“Habéis oído de la paciencia de Job y habéis visto el fin del Señor que el Señor es muy misericordioso y piadoso” Santiago 5:11
Leyendo el libro de Job asistimos a la representación de un drama. Es en efecto, una pieza literaria, la más antigua en el mundo, sin rival por su mérito literario, con todas las características de un drama perfecto, y que tiene por objeto, enseñarnos, según lo indica su nombre primitivo: “El feliz término de las correcciones de Dios.”
Tiene las cualidades principales que se exigen de toda acción dramática: interés, unidad, integridad y verosimilitud.
El interés en el libro de Job nace de la variedad de las situaciones y del carácter moral de los personajes. La historia de Job es una sucesión de efectos cuya causa se ignora. Las circunstancias empeoran por momentos. La cadena de males se alarga. Y sus amigos “consoladores molestos” nos inspiran benevolencia a veces, y a veces lástima, y en otras admiración y espanto.
La unidad se nota en la uniformidad del argumento realzada por las partes secundarias que figuran en el desarrollo del drama.
La integridad se advierte en que hay en esas páginas una completa ausencia de cosas superfluas. Ni una sola palabra está de más ni de menos. Es un relato que maravilla por su exactitud. Tiene principio, medio y fin. O lo que es igual, exposición, nudo y desenlace.
La verosimilitud en este libro se convierte en naturalidad o más bien en realidad. Es un poema real y en eso se distingue del drama, que para serlo tiene que revestirse de ficción sin hacer que se pierda a su unión de los espectadores.
Los personajes
Job es principalmente protagonista. Su mujer. Diez hijos. (Siete varones y tres mujeres). Satanás, el acusador. Los amigos de Job: Elifaz, Bildad y Zofar. Un joven: Eliú. Dios es la última persona que aparece en el drama. La introducción y el epílogo están en prosa. Lo demás del libro está escrito en verso. En el prólogo se levanta el velo del mundo celeste y se muestra a Dios avocándose a los negocios de la tierra. Se nota que no es la suerte ni el fatalismo los que intervienen en los sucesos del mundo, sino el Dios sabio, el Altísimo, que gobierna y rige a todo lo creado.
Job es un árabe rico. Tiene una fortuna inmensa representada por sus tierras de labranza, y por sus ganados que se forman de siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y por un crecido número de criados. Tiene también una hermosa familia. Y tiene todavía algo que es aun superior a todo: ¡un buen nombre! Es un varón de quien Dios mismo da testimonio diciendo que “no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.”
Satanás es una figura sombría pero real. Su sólo propósito es insinuar que la piedad de Job es interesada. De esta parte del libro deducimos lo justo que son las pruebas a que Dios somete a sus hijos que le aman. De ese modo se desarrolla el carácter, y se aviva nuestra fuerza, nuestra esperanza y nuestra confianza en Dios. El valor y la virtud necesitan ser probados. Valor sin prueba no es valor, virtud sin prueba no es virtud, y carácter sin prueba no es carácter. Job se ve repentinamente reducido a la más completa miseria. Su prosperidad terrena se torna en un momento en el más horrible desastre. Pierde en rápida sucesión sus bienes, sus hijos e hijas, su salud, y hasta su buen nombre y su reputación que son puestos en duda por la opinión pública representada en la de sus amigos que le reprochan.
Un grupo de consoladores: Elifaz, Bildad, y Zofar. Para estos, todo se reduce a razonar sobre la cuestión moral que envuelve la presencia de tantos males, investigan la causa de donde procede esta calamidad, y acaban por explicarse el triste caso de Job juzgándole infiel y acusándole de pecados ocultos. Job refuta enérgicamente los cargos que lanzan sobre él, les llama “difamadores” “angustiadores” y “consoladores molestos” y afirma que los caminos de Dios son incomprensibles. De los tres, Bildad es el más cáustico y el que hiere más a Job; cada amigo habló tres veces, menos Zofar que guarda silencio cuando le tocaba su último turno. Job les replica cada vez hasta hacer callar a todos.
