La mezcla del humanismo católico-protestante

Había dos columnas principales en la doctrina de la iglesia primitiva que diferenciaban a ésta de otros sistemas religiosos y filosóficos. La primera de estas columnas se relacionaba con el problema básico tocante a lo que es la autoridad final en todo asunto de fe y práctica. La iglesia primitiva tenía sólo una autoridad final: la Biblia misma. Los cristianos del primer siglo creían que las Escrituras tenían para ellos una autoridad que se hallaba aparte y muy por encima del laberinto de ideas relativas, mutables y limitadas de los hombres. Debido a su concepto de la Biblia, los cristianos primitivos poseían lo que ellos consideraban ser una autoridad no humanística.

La segunda columna doctrinal de la iglesia primitiva era su respuesta a la pregunta tocante a cómo puede el hombre allegarse a Dios. Si Dios existe, y si Él es absolutamente santo, nosotros vivimos en un universo moral, si Dios no existe, o si Él mismo es amoral o en alguna manera imperfecto, nosotros vivimos eventualmente en un universo que desde el punto de vista moral es relativo. Por otra parte, si Dios es perfecto y mantiene siempre su perfección total, entonces, siendo evidente que ningún hombre es moralmente perfecto en la actualidad, todos los humanos están bajo condenación. Las Escrituras y la iglesia primitiva enseñaron la única manera de resolver este dilema fundamental. Es decir, que Dios no rebaja sus normas, pero que en su amor Él envió al Señor Jesucristo como Salvador, y que Cristo consumó una obra infinita y completa en la cruz. Ahora el hombre puede allegarse al Dios que es absolutamente perfecto, sobre la base de la obra perfecta de Cristo, aparte de toda obra humana. De este modo, todo el elemento humanístico, todo elemento que se halla centralizado en lo humano, es desechado. Ningún otro sistema, ya fuese religioso o filosófico, había dado jamás tal respuesta.

La presentación de estas dos columnas distintas de la iglesia primitiva fue un golpe severo para el humanismo, tanto en lo religioso como en lo secular. Para los cristianos la autoridad final se bailaba aparte de la autoridad variable de los hombres. El acercamiento personal del hombre al Dios que es absolutamente santo se basa no en actos relativos, morales o religiosos, de origen humano, sino en la obra absoluta e infinita de Jesucristo. Estas verdades quitan al hombre del centro del universo, donde él mismo procuró colocarse en el tiempo de su rebelión contra Dios, en la caída de Adán, y destruyen el humanismo en su misma base.

Sin embargo, cuando el emperador Constantino hizo la paz con el cristianismo, comenzó a entremeterse en los asuntos eclesiásticos, y como resultado hubo cambios en la orientación de la Iglesia. Estos cambios tenían que ver con los conceptos básicos de la doctrina cristiana y gradualmente destruyeron las dos columnas distintivas de la iglesia primitiva.

En lugar de ser la Biblia la única autoridad, la iglesia llegó a convertirse en el centro de autoridad. En lugar de proclamarse la salvación que descansa solamente en la obra consumada de Cristo, sin añadir nada a la misma, las obras humanas se introdujeron de nuevo en el mensaje de salvación.

Cuando se desarrolló lo que eventualmente llegó a ser el catolicismo romano, estas obras formaron tres categorías. Primero, en la misa, Jesús no es ya presentado como el que consumó su obra en un momento histórico sobre la cruz, sino como el Salvador que está sufriendo constantemente en el altar del sacrificio. Los que participan de la misa ofrecen a Cristo en un sentido activo. Segundo, en el Sacramento de la penitencia, el sufrimiento en la vida presente suple el mérito que el penitente no ha logrado obtener con sus buenas obras. El sufrimiento tiene un valor real. Tercero, en el concepto del purgatorio, el valor del sufrimiento se proyecta al futuro.

Cuando las dos columnas fundamentales de la iglesia primitiva fueron puestas a un lado por el sistema Católico Romano, éste volvió a lo que se relaciona específicamente con otros sistemas humanísticos. El catolicismo romano, ya sea en sus manifestaciones artísticas o en su teología, se halla fundado sobre el intento de sintetizar el pensamiento humanístico con el bíblico La presencia de este elemento humanístico explica el crecimiento de la doctrina y el culto de María en el catolicismo romano en el pasado. María representa el elemento humanístico. El hombre no es victorioso, pero María sí ha alcanzado la victoria. Hay, por lo tanto, una victoria de carácter vicario para el hombre. Los santos del romanismo representan también una victoria de lo que es humano.

