Escritores del pasado en simpatía con el Texto Recibido

Aunque a veces es más dificultoso leer y entender los que escribieron los escritores sobre este tema en el pasado (especialmente del siglo 19 hacia atrás) sirve para comparar como el Texto Recibido se defiende hoy día. Dado que la defensa del Texto Recibido no es nueva, es apropiado un esbozo histórico de las enseñanzas anteriores de sus principales proponentes, lo que permitirá al lector reconocer si la enseñanza vigente en defensa del Texto Recibido es drásticamente diferente. Por ejemplo, demuestra que el movimiento en algunos grupos en décadas recientes que promueve el Texto Recibido como infalible no refleja el sentir general de siglos pasados. Algunos escritores incluidos aquí se orientaron más en defender los manuscritos bizantinos, lo cual concuerda mucho con el Texto Recibido, y en otros casos su orientación fue la defensa de la noble versión King James en inglés, lo cual llevó al escritor a afirmarse en la confiabilidad del Texto Recibido. Los siguientes escritores publicaron sus obras entre los años 1583 y 1956.

Tenemos escritos muy extensos aquí para algunos escritores. Si este formato es demasiado abrumador para algún lector, tenemos un estudio similar más abreviado aquí: La posición histórica de los defensores del Textus Receptus (Texto Recibido) hasta 1960.

William Fulke

Un estudio de las perspectivas acerca del Texto Recibido a través de los siglos no sería completo sin tratar las obras de William Fulke (1538-1589). Él vivió durante la etapa antes de la versión King James cuando se estaba editando activamente el texto griego de Beza. Fue autor del libro A defence of the sincere and true translations of the Holy Scriptures into the English tongue, against the cavils of Gregory Martin y Confutation of the Rhemish Testament. El libro consiste de un debate con un católico quien defendía la Vulgata latina. Fulke defiende el texto griego y las traducciones protestantes en inglés, especialmente la Geneva. Lo siguiente son selecciones traducidos de su libro:

Bueno, si conoces el texto griego actual, para ser sincero, donde cualquiera de nosotros ha sospechado o juzgado que es corrupto; y hemos demostrado que es sincero cuando usted ha calumniado en decir que es corrupto: no hay razón, por qué no debes reconocer que es muy perfecto, y por lo tanto lo hemos traducido, en lugar del latín vulgar; (p. 33)

No abandonamos el texto griego como corrupto, cuando encontramos fallas de la impresión o del escritor, y seguimos el texto griego, que está garantizado por copias antiguas escritas o impresas, y por la autoridad de los antiguos padres, el sentido del Espíritu Santo, y las circunstancias de los lugares acuerdan ser la lectura ciertamente verdadera del texto griego y la Escritura correcta de Dios, no más de lo que abandonas el vulgar texto latino como corrupto, cuando dejas la lectura común, y sigues lo que se coloca en el margen. Ustedes mismos reconocen al final de este prefacio, que a veces traducen la palabra en el margen del latín, y no en el texto, «cuando por el griego o los padres, vemos que es una falla manifiesta del escritor de la misma, quien confundió una palabra con otra». ¿Y no podemos hacer lo mismo en griego, lo que haces en latín, sin abandonar el latín como corrupto? (pág. 28)

Es una desvergonzada objeción frívola decir, que reconocemos que el texto griego es corrupto, porque en algunos lugares, donde las copias griegas varían, a través del incumplimiento de los escritores, siendo engañados por semejanza de letras o de otra cosa, elegimos esa lectura, que siendo lo más aceptable a las circunstancias del texto se confirma también por la autoridad de la traducción vulgar al latín; (p. 28)

Ahora citaremos del otro libro de Fulke, A Defence of the Sincere and True Translations of the Holy Scriptures Into the English Tongue Against the Cavils of Gregory Martin. Este libro es sumamente interesante, porque Fulke lo escribió en 1583, mientras Beza estaba activamente editando sus ediciones del Texto Recibido. Fulke defendió las traducciones en inglés basados en el Texto Recibido (antes que la King James fuese publicada), contra las críticas de un traductor de la versión católica Rheims, cuyo Nuevo Testamento traducido de la Vulgata latina se publicó en 1582. El libro hace mención de Beza cientos de veces, pero mayormente en referencia a sus anotaciones o su traducción al latín.

Decimos, de hecho, que según el texto griego del Nuevo Testamento todas las traducciones del Nuevo Testamento deben ser probadas; pero no nos referimos a toda la corrupción que hay en cualquier copia griega del Nuevo Testamento, y mucho menos que el texto hebreo del Antiguo Testamento debe ser reformado según el griego del Nuevo, donde no está corrompido; y menos, donde cualquier copia es culpable de un error manifiesto, como en este lugar ahora en cuestión. (p. 44)

No se puede negar, que algunas fallas pueden escapar al traductor más fiel y diligente, sin embargo, tantas corrupciones heréticas, ya sea en holandés o en inglés, son increíbles, y recurren más bien al descrédito del acusador, a juicio de todos los sabios, que a las partes así acusadas; (pág. 63)

Le respondo primero, no hay en la peor traducción ninguna falla que se haya escapado, que pueda por sí mismo llevarlo a un error condenable. (p. 65)

[La acusación de católico Martin había sido que los protestantes “pretenden traducir el texto griego común del Nuevo Testamento” pero no se mantenían fieles en la traducción] En la traducción seguimos las copias comunes, habituales e impresas, como usted lo hace en su traducción; y sin embargo, sabes que hay tantas, sí, diez veces más lecturas diversas en latín que en griego: atestigua la Biblia impresa en Amberes por Cristóbal Plantino, 1567, de la Castigata de Hentenius; donde los márgenes de casi cada hoja estén llenos de lecturas diversas, obeliscos, asteriscos, estigmas, que significan la variedad que hay en muchos ejemplares, al agregar, restar, cambiar. (p. 74)

[En respuesta a la pregunta «¿cuál griego?»] Que nos gusta más el texto griego más común, estoy seguro de que lo hacemos por una buena razón, si no por mejor, que usted [Martin, un católico] en tan grandes diversidades del texto latino, que les gusta lo más común y en la mano de cada hombre. (p. 85)

… aunque en palabras claras confesé que podría haber algunos errores incluso en la mejor y más perfecta de nuestras traducciones. Porque traducir de una lengua a otra es una cuestión de mayor dificultad de lo que comúnmente se entiende, quiero decir exactamente para ceder tanto y no más que lo que el original contiene, cuando las palabras y frases son tan diferentes, que pocos se encuentran que en todos los puntos significan lo mismo, ni más ni menos, en diversos idiomas. Por lo cual, a pesar de cualquier traducción que se pueda hacer, el conocimiento de las lenguas es necesario en la iglesia, para el análisis perfecto del sentido y el significado de las santas Escrituras. Ahora, si algunos de nuestros traductores, o todos ellos, no han logrado la mejor y más adecuada expresión de la naturaleza de todas las palabras y frases de las lenguas hebreas y griegas en inglés, no es asunto que defienda, ni los propios traductores, estoy seguro, si todos estuvieran vivos; pero que las Escrituras no son falsificadas o corrompidas intencionalmente por ellos, para mantener cualquier opinión herética, como nos acusa el adversario, eso es lo que defenderé (por la gracia de Dios) contra todos los papistas del mundo. (p. 97)

Las Biblias Geneva no profesan traducir de la traducción latina de Beza, sino del hebreo y el griego; y si no siempre están de acuerdo con Beza, ¿cuál es ese propósito, si están de acuerdo con la verdad del texto original? Beza a menudo sigue la frase más pura de la lengua latina, que ni seguirían ni podrían seguir en inglés. Si al disentir de Beza, o Beza de ellos, ellos o él disienten de la verdad, es de fragilidad humana, y no de intención herética. (p. 118)

Frederick Nolan

Frederick Nolan (1784-1864) fue un teólogo anglicano irlandés. En 1815 a la edad de 31 años escribió un libro de más de 600 páginas por título An Inquiry into the Integrity of the Greek Vulgate: or, Received Text of the New Testament. El lector debe ser advertido que Nolan a veces se refiere al texto que caracteriza a los manuscritos Bizantinos como “Texto Recibido”, pero en otras ocasiones se refiere claramente a ediciones del Textus Receptus. Pero a la vez parece usar el término “Texto Recibido” como una referencia general a un texto en uso común, porque en la p. 417 (en una nota al pie de la página) habla del “Texto Recibido de las Iglesias Romanas”, y en la p. 76, “el Texto Recibido de Egipto”. Con frecuencia se refiere al texto bizantino como “la Vulgata griega”. Por tanto, uno tiene que fijarse cuidadosamente en el contexto porque Nolan usa estos términos de forma variable. A continuación he traducido algunas porciones selectas de su libro:

La noción de una identidad literal entre las copias actuales del texto inspirado, y la edición original, que fue publicada por los escritores sagrados, es un error vulgar, que encuentra tan poco fundamento en la razón como justificación en el hecho. No se requiere ningún esfuerzo de deducción para probar que esa noción es irrazonable—que presupone—que toda persona que se compromete a copiar los Escritos Sagrados, debe ser librada de error intencional o involuntario por poder sobrenatural; si no fuera refutado de manera demostrable por la publicación de ciento cincuenta mil lecturas diversas que se han recogido contra el texto autorizado. (p. vii)

Pero dejando de lado la idea de su pureza literal, como repugnante a la razón, la creencia de su integridad doctrinal es necesaria para la convicción de nuestra fe. Porque si se acepta prueba de su corrupción general en puntos importantes, el carácter de su fidelidad está necesariamente involucrado, lo cual es inseparable de la noción de una regla perfecta de la fe y los modos. (p. vii)

… la integridad general y doctrinal del Texto Recibido está establecida. (p. xiii)

El gran fin que los inspirados fundadores de la Iglesia tenían a la vista, al entregar a sus sucesores un instrumento escrito, era proporcionarles una regla infalible de fe y forma. Pero no es necesario para la perfección de este instrumento, que debe ser custodiado por un milagro perpetuo de las posibilidades de errores literales. Las verdaderas ventajas prácticas de cualquier regla de fe o moral deben ser el resultado de una adhesión religiosa a los preceptos que inculca. Pero no se discutirá, que esos preceptos podrían haber sido transmitidos de una variedad infinita de maneras por los escritores inspirados; y que el lenguaje en el que eligieron entregar los preceptos puede ser infinitamente variado, mientras que la doctrina se preserva sin cambios en su intención y sustancia. Si un conocimiento literal exacto de la fraseología del texto sagrado sería indispensablemente necesario para la consecución de las verdades importantes que revela, es obvio que los escritos inspirados solo podrían ser beneficiosos para un número muy limitado de lectores, y para aquellos simplemente en el tiempo de su examen. La impresión que los hechos y los preceptos de la obra divina dejan en la mente, es ciertamente vívida y permanente; pero cuando se cierra el volumen pocos conservan un recuerdo preciso del lenguaje en el que se expresan, y ninguna memoria fue nunca adecuada a la tarea de retener toda la obra sin muchas omisiones y tergiversaciones. (p. 309)

La integridad general y doctrinal del canon sagrado que se preserva de la corrupción, no existe una causa obvia o necesaria para que el texto se preserve inmaculado. Cuán plenamente impresionados con esta convicción estaban los escritores inspirados, debe ser directamente evidente por el uso que han hecho de la Septuaginta, que alguna vez fue considerada una traducción libre. Aquellos que estaban mejor calificados para informarnos sobre este tema han declarado expresamente que los apóstoles han citado de esa versión. Sin embargo, aunque en ninguna parte se nota que tergiversa el sentido, con frecuencia se observa que lo citan donde simplemente abandona la letra. Si bien la circunstancia de su escritura en griego demuestra claramente la prevalencia de ese idioma entre sus primeros convertidos es observable, no hicieron ninguna disposición de que la iglesia primitiva debe poseer una mejor traducción del Antiguo Testamento que la de la Septuaginta. Por lo tanto, de su práctica debe deducirse que consideraban que los errores literales de dicha traducción eran una cuestión de menor importancia. (pp. 309-311)

Aunque por estos motivos la Vulgata griega admitiría una defensa justa, estoy dispuesto a cuestionar sus pretensiones de preferencia sobre cada texto y edición sobre diferentes principios. Desafía el testimonio de la tradición a su favor durante mil cien años, incluso por la concesión de sus oponentes; y a menos que me equivoque en mis cálculos, ese período puede extenderse demostrablemente a mil cuatrocientos. Las inferencias que brotan de estas circunstancias ya se han hecho; y si se permite alguna fuerza a lo que he avanzado, hay que permitir lo menos, que este texto sea de la mejor edición, y que esté libre de cualquier corrupción considerable en el tenor general del texto, y en las partes que afectan a cualquier punto de doctrina. (p. 313)

Con respecto a la integridad verbal del texto, yo estoy lejos de afirmar que considero la Vulgata griega inmaculada. Al contrario, yo creo que puede ser inferido, en la consistencia más estricta con lo que ha sido avanzado hasta ahora, que el Texto Bizantino puede poseer errores verbales, mientras el egipcio y ediciones de Palestina preservan la verdadera lectura. Mientras estos textos diferentes experimentaron revisión por manos separadas, es posible que el cuidado que fue implementado al quitar un defecto imaginario quizás pudiera haber creado un error positivo; y el error que así surgió quizás fue propagado por todas las copias que han descendido de la misma edición. Yo aquí sólo entro mi protesta contra la inferencia que estos errores podrían haber extendido a puntos importantes, o que la edición en la que ellos abundaron podría haber prevalecido para más que un período limitado, y durante la operación de alguna causa poderosa contra el Texto Recibido, que prevaleció generalmente en el mundo cristiano, como publicado por los apóstoles. (p. 314)

Para concluir la reivindicación del Texto Recibido, no queda nada más para su defensor, que responder brevemente a la acusación de incompetencia que se ha instado contra aquellos por quienes se formó. El pedigrí de este texto se ha seguido a unos pasos de Erasmo; y la falta de las herramientas más necesarias para corregir el texto, del que se concibe le faltaba, se ha instado como prueba suficiente de la ineficiencia de su intento. De manuscritos, se dice, él sabía poco; no habiendo poseído ninguna de esas copias antiguas de las que sus sucesores han hecho tanto uso en la modificación del texto. De versiones era aún más ignorante; no habiendo estado familiarizado con los de la iglesia oriental y occidental. Y de los padres hizo poco uso, después de haber seguido simplemente a Atanasio, Nacianceno y Teófilo, sin ser consciente del valor de Clemente, Orígenes y el testimonio de Cirilo, en la corrección del texto.

Hasta qué punto la falta de las ayudas necesarias para corregir el texto griego ha provocado el fracaso de Erasmo, puede, supongo, ser fácilmente apreciado por el uso que han hecho de ellos por aquellos que le han sucedido en esa tarea. El mérito de la edición vulgar que publicó, y del texto corregido, que J. Griesbach ha editado, debe ser decidido por las pruebas internas, y sin extender nuestra atención más allá de los tres textos doctrinales a los que J. Griesbach ha limitado la suma de sus mejoras importantes, ahora hay pocas razones para dudar de cuál de esos candidatos al elogio tiene mejor derecho a nuestra aprobación. Si el difunto editor hubiera establecido la integridad de su texto en todos los demás puntos, en los que ha perturbado la lectura recibida; no puede haber lugar para cuestionar, (hasta que los principios del sentido común se vuelvan tan invertidos como la teoría de la crítica sagrada), que las ventajas que el texto habría obtenido de sus correcciones estarían más que contrarrestadas por las desventajas que ha sostenido de sus corrupciones. Pero en este compromiso, soy libre de concluir, hasta que se refuta lo que he avanzado en sentido contrario, ha fracasado totalmente. Su sistema parece ser tan poco sólido en teoría como perjudicial en la práctica. Entre todos los pasajes que han sido examinados, y que incluyen la totalidad de aquellos de cualquier importancia en los que ha violado la integridad del canon sagrado, no ha presentado un solo testigo cuyo testimonio es admisible, mientras que dejó a un lado cantidades, cuyo testimonio, no dudo afirmar, no pudo acusar.