Eliú toma la palabra. Es joven y ha guardado silencio dejando hablar primero a sus mayores. Pero sale en defensa de Job y reprocha los tres amigos. Arguye que el sufrimiento es disciplinario; que los hombres más buenos tienen falta y que el padecimiento la cura. Job nada contesta. Eliú en sus palabras expresa la misma opinión asentada muchos siglos después por San Agustín, que dijo: “Si ningún pecado se castigase aquí en el mundo los hombres creerían en la Providencia; y si todos los pecados se castigaren aquí, entonces los hombres no creerían en el juicio.”
El Desarrollo
del drama envuelve muchos puntos que cautivan por su propio interés y por el modo con que se describen. Los amigos están ignorantes de la introducción del libro y esto hace las situaciones más vivas para el que lee, porque conocemos la causa que ellos están tratando de hallar. Job mismo está incluido en este caso. El libro, como todas las otras páginas inspiradas de la Escritura, alcanza una grandeza incomparable y sin igual en la historia de la literatura. Y como todo lo que de Dios procede, es perfecto en sus más minuciosos detalles y abunda en la verdad. Entra con seguridad matemática en las definiciones que son del dominio de la astronomía, y tiene revelaciones profundas relacionadas con la ciencia de la historia natural. Para ejemplo de las primeras citaremos este pasaje: “Dios extiende el aquilón sobre vacío.” Los telescopios modernos, y la fotografía estelar, han venido a descubrir y a publicar en nuestro siglo esta verdad antigua, diciéndonos que todo el espacio azul de los cielos se halla poblado de soles ardiendo, con una sola excepción: el Norte, o aquilón, que se halla enteramente vacío. Y verdades tan elocuentes como esa se encuentran en cada capítulo y en cada detalle del poema.
La discusión entre Job y sus amigos se consigna en forma de diálogo. El tema del debate es que los grandes sufrimientos, como los que aquejan a Job, son la evidencia de grandes pecados. Elifaz, Bildad y Zofar afirman y Job niega.
Job logra vencer a sus disputadores, o a lo menos les obliga a callar. Su defensa descansa en estos dos puntos: que los malvados prosperan (los cuales no siempre son castigados en este mundo) y que él tiene conciencia de haber sido recto y de haber obrado bien en todo.
Dios: es la última persona que aparece en la acción. Sus palabras son más que suficientes para explicar el intrincado problema del libro. Se ve en un trono alto para mostrar que él está en los cielos y nosotros en la tierra, y reprende a todos por las libertades que se han tomado juzgando del caso de Job como si ellos fueran los dispensadores del bien y del mal y los árbitros de todos los sucesos del mundo. Enseña que los hombres deben humillarse delante de Dios y que Él los ensalzará. Se presenta en una nube que sugiere misterio e impenetrabilidad en las sombras insondables que rodean a todo lo invisible. El hombre es un necio cuando quiere disputar con Dios, es mezquino y se olvida que Dios es infinito; es humano y se olvida que Dios es divino; es materia y se olvida que Dios es espíritu; ¡es débil y se olvida que Dios es omnipotente! Él no puede ser medido por nuestra mente como tampoco el mar puede medirse en un dedal; ni puede ser pesado en nuestros pensamientos como tampoco el universo puede pesarse en una balanza; ni puede ser analizado por la ciencia, porque la ciencia se ocupa de la materia, y no del espíritu, y Dios es espíritu. Los que aman comprenden a Dios mejor que los que piensan. Porque Dios es amor. Con el intelecto no podemos entender a Dios, ni con ningún proceso de nuestro raciocinio, porque no alcanzamos a comprender y a abarcar la grandeza de él, pero con el corazón podemos creer en él y reconocerlo como Nuestro Padre. Es en nuestros sentimientos, en nuestros afectos más tiernos, en nuestra naturaleza superior que sentimos a Dios y lo conocemos sin haberle visto, lo mismo que conocemos y sentimos cuando es la primavera sin ver en el almanaque.
Dios en suma revela que él muestra su amor de muchos modos, y uno es, por medio de la corrección. Cristo mismo fue hecho perfecto por el sufrimiento. Y así consta que la tribulación obra paciencia, y la paciencia experiencia, y la experiencia esperanza, y la esperanza no se avergüenza porque es el amor de Dios mismo derramado en nuestros corazones.
