La obra del Espíritu en conexión con la vida de Cristo se manifestó claramente, y debe reconocerse con igualdad de distinción en la vida de todo cristiano. Con respecto a su encarnación, se profetizó, “el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lucas 1:35), y “lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mat. 1:20). En su bautismo el Espíritu Santo descendió sobre él. Aquí tenemos tanto la concepción como la unción, que son muy distintos. Luego fue guiado por el Espíritu al desierto, y regresó con el poder del Espíritu (Lucas 4:1-14). La tentación secreta siempre precede a la venida en poder. Luego predicó en el Espíritu, y se maravillaron de sus palabras de gracia (Lucas 4:18-22). Él expulsó a los demonios por el Espíritu (Mt. 12:28), y finalmente se ofreció a sí mismo a través del Espíritu eterno (Heb. 9:14). De diferentes Escrituras aprendemos algunas de los aspectos activos de su obra. El Espíritu Santo:
1. Contiende. “Y dijo Jehová: No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre” (Gén. 6:3). Evidentemente, esta contienda implica que el hombre por naturaleza se opone al Espíritu de Dios. “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová” (Isa. 55:8). «El Espíritu contiende porque es resistido, tal como Jacob resistió al ángel en el arroyo, y puede ser resistido hasta el final como en los días de Noé.
2. Convence. “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Juan 16:8). La convicción es el primer objetivo de su esfuerzo. Se esfuerza por hacer que el pecador se sienta culpable. Esto es exactamente lo que el pecador no busca saber, sino esconder. Él Espíritu busca convencer al corazón y la conciencia acerca de la verdad con respecto a nuestro estado ante los ojos de Dios.
3. Vivifica. “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Juan 6:63). “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Aunque un hombre llegue a estar profundamente consciente de su estado de culpabilidad, sigue siendo tan indefenso como el niño por nacer, o como los muertos en la tumba. Pero el Espíritu es prometido a los que le pidan (Lucas 11:13). Él tiene el toque vivificante. Él se vivifica en el espíritu dormido del hombre para que despierte, afirme su poder, y gobierne al hombre. Se convierte en una “nueva criatura” (2 Cor. 5:17).
4. Sella. “Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef. 1:13). “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30). El trato se lleva a cabo en el momento en que uno confía en Cristo, y entonces el sello propietario se coloca sobre nosotros como su propiedad. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Cor. 6:19-20).
5. Revela. (A) El amor de Dios. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Rom. 5:5). (B) Las cosas de Cristo (Juan 16:13-14). (C) Las cosas que Dios ha preparado (1 Cor. 2:10). (D) El camino a la verdad (Juan 16:13). (E) El valle de la necesidad (Ezequiel 37:1). Solo él nos puede hacer ver la muerte espiritual que existe. (F) El Salvador sufriente (Zac. 12:10). (G) El camino de servicio (Hechos 8:29).
6. Testifica. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Rom. 8:16). Nuestro espíritu vivificado testifica de que somos hijos de Dios, y el Espíritu de Dios corrobora este testimonio. “Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo” (Hechos 5:32). Este es el testigo que no puede mentir: “El testigo verdadero libra las almas; mas el engañoso hablará mentiras” (Prov. 14:25).
7. Intercede. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6). El Espíritu también ayuda a nuestras debilidades y hace intercesión por nosotros. “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8:26-27). La esfera de su abogacía está dentro del alma del hombre. El espíritu de la oración es poco entendida Contraste los “gemidos indecibles” del Espíritu Santo con las oraciones frívolas de muchos. No es de extrañar que nuestras peticiones sean tan raramente contestadas cuando los gemidos del Espíritu son tan poco atendidos. Las oraciones del Espíritu Santo son como si fuera “Dios subiendo con un clamor”.
8. Llama. “Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2). “Llamado por Dios, como lo fue Aarón”, (Heb. 5:4) es cierto de todo verdadero servidor de Dios. “Apartadme”, dijo el Espíritu Santo, como para enseñarnos que solo aquellos que han sido completamente separados y consagrados a él pueden ser usados por él. Obrero cristiano, piense en esta verdad importante.
9. Ordena. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.” (Hechos 20:28). Todo hombre es ordenado como “obispo” (administrador o superintendente) sobre sí mismo por el Espíritu Santo, pero aquellos que intentan alimentar al rebaño sin ser ordenados por el espíritu no serán más que nubes sin agua. Esta es la ordenación que glorificará a Dios en producir fruto (Juan 15:16).
10. Comisiona. “Ahora me envió Jehová el Señor, y su Espíritu” (Isaías 48:16). Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo…” (Hechos 13:4). El Espíritu Santo es el Señor de la cosecha. “Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mateo 9:38). Porque cuando los envía es seguro que se recogerá una cosecha, ya que son “ministros competentes” (2 Cor. 3:6).
11. Invita. “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (Ap. 22:17). En esto el Espíritu y la “esposa” son colaboradores juntos. Se unen para invitar a “la estrella resplandeciente de la mañana” (Ap. 22:16). Ya es la noche. “La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Rom. 13:12). Y así el Espíritu obra, y espera, y anhela con nosotros en este mundo de tinieblas hasta que Jesús venga, y las sombras huyan.
12. Guía. “Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gálatas 5:18). “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” (Rom. 8:14). Jesús fue guiado por el Espíritu al desierto (Lucas 4:1). Esto fue en sí mismo una prueba de Cristo como el Hijo de Dios. Aquellos que se mantienen bajo la ley, aunque sean serios y activos en el trabajo religioso, no son dirigidos por el Espíritu. Todos los hijos de Dios deben ser guiados divinamente. Él te guiará.
13. Consuela. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16). “Se acrecentaban fortalecidas por el Espíritu Santo” (Hechos 9:31). El que habita en nosotros para siempre (Juan 14:16) sabe cómo ningún otro puede comprender la naturaleza de nuestros problemas, la verdadera profundidad de nuestra necesidad, el consuelo deseado, y el mejor momento y forma de administrar el socorro y aplicar las cosas de Cristo. Eliezer consoló a Rebeca con las cosas de Isaac: “Y sacó el criado alhajas de plata y alhajas de oro, y vestidos, y dio a Rebeca; también dio cosas preciosas a su hermano y a su madre” (Gen. 24:53).
14. Vence. “Porque vendrá el enemigo como río, mas el Espíritu de Jehová levantará bandera contra él” (Isa. 59:19). “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). “Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Cron. 20:12). Es cuando entra la oposición como un diluvio que estamos inclinados a convocar nuestras propias fuerzas, o bien renunciar a la desesperación. ¡Entonces es el momento de confiar, de fijar nuestros ojos en el Vencedor!