Todas las religiones han tenido y tienen sus libros sagrados en los cuales se encuentran sus sistemas doctrinales; y sus seguidores se basan en ellos para proclamar su fe. Así tenemos en La India los Vedas, que son los libros sagrados del Brahmanismo; en la China, el Libro del Tao, que contiene los escritos de Lao-Tseu; en Persia, el Zend Avesta, de Zoroastro; en Arabia, El Corán, de Mahoma; en Palestina, La Torah, El Talmud, del pueblo hebreo; en Centroamérica, los aborígenes mayas tenían El Popol Vuh.
El cristianismo tiene su Libro Sagrado: La Santa Biblia, cuyo origen, contenido y propósito son muy conocidos, no sólo de los ministros o pastores, sino de la gran mayoría de los miembros de las iglesias evangélicas.
Cientos de miles de volúmenes se han escrito alrededor de la Biblia en forma de comentarios, estudios, historia, crítica, referencias, etcétera. La Biblia ha inspirado a los artistas del pincel, del cincel y del pentagrama, así como de la poesía, la novela y el drama. Las versiones de la Biblia, tanto en el campo católico romano, como en el evangélico, han proliferado enormemente, en el mismo idioma; además de esto, ya casi no queda idioma o dialecto alguno en el cual no se haya traducido la Biblia entera o fracción de la misma, especialmente de los evangelios y las epístolas.
Sabemos que la Biblia no ha estado exenta de ataques, persecuciones, burlas y menosprecios; en la era moderna no se ignoran ciertas veladas tendencias encaminadas a restarle valor a algunas de sus enseñanzas fundamentales y tratando de acomodar la Biblia al pensar y actuar del mundo. Sin embargo, este maravilloso libro sigue incólume como la norma de fe y práctica del creyente en Cristo.
Hubo épocas en que poseer una fracción de un evangelio, de una epístola o de cualquier otra parte del Nuevo Testamento era una verdadera hazaña. Hoy día, quien no posee un ejemplar completo de la Biblia es porque no quiere; las imprentas, con sus sistemas modernos de impresión, las tiran por millones en toda forma y tamaño, de lujo y sencillas, a precios que no corresponden a su verdadero valor, pues su venta no constituye un negocio que produce pingües ganancias en metálico, sino en almas para el reino eterno de Dios.
Nuestro Señor Jesucristo hizo uso de las Sagradas Escrituras (el Antiguo Testamento) para probar su presencia como el Mesías, y para hacer conciencia entre los judíos sobre ciertos conceptos que ellos tenían con respecto a prácticas e interpretaciones religiosas. Años más tarde, Pedro, Pablo, Juan y otros de los discípulos del Señor, citaron con gran confianza los mismos escritos para dar fuerza y autoridad a sus mensajes.
En la era postapostólica, que abarca hasta nuestros días, ya contamos con los dos Testamentos que nos sirven como norma y guía prácticas de fe y conducta.
Veinte siglos de predicación del evangelio, de obra misionera hasta en los lugares más inhóspitos, de campañas evangelísticas en gigantescas escalas, de congresos a todos los niveles: regionales, nacionales e internacionales, etcétera, han tenido su profunda inspiración y raigambre en las enseñanzas de la Biblia. Grandes y maravillosas transformaciones en la vida de millones de personas en diferentes partes del mundo han tenido lugar gracias al sorprendente poder del mensaje bíblico.
Los púlpitos que más bendición derraman sobre sus oyentes, son aquellos en donde las sagradas Escrituras son fielmente expuestas por los ministros sinceros y consagrados. Los hombres y las mujeres cuyas vidas han sido ejemplo de virtud y santidad son los que se han guiado por las enseñanzas bíblicas.
Grandes hombres, connotados pensadores, personajes de fama, han expresado su profundo respeto hacia la Biblia y recomendado su lectura, así tenemos a Donoso Cortés, Gabriela Mistral, Abraham Lincoln, etcétera.