Tampoco que se conciba, en desprecio del gran emprendimiento de Erasmo, que tenía simplemente razón fortuitamente. Si apenas se hubiera comprometido a perpetuar la tradición sobre la que recibió el texto sagrado, habría hecho todo lo que se le había requerido, y más que suficiente para avergonzar los esfuerzos débiles de aquellos que han trabajado en vano para mejorar su diseño. Su extraordinario éxito en esa obra inmortal puede estar claramente trazado a la sabiduría del plan sobre el que procedió. Y poco más es necesario que seguirlo en su defensa de ese plan, para producir con sus propias palabras, una refutación completa de las objeciones sobre las que ha sido condenado; y una exposición completa de la superficialidad de esos principios, en la que sus labores serían ahora reemplazadas por un sistema diferente de crítica enmendatoria.

Con respecto a los manuscritos, es indiscutible que conocía todas las variedades que conocemos, habiéndolos distribuido en dos clases principales, una de las cuales corresponde a la edición Complutense, la otra con el manuscrito vaticano. Y ha especificado los motivos positivos por los que recibió el uno y rechazó el otro. El primero estaba en posesión de la iglesia griega, la segunda en la del latín; a juzgar por la evidencia interna, tenía como buena razón para concluir que la Iglesia Oriental no había corrompido su Texto Recibido, ya que tenía motivos para sospechar de los rodios, de quienes la Iglesia occidental derivaba sus manuscritos, habían acomodado entonces a la Vulgata latina. Una breve insinuación que ha lanzado, suficientemente demuestra, que sus objeciones a estos manuscritos eran más profundas; y dan crédito inmortal a su sagacidad. Él tenía conocimiento que en la época en que se formó la Vulgata, la Iglesia estaba infestada de origenistas y arianos; una afinidad entre cualquier manuscrito y esa versión, en consecuencia, transmitiría alguna sospecha de que su texto estaba corrompido. Se inclinaba a poner tan poca dependencia sobre la autoridad de Orígenes, quien es el pilar y el terreno de la edición corregida.

Con respecto a las versiones, es cierto que no estaba familiarizado con la antigua Itálica y más tarde traducciones orientales. Pero si la historia de esas versiones fuera conocida por el objetor, confío en que apenas se opondrían al sistema de uno, que era consciente de la necesidad de evitar el contagio de las herejías arianas y origenianas. No estaba familiarizado con las versiones primitivas Itálica y Siriacas, pero aún no se me ha informado de qué otro uso se podría haber hecho, que confirmarlo en el plan que había elegido juiciosamente. Todavía no he oído hablar de un solo texto que podrían haberle llevado a adoptar, que no se encuentra en su edición. Toda su dependencia se basó en el griego y en la Vulgata latina; y si podemos creerle a sí mismo, usó algunas copias antiguas de este último. De ellos hizo el mejor uso, confrontando su testimonio y estimando la evidencia interna del contexto con el testimonio externo de las Iglesias oriental y occidental, de ahí que comprobó el texto auténtico de la Escritura. Una reivindicación particular de esta parte de su plan no puede exigirse de mí, que tanto me han avanzado para demostrar que ofrece la única perspectiva racional de determinar el texto primitivo o genuino del Nuevo Testamento; cualquier ayuda que pueda derivarse de otras versiones y textos en la defensa de las lecturas impugnadas.

Al utilizar el testimonio de los antiguos padres, parece que nunca ha entrado en su concepción de que cualquier utilidad podría derivarse de cotejarlos textualmente con el texto de la Escritura. Ante las labores de los críticos modernos, los monjes de Egipto alto y Palestina, que dividieron su tiempo entre este empleo provechoso y el seguimiento de la teología especulativa de Orígenes, fueron probablemente las únicas personas que se dedicaron a este interesante pasatiempo. Del valor de las obras de esos primeros escritores al determinar y reivindicar la integridad doctrinal del texto, ningún hombre era más consciente que Erasmo. Con este punto de vista leyó sobre las obras de los principales escritores y comentaristas; legando la tarea de cotejar sus citas con el texto de la Escritura, a sus sucesores más insípidos y diligentes. Con qué efecto participó en un oficio de este tipo, aquellos que tienen curiosidad por ser informados lo comprobarán mejor examinando el texto que ha publicado. Los defensores del Texto Recibido tienen poco que aprender de una comparación con el texto corregido, por el cual ahora se supone que es totalmente reemplazado. En todos aquellos pasajes en los que se ha defendido la integridad del texto sagrado, la reivindicación del texto de Erasmo es inseparable de la de la edición vulgar.

Sin embargo, no es mi intención afirmar que concibo el texto de Erasmo absolutamente impecable, pero con la excepción de algunos lugares, en los que no se ha conservado la lectura de la Vulgata griega, no sé con qué autoridad podríamos aventurarnos a corregirlo. Los textos egipcios y palestinos han sido condenados tan a menudo por error, en puntos en los que el Texto Bizantino admite la defensa más plena, que su testimonio, cuando se opone al griego vulgar, no puede tener derecho a la atención más pequeña. Y cuando se trata de la integridad verbal meramente del texto sagrado, nadie, se presume, establecerá el testimonio de versiones y padres en competencia con el de la edición vulgar. Soy muy consciente de que existen muchos manuscritos con fama de antigüedad, que contienen el Texto Bizantino y, sin embargo, difieren del Texto Recibido establecido en la edición impresa, pero las circunstancias sin número prohíben que lo corrijamos en su autoridad. (pp. 410-421)

Como los manuscritos que contiene el Texto Bizantino son generalmente coincidentes en sus lecturas, es poco maravilloso que Erasmo, después de haber escogido ese texto, pudiera publicar una edición que corresponde con el texto que desde entonces se ha descubierto que prevalece en el gran cuerpo de manuscritos griegos. Pero como cada manuscrito tiene algunas lecturas peculiares, no puede ser menos extraordinario, que algunas frases deberían haber sido admitidas por Erasmo en su texto, aunque carecientes del apoyo de la generalidad de los manuscritos. Estos, sin embargo, son tan pocos e insignificantes, que apenas merecen ser notados. Después de alguna búsqueda según los que se conservan en el Texto Recibido, los siguientes son los únicos casos de interpolaciones, que he podido descubrir en los Evangelios: Mateo 12:35; 4:4; Marcos 6:44; Marcos 16:8; Marcos 10:20; Juan 20:29; a los que podemos añadir los siguientes casos de meros expletivos: Mateo 4:18; Mateo 8:5; Mateo 14:19; Mateo 25:44; Lucas 4:8. (p. 419, nota)

Para algunos errores verbales y literales leves en el griego vulgar, debemos, de hecho, observar, como el efecto inevitable de la transcripción descuidada; pero estos no acusan en lo más mínimo de la integridad del Texto Recibido o de la Versión Autorizada. En la investigación o defensa de la verdad, deben ser más ligeros que el polvo en la balanza. Como rara vez afectan el sentido, e incluso en este caso no se relacionan con ningún punto de doctrina o moral, no pueden probar la fuente del error, ni formar el motivo de la controversia. Por lo general se refieren a las trivialidades verbales, que no son capaces de expresarse en una traducción; y como tal no pueden merecer la menor consideración de los teólogos, de cualquier importancia que puedan ser considerados por críticos o gramáticos. Cualquiera que haya sido la lectura original del texto sagrado, no cabe duda de que los escritores inspirados no pudieron encontrar ninguna dificultad para sancionar la lectura autorizada. Esta inferencia es claramente deducible de su práctica con respecto a la Septuaginta, y de hecho las variaciones detectables en sus citas del Antiguo Testamento, y en sus narrativas de los discursos de nuestro Señor, deben convencernos, de que consideraron que estricta precisión literal que ahora se requiere en sus obras, tan lejos de su atención. En la incertidumbre que debe asistir a cada intento de recuperar sus palabras y expresiones precisas, donde los manuscritos griegos difieren, el único plan sabio parece estar en preservar un estado establecido de las cosas, y en mantener, por supuesto, esa lectura que es más general. Esa lectura, sin embargo, no se discute, se encuentra en el texto vulgar de nuestras ediciones impresas. Admitiendo que, al elegir un texto entre los manuscritos que contienen el griego vulgar, nos hemos fijado en lo peor, cualquier ventaja que se derivaría de un cambio, estaría más que contrarrestada por las desventajas de la innovación. Pero que la Vulgata griega merece este carácter, es un punto que no será fácilmente reconocido por sus defensores: y los defensores de una edición mejorada tienen infinitamente más que avanzar en favor de sus esquemas de emendación, de lo que han sido hasta ahora capaces de instar, antes de que podamos asignar a su texto corregido la autoridad más pequeña. Es suficiente para nosotros, que todos sus intentos de invalidar la integridad del Texto Recibido, en cualquier punto de la menor importancia, hayan resultado enteramente malogrado. El mismo motivo no se establecerá fácilmente a favor del texto que se han comprometido a defender. Si no me engañan mucho, la corrupción de este texto puede no sólo demostrarse, sino que se remonta a la fuente en la que se ha originado. Si este emprendimiento es factible, como confío, debe añadir el mayor peso a la autoridad de la Vulgata griega; ya que aniquilará la fuerza de toda objeción que pueda plantearse al Texto Recibido, a partir de la oposición de una edición rival; y al dar la oportunidad adecuada de reivindicar la tradición de la Iglesia, de toda sospecha de corrupción, añadir la última confirmación a ese sistema, por el cual se ha defendido la autoridad del Texto Recibido. (pp. 424-426)

Por lo tanto, sopesando todas las objeciones que se han manifestado contra la Vulgata griega, parece no haber instada ninguna que pueda afectar en absoluto a su integridad como una regla perfecta de fe y modos. (p. 572)

Escritor anónimo de The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine en 1816

Un escritor anónimo, pero bien informado, aportó unos escritos extensos en una revista religiosa británica en 1816. Demostró cierta dependencia en los escritos de Nolan publicados el año anterior. Aunque el autor anónimo aporta detalles importantes acerca de la historia del Texto Recibido, comienza con argumentos contra Griesbach, quien aproximadamente 40 años antes había publicado un Nuevo Testamento griego crítico, lo cual estaba provocando dudas acerca de la confiabilidad del Texto Recibido. Lo siguiente consiste de la traducción de porciones selectas:

… Y aunque no menos importante, el libro de Nolan sobre la integridad de la Vulgata griega, 1815. Es un trabajo de investigación poco común con razonamiento claro, que proporciona una excelente prueba sobre el laberinto del esquema de Griesbach; en el cual «cada oración forma un enlace en el argumento, y cada cita ilustra y confirma su verdad». El esquema o plano general, del esquema imaginativo pero bien fabricado de Griesbach, se puede trazar, desde su propia disposición luminosa, en el Prolegomena.

I. Él impugna la autoridad del Texto Recibido, en las ediciones Vulgata del Testamento griego sobre la base de la incompetencia de los editores originales de las ediciones estándar que la componen.
II Él impugna la integridad, o la pureza doctrinal, del canon sagrado mismo sobre el reclamo de las primeras corrupciones, introducidas en ella, y continuadas, tanto por los ortodoxos como por los heterodoxos.
III. Propone una clasificación engañosa de los manuscritos griegos, de acuerdo con sus varias familias, recensiones o ediciones; diseñando, con el testimonio de unos pocos, viejos y corruptos favoritos, reemplazar el testimonio de muchos, que por sus sufragios unánimes apoyan el texto de la Vulgata.
IV. Establece ciertas leyes o cánones de crítica, con la ayuda de los cuales corrige o altera el Texto Recibido, sobre la evidencia combinada de manuscritos, versiones y padres; profesando no cambiar una sola letra del texto, simplemente por conjetura. …

«Las ediciones más recientes siguen a Elzevir; este, se compiló de las ediciones de Beza, y el tercero de Estéfano; Beza, de la misma manera, copió el tercio de Estéfano, con algunas alteraciones, hecha, sin embargo, de capricho, y sin autoridad suficiente; el tercero de Estéfano, sigue de cerca el quinto de Erasmo; algunos lugares solamente, y el Apocalipsis, exceptuado, en el cual Erasmo formó su texto, así como podía, de unas pocas y más bien modernos manuscritos; alejado de todas las ayudas necesarias, excepto la Vulgata latina interpolada, y los escritos de algunos de los padres, inexactamente editados». Y así, más claramente, expresa esta censura de Elzevir, y de las principales ediciones de Erasmo, y los editores complutensianos. p. v.

«El Texto Recibido difiere muy poco de estas fuentes originales, ya que apenas proporciona cien lecturas diferentes de la edición Erasmiana y Complutensiana, conjuntamente».

1. «Pero Erasmo y los complutenses emplearon solo unos pocos manuscritos; y estos, modernos y de poco valor, si consideramos lo bueno de las lecturas; 2. Les faltaban otras ayudas necesarias para formar un juicio del texto sagrado; (es decir, un conocimiento suficiente de las versiones antiguas y los padres primitivos;) 3. Les faltaba habilidad en la verdadera ciencia de la crítica sagrada; 4. Se vieron impedidos por opiniones y prejuicios preconcebidos de hacer un uso correcto de sus manuscritos, tales como estaban».
Primero desplegaré, más explícitamente, la genealogía y la historia de estas varias ediciones; comenzando desde el más temprano, en el progreso natural del descenso. (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 215, Vol. 50, April 1816, pp. 351-353)

2. Ediciones de Erasmo. Este erudito infatigable, que vivió según su aprendizaje, fue empleado por Froben, el impresor, en Basilea en Suiza, para preparar varias ediciones del Testamento griego. Su primera edición fue publicada el primero de marzo de 1516; y por cuenta de Erasmo, «praecipitatum fuit Verius, quam editum«; ¡la propuesta de participar, habiéndole hecho solo el 17 de abril de 1515, no un año antes! ¡En esta «precipitación», su empleador lo obligó a corregir para la prensa una hoja nueva todos los días! —Froben deseando, probablemente, anticipar la publicación esperada del Poligloto Complutense, que ahora estaba terminado. «Por lo tanto, en este sentido, Erasmo es mucho más apiadado que censurado», según la reflexión juiciosa y compasiva de Michaelis, Introduction, & c. Vol. 11. p. 443. En una carta, fechada el 23 de septiembre de 1515, Erasmo escribe así a su amigo, Ulric Zasius, ¡Huic pistrino sic sum affixus et obligatus, ut vix etiam sit capiendo cibo! Wetstein, Proleg. p. 121)

Una segunda edición se publicó en 1519, más cuidadosamente corregida que la anterior. En estas dos ediciones fue censurado por la omisión de 1 Juan. 5:7 por López de Zúñiga; y por un inglés instruido, Edward Lee, de la ciudad de Ley. Su censura provocó su inclusión en su tercera edición, año 1522 (El mismo año en que se publicó la Complutense), en el que se disculpa por la omisión en sus dos primeras ediciones, porque no lo había encontrado en cinco manuscritos griegos que había consultado en aquel entonces. Estos manuscritos están marcados por Wetstein, Nº 1, 2, 3, 61, 69, en la primera parte; 4, 7, en la segunda parte; y 1, en la cuarta parte. Y él declaró que, reemplazó (reposuimus) aquel versículo disputado, porque lo encontró en un manuscrito griego que cotejó en Inglaterra, Ne Cui Sit Causa Calumniandi, «para evitar darle un mango a la calumnia», a aquellos que impugnaban su ortodoxia. Este manuscrito fue probablemente el Montfort, conservado en la biblioteca de Trinity College Dublín, de lo que tendremos ocasiones para hablar más adelante. …

«No soy condescendiente con los arrianos, en la actualidad; porque sigo con todo mi corazón, lo que la iglesia prescribe». — “Por esta razón principalmente, creo que el Hijo es de la misma esencia que el Padre, porque la iglesia así lo requiere; igualmente debería creerlo, aunque este texto era diferente de lo que representamos”. Respons. ad Leum. pp. 272, 278, or Travis, p. 199.— En esta situación crítica, Erasmo, quien no era “dotado con el espíritu de Lutero», como confesó en otra ocasión, parece haber temporizado y disimulado sus opiniones especulativas, a través de la timidez.