El Final
En todas sus pruebas Job tuvo que luchar solo. Nadie estuvo de su parte sino Dios. Su misma mujer le había dicho: “Maldice a Dios y muérete!” Ni ella, que era la única de quién él pudiera haber esperado cariño y simpatía, tuvo buena voluntad ni compasión para su afligido esposo; sus amigos se tornan en acusadores que en vez de calmar sus penas y de echar bálsamo en sus heridas las hacen más vivas y más profundas con la afilada cuchilla de su lengua caustica; y así Job, el paciente, el santo, el fiel y justo, se conforma con decir, como único comentario de toda sus desgracias y de sus pérdidas materiales y morales: “El Señor dio, y el Señor quitó. ¡Sea el Nombre del Señor bendito!” Y torna a decir: “Recibimos el bien de Dios, y el mal, ¿no lo recibiremos?” Y exclama con acento doloroso: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo tornaré allá”
Y solo gana la victoria. No hay a su lado sino sólo Dios. Y él ha hecho la mejor defensa que podía tratando de justificarse, y venciendo con su sinceridad la malicia de sus amigos y la impaciencia de su mujer, y ha hecho una formal apelación a la justicia divina de Dios comenzando por declarar: “Yo sé que mi Redentor vive y que al fin me levantará de la tierra!” Y por último, después que Dios ha hablado, Job confiesa y dice: “¡Yo me condeno a mí mismo y me arrepiento en saco y en ceniza! Y este fue el momento de la reivindicación y de la restauración de Job y de aquí el título antiguo de este gran poema: “El fin feliz de las correcciones de Dios.”
Job ha querido justificarse. Eliú mismo, el joven piadoso, ha reconvenido a Job por esto, sosteniendo que delante de Dios nadie puede llamarse justo ni perfecto. Job hace muchas preguntas, requiere al Altísimo, manifiesta que él no comprende los caminos de la Providencia, y declara que a veces la misericordia de Dios se hace incomprensible. Pero después que se ha humillado hasta el polvo Job se siente satisfecho. Sus preguntas no reciben respuesta. Sus dudas acerca de los misterios de la Providencia, y su ignorancia en las variadas manifestaciones de la misericordia quedan sin aclararse y sin explicarse en manera alguna. Pero Job siente un gozo indecible. Fue mejor para él sentir a Dios manifestado en su pecho que saber todas las cosas que quería saber. Y eso es siempre mejor que el conocimiento, y es algo tan sublime que la ciencia y el saber más perfectos no pueden siquiera substituir, es la paz del alma que ha entrado en plena comunión con Dios. Así viene la convicción personal. Es la misma experiencia del ciego sanado por Jesús, que decía no saber otra cosa sino esta solamente: “Que yo antes era ciego, ¡y ahora veo!” ¡De este modo a lección suprema del libro de Job es que no sentimos nunca el gozo perfecto sino solamente cuando nos convertimos en hijos sumisos de Dios!
Al final de todo observamos que esta gran controversia religiosa entre Job y sus amigos se reduce al más completo fracaso. Y eso pasa siempre con las discusiones de este estilo. El asunto quedó sin dilucidarse; Job retuvo sus opiniones y sus amigos retuvieron las suyas. Lo más común es ver que las disputas religiosas no conducen a nada. Sólo hay luz y verdad cuando el hombre comienza a tener una percepción viva de Dios, cuando Dios se siente en nuestro ser, entonces nos avergonzamos de nuestras faltas, vemos con claridad nuestras imperfecciones y brota en nuestro pecho la caridad que no se ocupa de hallar las faltar de nuestros semejantes ni trata de avergonzarlos sino de ayudarlos y de llevarlos a la Verdad y a la Vida.
Pero en el caso de llegar a vernos envueltos en alguna discusión o controversia, sea del carácter que fuere, usemos ante todo palabras suaves, y argumentos fuertes; pues la más de las veces se hace todo lo contrario, y las palabras más fuertes, más ofensivas y más ultrajantes son las que a menudo se usan para sostener los argumentos más insignificantes y más débiles.