La introducción del elemento humanístico en el sistema Católico Romano produce un concepto acerca de Dios que es diferente del presentado en la Biblia. El Dios de las Escrituras es un Dios totalmente santo. Él no puede aceptar una sola imperfección moral. Si el Dios absolutamente santo tratase con un hombre -quien quiera que fuese- a base de obras morales de origen puramente humano, El no podría sino condenarle, cualquiera que fuese esta base. Por lo tanto, en el sistema bíblico Dios permanece santo en lo absoluto y nosotros vivimos en un universo moral.

En el sistema romanista Dios es menos que esto, pues se le presenta como si El aceptase lo que es menos que perfecto. El sistema Católico Romano nos dice que somos salvos por el mérito de Cristo, pero que tenemos que ganar dicho mérito. La manera de salir del purgatorio se basa en el hecho que el penitente ha ganado el mérito de Cristo. Esto se alcanza medio de las buenas obras en la vida presente y del valor del sufrimiento tanto en este mundo como en el purgatorio. Cuando tal cosa se logra, uno ha merecido el mérito de Cristo. Es decir que el hombre ha realizado algo por sí mismo. Pero si esta idea es conforme a la verdad, ella significa también que uno tiene un Dios que es menos que absolutamente santo, pues Él ha recibido al hombre a base de algo que es mucho menos que perfecto.

En el intento de sintetizar el humanismo con el cristianismo bíblico, uno llega en realidad a poseer, finalmente, un Dios humanístico, no absoluto.

La reforma religiosa del siglo XVI representó un regreso a las dos columnas fundamentales de la iglesia primitiva. Para los reformadores, la Biblia era su única autoridad, y la salvación tenía como su sola base la obra que el Señor Jesucristo consumó en la cruz. Los elementos humanísticos fueron desechados. La Reforma fue un movimiento revolucionario en el sentido que ella se alejó tanto del humanismo Católico Romano como del de los sistemas humanísticos seculares que la rodeaban.

Sin embargo, hace doscientos cincuenta años el humanismo alemán entró de nuevo en la iglesia, y esta vez con procedencia de la Reforma misma. Tal fue el origen de lo que ahora se conoce comúnmente como liberalismo protestante o modernismo. La llamada alta crítica alemana, y todo lo que de ella ha surgido hasta llegar a nuestros días, no fue sino la entrada del pensamiento humanístico en la iglesia protestante después de la Reforma. La alta crítica no vino debido a que ciertos hechos la hicieran necesaria. La filosofía humanística apareció primero. La alta crítica no fue la causa, sino el efecto del pensamiento humanístico.

Cuando los teólogos protestantes de aquel tiempo permitieron la entrada del humanismo en la iglesia protestante, las dos columnas centrales, no humanísticas, de la iglesia primitiva fueron puestas de nuevo a un lado. El racionalismo substituyó a las Escrituras, y no se enseñó más que la obra de Cristo fuese de carácter vicario.

¿Y qué acerca de nuestra generación? En nuestro tiempo, tanto el humanismo Católico Romano como el humanismo del protestantismo liberal no van de mengua; al contrario, en ambos sistemas el elemento humanístico va adquiriendo mayor fuerza.

Hace unos pocos años, Roma habría insistido que los primeros tres capítulos del Génesis debían tomarse literalmente. Hoy día, cuando los hombres de ciencia romanistas se encuentran con los científicos no religiosos, este asunto es puesto a un lado. Estos científicos católicos no son laicos, sino miembros de las diferentes órdenes religiosas. En los círculos liberales del catolicismo romano de nuestros días se dice que todo lo que se enseña en los primeros capítulos del Génisis es que en cierto punto del proceso evolutivo por medio del cual el animal llegó a ser hombre, Dios introdujo un alma racional. Esto es completamente diferente de lo que Roma ha enseñado, aun en nuestra propia generación. Por supuesto, tal actitud coloca a Roma al nivel de las ideas prevalecientes en el protestantismo liberal.

Roma ha cambiado también radicalmente su posición tocante al asunto de quiénes son salvos. En el pasado, el catolicismo romano afirmaba claramente, como todavía lo hace en ciertos lugares, como España y al sur de Italia, que la salvación era solamente para los que estaban dentro de la Iglesia Católica Romana. Hoy día el énfasis está en que son salvos todos los hombres sinceros de buena voluntad. Debido al creciente humanismo dentro de la nueva enseñanza del sistema romanista, es muy difícil decir, a base de ella, quién está perdido, y si se trata este asunto a la luz del pensamiento de los que son más liberales en la Iglesia Católica Romana, uno no puede estar seguro que alguien esté en verdad perdido.