Su cuarta edición apareció en 1527. En este se conformó más que en la anterior, al Complutense, siguiéndola solo en el Apocalipsis, noventa veces.

Su quinta edición, y la última, en 1535, difería solo en cuatro lugares de la anterior, según Mill.

3. Ediciones de Estéfano

Roberto Estéfano, el célebre impresor en París, y uno de los primeros eruditos griegos propios, o de cualquier edad, con quienes estamos en deuda por esa obra inmortal, el Tesauro griego, y una multitud de clásicos griegos, que emitió de su prensa, bajo su propia inspección inmediata; publicó su primera edición del Testamento griego, año 1546, de algunos manuscritos griegos selectos que obtuvo de la Biblioteca Real de París, y en otros lugares; y también aprovechó la edición Complutense.

Su segunda edición, año 1549, era simplemente una copia de la primera; ambos exhiben simplemente el texto, en duodecimo. La tercera edición, y la más espléndida, se publicó en folio, año 1550, del Complutense, y quince manuscritos. En este, marcó en el margen las variaciones de sus varias copias, de su texto adoptado, es decir, el quinto de Erasmo.

Su cuarta edición, y la última, formato octavo, se publicó, en el año 1551. En esta, introdujo esa reprensible innovación de romper la continuidad del texto, en versos distintos y separados; como aforismos, en parte por la mayor facilidad para referirse a su valiosa concordancia del Testamento griego, publicada posteriormente por su hijo, Henry Estéfano; y en parte quizás, para aumentar las ganancias de los libreros; ampliando así el tamaño de las copias para la venta, por los espacios vacantes entre cada verso. Una invención provechosa, de hecho, para la imprenta, aunque perjudicial para el lector; que se ha seguido desde entonces, en todas las ediciones de la Vulgata y casi todas las versiones vernáculas de Europa. Es mucho lamentar que esta práctica haya subsistido tanto tiempo; la innovación se hizo apresuradamente, inter equitandum, durante un viaje de París a Lyon, como aprendemos de su hijo; e injustamente, en muchos lugares; los versos frecuentemente se dividen en el medio de una oración e interfieren con la vinculación. Las ediciones críticas de Mill, Wetstein, Bengelius, Bowyer y Griesbach, etcétera, han restaurado loablemente la forma primitiva de impresión; y confiamos, se seguirá en las ediciones de la Vulgata en el futuro; al menos, como proceder de nuestras universidades aprendidas. Los manuscritos empleados por Estéfano, en su edición estándar de 1550, han dado lugar a una controversia, más violenta, extensa y duradera, que los manuscritos complutenses: ¿Cuantos eran? ¿De qué valor? ¿Se pueden verificar ahora en la Biblioteca Real de París, de dónde se tomaron prestados varios de ellos? ¿Fueron devueltos? ¿O están perdidos? ¿Fueron cuidadosamente, o descuidadamente recopilados por el propio Estéfano, su hijo, o sus asistentes? Estas son las preguntas que han sido presentadas por los admiradores e impugnadores de esta célebre edición; y se discuten, en gran medida, a favor y en contra, en los libros mencionados al principio de este artículo. …

Sin embargo, tendremos ocasión de recurrir a esto, al discutir la autenticidad del texto en disputa de los tres testigos celestiales, I Juan 5:7; la nota marginal sobre la cual, por Estéfano, contribuyó principalmente a fomentar la controversia. En la actualidad, concluiremos con el comentario astuto del propio Griesbach, respecto a uno de sus principales auxiliares, que parece ser igualmente aplicable a sí mismo.  (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 215, Vol. 50, April 1816, pp. 359-360)

Ediciones de Beza. El conjunto, o una parte considerable al menos de los manuscritos de Estéfano, estaban en posesión de su amigo cercano Teodoro Beza, ese reformador piadoso y erudito; quien se valió de ellos en sus cinco ediciones del Testamento griego, y a menudo los cita bajo el título de vetustis Stephani NOSTRIS codicibus SEPTEMDECIM, & c. en Juan 7:53, etc. Además de los manuscritos de Estéfano, poseía al menos otros dos notables y de considerable valor, los manuscritos Cambridge y Clermont, y él también recurrió a la versión siríaca. Beza generalmente se considera el padre inmediato del Texto Recibido; aunque su texto es poco más que el texto de Roberto Estéfano vuelto a publicar, con algunas variaciones insignificantes.

Su primera edición, con anotaciones, fue publicada el año 1556. En el prefacio, afirma que se realizó por deseo especial de su noster (querido) amigo Roberto Estéfano, quien lo imprimió en su propia imprenta; una marca inequívoca de aprobación; y por deseo, entre muchos otros, de Juan Calvino, a quien sucedió como profesor de teología en Ginebra; y quien cuidadosamente examinó la obra (etiam expensset).

Su segundo fue publicado el año 1559; el tercero, 1562; la cuarta y edición estándar, 1589; y el quinto y último, año 1598. Este texto, considerado el más exacto de todos los publicados hasta entonces, fue adoptado como la base de la traducción al inglés del Nuevo Testamento, publicada de forma autorizada, en 1611. Este testimonio de la Iglesia de Inglaterra es muy honorable a su mérito; aunque ahora está de moda que se burlen los editores latitudinarios y los críticos unitarios; porque nos dicen que Beza hizo poco esfuerzo, y ejerció poco juicio en la corrección del texto y la selección de la mejor lectura. …

Cuán cauteloso fue Beza de innovar en el Texto Recibido, lo aprendemos de una anécdota proporcionada por Michaelis, cuando presentó su célebre manuscrito en la Universidad de Cambridge, en el año 1581, (encontrado en el monasterio de San Ireneo en Lyon, 1562, donde había permanecido por mucho tiempo bajo polvo, descuidado) estaba tan lejos de sobrevalorar su importancia, que en su carta a la universidad, expresó su deseo de que más bien se mantuviera como curiosidad, que publicado, por el hecho que difiere ampliamente de otros manuscritos más antiguos, especialmente en el evangelio de San Lucas. … (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 215, Vol. 50, April 1816, pp. 361-362)

Ediciones de Elzevir. La primera de ellas fue publicada el año 1624, y con sus sucesores de la misma prensa célebre, forma la base de las ediciones Vulgata en circulación general. Sigue al tercero o al cuarto de Estéfano tan de cerca, que apenas difieren de él en cien lugares. Por lo tanto, es de poca importancia saber quién fue el «editor desconocido», ya que su autoridad se basa inmediatamente en la de Roberto Estéfano, ¡él mismo un anfitrión!

A partir de este apunte superficial, pero no descuidado, de la historia genealógica de las ediciones estándar, sobre cuya base amplia, profunda y conectada, descansa la autoridad del Texto Recibido en las ediciones Vulgata del Testamento griego, podemos capacitarnos para formar alguna estimación de los anteriores artículos de descrédito, exhibidos por Griesbach y sus seguidores. Estos artículos parecen ser fantasiosos en gran medida, infundados en argumentos sólidos y, por lo tanto, calumniosos; y estoy convencido de que todo lector sincero y desapasionado, capaz de apreciar la evidencia, estará de acuerdo en el mismo veredicto, por las siguientes razones.

1. Los patrocinadores piadosos e ilustres, y los editores eruditos de las cuatro ediciones estándar, NO «usaron manuscritos, pocos, modernos y de poco valor intrínseco». Esta negación parece ser ampliamente probada por sus declaraciones positivas y concurrentes de lo contrario de que usaron los manuscritos más antiguos y correctos, todo el tiempo, incluso desde el Complutense, hasta la edición de Beza, entre los cuales se encontraban los manuscritos del Vaticano y Rhodian, ya perdidos por mucho tiempo, y los de Cambridge y Clermont, aún existentes. Y es dudoso, en opinión de Michaelis, si el célebre manuscrito del Vaticano, o una transcripción del mismo, podría no haber estado entre los empleados allí. El siglo XVI, en el curso del cual se publicaron las cuatro ediciones cardinales, podría llamarse propiamente la era de los manuscritos; de los cuales, el decimonoveno, posee solo lo que se quedó. Antes de que el progreso de la imprenta hubiera desbloqueado y revelado estos tesoros al mundo en general, los manuscritos antiguos, especialmente las Escrituras, eran los más estimados; tenían un precio extravagante, y fueron preservados con el más escrupuloso cuidado y veneración religiosa, como reliquias sagradas. También fueron, mucho más leídos, y mejor entendidos por los eruditos en general, en ese momento, que por algunos críticos de hoy en día, ¡a quienes les resulta difícil incluso descifrarlos! ¿Y quién puede dudar por un momento, si ese gran y poderoso estadista, el cardenal Jiménez de Cisneros, el primer ministro del monarca más poderoso de Europa, Carlos V, asistido por el Papa y el cónclave de los cardenales, durante el período de tiempo que la edición Complutense estaba sobre el yunque, carecía de inclinación o habilidad para ordenar el uso de los manuscritos más valiosos en Europa, sino en todo el mundo, para promover la empresa piadosa y loable? Pero la depreciación de estos mismos manuscritos naturalmente y necesariamente siguió a su publicación. Pronto comenzaron a considerarse madera inútil, y fueron descuidados o perdidos, en varias imprentas; o si regresaban a las bibliotecas a las que pertenecían, eran arrojados a un rincón oscuro y se dejaban triturar o deteriorarse. El destino indigno de todo el cuerpo de manuscritos Complutenses está bien confirmado; y existen fuertes razones para creer que la parte principal de la valiosa colección de manuscritos de Estéfano y Beza se perdió o se destruyó; incluso admitiendo que los manuscritos parisinos que les prestaron fueron restaurados a la biblioteca real, que aún puede ser cuestionada. Porque aprendemos de Bayle, art. Anacreon, Nota I. Editar. 1702, Rotterd., que Henry Estéfano, el hijo de Roberto, hacia el final de sus días, cayó en un trastorno mental, durante el cual destruyó varios de sus manuscritos, sin informar a nadie de los estragos, ni siquiera a su yerno, Casaubon y M. Senebier, el bibliotecario erudito en Ginebra, quien poco después relató que Beza, en su vejez, vendió su biblioteca a G.S. de Zastrisal, un noble moravo, cuando ya no podía usarla él mismo. Pero cuando estaba en camino a Moravia, durante las guerras alemanas, fue saqueado; por lo que el famoso manuscrito de Clermont cayó en manos de los Du Puys, quienes lo presentaron a la Biblioteca Real de París, donde aún permanece; y la curiosa colección de las cartas de Beza y Calvin entró en la biblioteca del duque de Sajonia-Gotha. Véase Travis, p. 259, 260. ¡Y hasta el manuscrito de Cambridge mismo, como se observó antes, fue rescatado de la basura de una Biblioteca Monástica en Lyon! En cambio, por lo tanto, de cuatrocientos manuscritos, que la curiosidad y la industria de los críticos bíblicos modernos, Mill, Wetstein, Griesbach y Matthaei, etcétera, han reunido desde los polvorientos estantes de las bibliotecas públicas y privadas, y de todas partes del mundo; repleto de miles, y en un estado de conservación más perfecto, podemos aventurarnos a afirmar que fueron accesibles para aquellos estudiosos entusiastas y emprendedores, cerca de la era de la invención de la imprenta; quienes no fueron menos infatigables en sus investigaciones que sus generosos calumniadores de la actualidad. Y cuán inútil es ahora criticar sobre el número, la edad o la calidad de documentos dudosos, como los manuscritos de Estéfano; o hace mucho tiempo perdido, ¡como el Complutense!

2. Igualmente infundado parece ser la acusación de que esos editores originales no consultaron las versiones antiguas y los primeros padres. Entre ellos, seguramente, había varios eruditos orientales, capaces de consultar esas versiones. ¿Quién puede probar que no lo hicieron? Y se apelan expresamente al uso y a las reglas de Jerónimo, Agustín y otros eminentes intérpretes bíblicos de mucha antigüedad. ¿Quién puede dudar de que Erasmo y Beza fueron bien instruidos en los padres?

3. ¡Pero no están versados, por cierto, en la ciencia moderna de la crítica sagrada! Esta es una afirmación robusta, de hecho, respecto a esos poderosos maestros de literatura, sagrados y profanos, Erasmo, Roberto Estéfano y Teodoro Beza; con quien, pocos, muy pocos, de aquellos que ahora se hacen llamar «críticos», son competentes para comparar. Los fundamentos de la crítica, bien saben y practican; las minucias, o aparatos mecánicos de sigla, símbolos, etcétera, empleados en comparaciones modernas; desdeñaban dicho trabajo pesado. Y, de hecho, estaban tan ocupados y metidos en asuntos de mayor importancia, que no tenían ni tiempo libre ni inclinación a perder el tiempo con cosas insignificantes. Cuando lleguemos a examinar los textos en disputa, aparecerá, de qué lado yace la preponderancia de la sagacidad crítica y la habilidad, y el juicio sólido y discriminatorio.

4. Pero, sobre todo, haga que Griesbach, y sus auxiliares, se quejen de presuposiciones y prejuicios por parte de los editores originales; quienes son tan abiertos, tan expuestos a la recriminación. Escucha uno de sus jactanciosos cánones de la crítica.

«Entre varias lecturas del mismo lugar, (o pasaje de la Escritura) que, justamente, pueden considerarse sospechosas, los que favorecen manifiestamente los dogmas de los ortodoxos, por encima del resto». Proleg. pags. Ixii. O, como lo expresan sus comentaristas unitarios de manera más completa y clara: «Las obras de aquellos escritores que se llaman herejes; como Valentiniano, Marción y otros, son tan útiles para determinar el valor de una lectura como los de los padres que se les concede derecho de ser ortodoxo, porque los herejes a menudo eran más eruditos y agudos, e igualmente honestos». Introduc. p. xviii.

Tal predilección declarada por la innovación herética, seguramente descalificó al autor del debido cumplimiento de las funciones críticas de un celoso y recto defensor de la fe una vez comprometido con los santos; quien está obligado a probar todas las cosas; y luego, rechazando lo erróneo, sin respeto de personas, partidos o sectas, para retener lo que es bueno. …

* Estos fueron los primeros corruptores del Sagrado Canon, como aprendemos de la alta autoridad de Orígenes, el padre de la crítica. «No conozco a otros que hayan corrompido el Evangelio, (μεταχαζαξαντας το ευαγγελιον) excepto los seguidores de Marción y de Valentinus (no Valentiniano,) y tal vez los de Luciano. Tom. i. p. 411-6. Nolan, pág. 431. Pero, ¿qué hereje podría competir con Orígenes en el aprendizaje y la honestidad?

* Incluyo con gusto el siguiente resumen de la vindicación magistral de Nolan acerca de Erasmo, como un crítico sagrado, de los cargos de Griesbach. Consulta, págs. 410-419.
«El mérito [comparativo] de la edición vulgar que publicó Erasmo, y del texto corregido que M. Griesbach ha editado, debe decidirse por la evidencia interna; y sin extender nuestra atención más allá de los tres textos doctrinales a los que M. Grieslach ha limitado la suma de sus importantes mejoras; ahora hay pocas razones para dudar de cuál de estos candidatos para elogios, tiene más derecho a nuestra aprobación.
«Tampoco se debe concebir, en menosprecio de la gran empresa de Erasmo, que él simplemente tenía razón fortuita. Su extraordinario éxito en ese trabajo inmortal, se puede rastrear claramente a la sabiduría del plan en el que siguió. Y poco más es necesario, que seguirlo en su defensa de ese plan, para producir, en sus propias palabras, una refutación completa de las objeciones por las cuales ha sido condenado.

