Viajar es el deseo de muchas personas. Anhelan ir a destinos antiguos, famosos y extraños, aún a los sitios remotos. Quieren ver los lugares donde personajes importantes de la historia mundial anduvieron, incluso los personajes bíblicos. Por ejemplo, muchas personas desean ir a la Tierra Santa y ver los sitios dónde Cristo Jesús anduvo, o ir a Egipto para ver las pirámides y el Esfinge. Pero en este momento hay que distinguir entre viajar a un país extranjero y vivir en aquello. Vivir en un país extranjero no es un paseo. A menudo, cosas suceden de las cuales uno realmente no entiende. Gente se burla de uno y se ríe. Además, uno se puede ofender con la gente por no entenderla bien, e incluso es posible deshonrar a las personas sin saberlo. Falta de entendimiento social y cultural puede causar una cantidad de problemas para el expatriado. Es posible que nunca se sienta encajado o en casa, y que con la gente nunca será aceptado. El siervo de Dios que anhela vivir en una cultura diferente para comunicar las Buenas Nuevas necesita inculturarse* hasta que lo acepten como un miembro de la sociedad. Entonces hay que hacer la siguiente pregunta: “¿Cómo puede el expatriado adaptarse a la cultura extranjera hasta sentirse como un miembro integral de la sociedad?” Yo soy un expatriado y he vivido en diferentes culturas. Entiendo muy bien el anhelo de integrarse para poder compartir el evangelio en una manera contextualizada y eficaz.
El expatriado tiene que preguntarse: ¿Qué es lo que tengo que hacer para ser aceptado? ¿Qué es lo que tengo que hacer para que la gente mire más allá de mi nacionalidad? ¿Qué es lo que necesito aprender? ¿Quién puede o debería enseñarme? ¿Cómo puedo convertirme en un miembro confiado de la comunidad? ¿Cuáles son los requisitos culturales? Estas son las preguntas antiguas del siervo que quiere integrarse a su pueblo adoptado. Para contestar estas preguntas se debe considerar el ejemplo ideal. A través de él, vamos a aprender los pasos primordiales de la inculturación*.
Los pasos primordiales
Jesucristo nos enseña cuáles son los pasos fundamentales para traspasar de una cultura a otra y adaptarse. Los pasos son 1.) Dejar su patria; 2.) Dejar su casa; y 3.) Dejar su zona de comodidad. Jesús dejó el esplendor de los cielos, “su patria”, para venir a este mundo pecaminoso y vivir entre su creación. Si usted ya está viviendo en un país extranjero, es decir que eres un expatriado, por favor no asuma que ha dejado su patria. Necesitamos tener la misma actitud que tuvo Cristo cuando anduvo en la tierra. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres…” (Filipenses 2:5-7). Cristo no se jactó de su Deidad, pero tampoco la abandonó. Cuando vino a este mundo, no solamente dejó “su patria” pero también dejó su identidad. Juan 1:10 dice, “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció”. Su creación no reconoció su identidad divina. Si Cristo era capaz de dejar su identidad como el Hijo de Dios, ¿qué es lo que deberíamos hacer nosotros? Desafortunadamente, muchas veces salimos de nuestros países de origen, pero mantenemos nuestro etnocentrismo. Etnocentrismo es la ideología o la actitud que defiende la cultura y la raza propia como superiores a las demás. Es creer que “mi patria es la mejor y hacemos todo utilizando la manera correcta y mejor”. Etnocentrismo es una de las cosas más perjudiciales al proceso de inculturación. He escuchado a varios expatriados haciendo comentarios como “no hacemos ‘esto’ así en mi país” o “este pueblo no puede hacer nada correcto” o “¿por qué no pueden hacerlo como yo?” Esta actitud es repugnante porque ataca la esencia de quiénes son. Tenemos que dejar nuestras identidades nacionales en nuestras patrias. Deberíamos personalizar Filipenses 2:5-7. Por ejemplo, “aunque soy ‘colombiano’, no estimo mi nacionalidad como algo que debería abrazar, sino me despojo a mí mismo tomando la forma de siervo para hacerme semejante a mi pueblo adoptado…”
Para ser aceptado por el pueblo adoptado, el expatriado tiene que dejar su casa. La esencia de este paso es que el expatriado debe servir al pueblo. Obviamente el enfoque del servicio es otros. El ejemplo de Cristo en Juan 13 cuando lavó los pies de sus discípulos es inolvidable. “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. (Juan 13:14-15). Mi intención no es simplificar este paso demasiado, pero si el expatriado va a lavar los pies de su pueblo adoptado, él tiene que dejar la casa, o sea, salir de la casa y pasar tiempo con la gente. Muchos expatriados hacen todo lo que pueden para aislarse de la gente, como vivir en comunidades donde muchos expatriados se han radicado o no van al mercado donde la gran mayoría de la gente va. Algunos expatriados hacen esto inconscientemente, pero otros lo contrario. Conocía a un expatriado que dijo: “Yo no puedo esperar más. Necesito comprar un carro ya porque odio estar con la gente en el metro”. Con actitudes así, la razón por la cual algunos nunca se integran con el pueblo es obvia. Si Jesús no vino para que la gente le sirva, sino para servir a la gente, nosotros también debemos vivir como un siervo entre nuestro pueblo adoptado.