Mientras tanto, el humanismo protestante, que comenzó con la entrada de la alta crítica alemana, se está moviendo más y más en la misma dirección. Hay un paralelo muy evidente entre lo que está sucediendo en el liberalismo Católico Romano y lo que sucede en el protestantismo. Así como el antiguo catolicismo humanístico se está transformando en el humanismo aún más comprometedor del catolicismo liberal, el antiguo protestantismo liberal se ha desarrollado en el nuevo liberalismo. En el antiguo liberalismo protestante a lo menos las cosas eran falsas o verdaderas en una manera que todos podían discernir. En el nuevo liberalismo protestante hay una vaguedad que algunos teólogos como Barth, Brunner, Niebuhr, Bultmann y Tillich han puesto de relieve. Sus obras están escritas en un lenguaje tan técnico que solamente los que entienden su terminología han sentido la fuerza de lo que estos autores han dicho. Pero básicamente, bajo la influencia de ellos la palabra «Dios» tiene menos y menos significado, al grado que finalmente uno tiene que preguntarse si en realidad hay un Dios. En los escritos ingleses de Alan Richardson y del Obispo Robinson uno puede entender cómo es que en el nuevo liberalismo desaparece aun la diferencia entre un Dios personal y un Dios impersonal. Debe decirse que, como en el caso del catolicismo humanístico, el protestantismo liberal no tiene el Dios de la Biblia como su Dios.

En el libro intitulado El Fenómeno del Hombre, Teilhard de Chardin muestra la mezcla del romanismo humanístico, en su forma moderna, con el protestantismo liberal humanístico. Teilhard de Chardin era jesuita. Julián Huxley, el humanista ateo, escribió la introducción del libro. Los que recomiendan este libro, tanto en los Estados Unidos como en Europa, son los protestantes liberales. Al presente, la diferencia entre el romanismo humanístico y el nuevo protestantismo liberal consiste solamente en detalles, no en postulados fundamentales.

Lo dicho anteriormente conduce a dos conclusiones básicas. En primer lugar, no existe una razón real por la cual el romanismo humanístico y el protestantismo liberal no deben moverse hacia la unidad. Cuando el Arzobispo de Canterbury visitó al Papa Juan XXIII, dijo: «Ya no necesitamos ponernos prohibiciones el uno al otro, porque si ya no estamos el uno contra el otro, estamos el uno para el otro, y así podemos ser gloriosamente libres para estar juntos por Cristo y por la verdadera unidad de su Iglesia. Deliberadamente he dicho ‘unidad’, no ‘unión’, porque la unión o reunión eclesiástica se basa en una reconciliación de jurisdicciones y autoridades; pero la unidad es solamente la del espíritu, y en ese espíritu … las iglesias pueden prontamente entrar, y ciertamente ellas lo están haciendo ya».

El catolicismo romano y el nuevo protestantismo liberal tienen la misma base. Puesto que el grupo liberal de la Iglesia Católica Romana alcanzó una victoria abrumadora en la primera sesión del Segundo Concilio Vaticano, y el nuevo Papa es también liberal, puede esperarse que la práctica de la unidad católico-protestante sea en mayor grado aparente.

En segundo lugar, los evangélicos deben afirmarse sobre las dos columnas no humanísticas sin fluctuar, aun cuando ello signifique estar solos. De otra manera nosotros no seremos eventualmente ninguna ayuda en la salvación de las almas; y aun en el día presente no serviremos de nada en medio de las tinieblas del siglo veinte, mientras el hombre se degrada más y más en su vida privada y pública, a ambos lados de la cortina de hierro. El cristianismo tiene algo que decir al siglo veinte en lo que toca a leyes, gobierno, conceptos sociales, y las artes; pero no podrá decirlo si compromete la verdad de estas dos columnas doctrinales: la autoridad absoluta de las Escrituras inenarrables y la salvación que se basa solamente en la obra consumada de Cristo.

Todo esto significa que debemos mantenernos tan completamente separados de los movimientos modernos del romanismo y protestantismo liberal como del humanismo comunista o del simple humanismo angloamericano. Tal separación no puede mantenerse en las fuerzas de la carne; ella tiene que efectuarse en el poder del Espíritu Santo. El mantenernos separados requerirá un denuedo que vaya creciendo en el Señor conforme nuestro ambiente religioso-cultural llegue a parecerse más y más al que rodeaba a la iglesia primitiva. Se demandará denuedo en el Poder del Señor, pero de no hacerlo así negaremos eventualmente nuestra herencia de las dos columnas no humanísticas y distintivas del cristianismo y no seremos capaces para ayudar tanto al individuo como a las multitudes en nuestro derredor.

Traducido del inglés por Antonio Núñez de The Sunday School Times.
Pensamiento Cristiano. Marzo, 1964

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