«Con respecto a los manuscritos, es indiscutible que conocía todas las variedades que conocemos; las distribuyó en dos clases principales; una de ellas, corresponde a la edición Complutense; la otra, al manuscrito del Vaticano. Y él especificó los motivos positivos por los cuales recibió el uno y rechazó el otro. El primero estaba en posesión de la iglesia griega; el segundo, en el del latín. A juzgar por la evidencia interna, tiene buenas razones para concluir: que la iglesia oriental no había corrompido el Texto Recibido; ya que tenía motivos para sospechar que los rodios (de quienes la iglesia occidental obtuvo sus manuscritos) los habían acomodado en la Vulgata latina». Una breve insinuación que ha descartado, prueba suficientemente, que sus objeciones a estos manuscritos son más profundas; y le dan crédito inmortal a su sagacidad. En la época en que se formó la Vulgata, la iglesia, él sabía, estaba infestada de Orígenes y arrianos; una afinidad, por lo tanto, entre cualquier manuscrito y esa versión, transmitió cierta sospecha de que su texto estaba dañado. Tan poca dependencia se inclinó a colocar sobre la autoridad de Orígenes, que es el pilar y el fundamento de la edición corregida.

«Con respecto a las versiones, es cierto que no estaba familiarizado con las antiguas traducciones en cursiva, siríaca y oriental. Pero aún me queda por informarme, de qué otro uso podría haberse hecho, que confirmarlo en el plan que él había elegido juiciosamente. Todavía tengo que escuchar de un solo texto que podrían haberlo llevado a adoptar, que no se encuentra en su edición. Su dependencia total estaba en la Vulgata griega y latina; y si podemos creerlo, utilizó algunas copias antiguas de esta última, de las cuales hizo el mejor uso, confrontando su testimonio, y estimando la evidencia interna del contexto, con el testimonio externo de las iglesias orientales y occidentales, de allí determinó el texto auténtico de las Escrituras.

«Al usar el testimonio de los antiguos padres, parece que nunca ha entrado en su pensar, que cualquier utilidad podría derivarse de cotejarlos textualmente con el texto de las Escrituras. Pero en cuanto al valor de sus obras para determinar y reivindicar la integridad doctrinal del texto, ningún hombre era más consciente que Erasmo. Con este punto de vista, leyó las obras de los principales padres, Orígenes, Atanasio, Basilio, Gregorio Nacianceno, Crisóstomo y Teofilacto; legando la tarea de cotejar sus citas con el texto de la Escritura a sus sucesores más insípidos y diligentes. En todos esos pasajes, en los que se ha defendido la integridad del texto sagrado, la reivindicación del texto de Erasmo es inseparable de la de la edición Vulgar.
«Sin embargo, no es mi intención afirmar que concibo el texto de Erasmo absolutamente perfecto, etc.». [De la investigación de Nolan sobre la integridad de la Vulgata griega] nótese bien que los límites restringidos de esta publicación impiden la inserción de las pruebas insinuadas por las referencias numéricas. Son dignos de la atención del lector curioso. (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 215, Vol. 50, April 1816, pp. 364-366

5. Por lo tanto, podemos suponer que él [Griesbach], sin saberlo, pronunció el encomio más alto sobre el texto griego Vulgata, donde se refería a una censura; a saber, que no difiere en cien lugares del texto estándar de Erasmo; una diferencia tan insignificante es realmente sorprendente; que una sucesión de editores originales, de principio a fin, todos diferentes entre sí en principios religiosos y prejuicios de educación, y algunos de ellos se involucraron en violentas controversias entre ellos, Zúniga, Erasmo, Beza, etc., que todos casi armonicen entre sí en la construcción de sus respectivos textos, brinda la evidencia más contundente de la corrección literal, en general, y la integridad doctrinal en todo el Texto Recibido. ¿Y cómo debemos dar cuenta de este extraño y sorprendente armonía de elementos discordantes? Solo, por su profunda veneración por las Sagradas Escrituras; un corazón honesto y bueno, que controla sus principios y sus prejuicios; y el temor a esa censura, que los aguardaba rápida e inevitablemente, por parte de sus rivales y oponentes de vista rápida, si se les encontrara ne sit ansa calumniandi, «manejando la palabra de Dios con destreza o engaño». fueron los motivos continuos y poderosos de religión y política, que podemos estar seguros de que los influyó, y bajo la providencia de Dios, llevó la bendita obra a su estado comparativo de perfección. Y la profesión de Roberto Estéfano en los prefacios de su primera y tercera edición, podemos estar seguros, fue la profesión de todos.

“Al imprimir esta obra, empleamos escrupulosamente la misma diligencia, como de costumbre en otros trabajos, e incluso mayor, como era apropiado. Porque, habiendo adquirido algunas copias de manuscritos, casi dignos de ser adorados por su apariencia de antigüedad (de las cuales, la Biblioteca Real nos facilitó bondadosamente), editamos este nuestro trabajo, de modo que no sufrimos una sola letra que no sea en la mayoría de los mejores manuscritos aprobados por su testimonio. Además de otras ayudas, también nos ayudó la edición Complutense”—“que se imprimió anteriormente, según los manuscritos más antiguos; y que ciertamente, tuvo un maravilloso acuerdo con el nuestro, en la mayoría de los lugares». De este último pasaje, es evidente que Estéfano y sus hermanos buscaron acuerdos de los mejores y más antiguos manuscritos y ediciones; un modo más útil de recopilación ciertamente, que lo moderno de la búsqueda de diferencias, y es muy recomendado por los críticos Michaelis y por el sentido común.

II. A continuación pasamos al segundo tema: la acusación más atroz de Griesbach de la corrupción temprana y continua del mismo canon sagrado.

Este cargo impregna la totalidad de sus escritos, ya que es la base asumida de la necesidad de corregir el Texto Recibido. Seleccionaré algunos pasajes de sus prolegómenos y Symbola Critica, en los que se declara abiertamente.

«Ninguna recensión, (revisión o edición del texto sagrado) en ningún manuscrito existente, se encuentra incorrupta, como era originalmente (en los autógrafos de los escritores inspirados). Pero durante el tiempo que intervino entre los orígenes de las recensiones y el nacimiento de los manuscritos que ahora subsisten, cada una (singulae) de las copias de todas las recensiones se corrompió de muchas maneras; es decir, a través de los errores o descuidos de transcriptores ignorantes o apresurados; por glosas, nuevas interpretaciones o adiciones, que se deslizaron desde el margen o desde cualquier otra parte, en el texto, o por omisiones, o bien, al introducir las lecturas de las recensiones de una familia, en las de otra. De tal manera que los manuscritos de una recensión se hicieron en el siglo quinto o sexto, (por ejemplo, el Alejandrino) no podía sino diferir en muchos lugares del texto primitivo alejandrino … (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 215, Vol. 50, April 1816, pp. 368-370)

Los errores verbales, de hecho, podrían haber surgido en el texto, y haber sido multiplicados por la negligencia de los transcriptores sucesivos; y la destrucción de los libros sagrados en determinadas regiones, especialmente durante la persecución de Diocleciano. (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 215, Vol. 50, April 1816, p. 373)

El venerable Juan Calvino, que animó principalmente a Beza a emprender su edición, «y que no solo la leyó, sino que la examinó cuidadosamente cuando se imprimió», como Beza declara en el prefacio, dio su aprobación en la siguiente parte de su nota sobre Tres sunt in caelo—. Quia tamen optime fluit contextus si hoc membrum addatur, et video in optimis et probatissimis codicibus haberi, ego quoque libenter amplector. De esta expresión podemos inferir que Calvino vio esos manuscritos él mismo; y que no solo estaba completamente satisfecho de que leyeran la cláusula impugnada [1 Jn. 5:7], pero que también eran de la máxima autoridad. (The Antijacobin Review and True Churchman’s Magazine, No. 216, Vol. 50, May 1816, p. 509)

John Burgon

John W. Burgon (1813-1888) fue un decano anglicano de Inglaterra, contemporáneo con otros personajes de su tierra relacionados a asuntos críticos del Nuevo Testamento, incluyendo Westcott, Hort, Scrivener y Hoskier. Él escribió varios libros sobre el tema del texto del Nuevo Testamento, especializándose en los Evangelios. Después de que se publicó el Nuevo Testamento griego de Westcott y Hort y la nueva versión Revised Version en inglés en 1881, los escritos de Burgon adquirieron un tono más negativo. Fue muy criticado por esto, pero sus escritos continuaron siendo de carácter intelectual. Aunque a veces Burgon se excedió al caracterizar las intenciones de sus oponentes, sus escritos no se acercan al velo negativo que se encuentra en algunos denunciantes modernos de versiones modernas, como Peter Ruckman y Gail Riplinger. Aunque recomiendo los escritos de Burgon, no apruebo el exageramiento que a veces demostró en sus desacuerdos con otros. Es lamentable que muchos eruditos textuales de su época no lo tomaran en serio. Está más allá del alcance de este escrito examinar todas las posibles razones de esto. También podría ser que los eruditos ignoraran a Burgon solo porque se les permitió salirse con la suya.

Muchos escritores en defensa del Texto Bizantino y el Texto Recibido han demostrado una dependencia sobre los escritos de Burgon. Que esto ha llamado la atención de críticos textuales es evidente:

La teoría del texto mayoritario de la crítica textual del Nuevo Testamento está fundamentalmente endeuda con los escritos de John W. Burgon (1813-88). Las obras del decano han formado la base de prácticamente todos los argumentos de los defensores del texto mayoritario en este siglo … (Wallace, Daniel B. Historical revisionism and the majority text theory. New Testament Studies. Vol. 41, 1995, p. 280)

Aunque los escritos de Burgon pueden ser útiles, hay varios escritos modernos defensores del texto bizantino que escriben con más claridad que Burgon, y están más al tanto de acontecimientos, movimientos y personajes de los últimos 100 años.

El enfoque de Burgon fue más sobre el texto bizantino (que él llamaba el Texto Tradicional) que el Texto Recibido. Pero de todos modos entre sus abundantes escritos he encontrado considerables menciones del Texto Recibido. Lo siguiente es una selección entre una variedad de sus libros:

Nos oponemos a su especulación con pruebas. Exaltan B y ℵ y D porque en su propia opinión esas copias son las mejores. Tejen ingeniosas redes e inventan teorías sutiles, porque su paradoja de unos pocos contra muchos requiere ingenio y sutileza para su apoyo. El Dr. Hort se deleitaba con teorías finas y términos técnicos, como «probabilidad intrínseca», «probabilidad transcripcional», «evidencia interna de lecturas», «evidencia interna de documentos», que por supuesto connotan cierta cantidad de evidencia, pero son débiles pilares de una estructura pesada. Incluso las enmiendas conjeturales y los decretos inconsistentes no son rechazados. Están infectados con la teorización que estropea algunas de las mejores obras alemanas, y con el idealismo que es la perdición de muchas mentes académicas, especialmente en Oxford y Cambridge. En contraste con esta estancia en la tierra de las nubes, somos esencialmente de la tierra, aunque no terrenales. No somos nada, si no nos basamos en datos; nuestra apelación es a los datos, nuestra prueba radica en los datos, en la medida en que podamos construir testimonios sobre testimonios y amontonamiento de datos sobre datos, imitamos el procedimiento de los tribunales de justicia en las decisiones resultantes de la convergencia del producto de todas las pruebas, cuando ha sido contrainterrogada y escudriñado. (Burgon, John. The Traditional Text. 1896, p. 238)

Consideramos incluso axiomático, que, en todos los casos de duda o dificultad—supuesta o real—nuestro método crítico debe ser el mismo: a saber, después de recoger pacientemente todas las pruebas disponibles, entonces, sin parcialidad ni prejuicio para adjudicar entre autoridades contradictorias, y aceptar con lealtad aquel veredicto para el cual hay claramente la evidencia dominante. En otras palabras, la lectura mejor apoyada debe considerarse siempre como la verdadera lectura: y nada puede ser rechazado del texto comúnmente recibido, excepto en las evidencias que superen claramente las evidencias de conservarlo. Nos alegra saber que, al menos hasta ahora, una vez tuvimos al obispo Ellicott de nuestro lado. Anunció (en 1870) que la mejor manera de proceder con el trabajo de revisión es, “hacer que el Textus Receptus sea el estándar—partiendo de él sólo cuando las consideraciones críticas o gramaticales muestran que es claramente necesario”. Nosotros mismos no significamos más. Cada vez que la evidencia es equilibrada de manera uniforme, se espera que pocos negarían que el texto que ha estado “en posesión” durante tres siglos y medio, y que se basa en pruebas manuscritas infinitamente mejores que la de cualquier obra antigua que pueda ser nombrada—por todas las razones, se deje en paz. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, pp. 20-21)

De una vez por todas, solicitamos que se pueda entender claramente que no reclamamos, de ninguna manera, la perfección del Texto Recibido. No dudamos en señalar (por ejemplo, en la página 107) que el Textus Receptus necesita corrección. No hacemos más que insistir, (1) que es un texto incomparablemente mejor que el que ha producido Lachmann, o Tischendorf, o Tregelles; infinitamente preferible al “texto nuevo griego” de los revisionistas; y, 2) para ser mejorado, el Textus Receptus tendrá que ser revisado sobre principios completamente diferentes de los que están ahora de moda. Los hombres deben comenzar por desaprender los prejuicios alemanes de los últimos cincuenta años; y dirigirse, en cambio, a la lógica seria de los hechos. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 21, footnote)

… en no pocos detalles, el Textus Receptus clama por revisión, ciertamente; aunque la revisión debería ser sobre principios diferentes de aquellos que prevalecieron en la Cámara de Jerusalén. [Donde se revisó la Versión Revisada] (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 107)

Obtenido de una variedad de fuentes, este texto [el Recibido] demuestra ser esencialmente el mismo en todos. Que requiere revisión con respecto a muchos de sus detalles menores, es innegable: pero es al menos tan seguro de que es un texto excelente como está, y de que su uso nunca llevará a los estudiantes críticos de las Escrituras a extraviarse seriamente—que es lo que nadie se aventura a declarar con respecto a ninguna edición crítica del Nuevo Testamento que ha sido publicado desde los días de Griesbach, por los discípulos de la escuela de Griesbach. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 269)

Pero ruego, ¿quién en sus sentidos—qué hombre en su sano juicio en Gran Bretaña, jamás ha soñado con respecto al “Recibido”, o cualquier otro “texto” conocido, como “un estándar de la cual no se pueda apelar”? ¿Alguna vez lo he hecho? ¿Alguna vez lo he implicado? Si es así, muéstrame dónde. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 385)

Debemos tener algún estándar por el cual probar, con que comparar manuscritos. Además, (déjame asegurarle) hasta el fin de los tiempos, probablemente será la práctica de que los académicos comparen manuscritos del Nuevo Testamento con el Texto Recibido. Las discrepancias imposibles entre nuestros cinco unciales antiguos, no pueden exhibirse de ninguna manera más conveniente que refiriendo cada uno de ellos a su vez a un mismo estándar común. ¿Y qué estándar más razonable y más conveniente que el texto que, por la buena providencia de Dios, se empleó universalmente en toda Europa durante los primeros 300 años después de la invención de la imprenta? Siendo prácticamente idéntico al texto que (como usted mismo admite) estuvo en uso popular a finales del tercer siglo a partir de la fecha de los propios autógrafos sagrados; en otras palabras, teniendo más de 1500 años. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 386)