Los profetas decían con firmeza: «Así dice Jehová», «esta es palabra del Señor». Cristo Jesús (y más tarde sus discípulos), reconocía la autoridad indiscutible de las Escrituras, diciendo: «Así está escrito.» Los grandes ministros cristianos de todos los tiempos han dicho: «La Biblia dice.»
La Biblia es, pues, el Libro de los libros, es la revelación de Dios. Después de casi veinte siglos de prueba a que ha sido sometida por sus enemigos, ella mantiene su autoridad inalterable en materia de religión.
Existen muchas razones por las cuales la Biblia es confiable; pero sólo nos referimos a tres:
l. En cuanto a las personas a quienes Dios inspiró para revelar su Libro.
El tiempo nos faltaría para referirnos a todas ellas en particular. Además, ya se encuentran obras biográficas que describen con detalles pormenorizados, la vida y obra de dichas personas, por autores de renombrada fama.
En líneas generales podemos decir que esos individuos a quienes Dios usó, son de carácter recio, de temple firme y de vida austera. Tan sólo su nombre nos sitúa frente a figuras no comunes, jalones gloriosos en las diversas etapas de la historia de la humanidad.
Moisés, Salomón, Isaías, y todos los demás profetas en el Antiguo Testamento; Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Pablo, Pedro, etcétera, en el Nuevo Testamento, tienen un firme pedestal como los más grandes entre los grandes. Fueron lideres o guías de indiscutible arrastre por su carácter, por su personalidad y más que todo, por sus profundas convicciones religiosas afianzadas por una granítica fe. Todos ellos testifican sin vacilaciones que el Altísimo Dios, de alguna manera se les manifestó y les habló revelándoles su plan para redimir al hombre.
La vida de fe y de obediencia de tales personajes, y los inobjetables resultados de tales vidas, testifican fehacientemente acerca de la integridad de los mismos. Ante aquellos asombrosos hechos nos quedamos anonadados; pero son historia, son realidades desafiando a las generaciones.
Cada una de esas figuras son monumentos vivientes ante quienes tenemos que descubrirnos respetuosamente.
2. En cuanto al contenido.
A pesar de que la Biblia es una colección de libros escritos por diversos personajes, en diversos lugares y en distintas épocas, su contenido, en la variedad de asuntos, lo constituye un solo tema: la redención del hombre.
No es un libro para estudiar literatura, aun cuando contiene la más bella literatura; no es tratado científico, a pesar de que contiene la más pura ciencia. La Biblia es un libro esencialmente de carácter religioso. Sus grandes temas son desarrollados con gran majestuosidad: la creación de las cosas, incluso los seres vivientes; la formación del pueblo hebreo, su accidentada historia; las revelaciones de Dios a patriarcas y profetas; el Mesías y su ministerio, formación y desarrollo de la Iglesia Cristiana, las cosas por venir.
Particularizando, encontramos en la Biblia las más elevadas normas morales, sublimes principios sobre los verdaderos valores humanos, asombrosa revelación sobre la naturaleza de Dios. Y todo esto, sencilla y llanamente expuesto.
Para el pastor, la Biblia es un filón inagotable, una mina riquísima de conocimientos revelados por Dios para la salvación eterna del hombre, además de ser útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia».
El salmista estima la Palabra de Dios como «lumbrera» y como «lámpara»; recomienda al joven la guarde como único medio de «limpiar su camino».
Básicamente la Biblia contiene «todo el consejo de Dios». Todo cuanto concierne al plan divino de salvación, está ampliamente explicado en la Sagrada Escritura. De ahí por qué se hace la observación de no aumentarle ni quitarle.
Lamentablemente comienzan a aparecer «pastores» que en su afán de ser novedosos, originales o acomodaticios al mundo, manifiestan dudas sobre esto o aquello de la Biblia, por lo que en sus mensajes desbarran con citas de su propia cosecha, o toman como base ideologías humanas para dar mayor valor, según ellos, a sus prédicas. Ante sus públicos son estimados como muy eruditos, como muy ilustrados; pero las almas quedan vacías de Cristo, no son compungidas al arrepentimiento, ni a rendirse al Señor. Como Salomón, siguen buscando lo que el alma desea, sin encontrarlo.
