestión de consecuencia, fue liberado de la sentencia de condena que se le impuso. Siendo perdonado, ahora está libre de la ley. ¡Bendito cambio! No bajo la ley, sino bajo la gracia. La salvación es doble:
(1) Él perdona todas tus iniquidades;
(2) Él redime tu vida.
III. Su comportamiento egoísta
“Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes” (Mat. 18:28). Se le concedió misericordia, pero no quiso demostrar misericordia. El espíritu de su señor no lo poseía, y al no estar lleno de su espíritu, pronto tuvo que renunciar a la comunión y el favor de su amo. Como aquellos que han recibido misericordia, prestemos atención a fin de no frustrar la gracia de Dios (Gal. 2:21) , y llegar a ser un siervo inútil. Podemos aprender aquí:
1. La manera del perdón fraternal. “¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?” (Mat. 18:33). Debemos perdonar “de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mat. 18:35). Si el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, seremos compasivos con los errados y estaremos dispuestos a perdonarlos desde el corazón. “De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mat. 10:8).
2. El ejemplo de perdón fraternal. “Como yo tuve misericordia de ti” (Mat. 18:33). Que la compasión del Señor Jesucristo hacia nosotros llene la medida de nuestra compasión hacia los demás. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn 13:34-35).
3. La miseria del implacable. “Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos” (Mat. 18:34). El siervo implacable no puede permanecer en la comunión de su Señor. Un pensamiento duro y desagradable hacia un compañero de la obra cristiana es suficiente para llevar el alma a las manos de los atormentadores y para robarnos la sonrisa del rostro de nuestro Señor. El pecado siempre nos traiciona a las manos de los torturadores. Los tormentos de una conciencia mala y un corazón orgulloso y codicioso no son pocos ni pequeños. “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Ef. 4:32).