Deje que cualquier erudito sincero revise de forma imparcial las anteriores trescientas cincuenta páginas, que abra el volumen donde sea, y lea constantemente hasta el final de cualquier discusión textual—y luego diga si, por el contrario, mi crítica no descansa invariablemente en el principio que la verdad de las Escrituras debe buscarse en esa forma del texto sagrado que tiene la atestación máxima, la más amplia y la más variada. ¿No hago invariablemente que la voz consensuada de la antigüedad sea mi estándar? Si no lo hago, si, por el contrario, alguna vez he apelado al Texto Recibido y lo he convertido en mi norma, ¿por qué no prueba la verdad de su alegación aportando pruebas de un caso en particular en lugar de traer contra mí una acusación que es totalmente sin fundamento, y que no puede tener otro efecto que imponer sobre los ignorantes; para engañar a los incautos; y para perjudicar la gran pregunta textual que irremediablemente divide a usted y a mí? . . . Confío en que al menos no volverán a confundir el estándar de comparación con el estándar de la verdad. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, pp. 387-388)

… para perjudicar la cuestión derramando desprecio sobre el antepasado más humilde del Textus Receptus, a saber, la primera edición de Erasmo. Usted sabe muy bien que el Textus Receptus no es la primera edición de Erasmo. [En la forma utilizada actualmente] ¿Por qué entonces lo describe según su origen? Ridiculizas las circunstancias en las que un tal antepasado de la familia vio la luz por primera vez. Usted reproduce con evidente satisfacción una tonta ocurrencia de Michaelis, a saber, que, a su juicio, el Evangelium en el que se basó Erasmo principalmente no valía los dos florines que los monjes de Basilea pagaron. Igualmente despreciables (según ustedes) fueron las copias de los Hechos, las Epístolas y Apocalipsis que el mismo erudito empleó para el resto de su primera edición. Habiendo hecho de esta manera todo lo posible para ennegrecer una casa noble al dilatar a un bajo reflujo al que sus fortunas se redujeron en un período crítico de su historia, hace unos tres siglos y medio—te detienes para hacer tu propio comentario sobre el espectáculo así exhibido a los ojos de lectores no aprendidos, para que nadie que no pueda dejar de captar de la inferencia perjudicial que es indispensable para su argumento. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 389)

“¡Un estándar final”! . . . No, pero, ¿por qué de repente introduces esta expresión inaudita? ¿Quién, ruego, desde la invención de la imprenta fue conocida alguna vez por presentar cualquier texto existente como “un estándar final”? … Por mi parte, estando plenamente convencido, como usted, de que esencialmente el Texto Recibido tiene 1550 años—(sí, y aún más antiguo), lo considero bastante bueno para todos los propósitos ordinarios. Y sin embargo, hasta ahora estoy lejos de fijar mi fe en él, que ansiosamente hago mi apelativo de él desde el triple testimonio de manuscritos, versiones, y citas de los padres, cada vez que encuentro desafiado su testimonio. (Burgon, John. The Revision Revised. London: John Murray, 1883, p. 392)

Al menos, convenceré a toda persona justa de que la verdad es lo que digo que es—a saber, que en nueve casos de cada diez, el texto comúnmente recibido es el verdadero. (Goulburn, Edward Meyrick. John William Burgon late Dean of Chichester. A Biography: With extracts from his letters and early journals. Vol. 2, London: John Murray, 1892, p. 278)

Primeramente, queremos que se entienda, que no abogamos perfección en el Textus Receptus. Permitimos que aquí o allí requiera revisión. En el texto dejado atrás por Dean Burgon, alrededor de 150 correcciones se habían sugerido por él tan solo en el evangelio de Mateo. Lo que defendemos es el Texto Tradicional. (Burgon, John. The Traditional Text. 1896, p. 5) [Palabras de Miller, no Burgon]

Desde el siglo XVI, debido también a la buena providencia de Dios, se ha recibido generalmente el mismo texto de las Escrituras del Nuevo Testamento. No estoy defendiendo el Textus Receptus; simplemente estoy afirmando el hecho de su existencia. Que es sin autoridad para obligar—es más—que requiere una revisión hábil en cada parte—se admite libremente. No creo que sea absolutamente idéntico al verdadero texto tradicional. Su existencia, sin embargo, es un hecho del que no hay escapatoria. Afortunadamente, la cristiandad occidental se ha contentado con emplear el mismo texto durante más de trescientos años. Si se hace la objeción, como probablemente será, “¿Entonces quieres depender en los cinco manuscritos utilizados por Erasmo? Respondo que las copias empleadas fueron seleccionadas porque se sabía que representaban con precisión la Palabra Sagrada; que la transmisión del texto estaba evidentemente guardado con celoso cuidado, tal como se preservaba la genealogía humana de nuestro Señor; que se basa principalmente en el testimonio más amplio; y que donde alguna parte entra en conflicto con la evidencia más completa posible, creo que requiere corrección. (Burgon, John. The Traditional Text. 1896, p. 15)

Me atreveré a hacer sólo un postulado más, a saber esto: que hasta ahora no nos hemos familiarizado con ninguna autoridad única que tenga derecho a dictar absolutamente en todas las ocasiones, o incluso en cualquier ocasión, en cuanto a lo que será o no se considerará como el verdadero texto de la Escritura. No tenemos aquí a ningún testigo infalible, digo, cuyo dictamen solitario es competente para resolver controversias. (Burgon, John. The Traditional Text. 1896, p. 28)

Las presentes ediciones impresas pueden compararse por su extrema fidelidad con el texto difundido por los Elzevirs o Beza como el texto recibido por todos de su tiempo. Erasmo siguió sus pocos manuscritos porque sabía que eran buenos representantes de la mente de la iglesia, que había sido instruido bajo el cuidado incesante y amoroso de los transcriptores medievales: y el texto de Erasmo impreso en Basilea coincidía en la escasa variación con el texto de los editores Complutenses publicados en España, por lo que el cardenal Cisneros había adquirido manuscritos a cualquier costo que pudiera. Nadie duda de la coincidencia en todos los puntos esenciales del texto impreso con el texto de los cursivos. El Dr. Hort certifica la existencia del texto cursivo ya a mediados del siglo IV. Depende de varias líneas de descendencia, y se basa en el testimonio proporcionado por numerosos padres contemporáneos antes del año 1000 d.C., cuando los manuscritos coexistentes no eran conocido en multitudes. La aceptación de la misma por la iglesia del siglo V, que vio la resolución de las grandes controversias doctrinales hechas o confirmadas, demuestra que el sello se fijó sobre la validez de los primeros pedigríes por los intelectos ilustres y la fe sana de esos días. (Burgon, John. The Traditional Text. 1896, pp. 236-237)

El texto griego que se usa habitualmente es el de Estéfano, publicado en París en 1550. Corrgido en 286 lugares, este texto fue reimpreso por los Elzevir en Leyden en 1624; y ahora se conoce generalmente como el Textus Receptus; es en general, un texto admirable sin duda; aunque la evidencia acumulada de los dos últimos siglos nos ha permitido corregirla con confianza en cientos de lugares. (Burgon, John. A Treatise on the Pastoral Office. London: Macmillan, 1864, p. 69).

F.H.A. Scrivener

Frederick Henry Ambrose Scrivener (1813-1891) fue un ministro anglicano y contemporáneo con Burgon, Westcott y Hort, todos de Inglaterra. Dedicó mucho de su vida al estudio de asunto textuales bíblicos, en el cual analizó varios manuscritos neotestamentarios y escribió un libro influyente sobre la crítica textual, A Plain Introduction to the Criticism of the New Testament. Era conocido por favorecer generalmente los manuscritos bizantinos y parcialmente favorecía el Texto Recibido más que las ediciones críticas. Aunque tenía inclinaciones conservadoras acerca de asuntos textuales, a la misma vez expresó sus dudas acerca de la autenticidad de varios pasajes en el Texto Recibido, y participó como miembro del comité de revisión del Revised Version de 1881 junto con Westcott y Hort, una versión claramente basada en el Texto Crítico. A pesar de cierta inconsistencia en sus puntos de vista textuales, Scrivener editó un texto griego en 1881 acomodado a la Biblia KJV en inglés que algunos han llegado a promover como si fuera inspirada por Dios.

Por mi parte, no veo nada en la historia o en las fuentes del Texto Recibido que lo autorice, por sí mismo, a una deferencia particular. Lo considero en la medida en que representa las lecturas mejor respaldadas por evidencia documental, y no más; si, a mi juicio, el texto de Elzevir [la más reciente edición del TR] se acerca más en general a los autógrafos sagrados que el texto formado por Tischendorf, es solo porque creo que lo atestiguan mejor los mismos testigos a los que Tischendorf apela: los manuscritos, las versiones, los padres primitivos. No pregunto si esta pureza general (porque solo es general) surge del azar, o de la habilidad editorial, o (como algunos han pensado piadosamente) del arreglo providencial: estoy contento de tratarlo como un hecho. Quizás sea preferible el plan de Dean Alford (N. T. Proleg. P. 69, Vol. I. 1ª edición), quien, en casos difíciles, donde el testimonio parece equilibrado, daría «el beneficio de la duda» al Textus Receptus; pero me imagino que la diferencia práctica entre los dos principios será muy leve. (Scrivener, F.H.A. Contributions to the Criticism of the Greek New Testament. London: Cambridge University Press, 1859, p. 6)

Para más sobre Scrivener, véase La historia del texto griego Scrivener que algunos quieren imponer sobre la Reina-Valera.

Solomon Malan

Solomon Caesar Malan (1812-1894) nació en Ginebra, pero vivió gran parte de su vida en Inglaterra, donde fue un vicario en la iglesia anglicana. Era experto en idiomas, lo cual su biógrafo lo resume así: “Hablaba con fluidez francés, alemán, español e italiano, y menos perfectamente inglés. Estaba muy avanzado en el conocimiento del hebreo, el sánscrito y el árabe, y conocía de manera considerable otras lenguas orientales”. Luego el biógrafo relato como su padre se dirigía a él en latín desde niño. (Malan, Arthur Noel. Solomon Caesar Malan, D.D.: Memorials of his life and writings. London: John Murray, 1897, p. 21). John Burgon consultó con Malan en varias ocasiones relacionado a la traducción de varios pasajes en versiones antiguas.

En el año 1869 Solomon Malan escribió un libro en defensa del Texto Recibido titulado A Plea for the Received Greek Text: And for the Authorized Version of the New Testament. El libro es muy técnico, intencionado para los que tienen familiaridad con la gramática del griego. El hecho de que no consideraba el Texto Recibido como infalible es obvio al observar algunos casos menores donde acepta un cambio que no refleja precisamente el Texto Recibido (para un ejemplo, ver p. 87). Pero de todos modos, Malan creía en la confiablidad general del Texto Recibido y la KJV. Esto se puede apreciar al notar como expresó sus motivos por escribir el libro, en luz de los que ofrecían alternativas dudosas que podrían incomodar a cristianos que tenían mucha confianza en su traducción en inglés basado en el Texto Recibido:

… A la vista de la temerosa matriz de cifrados y símbolos de su «resumen», damos por sentado que el Texto Recibido en el que confían, y en el que se han acostumbrado, no vale nada; y que la Biblia en inglés que aman y veneran no es mucho mejor. Y así, al perder la confianza en ambos, inquietan sus mentes y sacuden su fe. Todo lo cual, Dios, en su misericordia, no lo quiera. (p. xi)

No es que sea perfecto. Es sólo la mejor de las versiones modernas [se refiere a la King James aquí, a pesar de identificarla con “versiones modernas”] y no es inferior a ninguna de las antiguas; de modo que las pocas imperfecciones que tiene no perjudican más su valor y utilidad que las manchas del sol, su calor y su luz; no molestan a nadie más que a los que les dan una excusa para un cambio. (p. v)

Por tanto podemos concluir que la lectura del Texto Recibido es mejor en griego que la del códice Vaticano, y que no es sólida la crítica que rechaza una lectura porque es “generalmente recibida”, y adopta otra solo porque está en el manuscrito Vaticano, cuya fecha exacta, después de todo, no se puede determinar. (p. 130)

Cuando se publicó la Revised Version bajo la influencia de Westcott y Hort en 1881, Malan no demoró en publicar un análisis de siete capítulos de la nueva revisión demostrando su desaprobación general. Lo siguiente es un argumento de dicha obra:

Porque “la Palabra de Dios”, así llamada, no se encuentra en uno o dos manuscritos [Sinaítico y Vaticano], posiblemente manchados con enseñanzas heréticas, como si fueran autógrafos inspirados libres de error; ni ha de ser “construido” a partir de ninguno de ellos, aparte de la voz de esos viejos y fieles testigos; a lo cual, sin embargo, los revisores no parecen haberle prestado gran atención. (Malan, Solomon Caesar. Seven Chapters of the Revision of 1881 Revised. London: Hatchards. 1881, p. vi)

George Cheever y Cephas Kent

Estos dos hombres casi desconocidos están incluido juntos por motivos que explicaré. En 1888 George Barrell Cheever publicó la segunda edición de un libro por título God’s Timepiece for Man’s Eternity. Cheever incluyó unas porciones escritas por Cephas H. Kent. En su libro Cheever elogia los escritos de Burgon y defendió el Texto Recibido con mucha pasión. En las citas se indicará si provienen de la pluma de Cheever o Kent.

[Kent] El texto aquí reivindicado a menudo se hace referencia brevemente como el Textus Receptus o el Texto Recibido. Pero el texto intencionado es el que subyace a la versión común. Esto difiere un poco del Texto Recibido, al contener algunas lecturas diferentes, aceptadas por traductores y revisores anteriores a la fecha de la versión común en 1611. (p. xxxiii)

[Cheever] El Textus Receptus del Nuevo Testamento, si no se recibe porqué es de Dios, pero solo como obra de la crítica correctiva del hombre, es solo de autoridad humana. Y así, con el Antiguo Testamento, no tenemos los autógrafos de ninguna parte de la Biblia, y todo debe estar guiado por el contexto, que podría haber sido preservado y poseído en su consistencia e integridad solo por la milagrosa providencia de Dios. Así como el universo creado no podría haberse mantenido en movimiento con los errores de otro, solo por el mismo milagro de poder y sabiduría que lo creó. Si este mismo texto en David, «Has magnificado tu Palabra sobre todo tu nombre» (Sal. 138:2) no significa la inspiración divina infalible conocida de la Palabra, ¿qué significa? (pp. xlv-xlvi)

Esta afirmación es una de las más enérgicas a favor del Texto Recibido del siglo XIX. Seguramente no fue la intención de Cheever dar a entender que el Texto Recibido fue literalmente 100 por ciento de Dios sin ser tocado por el hombre. Pero si aún fuese su intención, se debe señalar que la ignorancia conduce a los extremos. Digo esto porque Cheever y Kent no parecen saber del quién, cómo y cuándo del origen y desarrollo del Texto Recibido, lo cual se hace evidente en la siguiente expresión de Cheever citando a Kent entre comillas:

[Kent] No sabemos quién transcribió la copia de cual o de quien el Textus Receptus se imprimió por primera vez. Pero si tuviéramos esas copias ante nosotros, no sería más seguro que ahora mismo que fueron tomadas de las copias previamente existentes, y así volviendo a los originales. Estamos obligados a confiar en que aquellos que tuvieron el trabajo de reunir estos escritos actuaron de acuerdo con su mejor juicio cristiano, y actuaron correctamente, a menos que encontremos en su trabajo evidencia de lo contrario. Dicha evidencia no se encuentra en el Textus Receptus. (p. lxi)

En la siguiente cita Kent dice que podemos tomar el Texto Recibido con seguridad como la norma, el estándard. Pero no se debe ignorar la explicación que sigue, para poner su afirmación en contexto:

[Kent] «Esto [el Texto Recibido], entonces, lo podemos tomar con seguridad como el estándar. Debe ser juzgado por sí mismo. Cualquier cosa que se encuentre en él, que sea contraria a sí misma, a la verdad, o al espíritu y propósito del Libro, debe ser expulsada. Todo lo demás debe retenerse como parte de la Palabra de Dios. Necesitamos los manuscritos ahora, para encontrar el texto verdadero, no más que necesitamos los antiguos manuscritos hebreos para llegar al Antiguo Testamento». (p. Ixi)