Para seguir el ejemplo de Jesús, no solamente deberíamos dejar nuestra patria y casa, pero también nuestra zona de comodidad. Jesucristo indiscutiblemente dejó su “zona de comodidad” cuando se hizo carne y anduvo entre la humanidad. A través de esto, Jesús experimentó los resultados de la caída sin ser afectado por el pecado. En todo sentido emocional, espiritual, y físicamente sentía cansancio, dolor, y tenía hambre. Incluso, padecía la tentación. El sufrimiento de Cristo era parte del plan divino. La culminación de su sufrimiento fue la cruz. “Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. (Filipenses 2:8). Cristo se identificó con la humanidad a través de su sufrimiento. Sufrió como la humanidad y mucho más. Sufrió tanto “… para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”. (I Pedro 2:24). Si nosotros como expatriados vamos a identificarnos con la gente, tenemos que estar dispuestos a sufrir. Obviamente las implicaciones de este principio en naciones de acceso restringido son pesadas, sin embargo es una de las claves para alcanzar pueblos que viven en lugares difíciles. Hay que humillarse ante el pueblo adoptado y sacrificar nuestra propia comodidad. Si continuamente intentamos vivir como si merecemos otro tipo o nivel de vida, el pueblo adoptado jamás nos adoptará completamente. Como Cristo se hizo carne, nosotros tenemos que hacernos la “carne” de la cultura extranjera hasta donde las Escrituras nos lo permitan. El apropiarse de una cultura diferente, sin duda involucra dejar la zona de comodidad. La inculturación es la meta de todos los siervos de Dios que quieren integrarse a una cultura extranjera y convertirse a un miembro significativo en la sociedad. Para lograr esto, hay que seguir a nuestro Señor quién dejó su patria, su casa y su zona de comodidad. Jesucristo es el ejemplo primordial para los que quieren integrarse a una cultura extranjera. Él dejó su patria, su casa y su zona de comodidad. “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”. (1 Pedro 2:21).
La Actitud es Clave: Toma la Iniciativa
El Apóstol Pablo fue implícito cuando dijo que deberíamos tener una actitud que se parece a la de Jesucristo (Filipenses 2:5). Indiscutiblemente, podemos aprender de la actitud de Jesús. Él tomó la iniciativa cuando se relacionó con su pueblo adoptivo. Si el expatriado quiere ser aceptado, hay que ser el primero en aceptar a los demás. Si quiere ser amado, hay que ser el primero en amar. Si quiere tener amigos, hay que ser el primero en mostrase amigo. Solomon nos dijo en Proverbios 18:24 que “el hombre que tiene amigos ha de mostrarse amigo…” Recuerdo una vez cuando mi hermano me visitó mientras yo vivía en el Medio Oriente. Un día llegó a la casa y me preguntó, “Scott, ¿por qué toda la gente acá me mira mal? ¿Por qué no le caigo bien a nadie en esta cultura?” Él creía que toda la gente estaba brava con él porque lo miraban fijamente sin decir nada y sin sonreír. Le dije a mi hermano que estaba equivocado y que necesitaba darle a la gente otra oportunidad. En la próxima ocasión necesitaba apropiarse de otra clase de actitud. Le pedí que participara en un experimento. Lo desafié diciendo: “La próxima vez que estás caminando en la calle y ves a una persona que te mira, toma la iniciativa y sonríe. Quiero que observes la reacción. Vas a ver que te va a responder positivamente”.
