“Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo” (Mar. 5:22). Jairo significa un difusor de luz. Como era su nombre, también lo era su naturaleza. Que la luz de su vida, tal como se presenta ante nosotros aquí, se difunda en nuestros corazones. En este incidente tenemos mucho para pensar.
I. El bendito resultado de la aflicción. “Se postró a sus pies” (Mar. 5:22). La peligrosa enfermedad de su hija lo llevó a Jesús. Si tenemos alguna luz en nosotros, huiremos a él en el día de la angustia. En un hogar sin Dios había uno que yacía en el punto de la muerte. Un vecino le dijo a la madre: “Deberías solicitar un ministro”. “Ah, ¿ha llegado a eso?” fue la respuesta. ¿Por qué la apelación a Dios debe ser siempre la última?
II. La disposición de Cristo para ayudar. “Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban” (Mar. 5:24). Él pudo haber tenido un corazón pesado al venir a Jesús, pero ahora la carga se aligera cuando Jesús está con él. Siempre es mucho más fácil enfrentar las dificultades cuando él está con nosotros. Nadie se atreve a dudar o desesperarse en su presencia. “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Exo. 33:15). Es una de las bendiciones maravillosas de la gracia que cada creyente preocupado pueda tener a Jesús para él mismo. “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). “No te desampararé, ni te dejaré” (Heb. 13:5). “Jehová es mi pastor” (Sal. 23:1).
III. La prueba de la fe. “Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?” (Mar. 5:35). Esto hubiera sido un golpe fatal para la fe débil. Aquí había una nueva dificultad. Antes era la enfermedad, ahora es la muerte que Jesús tuvo que enfrentar. ¿Es Jesús suficiente para satisfacer todos los deseos de su corazón? Aquellos que caminen con él tendrán su fe probada severamente. Pero la prueba de tu fe es preciosa (1 Ped. 1:7). “¿para qué molestas más al Maestro?” Estas palabras revelan el límite de su fe y expectativas. Es posible honrarlo con la vida—llamándolo Maestro—mientras que la confianza del corazón está muy lejos. ¿Hasta qué punto estamos preparados, a través de la fe, para permitir que el Maestro nos acompañe a las imposibilidades humanas que tenemos ante nosotros? ¿O hemos dejado de molestarlo por los muertos que nos rodean?
IV. El aliento del maestro. “Pero Jesús, luego que oyó lo que se decía, dijo al principal de la sinagoga: No temas, cree solamente” (Mar. 5:36). Esta palabra fue dada “luego que oyó lo que se decía” (Mar. 5:36). Él sabe cómo decirle una palabra en el instante en que uno está cansado. Él desea cumplir y satisfacer la confianza depositada en sí mismo. Con él “nada os será imposible” (Mat. 17:20). “Si crees, verás la gloria de Dios” (Jn. 11:40). El profesante formal, con su reverencia externa y desconfianza interna, no tiene fe en los milagroso; pero al corazón simple y confiado, Jesús susurra: “No temas, cree solamente” (Mar. 5:36). “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isa. 45:22).
V. El poder reprendedor de su presencia. “Y vino a casa del principal de la sinagoga, y vio el alboroto y a los que lloraban y lamentaban mucho. Y entrando, les dijo: ¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme” (Mar. 5:38-39). Es totalmente impropio hacer un alboroto cuando la presencia de aquel que es la resurrección y la vida está con nosotros. Pero estos dolientes hipócritas contratados no tenían fe en Jesús, y así continuaron con sus aullidos hasta que su palabra de poder cayó sobre sus oídos, y convirtieron su llanto en burla. Cristo como la Verdad y el Hijo de justicia siempre vierte su influencia fulminante sobre lo hipócrita e irreal (Mat. 23:23; Mar. 11:13-14).
VI. El lugar de los incrédulos. “Y se burlaban de él. Mas él, echando fuera a todos, tomó al padre y a la madre de la niña, y a los que estaban con él, y entró donde estaba la niña” (Mar. 5:40). Incluso él, que vino a dar su vida en rescate por nosotros, encuentra que es necesario sacar a algunos de ellos antes de que manifieste la gloria de su poder. “Los malos serán trasladados al Seol, todas las gentes que se olvidan de Dios” (Sal. 9:17). La buena semilla solo será fructífera en un corazón bueno y honesto. El hombre por su persistente incredulidad se vuelve incapaz incluso de ver la gloria de su gracia salvadora. “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc. 21:8). Cuando estos burlones hipócritas fueron expulsados, sin duda se estaban justificando a sí mismos, pero no probaron la cena. El Señor podía continuar perfectamente bien sin ellos. Las vírgenes insensatas fueron excluidas.
VII. La llamada despertante. “Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talita cumi; que traducido es: Niña, a ti te digo, levántate. Y luego la niña se levantó y andaba, pues tenía doce años. Y se espantaron grandemente” (Mar. 5:41-42). Era tan fácil para él sacar a la damisela del estado de muerte como para sacar a los burladores de la casa. Cristo hace su trabajo más poderoso tan fácilmente como lo hace el acto más simple y natural. Puede calmar la tormenta o resucitar a los muertos con la misma facilidad con que movía su cabello de la frente con sus dedos. ¿No es este el llamado que todavía llega a través de su Palabra a los santos durmientes y los pecadores muertos en sus pecados? “Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz” (Rom. 13:11-12).