George Samson

George Whitefield Samson (1819-1896) fue un educador y un pastor bautista. En 1882, dentro de un año del lanzamiento de texto griego de Westcott y Hort, Samson publicó su libro The English Revisers’ Greek Text shown to be Unauthorized. Este libro trata principalmente de defender la línea de manuscritos que culminó con el Texto Recibido. La distinción entre el Textus Receptus y los manuscritos en los que se fundó fue presentada de forma un poco borrosa en su libro. Pero esto probablemente se debe a que no demostró familiaridad con los detalles de la historia del Textus Receptus, ya que en las 132 páginas de su libro no menciona a Erasmo, Estéfano, Beza, Elzevir, ni ninguna edición impresa específica ni una sola vez. Lo siguiente es una pequeña selección de su libro:

Entonces, cuando se cuestiona la fiabilidad del Texto Recibido de esos registros, el análisis de los pasos que han conducido a la nueva edición puede trazarse legítimamente. Aunque puede ser suficiente haber demostrado las conclusiones inconsistentes extraídas de hechos mal concebidos entre los pocos eruditos que han rechazado el «texto común», sin embargo, para ver claramente el fundamento insostenible, tanto en la ciencia como en la crítica, sobre el cual la superestructura insustancial puede ayudar al establecimiento de «la verdad tal como es en Jesús» en la confianza cristiana. (p. 106)

La duda moderna arrojada sobre la integridad del Textus Receptus ha sido confrontada en todos los puntos por eruditos alemanes, franceses, ingleses y estadounidenses en cada uno de los varios departamentos de investigación que revelan los motivos de esa duda. El esfuerzo estudiado para socavar la integridad del Textus Receptus comenzó en Alemania, entre los que rechazaron la interposición sobrenatural claramente manifiesta en los registros del Antiguo y Nuevo Testamento; cuya veracidad fue mantenida por los evangélicos a diferencia de los intérpretes racionalistas. (p. 126)

Él [el autor escribe aquí en tercera persona] insiste en que el «texto común» ha sido guardado divinamente en innumerables copias griegas, en versiones y en las primeras citas cristianas. Demuestra que son los unciales egipcios los que han engañado a Tregelles y Tischendorf; y declara que han «establecido un dominio tiránico sobre la imaginación de los críticos». Llena páginas con ilustraciones de su desacuerdo entre ellos; y se detiene en la duda arrojada sobre los últimos doce versículos del Evangelio de Marcos; sobre la conformidad de la oración del Señor al resumen abreviado de Lucas del Sermón y la Oración; y sobre el cambio en el canto del ángel sobre Belén, atribuye los errores de los unciales a cuatro clases y causas: accidente, diseño, asimilación y mutilación. La Divina Providencia que ha permitido esta reanimación de la discusión vio su necesidad y previó su fin. (p. 132)

Edward Miller

Edward Miller (1825-1901) tomó la antorcha al morir John Burgon, e incluso se le confió la responsabilidad de editar el libro The Traditional Text of the Holy Gospels que Burgon dejó atrás sin acabar. Miller es conocido por su libro A Guide to the Textual Criticism of the New Testament, un manual de crítica textual desde una perspectiva conservadora, a la par de John Burgon. Lo siguiente es un breve recuento de la historia de la formación del Texto Recibido de dicho libro de Miller:

Froben, el impresor de Basilea, al enterarse de las operaciones en España, y con deseo de anticiparlas, envió a Erasmo, que entonces se alojaba en Inglaterra, y lo presionó fervientemente para que asumiera el cargo de editor. Erasmo recibió las primeras oberturas el 17 de abril de 1515. Pero tal fue la prisa que se impuso que el Nuevo Testamento fue imprimido antes de finales de febrero de 1516. Sin embargo, Erasmo, como parece, hizo algunos preparativos por su cuenta antes de escuchar de Froben. Parece haber utilizado las copias que podía obtener, pero en algunos casos en los que encontró o supuso que sus autoridades griegas fueran deficientes, lo tradujo de la Vulgata al griego.

La primera edición de Erasmo llegó a España, donde la Complutense se encontraba terminada, pero esperando el imprimatur del Papa para su publicación. Zúñiga lo criticó en el espíritu de rivalidad: pero el buen cardenal viejo respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fueran profetas! Produce mejor si puedes; no condenéis la industria de otro».

Sin embargo, Erasmo fue atacado por Zúñiga, y también por Edward Lee, luego arzobispo de York, porque había omitido el testimonio de los testigos celestiales en 1 Juan 5:7, así como por otros motivos. Erasmo respondió que no podía encontrar el pasaje en sus manuscritos griegos, y que incluso algunas copias latinas no lo daban. Pero al final prometió que si se producían manuscritos griegos que contenían las palabras, en el futuro los insertaría. Es notable que en esta ocasión se apelara por primera vez al célebre Códice Vaticano (B) sobre un punto de crítica textual. Con el transcurso del tiempo, el Codice Montfortianus, ahora en Dublín, fue presentado y, en consecuencia, el pasaje fue impreso por Erasmo en su tercera edición en 1522. Una cuarta edición exhibía el texto en tres columnas paralelas, la griega, la Vulgata latina y una recensión de la última de Erasmo. El último en 1535 contenía solo el griego. Cada edición sucesiva fue sometida a correcciones, pero la última no difirió mucho de la cuarta. Erasmo murió en Basilea en 1536.

Las ediciones de Roberto Estéfano, Teodoro Beza y los Elzevirs completan este período.

Las dos primeras de Estéfano, publicadas en París en 1546 y 1549 respectivamente, fueron impresas de la manera más elegante con fundición tipográfica a expensas de Francisco I, y los estudiosos las conocen por el título «O mirificam» de las palabras iniciales que expresan un elogio sobre ese la liberalidad del rey. La tercera, en folio, se publicó en 1550 y por primera vez en la historia de las ediciones del Testamento griego contenía lecturas variantes. Se hizo referencia a dieciséis autoridades, a saber, la Políglota Complutense y quince manuscritos, entre los cuales se cree que el códice Beza (D), ahora en Cambridge, fue incluido. No se menciona a Erasmo, aunque las dos primeras ediciones de Estéfano fueron principalmente basado en sus lecturas; y el tercero, según el cálculo del Dr. Scrivener, difiere de ellos conjuntamente en sólo 361 lugares. Roberto Estéfano no recopiló sus autoridades él mismo, sino que empleó los servicios de su hijo Henry.

Su registro de lecturas al margen de su folio causó gran ofensa a los estudiosos de la Sorbona, y Estéfano se retiró a Ginebra para escapar de su enemistad. Aquí publicó en 1551 su cuarta edición, casi sin cambios en el texto griego de la anterior, pero con una notable alteración. Los capítulos en los que el cardenal Hugo, de Santo Caro, había dividido los libros de la Biblia en el siglo XIII, fueron en esta edición primero subdivididos en versículos. Su hijo Henry dijo que su padre hizo la subdivisión «mientras viajaba» de París a Lyon, probablemente durante los intervalos de su oficio. Su objetivo era facilitar la referencia en una Concordancia que tenía planeado.

El texto de Beza no se alejó mucho del de Estéfano. Publicó cinco ediciones, que varían ligeramente entre sí, y que van desde 1565 a 1598. De estas, la cuarta, publicada en 1589, tiene la reputación más alta, la quinta se produjo en edad avanzada. Además de la ventaja de las colecciones de Estéfano, Beza poseía dos manuscritos muy importantes, el ya mencionado (D de los Evangelios y Hechos), que fue presentado por él a la Universidad de Cambridge, y el Códice Claromontanus (D de las Epístolas de Pablo) en París, los cuales contenían textos griegos y latinos, por lo que eran manuscritos bilingües.

Los Elzevir – Buenaventura y Abraham – publicaron dos ediciones en su célebre imprenta, una en 1624 y la otra en 1633. Su texto estaba compuesto por los de Estéfano y Beza. La última edición fue notable por la expresión «Textus Receptus» que aparece por primera vez. Dirigiéndose al lector, decía. «Aquí tenéis ahora un texto recibido universalmente, en el que no alteramos ni corrompimos».

El texto de Estéfano, que luego fue cuidadosamente reproducido por Mill, ha sido generalmente considerado en Inglaterra como el texto estándar o «Recibido», y el de los Elzevir ha sido aceptado en el continente. Sin embargo, los traductores de nuestra Versión Autorizada [versión King James en inglés] no se acataron exclusivamente a ninguna de las ediciones principales. Cuando sus autoridades discrepaban, a veces en su interpretación del «Texto Recibido» seguían a Beza, a veces a Estéfano, a veces a los Complutenses, a Erasmo, o la Vulgata latina. (Miller, Edward. A Guide to the Textual Criticism of the New Testament. London: George Bell, 1886, pp. 8-12)

El Texto Recibido de los siglos XVI y XVII representaba con exactitud general, pero lejos de invariable, el texto tradicional de las edades anteriores de la iglesia. (Miller, Edward. A Guide to the Textual Criticism of the New Testament. London: George Bell, 1886, pp. 12-13)

Robert L. Dabney

Robert L. Dabney (1820-1898) fue un teólogo presbiteriano de influencia en su época. En 1871 publicó un artículo largo titulado “The Doctrinal Various Readings of the New Testament Greek” (Las Lecturas Doctrinales Variadas Del Nuevo Testamento Griego). En su artículo defendió varios pasajes importantes del Texto Recibido que se estaban criticando en su época. A continuación he traducido algunas porciones selectas:

Estableceremos algunas conclusiones en las que se puede decir que todas las escuelas de críticos eruditos están de acuerdo con los amigos ilustrados de la Biblia. Primero: Nadie reclama el Textus Receptus, o el texto griego común del Nuevo Testamento, ningún derecho sagrado, como si representara la ipsissima verba, escrita por los hombres inspirados en todos los casos. Se admite en todas las manos que no es más que una reimpresión, sustancialmente, de la quinta edición del Nuevo Testamento de Erasmo en Basilea, que ese eminente erudito editó a partir de unos pocos manuscritos, ninguno de los cuales se reclamó ser de una antigüedad eminente, y que pertenece, en lo principal, a la Κοινη Εκδοσις o familia Constantinopolitana; y eso es exactamente como se transmitió desde su día, a través de las prensas de Roberto Estéfano en París y los Elzevirs de Holanda. Por lo tanto, no se afirma que esté por encima de la enmienda. Pero, segundo: este Texto Recibido contiene, sin duda, todos los hechos y doctrinas esenciales que los escritores inspirados pretenden establecer; pues aún si fuera corregido con la mano más severa, a la luz de las diversas lecturas más divergentes encontradas en cualquier manuscrito antiguo o versión, no se eliminaría ni una sola doctrina del cristianismo, ni un solo hecho cardinal. Tercero: a medida que se hacen más numerosas recopilaciones de documentos antiguos, el número de varias lecturas, por supuesto, aumenta considerablemente; pero, sin embargo, el efecto de estas comparaciones es, en general, confirmar la corrección sustancial del Texto Recibido cada vez más. Esto se debe a que estas diversas lecturas, que ahora se cuentan por cientos de miles, son casi todas extremadamente minuciosas y triviales; y principalmente porque, mientras divergen, por un lado y el otro, del Texto Recibido, la divergencia siempre está dentro de estos límites diminutos; lo que demuestra que el texto siempre está dentro de una distancia muy pequeña, si es que se elimina, de los autógrafos infalibles. Es como si un ingeniero intentara arreglar la línea exacta de algún camino antiguo. La tradición común señala que un camino existente es el mismo. Algunos intentos de verificar su sitio, por los datos dados por los matemáticos antiguos y geógrafos, muestran que la pista antigua, probablemente, varió un pie o dos aquí y allá. Este descubrimiento incrementa enormemente la curiosidad del ingeniero; saquea a los antiguos escritores y encuentra muchos otros datos. Estos, en la aplicación más severa, muestran una multitud de otros puntos donde la carretera moderna probablemente varió un minuto del original. Pero todos coinciden en aumentar en gran medida la evidencia de que la vía antigua era, con estas diminutas excepciones, justo donde está ahora; e incluso si se introdujeran todas las variaciones del sitio, la carretera seguiría descansando sustancialmente sobre el mismo lecho. El viajero puede entonces estar completamente tranquilo; y dejando que los anticuarios se fatigaran con sus disputas, ya sea en este valle o en ese riachuelo, la antigua vía estaba un pie más a la derecha o un pie a la izquierda, él continuaría con alegría, confiando en que el existente todavía era la «antigua carretera real de santidad», y que lo llevaría a la ciudad de los apóstoles y mártires. Tal es el total resultante de esta crítica, con todas sus variaciones; y esto es admitido con gusto por todos los críticos con mentalidad correcta, desde el piadoso Bengel hasta nuestros días. Cuarto. El resultado admitido de compilaciones más extensas y exhaustivas del Texto Recibido con documentos antiguos es recuperar sus méritos, incluso en el leve grado en que las críticas anteriores parecían impugnarlo. Ningún crítico respetable ahora arriesgaría su reputación al proponer tantas enmiendas como Griesbach; y se dice que Tischendorf, en su última edición, restaura varias de las lecturas recibidas que él mismo había criticado en las anteriores. …

El agudo y erudito divino irlandés, Nolan, en su Inquiry into the Integrity of the Greek Vulgate, una obra que defiende el Texto Recibido con un ingenio incomparable y un profundo aprendizaje, también demolió el sistema de Griesbach. El objetivo de Nolan es probar la familia bizantina de códices, que se acerca más al texto comúnmente recibido, el más antiguo y el más puro. Considera que esta recensión está representada en el manuscrito de Moscú, cuya autoridad había sido tan hábilmente defendida por Matthiæ, por motivos similares a los del Dr. Nolan. También muestra que la preferencia de Griesbach por los códices alejandrinos, y por Orígenes su supuesto editor, era completamente errónea, ya que no hay evidencia de que la autoridad de Origen haya afectado alguna vez el texto de los códices utilizados en Alejandría, y que el padre, además, no sea confiable como testigo del estado del texto. …

El Dr. Scholz dedicó los mejores años de su vida exclusivamente a los viajes, la recopilación de manuscritos y trabajos críticos similares, en el curso de los cuales examinó y comparó seiscientos treinta manuscritos. El resultado de esta inmensa labor fue restablecer el mérito del Texto Recibido en una multitud de lugares donde Griesbach lo había asaltado, y demostrar que presenta el texto más confiable existente.

Ahora llegamos a lo que podría llamarse la reciente escuela de críticos bíblicos, representada por Lachmann, Tischendorf, Tregelles y Alford. Se puede decir que sus rasgos comunes son un rechazo casi despectivo del Texto Recibido, como indigno no solo de confianza, sino casi de aviso; el rechazo de la gran masa de los códices de la κοινη εκδοσις como reciente y carente de casi toda autoridad; y la resolución del texto por el testimonio de unos pocos manuscritos para lo cual reclaman una antigüedad superior, con el apoyo de algunos padres y versiones, a quienes les complace considerar como juiciosos y confiables. …

Tregelles elogia especialmente a Lachmann, porque introdujo por primera vez la moda distintiva de ignorar el texto griego vulgar o recibido como simplemente nada, y de construir su supuesto texto original enteramente de otros testimonios. Este método, adoptado sustancialmente por Tischendorf y por Alford, ya no conserva el Texto Recibido como una base común para la enmienda, o el estándar de comparación, o incluso como un simple cordón sobre el cual encadenar las correcciones propuestas, sino que procede a construir un texto solo como si nunca hubiera existido.

