En esta parábola, Cristo reprende la profesión infructuosa de los gobernantes de su pueblo. Habían rechazado la piedra angular como constructores, y su trabajo había quedado en la nada. Así que el velo de su templo fue rasgado en dos de arriba a abajo, y el reino de Dios fue quitado de ellos y entregado a otra nación (los gentiles, Mat. 21:43). El conocimiento religioso, el entusiasmo y las observancias escrupulosas están vacías y sin vida cuando Jesucristo es rechazado o se le niega su lugar adecuado. Es una lámpara sin luz, un cuerpo sin espíritu. Observamos aquí:
I. El trabajo invertido. El propio propietario de la casa fue a toda costa en plantar, cavar, edificar y contratar labradores para continuar el trabajo en su ausencia (Mat. 21:33). Piensa en lo que Dios había hecho por Israel como nación. Los sacó de Egipto, los plantó en una buena tierra y los cubrió con promesas y privilegios, pero resultó ser una vid vacía. Dios, como propietario de la casa, realizó todo este trabajo, sin que hubiese nadie quien lo ayudara. Piense en el trabajo realizado por nuestro Señor Jesucristo, para que podamos producir fruto para la alabanza de su nombre. Oh, ¡qué oración, sufrimiento, gemidos, sudor y muerte! Él se entregó a sí mismo. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal. 2:20)
II. El privilegio disfrutado. “La arrendó a unos labradores, y se fue lejos” (Mat. 21:33). Estos labradores no compraron la viña; por la gracia de Dios les fue arrendado. Israel fue honrado, ya que era el arrendatario de sabiduría y conocimiento divino, pero debido a la infidelidad, fueron expulsados. Este privilegio ahora pertenece a todos los que están en Cristo Jesús. Mientras el Señor está en el país lejano, estas bendiciones invaluables nos son reveladas por la gracia de Dios. No lo hemos comprado; no lo merecemos; son los dones de Dios, las señales de su amor infinito.
III. El fruto anticipado. “Envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos” (Mat. 21:34). Aunque el Señor está en el país lejano (el cielo), todavía está atento a su viña. Al solicitar los frutos, solo pide lo suyo. La viña es suya. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:19-20). La gran labor de Cristo para nosotros debe producir mucho fruto a través de nosotros.
IV. El egoísmo expuesto. “Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon” (Mat. 21:35). No hay aquí ninguna evidencia de gratitud por los grandes privilegios otorgados, sino todo lo contrario. No hay preocupación por los intereses del Señor. La gracia de Dios ha sido en vano para ellos. Es triste encontrar este mismo espíritu egoísta entre algunos quienes profesan ser los siervos del Señor Jesucristo. Están listos para tomar todas las bendiciones terrenales y las ventajas que Dios les puede dar, pero no le entregan nada en retorno. Incluso llevarán el nombre de Cristo para sus propios intereses personales.
V. La tolerancia manifestada. “Envió de nuevo otros siervos … Finalmente les envió su hijo” (Mat. 21:36-37). ¡Qué longanimidad, qué paciencia ante el insulto y la crueldad, qué disposición a perdonar, qué reticencia a castigar! ¡Qué contraste tan espantoso entre la codicia egoísta del hombre y la misericordia de Dios! “Tendrán respeto a mi hijo” (Mat. 21:37). La aparición de su Hijo resaltó la terrible enemistad del corazón humano contra Dios. Tal es la gracia—dar su mejor regalo a los que menos lo merecen.
VI. La rebelión declarada. “Mas los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y apoderémonos de su heredad” (Mat. 21:38). “Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). “No tenemos más rey que César” (Juan 19:15). Así que Jesús, como el Hijo de la gracia, es expulsado, y el Padre, como padre de familia, es desafiado. Que reinaremos como dioses sin él, sigue siendo el lenguaje de muchos pecadores altamente favorecidos pero que aborrecen a Dios. Sin embargo, ¡o la profundidad del misterio, que a través de la muerte del Hijo, podamos ser partícipes de su herencia! “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Rom. 8:17).
VII. La destrucción asegurada. “A los malos destruirá sin misericordia” (Mat. 21:41). El privilegio puede exaltar hasta la puerta del cielo, pero si se ignora y se rechaza aplastará hasta las profundidades del infierno. Estos 2000 años aproximados de vagar los judíos en la faz de la tierra, sin un rey, son un testimonio divino y solemne y una advertencia de que Dios juzgará el pecado. Cuando el Señor mismo aparece para dar cuenta con los labradores, será un momento de terrible despertar para aquellos que han estado en la viña solo para sus propios fines egoístas. Tenga en cuenta cuidadosamente que el jefe de familia pidió los frutos antes de que llegara. Su venida fue el tiempo de juicio para sus siervos. “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Cor. 5:10).