Job al ser restaurado no se jacta de su victoria. Y su alma generosa y grande acepta con agrado la decisión divina. Es así como debemos vencer siempre en nuestras disputas: sin dejar lesión en el vencido, sin vanagloriarnos del triunfo, sin aprovecharnos de haber salido gananciosos para descargar nuestra venganza y nuestro rencor sobre aquellos que nos incitaron y nos provocaron a la controversia. Es una alma muy vil y muy miserable la del hombre rencoroso, la del que no sabe perdonar, la del que no siente simpatía por el oponente que quedó vencido en la lucha.
Job ruega por sus amigos. Y Dios bendice a todos. Y a Job le concede doblada fortuna. Antes de su crisis tan severa y prolongada tenía siete mil ovejas y ahora recibe catorce mil; tenía tres mil camellos y ahora recibe seis mil; tenía quinientas yuntas de bueyes y ahora recibe mil; y quinientas asnas, ¡y ahora tiene mil! Pero sus hijos y sus hijas no le fueron restauradas al doble. Tenía diez hijos e hijas, y no recibe veinte, sino diez. Los mismos siete hijos y las mismas tres hijas. La razón es que los otros diez, ¡los primeros siete hijos y las primeras tres hijas no han muerto sino están en el cielo! Y de este modo, en este y en otros muchos pasajes el libro de Job tiene una elocuente lección de la inmortalidad. Lo cierto es que Job tiene ahora también doble número de hijos: Pero diez tiene en el cielo y los otros diez están con él sobre la tierra.
Las tres hijas de Job eran las mujeres más bellas de la tierra. Yo no he acabado de entender si la declaración Bíblica es que ellas eran las mujeres más hermosas de rostro, o si esa belleza se refiere a su carácter. Si se trata de la hermosura física, Sócrates la define como una tiranía de poca duración; Platón como un privilegio de la naturaleza; Teofrasto como un engaño silencioso; Teocritus como un delicioso perjuicio; y Carneades como un reino solitario. Aristóteles la juzga de más valer que todas las cartas de recomendación en el mundo; Homero dice que es un don glorioso; y Ovidio declara que es un favor especial otorgado por los dioses.
Pero yo tengo la noción de que las palabras de la Escritura se refieren a la hermosura del carácter de las tres hijas de Job. Y esto lo deduzco del significado de sus nombres, pues que esos nombres con ese objeto se consignan en el libro. Una es Jemiam, que significa “Luz de la mañana”. Nos hace imaginar a una muchacha que por su índole alegre y por su afán en los quehaceres de la casa es considerada como la alegría del hogar; la segunda, Cassia significa Brisa del Jardín y nos hace suponer una muchacha sociable y pura, de modales dulces, limpia exquisita como las flores, y como ellas casta y sencilla, y puras como el aliento de Dios, y la última. Keren-hapuc que significa Abundancia y nos da la idea de una muchacha generosa, de corazón noble, ¡¡lista para socorrer a los necesitados y para sacrificarse en múltiples esfuerzos bendiciendo su hogar, la sociedad, la iglesia y el mundo!
Y así termina esta historia dramática, tan llena de interés, y tan variada en sus pasajes animados, patéticos, arrebatadores.
Que Dios bendiga estas breves líneas que hemos escrito con el sólo fin de ayudarte, querido lector, en el estudio del precioso libro de Job que está lleno de instrucción acerca de la Providencia, que te advierte no faltar a la caridad al censurar a tus hermanos, ni a juzgar de su piedad por circunstancias meramente exteriores; ¡y que tiene la misión sublime de llevar consuelo a los que sufren enseñándoles a confiar firmemente en Dios y a depender de él enteramente aun en los trances más duros y más desastrosos de la vida! Observa la piedad en la conducta de Job. Fíjate en el cuidado que él tenía de los pobres y mira que si él era rico en bienes de este mundo, también lo era en buenas obras, y si los bienes materiales se le tornaron en males, sus buenas obras permanecieron e hicieron callar la maledicencia de sus gratuitos enemigos.
Imita a Job, estudia sus pensamientos, sus declaraciones, y su humillación. Y fíjate en las palabras del texto: “Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y piadoso.”
El Faro, 1918