El apóstol Pablo no tuvo una experiencia religiosa creadora sino hasta el momento mismo en que se encontró con Cristo en el camino de Damasco. La experiencia religiosa de Saulo de Tarso era estéril; tenía mucha religión amontonada, pero era una religión sin vida, formalista, legalista, ritualista y farisaica. Saulo de Tarso era un hombre meticulosamente religioso; demasiado estricto en cuanto a las formalidades de la ley, demasiado santo a la manera del fariseo que ora en público dándole gracias a Dios porque no es como los demás hombres, pero desprovisto del fuego de amor en que ha de consumir su vida después del encuentro con Cristo, y que lo ha de tornar humilde y comprensivo.
Saulo de Tarso es una flor de santidad en el desierto. Cuando deja de ser Saulo para convertirse en Pablo, el siervo de Cristo, sigue siendo la misma flor de santidad, pero exhalando su fragancia de amor en los caminos de los hombres; es una flor de santidad que no ofende con su arrogancia, sino que acaricia con la tersura de su humildad.
Cuando el resplandor del cielo se le entró al corazón y le baño de fulgores toda la vida, el orgullo de Saulo de Tarso se hizo pedazos para dar lugar a una nueva creación. Nació en ese momento una nueva criatura con potencias espirituales creadoras sin límites; nació el apóstol Pablo que no solamente lleva un nombre nuevo, sino una experiencia religiosa distinta, por cuanto Cristo se convierte en el centro de su vida y en el motivo de su servicio.
La experiencia creadora de Pablo tiene su punto de arranque en Cristo y su consumación final y plena en él. Es creadora en razón de Cristo, por cuanto el Señor “hace nuevas todas las cosas”. No se puede seguir siendo rutinario en materia religiosa una vez que el resplandor del cielo le ha encendido a uno un fuego dentro del corazón. No se puede reducir la religión a algo estereotipado, a algo desconectado de la vida, a algo encerrado en fórmulas y en rituales, una vez que Cristo le ha salido a uno al camino, y uno, en un acto de suprema redención y de humilde entrega le ha dicho: Señor, ¿qué quieres que yo haga?
La vida del apóstol Pablo se hizo fecunda al fuego redentor de Cristo. Dejó para siempre la postura de un mero intelectualismo religioso y se estremeció con la presencia viviente de Cristo, el Señor, en las honduras de su alma. La fe de Pablo dejó de ser legalista para transformarse en una fe dinámica y creadora traspasada de amor. Pablo abandonó su postura de fariseo, esa postura cuadraba bien con Saulo de Tarso, y se convirtió en el siervo de Cristo, en el hermano Pablo que ya no sabe gloriarse si no en Cristo.
La experiencia religiosa de Pablo fue una experiencia abrasadora, porque no solamente el fuego de Dios consumió la naturaleza de Saulo de Tarso, sino que Pablo extendió el fuego de Dios y las vidas que fueron alcanzadas por éste pasaron por la misma experiencia creadora de la nueva criatura.
Pablo es uno de los ejemplos más destacados de lo que significa una juventud rendida a Cristo. Fue capaz de amarle con una devoción profunda y de servirle con una fidelidad que no se alteró jamás. Pablo sabía que el camino de Cristo era el camino estrecho. De haber seguido siendo Saulo de Tarso, el fariseo, el mundo le hubiera colmado de honores; pero quiso ganar a Cristo, y el mundo lo despreció y lo persiguió como lo había hecho con Cristo también. No obstante, la juventud de Pablo se enriqueció y la gloria del Señor resplandeció en él.
La experiencia creadora de Pablo puede ser la experiencia de toda la vida que sea capaz de asumir la misma actitud; que cierra los ojos al deslumbramiento ficticio de las glorias del mundo, y deje abiertos los ventanales del alma para que el resplandor del cielo le traspase de fulgores toda la vida.
–La Voz Bautista
Solo quiero agradecer a Dios por sus vidas y por proporcionar tan enriquecedora lectura que alimenta nuestra vida en el Señor, Dios les bendiga!!!!