Es esta característica objetable y traviesa de la crítica posterior lo que, como creemos, exige especialmente la atención de los eruditos bíblicos en este momento. Su resultado natural será que la iglesia de Dios finalmente no tendrá ningún Nuevo Testamento. Debe recordarse que el Texto Recibido es el que ahora está realmente en manos de los laicos, en las versiones populares de King James, Lutero, Douay, Geneva, Diodati y las de los otros idiomas europeos. ¿Alguien supone que el trabajo de cualquier crítico erudito persuadirá a alguna de estas naciones a entregar su versión por una nueva? Está muy claro que, prácticamente, las personas deben confiar en las Biblias que tienen o no creer en ninguna. Porque no hay sustituto práctico. Esto se desprende del hecho de que no hay dos de los críticos que estén de acuerdo; ninguno de ellos está dispuesto a adoptar el texto según lo establecido por otro; su arte no ha encontrado, y probablemente nunca encontrará, un árbitro autorizado para poner fin a sus diferencias. Tregelles ha publicado una vasta lista, que abarca noventa y cuatro páginas octavo, de las desviaciones del Texto Recibido de los cuatro principales editores a quienes admira, Griesbach, Scholz, Lachmann y Tischendorf. Su número es más de nueve mil. Es decir, hay tantos lugares en los que una o más de estas críticas difieren del Texto Recibido. ¡Pero las mismas tablas muestran que las críticas difieren entre sí en más de nueve mil lugares! Una prueba notable de esto es que el trabajo de cualquiera de ellos está aún más lejos de ser respaldado por el consentimiento común que el Texto Recibido tan maltratado. Por lo tanto, parece manifiestamente que si este último es expulsado del uso y la confianza de la iglesia, este último prácticamente se quedará sin Nuevo Testamento.

Pero puede preguntarse si el Texto Recibido se imprimió confesadamente desde algunos manuscritos y versiones de inferior autoridad y edad; si es confesadamente erróneo en algunos lugares, y probablemente también en muchos; si se abandona el terreno absurdo sobre el cual sus defensores presumieron a santificar sus mismos errores: ¿por qué reclamará la retención de su lugar? Respondemos, porque es el Texto Recibido. Algunos posibles textos rivales pueden tener mejor derecho a ese lugar, pero no lo retiene y no puede ganarlo. No puede haber en la cristiandad ningún tribunal de crítica común por el cual el texto más meritorio pueda ahora instalarse en ese lugar. Sea que el Texto Recibido ha usurpado la posición por accidente, o se le ha asignado por providencia, el hecho más importante es que lo mantiene. Es mucho mejor para los intereses de la verdad, que la cristiandad reconozca, como una Biblia comúnmente recibida, un texto menos exacto, que no reconocer ninguno. ¿Deben entonces los frutos de la crítica bíblica permanecer desatendidos y permitir errores en el Texto Recibido sin corrección? Respondemos, de ninguna manera. Hagamos todas las enmiendas reales, pero con el método más modesto de nuestros padres. El Texto Recibido aún debe ser retenido por todos, no como un estándar de precisión absoluta, sino como un estándar de referencia común; y los cambios propuestos de la lectura deben agregarse, y dejar que cada uno se apoye en sus propias evidencias. El Texto Recibido se expondría a la iglesia de acuerdo con las convicciones de los maestros en cada caso. Tal sería el resultado del plan más audaz de nuestros críticos recientes; por supuesto, cada maestro ejercerá la misma libertad y discreción para enmendar o reducir sus enmiendas que han ejercido sobre el Texto Recibido. La diferencia práctica, entonces, que resultaría del método que oponemos, sería solo esto, que la iglesia ya no tendría una Biblia en común; y no tendría nada para compensar esta inmensa pérdida. Y en la medida en que el más insatisfecho de estos críticos confiesa que el Texto Recibido todavía presenta todos los hechos y doctrinas del sistema cristiano sin corrupción, no podemos dejar de considerarlo como una exageración más injustificable de sus propios resultados, para apuntar, por el bien de ellos, en la supresión de nuestra edición común.

En 1891 Dabney escribió su obra Discussions: Evangelical and Theological. En este libro expresó lo siguiente acerca del Texto Recibido:

Nadie reclama para el Textus Receptus, o texto griego común del Nuevo Testamento, ningún derecho sagrado, como si representaría la ipsissima verba, escrito por hombres inspirados en cada caso. …Por lo tanto no se afirma estar sin necesidad de enmienda. (Vol. 1, p. 350)

Herman C. Hoskier

Herman Hoskier (1864-1938) fue un incansable erudito británico. Hizo una labor investigativo increíble que llenó libros extensos. Por ejemplo, su libro Codex B and its Allies en dos tomos ocupa más de 900 páginas. En dicho libro se dedicó a demostrar los extensos desacuerdos entre los códices Sinaítico y Vaticano, los cuales forman los pilares del texto alejandrino. Pickering reconoció el valor de la investigación de Hoskier del siguiente modo:

Nadie ha hecho nada por el texto «bizantino» ni siquiera remotamente cerca de lo que Herman C. Hoskier hizo por los códices B y א, llenando 400 páginas para cada uno con una discusión cuidadosa, uno por uno, de muchos de sus muchos errores e idiosincracias. La deficiencia básica, tanto fundamental como seria, de cualquier caracterización basada en criterios subjetivos es que el resultado es solo opinión, no evidencia. (Pickering, Wilbur N. An Evaluation of the Contribution of John William Burgon to New Testament Textual Criticism. Thesis, Dallas Theological Seminary, 1968, pp. 56-57)

En un estudio que le ocupó 30 años, cotejó todos los manuscritos del libro de Apocalipsis conocidos de su época y escribió los resultados de su investigación en su libro de dos tomos que asciende a 1.400 páginas, Concerning the Text of the Apocalypse. Hoskier fue conocido por su precisión en la obra de cotejar manuscritos. El reconocido crítico textual Kirsopp Lake describió a Hoskier como «un recoplidor casi sobrenaturalmente preciso». (Allen, Garrik V. “There Is No Glory and No Money in the Work” H.C. Hoskier and New Testament Textual Criticism. TC: A Journal of Biblical Textual Criticism. Vol. 23, 2018, p. 13) Él tuvo muy poco para decir acerca del Texto Recibido en sus libros. Por ejemplo, su libro Concerning the Genesis of the Versions of the New Testament, de casi 500 páginas, tiene una sola mención del Texto Recibido en el índice. Su postura en cuanto al Texto Recibido no es muy claro, pero citaré un caso donde afirma que en éste «no tenemos un texto malo». Es probable que algunos concluyeron que era un defensor del Texto Recibido por el hecho de que expresó desacuerdos serios con la teoría de Westcott y Hort y reveló el increíble desacuerdo entre los dos manuscritos antiguos que forman el fundamento de su teoría. Lo que sigue es una pequeña selección traducida de dos de sus obras:

Ya es hora de que se pinche la burbuja del códice Β. No se me había ocurrido escribir lo que sigue hasta hace poco. Había pensado que el tiempo curaría la extraordinaria herejía de Hort, pero cuando descubrí que después de un silencio de veinte años, mi sugerencia de que las teorías de Hort no debiesen ser permitidas, hasta hoy solo ha provocado la negación de un erudito y un crítico quien sí mismo ha desautorizado una parte considerable de las lecturas favorecidas por Hort. Parecía el momento de escribir un relato consecutivo del camino tortuoso seguido por el manuscrito B, que —por ignorancia, creo— la mayoría de la gente todavía confunde con pureza y «neutralidad». (Hoskier, Herman. Codex B and its Allies. Vol. 1, p. i)

Para culminar, permítanme decir que la posición de Burgon permanece absolutamente inquebrantable. No luchó por la aceptación del «Textus Receptus», como tantas veces se ha dicho de manera burlona. Sostuvo que ℵB había sido manipulado y revisado y lo demostró en su Causes of Corruption. Buscó la verdad dondequiera que pudiera ser recuperada y no se detuvo en la era de Orígenes. El material descubierto desde su día no ha alterado su posición en absoluto. Buscamos la verdad entre todos nuestros testigos, sin subordinarnos innecesariamente a ningún documento o cúmulo de documentos, que se deriven evidentemente de una sola recensión. Casi todas las revisiones parecen centrarse en Egipto, y suponer que todos los demás documentos están equivocados cuando se oponen a estos documentos egipcios es erróneo y poco científico, ya que debemos presuponer no sólo la revisión siria, sino una revisión muy necia que eliminó estas «mejoras «de los egipcios y alejandrinos, o que destruyó el texto “neutral» sin ton ni son. (Hoskier, Herman. Codex B and its Allies. Vol. 1, p. 415)

Hay que decir una palabra con respecto al «Texto Recibido». Cualesquiera que sean sus imperfecciones … No tenemos un texto malo. (Hoskier, H. C. Concerning the Text of the Apocalypse. London: Bernard Quaritch, Vol 1, 1929, p. xxvi)

No se conoce mucho de la afiliación religiosa de Hoskier, pero algunos de sus escritos no relacionados a manuscritos revela que tristemente se interesaba en el ocultismo, además de sostener unas creencias no muy cristianas. Véase sus obras Immortality y What is Nirvana? Hoskier se enfocaba más en datos que teoría. Por tanto se supone que sus creencias personales no hubieran tenido efecto sobre sus investigaciones textuales, los cuales consisten mayormente de cotejos de manuscritos, pero de todos modos el lector merece ser advertido.

Philip Mauro

Philip Mauro (1859-1952) fue un escritor y abogado cristiano. Como abogado se destacó en casos presentados en la Corte Suprema de Estados Unidos además de la preparación de declaraciones en el famoso Juicio de Scopes. En 1924 publicó su libro Which Version? Authorized or Revised? Fue un libro bien escrito, aunque su brevedad probablemente afectó el impacto que podría haber tenido. Demuestra dependencia en las investigaciones de Burgon, y de forma menor en Malan. Su experiencia como abogado es claramente discernible en sus escritos, especialmente esta primera cita:

Pero el caso a favor del texto griego de la Versión Autorizada [la KJV] es mucho más fuerte que esto. Porque cuando los dos manuscritos que controlan el texto de Westcott y Hort son analizados, se encuentra que contienen pruebas internas de su falta de fiabilidad que impugnan su propio testimonio y los hacen totalmente indignos de confianza. Presentan el caso de testigos que han sido atrapados en tantas declaraciones erróneas como para desacreditar todo su testimonio. (p. 64)

El principio que los editores modernos han adoptado, a saber, el de seguir los manuscritos más antiguos para resolver todas las cuestiones de lecturas dudosas o disputadas, nos vuelve a los dos códices (Vaticano y Sinaítico) que, aunque no están fechados, son considerados por todos los anticuarios competentes como pertenecientes al siglo IV; y su efecto práctico es hacer que esos dos sobrevivientes solitarios de los primeros cuatro siglos cristianos sean las autoridades finales, donde están de acuerdo (lo cual no siempre es el caso), en todas las preguntas sobre el verdadero texto de las Escrituras. Por lo tanto, nos corresponde investigar con sumo cuidado el carácter de estos dos testigos antiguos, y familiarizarnos con todos los hechos disponibles por los cuales se puede probar su confiabilidad. Y esta investigación es necesaria, independientemente de cuál sea nuestra opinión con respecto al principio de «evidencia antigua solamente», que proponemos examinar más adelante. Lo que ahora nos confronta es el hecho de que esos dos códices del siglo IV han tenido la voz decisiva en la solución del texto griego de la Versión Revisada y son responsables de prácticamente todas las desviaciones del Texto Recibido a las que se ha hecho una objeción seria. (p. 40)

Sobre tal estado de cosas la pregunta presentada para decidir es esta: ¿Nos afirmaremos con el Texto Recibido (aceptando correcciones del mismo siempre que ellos puedan ser establecidos por prueba preponderante y colocando esos antiguos códices al nivel de otros testigos, para ser probados en cuanto a su credibilidad como todos los otros)? (p. 55)

Benjamin G. Wilkinson

Benjamin G. Wilkinson (1872-1968) fue un adventista y escritor de los libros Our Authorized Bible Vindicated (1930) y Our Authorized Bible: Answers to Objections. Su afiliación adventista era muy evidente en sus escritos. Citó a Ellen White, la autora cuyo liderazgo llevó al establecimiento de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, como su autoridad para afirmar que los Valdenses supuestamente mantuvieron la Biblia en su idioma “incorrupto a través de todas las edades oscuras”. Parece que su libro tuvo poco impacto, porque es dificultoso encontrar autores que hacen referencia a su libro en las siguientes décadas excepto líderes adventistas. Pero todo eso cambió cuando sus escritos fueron incorporados en dos libros sin identificar la afiliación sectaria de Wilkinson. En 1955 Jasper James Ray publicó el libro God Wrote only One Bible con algunas porciones de los escritos de Wilkinson sin darle reconocimiento, ni siquiera en la bibliografía. En 1970 el pastor bautista David Otis Fuller incluyó 10 capítulos del libro de Wilkinson en su libro Which Bible? Fuller fue editor de dicho libro, y tomó la oportunidad para ocultar el hecho de que Wilkinson era adventista. Por ejemplo, en un párrafo donde Wilkinson cita a Ellen White, aunque la cita de White aparece en el libro editado por Fuller, no aparece la fuente de la cita la cual identificaría a White en las notas al pie de la página al mismo modo de otros autores. Fuller fue severamente criticado años más tarde cuando se descubrió que la porción más grande de su libro en realidad fue escrito por un miembro de una secta.

Wilkinson utilizó varios argumentos novedosos pero controvertidos. Por ejemplo, utilizó el “argumento de dos raudales” donde colocó manuscritos y versiones que él consideró buenos de un lado en un raudal, y luego colocó manuscritos y versiones que él consideró malos en el raudal contrario. Aunque sin duda su intención fue simplificar un asunto complejo, el paradigma textual de Wilkinson es defectuoso. Sus raudales colocados en dos extremos tienen elementos de verdad y grandes elementos de error tal como él lo presentó. Él colocó la Vetus Latina en el raudal bueno, y la Vulgata Latina en el raudal malo. Trataré esto en más detalle en otro artículo, pero es comúnmente reconocido que la Vulgata Latina fue una revisión de la Vetus Latina, por tanto no son tan diferentes como para colocarlos en raudales opuestos. La Vulgata Latina no se asemeja mucho al texto bizantino ni al texto alejandrino, sino que se encuentra en un estado intermedio aproximadamente. Nuestra conclusión es que el intento de Wilkinson de colocar a los manuscritos y versiones principales en dos raudales resulta en una simplificación tan exagerada que puede desorientar al estudiante. Otros autores como Ray, Ruckman y Carter tomaron la idea iniciada por Wilkinson y formaron gráficos, algunos con la analogía de árboles, para proyectar el concepto en sus libros.