Aceptó el desafío y el mismo día salió de la casa para experimentar, y regresó a la casa con tres amigos nuevos. Quizá este ejemplo es demasiado sencillo. No obstante, muchos expatriados reclaman que no le caen bien a la gente de la cultura adoptiva, cuando en la realidad la gente se está preguntando, “¿Por qué no le caigo bien al extranjero?” Hay que cambiar la actitud y tomar la iniciativa en las relaciones con el pueblo adoptivo.
El carácter es de suma importancia: Viva con integridad
Vivir con integridad es una tarea muy dura, pero en una cultura extranjera la tarea es aún más difícil porque el expatriado vive su vida bajo constante escrutinio. Toda la gente está mirando y observando a los “extranjeros del segundo piso”. Y hacen muchas preguntas como: ¿Qué hacen todos los días? ¿A dónde van? ¿Cómo trata el señor a su esposa y lo contrario? ¿Cómo se relaciona él con otros hombres y ella con otras mujeres? ¿Cómo se relacionan con las personas del sexo opuesto? ¿Cómo cuidan a sus niños? ¿Quiénes entran a la casa? ¿Cuáles son las cosas que compran y llevan a la casa? Hay un sin fin de preguntas que pueden ocurrir en las mentes de los que están observando. Pablo delineó en su carta a los Tesalonicenses varias metas justas para los que anhelan vivir con integridad. “También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos. Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. (1 Tesalonicenses 5:14-23).
Expatriados exitosos me han dicho que la dinámica más eficaz en sus países extranjeros fue la integridad. En un caso, el expatriado era un cristiano norteamericano, y por supuesto, vivía bajo constante escrutinio. El interés fundamental de los observadores era el hecho de que el norteamericano nunca tomaba, fumaba, ni pasaba tiempo a solas con mujeres quiénes no eran su esposa. Sin embargo, por el típico estereotipo que realmente es justificado de los norteamericanos, los observadores no podían creer que el señor no hacía estas cosas. Como resultado, ellos le preguntaron si podían inspeccionar la casa. Con mucho gusto, el norteamericano les permitió entrar a la casa e investigar. Después cuando no encontraron nada de lo que buscaban, la gente aceptó al expatriado. A través de su integridad ganó el respeto de sus prójimos, un gran paso en el proceso de integrarse en la cultura extranjera.
De nuevo, Jesucristo es nuestro ejemplo preeminente de la integridad.
Aún los enemigos de Jesús quiénes querían engañarlo y asesinarlo reconocieron su integridad. Marcos 12:14 dice, “Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos que eres hombre veraz [íntegro], y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios…” Nosotros también necesitamos demostrar esta clase de integridad. “Exhorta asimismo a los jóvenes a que sean prudentes; presentándote tú en todo como ejemplo de buenas obras; en la enseñanza mostrando integridad, seriedad, palabra sana e irreprochable, de modo que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de vosotros”. (Tito 2:6-8).
La Paciencia es Virtuosa: No se afane
En la mayoría de los casos, el proceso de inculturación puede durar años. No es un proceso rápido. Simplemente hay que aceptar que el proceso toma tiempo. No existe un botón que puede oprimir y “¡zas!” es un miembro integral de la sociedad. Además, no tenga la expectativa de que se convertirá en un miembro integral inmediatamente sólo por hacer algunas cosas como las personas de la cultura—por ejemplo, utilizar vestimenta tradicional, hablar el idioma, disfrutar la comida típica, etc. El autor de Hebreos nos exhortó que “…corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante…” (Hebreos 12:1). La palabra paciencia en el contexto se refiere a firmeza, constancia y resistencia. “Es la característica del hombre quien no es movido fácilmente de su propósito ni de su lealtad a su fe y piedad aun cuando está experimentando sufrimiento y varias pruebas”. (Enhanced Strong’s Lexicon. Oak harbor, WA: Logos Research Systems, Inc., 1995).
Por lo tanto, vivir con paciencia en medio de un pueblo adoptivo significa que no importa que ocurre—fracasos, sufrimientos, victorias, etc.—el expatriado seguirá derecho en el camino que lleva a la inculturación.