El mensaje bíblico es sin límites en lo que respecta a variedad de asuntos; las doctrinas básicas aún no han sido agotadas en cerca de dos mil años de predicación. Las historias narradas en la Biblia son sencillamente maravillosas y arrobadoras; a pesar de la parquedad, son ricas en detalles esenciales.
3. En cuanto a sus efectos en la vida de los seres humanos.
Se cuenta que dos individuos conversaban acerca de la Biblia. Uno decía al otro: «a mí no me gusta la Biblia porque no entiendo lo que dice.» El otro replicó: «Pues a mí no me gusta porque entiendo lo que me quiere decir.»
Ambos personajes sentían la fuerza del mensaje bíblico. Uno aparentaba no entender, por lo menos «no entendía» aquella parte que tenía que ver con él. El otro abiertamente endurecía su corazón al mensaje. No hay duda, la Biblia toca la conciencia.
Hace algunos años una persona trataba de «evangelizar» a otra. Esta daba muestras de ser muy preparada, y de conocer la Sagrada Escritura, no sólo «por las pastas», sino lo que había entre las pastas. Como prueba de ello, la citaba en varias partes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero él consideraba la Biblia como un mero libro, como otro cualquiera; nada más contenía la más bella literatura. Decía, por ejemplo, que los primeros capítulos del libro de Génesis eran no más que un bello poema a la creación, solamente eso. «Además, aducía, «los ejemplares que tenemos de la Biblia en español son traducciones; y todos sabemos que cuando se traduce una obra de un idioma a otros, pierde mucho de su originalidad. Es como cuando se ve un cuadro famoso, de Goya, por ejemplo, pero a través de anteojos de color. Vemos el cuadro, pero el color de los lentes hace perder algo de la belleza original, cambiando unos colores y distorsionando otros.»
Me pareció muy buena la observación. Pedí permiso para intervenir, y comencé dando la razón a quien tales conceptos vertía.
–Tiene usted razón– le dije. Los ejemplares de la Biblia que tenemos son traducciones de los idiomas hebreo y griego. Y es verdad que al verter de un idioma a otro, algo se pierde o se distorsiona. Pero en el caso de la Biblia, esta verdad nos conduce a un resultado asombroso: los efectos que tiene ella en sus originales son los mismos que tiene en cualquier otro idioma o dialecto: personas convertidas, cambiadas, transformadas, redimidas. Y es que la Biblia es algo más que un mero libro de excelente literatura, es un libro que posee el mensaje de Dios al hombre, con un propósito más elevado. Esa es la razón por qué la fe cristiana se ha propagado en todo el mundo y en todas las razas, y ha encontrado eco en millones de seres humanos.
El señor aludido cortésmente asintió, y manifestó estar de acuerdo.
A pesar de que hay mucha resistencia al mensaje bíblico, éste ha sido y es poder maravilloso para transformar las vidas de hombres y mujeres. La Biblia despierta la conciencia de pecado y redarguye, así como orienta y guía a quienquiera que sea. Podríamos llenar volúmenes tras volúmenes conteniendo testimonios de personas que, gracias a la Biblia, han encontrado inspiración para cambiar sus vidas, y ha renacido en ella la más gloriosa esperanza de eterna redención.
Quien la estudia con devoción y medita en ella solicitando la dirección divina, experimenta la presencia de Dios y la dirección del Espíritu Santo.
El pastor sincero y consagrado a su sagrado ministerio, confía plenamente en su Biblia, pues sabe que es el único Libro que Dios ha dado al mundo para manifestar su voluntad, así como Cristo Jesús, es el único nombre «debajo del cielo dado a los hombres en quien podemos ser salvos».
El Pastor Evangélico, 1971
Por el pastor de la Segunda Iglesia Bautista de San Salvador