«Redimiendo el tiempo… Efesios 5:16
Muy a menudo hacemos demasiado énfasis en la mayordomía de las posesiones, olvidándonos en parte de la importancia que tiene en la vida de cada creyente y en la obra del Señor la mayordomía del tiempo.
El tiempo tiene una importancia capital en la vida de todo ser humano. Tanta, que él determina nuestra propia existencia sobre la tierra. Tanta, que el minuto que pasa no tendremos la oportunidad de verlo más. Todo cristiano debe estar consciente de ello, y recordar que su tiempo es precioso, pues cada minuto que pasa representa una oportunidad perdida en dar el mensaje del Señor.
El apóstol Pablo, en la carta a los efesios, hace una sabia recomendación que debe aplicarse muy especialmente a nuestra época, cuando tantas cosas baladíes se nos presentan en el camino, que nos hacen perder miserablemente nuestro tiempo. Pablo nos dice que el tiempo hay que redimirlo, o lo que es lo mismo, salvarlo, no dejar que perezca, o matarlo, sin haber hecho el debido uso de él.
La Biblia nos enseña que cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta al Señor de nuestra mayordomía, y ella incluye también la mayordomía del tiempo.
Nuestros actos, trabajos, dinero que recibimos y usamos, preparación que adquirimos, en fin, todo cuanto somos y hacemos está regido inexorablemente por el tiempo. ¿Cómo lo usamos? ¿Hacemos una distribución de él? ¿Apartamos semanalmente un tiempo específico para el servicio cristiano y desarrollo de nuestros dones? Estas preguntas nos servirán, al contestarlas, para ir desarrollando nuestro asunto. Allá en los comienzos de la Biblia, se nos dice que el Señor impuso como castigo al hombre, por su desobediencia, que tendría que ganarse el pan «con el sudor de su frente». Desde entonces gran parte de nuestro tiempo tenemos que dedicarlo al trabajo, o sea la tarea de buscar el alimento diario. Y lejos de una maldición, hoy es a todo hombre una bendición, el trabajo, y un escarnio y vergüenza al vago que no cumple con el precepto bíblico. A todo hombre honrado le es una tragedia el procurar un trabajo y no poder conseguirlo.
El cristiano considerará invariablemente el trabajo como parte de su mayordomía cristiana del tiempo.
Y cuando decimos cristiano, incluimos a la mujer, que velará por su casa y por los suyos. Incluimos también a los niños, que desde temprano se educarán en la distribución de su tiempo, incluyendo la ayuda en el hogar, el deber en la escuela, así como la adoración al Señor.
Claro está que no todo ha de ser trabajo, pues también debe cuidarse la parte recreativa. Algunos creen que cristianismo es sinónimo de seriedad y de actividades de una sola clase. Y nada más lejos de la verdad. Muy a menudo las vidas de algunos niños se han perjudicado por la severidad injustificada de unos padres que nunca tuvieron el cuidado de dedicar parte del tiempo a una diversión y expansión sana.
Debe hacer a menudo un tiempo de solaz que nos distraiga de nuestros trabajos rutinarios, y que nos refresque el alma y el cuerpo con el contacto directo de la naturaleza. Puede ser un deporte, una excursión, o cualquier otro entretenimiento sano. Claro está que debemos saber escoger el momento para hacerlo. Sabemos que no dejaríamos sin cumplir nuestro deber en el trabajo por un paseo. Una buena pregunta a algunos creyentes sería: ¿por qué entonces dejar de cumplir nuestros compromisos con el Señor, y nuestros trabajos en la iglesia, por un paseo o tiempo dedicado a una diversión? También cumplimos con la mayordomía del tiempo cuando cada cosa la hacemos en su momento oportuno, como el deber nos manda, y no con voluntad indiscriminada. Aquí sería bueno recordar las palabras del apóstol Pablo, quien dijo: «Todo me es lícito, mas no todo edifica» (1 Corintios 10:23).
Un tiempo dedicado a la distracción junto con la familia, en un día apropiado, se hace muy necesario, pues da mayor unión a la familia, y tanto el padre como la madre y los hijos recibirán la animación que da esta sana costumbre.
Al hablar de la mayordomía del tiempo no se puede dejar de mencionar EL DÍA DEL SEÑOR. Y notemos bien lo que hemos dicho: EL DÍA DEL SEÑOR. O lo que es lo mismo, un día del cual no podemos disponer nosotros a nuestro antojo, ni tampoco otros, sino EL SEÑOR. ¿Por qué? Porque es de él y de nadie más.
Muy a menudo oímos en cuanto a esto excusas que son tan variadas como variado es el rostro humano. Pero siempre hemos visto que para los que desean servir al Señor todas las dificultades son vencidas, y únicamente razones poderosísimas les impiden adorar en el día del Señor, en el lugar que el Señor desea. Recuerdo que escuché a alguien narrar la experiencia de un acaudalado hombre cristiano de negocios de los Estados Unidos, quien había donado dinero suficiente para hacer un templo en un país de América del Sur. Cuando el templo fue terminado se le hizo una invitación para que estuviera en la inauguración. Fue un día de fin de semana, y aquel hermano asistió al acto. Fue invitado también a la primera escuela dominical que se celebraría en el nuevo templo, y su respuesta fue: «Agradezco mucho esta invitación, pero mi clase de la escuela dominical de mi iglesia espera que su maestro esté allí el domingo, y no puedo dejar de faltar a la cita con mis alumnos». Todos los creyentes deben tener un alto sentido de responsabilidad cuando de cumplir nuestros compromisos con el Señor se trate. Si importante es que gustosamente demos nuestros diezmos y ofrendas a la iglesia, no menos importante es que cuando llegue la hora de cumplir con la responsabilidad de un cargo o de simple miembro de alguna organización de la iglesia, estemos allí en el lugar que nos corresponde.
Recordemos que la obra del Señor se sostiene, y el evangelio progresa, no con los llamados cristianos a su manera, o cristianos en «sus casas», sino con los que reconocen que no es cuestión de nombrarnos cristianos sino de demostración de poder y del Espíritu del Señor usándonos en su reino de acuerdo a su voluntad.
La importancia del tiempo en la vida de cada creyente y en la obra del Señor es vital. Por tanto, cada creyente recuerde que también de su tiempo tendrá que dar cuenta. Usémoslo, pues, sabiamente, y ofrezcamos con gozo al Señor lo mejor de nuestra vida, de nuestros dones y talentos, en fin, de nuestro tiempo.
El Promotor de la Educación Cristiana, 1960