La Comunicación es Fundamental: Aprenda la Lengua del Corazón
Salomón en su sabiduría dijo, “Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene”. (Proverbios 25:11). Claro, podemos estar de acuerdo que “El hombre se alegra con la respuesta [adecuada] de su boca; Y la palabra a su tiempo, ¡cuán buena es!” (Proverbios 15:23).
El idioma es una barrera enorme entre el expatriado y el pueblo adoptivo. Claramente, si el expatriado no puede entender a la gente y viceversa, el integrarse será aún mucho más difícil. Aunque la capacidad de hablar el idioma de la cultura extranjera no es la panacea universal de inculturación, es obvio que ayuda altamente. El reto es aprender la lengua y aprenderla bien. Aprenda la lengua del corazón. Por ejemplo, si un expatriado vive en el Medio Oriente y está aprendiendo el árabe, él no sólo necesita aprender el Fusha (el árabe clásico que casi no se usa oralmente), pero también el idioma del corazón de la gente—el dialecto local de árabe. Si el expatriado vive en Chile, necesita aprender el español chileno y no depender de su lengua materna. Expatriados deben aprender el lenguaje coloquial (el idioma cotidiano). No se satisfaga con la actitud que dice, “Pues, todos saben que soy extranjero, entonces realmente no importa si hablo bien, ni correctamente”. El pueblo adoptivo no acepta a personas que no quieren aprender el idioma bien o quienes tienen la actitud de “no me importa”. Si el idioma no le importa, es posible que verdaderamente la gente no le importa.
El Aprendizaje es Obligatorio: Sea enseñable
“Escucha el consejo, y recibe la corrección, para que seas sabio en tu vejez”. (Proverbios 19:20). Si el expatriado anhela integrarse en la cultura, recibirá gozosamente el consejo y la instrucción de la gente. Él tiene que cumplir las normas de la gente. Tiene que satisfacer todos los pasos requeridos de la sociedad. Pero, ¿cuáles son los pasos requeridos?
Uno sólo puede aprenderlos de la gente. Hay que hacer preguntas específicas. Hay que preguntar ¿por qué? La mayoría del tiempo, las personas de la cultura son las únicas que pueden contestar la pregunta ¿por qué?
Aprenda de la gente adoptiva. Nunca asuma que todos los expatriados realmente saben lo que dicen—aprenda por sí mismo. Esto no significa que otros expatriados no pueden ayudar y tampoco significa que no puede escucharlos. La verdad es que los expatriados veteranos ayudan mucho por su experiencia. No obstante, tiene que recordar que ellos también están en el mismo proceso de inculturación. Estudie al pueblo, el país, la cultura y la historia. Haga todo lo posible por aprender lo que puede.
El expatriado tiene que ser enseñable y esto es demostrado por la humildad. Ciertamente, el expatriado no tiene que pretender que tiene todas las respuestas. Tiene que estar disponible a cometer errores, tomar riesgos, pero siempre mantener el espíritu de humildad. “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”. (Filipenses 2:3-4). Para integrarse, tiene que preferir los intereses de los demás, y así aprenderá de manera objetiva. Y como resultado, continuará en el camino que lleva a la inculturación a ser un miembro aceptado por la sociedad y a encontrar su papel apropiado.
Conclusión
Para inculturarse, en primer lugar, el expatriado tiene que seguir a Jesucristo e imitar su ejemplo. Tiene que someterse a los principios bíblicos que son intemporales. Necesita asegurar que tiene la actitud correcta, que toma la iniciativa en las relaciones interpersonales y que vive con integridad y con paciencia. Necesita aprender la lengua del corazón de la gente y ser enseñable.
*Inculturación es el proceso mediante el cual una cultura establecida enseña a un individuo con la reputación sus normas y valores aceptados, de tal forma que el individuo pueda convertirse en un miembro aceptado de la sociedad y encuentre su papel apropiado. Más importante, la inculturación establece un contexto de límites y formas correctas que dictan qué es apropiado y qué no en el marco de una sociedad.
Tribuna Bautista Bíblica
Muy buen artículo, me gusta mucho la propuesta y como extranjero en tierra ajena lo comprendo, gracias.