En su libro, Wilkinson presenta una versión de la historia del Texto Recibido que aparenta ser pura fantasía por su falta de documentación adecuada. Según entiendo su versión de los hechos, empezando con la Vetus Latina que él data de 157 d. C, los valdenses mantuvieron una versión pura de las Escrituras que fue transmitida con toda su pureza apostólica por 1.400 años hasta que culminó con su impacto sobre las ediciones del Texto Recibido editados por Teodoro Beza. Lo siguiente es un párrafo donde se puede percibir algunos rasgos de esta historia sin fundamento de parte de Wilkinson:

Finalmente, la persecución en París y la solicitud de Farel causaron que Calvino se estableciera en Ginebra, donde, con Beza, sacó una edición del Textus Receptus, la que el autor usa ahora en sus aulas universitarias, según lo editó Scrivener. De Beza, el Dr. Edgar dice que «asombró y maravilló al mundo» con los manuscritos griegos que desenterró. Esta última edición del Texto Recibido es en realidad un Nuevo Testamento griego presentado bajo la influencia valdense. Indiscutiblemente, los líderes de la Reforma, en alemán, francés e inglés, estaban convencidos de que el Texto Recibido era el Nuevo Testamento genuino, no solo por su propia historia irresistible y evidencia interna, sino también porque coincidía con el Texto Recibido que en forma valdense descendió desde los días de los apóstoles. (Wilkinson, Benjamin. Our Authorized Bible Vindicated. Payson, AZ: Leaves-of-Autumn Books, 1930, 1989 reprint, pp. 37-38)

Cuando Wilkinson escribió otro libro contestando objeciones de otros adventistas, incluyó muchas más referencias a Ellen White, la cual él llamaba repetidamente “el Espíritu de Profecía”. Su dependencia en las creencias de Ellen White se hace muy evidentes en el siguiente párrafo, en el cual se refiere a ella como la “profetisa designada por Dios”:

… nadie entre nosotros ha tenido a la hermana White y sus escritos en mayor estima que yo. Cuando el Espíritu Santo, a través de la profetisa designada por Dios, respalda los manuscritos de los valdenses como incorruptos y sin adulteración, entonces son los «manuscritos mejor atestiguados», y no el Vaticano y el Sinaítico como les dijeron mis revisores. En esta autoridad descanso, como final y decisiva. Para un adventista del séptimo día, no hay apelación de esta autoridad. (Wilkinson, Benjamin. Our Authorize Bible: Answers to Objections. Brushton, NY: Teach Services, circa 1930, 2008 reprint, p. 121)

Aunque Wilkinson escribió algunas cosas extremas y no recomiendo su libro, el hecho que no enseñó la perfección o inspiración del Texto Recibido es obvio en la siguiente selección de sus escritos:

Scrivener, Miller, Nolan, Burgon, Hoskier y otros, todos eminentes críticos textuales de primer rango, y defensores sobresalientes del Textus Receptus, han indicado que había errores claros y plenos en el Texto Recibido que debían ser corregidos, y que había mejoras que se podían hacer en el inglés de la versión King James para actualizarlo. (Wilkinson, B.G. Our Authorized Bible: Answers to Objections. Brushton, New York: Teach Services, 2008, p. 29)

Pero, ellos dicen, hay errores en el Texto Recibido. Sí, «plenos y claros errores,» como sus instrucciones informaron a los revisores. Es la gloria del Textus Receptus que sus errores son «plenos y claros». Cuando Dios nos mostró que estos errores eran “simples y claros”, los reconocimos como errores de los copistas y, por lo tanto, al igual que los errores de imprenta, pueden corregirse de manera rápida y segura. No son errores del autor. El hombre los hizo y el hombre puede corregirlos. Tampoco son “errores” que el hombre cometió y solo Dios puede corregir. No entran en el meollo de ninguna cuestión. No son, como los errores del Vaticano y Sinaítico, producto de la depravación sistemática. Son las cicatrices que atestiguan las terribles luchas sufridas por la Santa Palabra a lo largo de los siglos. (Wilkinson, Benjamin. Our Authorized Bible Vindicated. Payson, AZ: Leaves-of-Autumn Books, 1930, 1989 reprint, pp. 180-181)

Aunque Wilkinson escribió algunas cosas buenas en su libro, no carecen libros que tocan el tema sin su extremismo y lógica sectaria basada en las creencias de su falso profetisa Ellen White. Por tanto su libro no es recomendable.

Alfred Martin

Alfred Martin (1916-1996) sirvió con distinción en el Instituto Bíblico Moody por treinta y dos años, llegando a ser vicepresidente y decano de educación. Luego enseñó por un tiempo en Dallas Bible College. Escribió muchos libros, incluso su comentario bíblico sobre Isaías ha sido traducido al español y publicado por Editorial Portavoz. En 1951 completó su tesis doctoral en el Seminario Teológico Dallas titulado A Critical Examination of the Westcott-Hort Textual Theory (Un examen crítico de la teoría textual de Westcott-Hort). A continuación una selección de su excelentísima obra:

Nadie afirmará que el Textus Receptus es perfecto; sería el colmo de la insensatez hacerlo. Burgon, el mayor crítico de Westcott y Hort y el titular más capaz o el texto tradicional («sirio»), distinguió entre el texto tradicional y el Texto Recibido, e insistió en una revisión exhaustiva de este último sobre principios críticos sólidos. Sus notas preparatorias mirando hacia su propia edición del texto griego, dejado inacabado a su muerte, propusieron ciento cincuenta cambios del Textus Receptus en el Evangelio de Mateo solamente. Por lo tanto, no podía ser acusado de una idolatría servil hacia el Texto Recibido, como muchos han alegado.

Sin embargo, a pesar de las evidentes imperfecciones del Textus Receptus, existe una consideración a la que los estudiantes cristianos deben prestar atención: la cuestión de la preservación del texto a través de la protección providencial y la superintendencia de Dios. ¿Hasta dónde se puede llegar al decir que Dios ha preservado sobrenaturalmente el texto original inspirado? La doctrina o la inspiración involucran las mismas palabras; que no hace falta decir. Eso no significa, sin embargo, que cada manuscrito esté inspirado verbalmente; tal idea sería más que tonta en vista de los miles de lecturas variantes. Tampoco significa que el texto de cualquier manuscrito existente esté inspirado verbalmente. El conocido dicho de Bentley es apto: «El texto real del escritor sagrado no radica ahora en un solo manuscrito o edición (ya que los originales han sido perdidos tanto tiempo), pero se dispersa en todos ellos».

En consecuencia, no se puede decir que el Textus Receptus, por ejemplo, es verbalmente inspirado. Contiene muchos errores claros y pleno, ya que todas las escuelas de críticos textuales están de acuerdo. Pero encarna sustancialmente el texto que incluso Westcott y Hort admiten que fue dominante en la iglesia desde mediados del cuarto siglo en adelante. El texto utilizado por los padres de la iglesia de la época de Crisóstomo no era materialmente diferente al texto de Erasmo y Estéfano. Esto no es una prueba concluyente de la superioridad de ese texto, lejos de ello, pero, tomado en relación con otros factores discutidos en esta disertación, ¿no presenta una fuerte presunción a favor de la fiabilidad de este texto? Es difícil ver cómo Dios permitiría que el verdadero texto se hundiera en el olvido prácticamente durante quinientos años sólo para que dos profesores de Cambridge lo llevaran a la luz de nuevo. (pp. 23-24)

Un cristiano creyente en la Biblia debería tener cuidado con lo que dice sobre el Textus Receptus, ya que la pregunta no es en absoluto la redacción precisa de ese texto, sino más bien una elección entre dos tipos diferentes de textos, uno más completo y uno más corto. Uno no necesita creer en la infalibilidad de Erasmo, ni en su santidad, ni siquiera en su honestidad; porque simplemente siguió el tipo de texto que era dominante en los manuscritos, aunque probablemente no estaba al tanto de todas las implicaciones involucradas. Indudablemente, podría haberlo hecho mucho mejor, pero también podría haberlo hecho mucho peor. (pp. 24-25)

[crítica de que la lectura más difícil es preferible a la más fácil] Esta es una generalización que conlleva muchas implicaciones peligrosas. ¿Deberían los estudiosos perpetuar alguna lectura difícil, casi imposible, ocasionada por el error tonto de un copista muerto hace mucho tiempo, simplemente porque es la lectura más difícil? ¿Se debe rechazar siempre una lectura simplemente porque es más fácil de explicar, a pesar que la evidencia de manuscritos, versiones y padres la respalda de forma abrumadora? (p. 30)

Burgon escribe así de él [Tregelles]: No hablamos de la precisión escrupulosa, la industria infatigable, el celo piadoso de ese estudioso estimado y devoto. ¡Todo honor a su memoria! Como muestra de trabajo concienzudo, su edición del Nuevo Testamento (1857-72) es elogiada y nunca perderá su valor. Pero solo tiene que decirse que Tregelles se convenció a sí mismo de que 89/90 de nuestros manuscritos existentes y otras autoridades pueden ser rechazados y perdidos de vista cuando lleguemos a modificar el texto e intentar restaurarlo a su primitiva pureza, para dejar en claro que en la crítica textual él debe ser considerado como un maestro no confiable. (p. 43)

Incluso para dar a entender que si uno cree que el Textus Receptus está más cerca del texto original que el texto de Westcott-Hort, expone uno abiertamente a la sospecha de ignorancia grosera o intolerancia absoluta. Es por eso que esta controversia necesita ser transmitida de nuevo entre los cristianos creyentes de la Biblia. Hay pocas esperanzas de convencer a aquellos que son críticos textuales incrédulos, pero si los estudiantes de la Biblia creyentes tuvieran ante sí la evidencia de ambas partes, en lugar de un solo lado, no habría tanto seguimiento ciego de Westcott y Hort. (p. 47) [Coincidimos con Martin con tal que su interpretación de «críticos textuales incrédulos» sea entendido como una referencia a que estos críticos no quieran creer en el Texto Recibido, y no que sean necesariamente incrédulos en el sentido de rechazar el cristianismo.]

En el año 1860 [Burgon] pasó tres meses en Roma, durante unas vacaciones en Oxford, relevando al capellán de la congregación inglesa. En sus Letters from Rome [libro Cartas desde Roma] tuvo ocasión de describir el manuscrito Vaticano, que tuvo el privilegio de examinar. Expresó la opinión que sostuvo el resto de su vida de que el texto de B es muy corrupto. (p. 49)

Su irascibilidad y su dogmatismo [de Burgon] indudablemente contribuyeron a esta distorsión, y su propio celo a veces lo traicionó en la imprudencia de sus declaraciones. (p. 52)

Esto no quiere decir que los puntos de vista teológicos de Burgon automáticamente lo hagan correcto en la crítica textual y que los puntos de vista teológicos de Westcott y Hort automáticamente los hacen equivocados. Sin embargo, ante el hecho de que todos ellos eran eruditos reconocidos y dotados, debería crear una presunción de derecho del lado de quien defendió plenamente la Palabra de Dios. No es una prueba en sí misma, sin embargo, debe hacer una precaución en el examen de las pruebas. Esta declaración del asunto es una simplificación excesiva, ya que no se trataba de una lucha personal entre Burgon y Westcott y Hort. Esas personalidades gigantescas simplemente cristalizan el tema. Sería erróneo e insensato decir que todos los que sostienen la teoría textual de Westcott-Hort son liberales en teología. Tregelles, quien fue piadoso y se mantuvo principalmente en la posición básica más tarde presentados con tanto detalle por Westcott y Hort, creyó tan firmemente como Burgon o cualquier otra persona en la inspiración verbal de la Palabra de Dios, y ha habido muchos eruditos piadosos desde 1881 que han sostenido la teoría textual de Westcott-Hort. De hecho, en la actualidad la mayoría de los eruditos cristianos conservadores lo sostienen, al menos en parte. Pero es interesante observar que, si bien uno encontrará creyentes del lado de Westcott y Hort, difícilmente se encontrarán incrédulos del lado de Burgon. La conexión entre la teología y la crítica textual no ha sido percibida con suficiente claridad por la mayoría. Precisamente en el momento en que el liberalismo estaba ganando terreno en las iglesias inglesas, la teoría de Westcott y Hort recibió una amplia aclamación. Estos no son hechos aislados. (pp. 69-70)

La crítica textual no puede separarse por completo de la teología. No importa cuán grande un hombre sea en su erudición griega, o no importa cuán grande sea su autoridad en la evidencia textual, sus conclusiones siempre deben estar abiertas a la sospecha si no acepta la Biblia como la misma Palabra de Dios. Si bien el crítico textual se limita a recopilar y estudiar manuscritos, cotejarlos con otros manuscritos, comparar lecturas y clasificarlos, no importa particularmente cuáles son sus puntos de vista teológicos; pero cuando comienza a teorizar sobre los datos que ha reunido, entonces es muy importante. Los cristianos que no aceptarían por un momento el liderazgo de los liberales en la teología se comprometen sin vacilar a ese liderazgo en la crítica textual del Nuevo Testamento. Se trata de una falacia generalizada que resulta en parte de la adoración de la erudición y la falta de reconocer la naturaleza de la verdadera escolaridad cristiana. La crítica textual del Nuevo Testamento no puede considerarse una cuestión meramente literaria… (pp. 70-71)

Jasper James Ray

No se sabe mucho de Jasper Ray (1894-1985), cuyo libro de 1955 lo describe como un “gerente de negocios, misionero y maestro”. Se conoce por su libro God Wrote Only One Bible (Dios escribió una sola Biblia). Ya se mencionó que Ray incluyó porciones de los escritos de Wilkinson sin identificar su fuente. Una gran parte del libro consistió de una larga lista de pasajes donde hay porciones cambiadas comparado a la versión King James. En el libro afirma que la KJV y el Texto Recibido tienen “0” cambios o discrepancias en estos pasajes. Pero no especificó cuál edición del Texto Recibido se utilizó para la comparación. En realidad, algunas ediciones tempranas del Texto Recibido omitieron algunos pasajes en la lista (por ejemplo, Marcos 11:26 en todas las ediciones erasminianas, y la coma juanina de 1 Juan 5 en las primeras dos ediciones erasminianas). Ray ha sido criticado por no tratar con razones dadas por las omisiones, ni intentar refutarlas. Pero a la vez los proveedores de versiones modernas no siempre han sido claros acerca de pasajes faltantes en sus traducciones, anticipando que los lectores simplemente acepten las conclusiones de los expertos. Siempre ha habido un sector conservador de creyentes que no son tan prestos a rechazar pasajes bíblicos que han aparecido en Biblias históricas por cientos de años basado en conclusiones de eruditos modernos. Las largas listas de omisiones en el libro de Ray tocaron la fibra sensible de los creyentes que, o nunca escucharon las razones dadas para las omisiones, o no estaban satisfechos con las explicaciones dadas.

Que Ray no enseñó la infalibilidad del Texto Recibido es obvio en la siguiente oración de su libro:

Dios oyó y contestó las oraciones de estos mártires, y hoy nosotros tenemos una Biblia inspirada que, en el Textus Receptus es substancialmente sin contaminación humana. (Ray, J.J. God Wrote only one Bible. Junction City, OR: The Eye Opener Publishers, 1955, p. 77)

En el contexto no dejó claro que quiso decir al haber declarado “hoy nosotros tenemos una Biblia inspirada”. Pero en la siguiente oración de una edición ampliada de su libro de 1980 escribió lo siguiente:

Hay algunas traducciones erróneas en el inglés de la King James, pero cada palabra se basa en una palabra griega en el Textus Receptus que fue dada por la inspiración de Dios y ha sido providencialmente preservada para nosotros hoy. (Ray, James Jasper. God Wrote Only One Bible. Eugene: The Eye Opener Publishers, 1980, p. 102).

No estoy de acuerdo en afirmar que el Texto Recibido “fue dada por la inspiración de Dios”, pues se conoce como Erasmo lo compiló y otros como Estéfano y Beza lo editaron, lo cual no concuerda con haber sido “exhalado por Dios” como los manuscritos originales mismos. Además, si el Texto Recibido hubiera sido inspirado por Dios, no hubiera necesidad que el mismo autor concluyera que era “substancialmente sin contaminación humana” como afirmó en 1955 y volvió a afirmar en 1980 en la página 96.

Ray hace otra afirmación confusa que podría ser entendido como que solo se puede ser salvo por Biblias traducidas de acuerdo al Texto Recibido. Observe:

Es imposible ser salvo sin «FE», y la perfecta fe salvadora sólo puede ser producida por la Biblia «SINGULAR» que Dios escribió, y que sólo encontramos en traducciones que están de acuerdo con el Texto Recibido griego rechazado por Westcott y Hort. (Ray, James Jasper. God Wrote Only One Bible. Eugene: The Eye Opener Publishers, 1980, p. 122)

Aunque me considero un promotor del Texto Recibido, no estoy de acuerdo con la afirmación de Ray aquí citado. Las Escrituras nos “pueden hacer sabio para la salvación”, pero el mismo pasaje bíblico que afirma esto aclara que es mediante “la fe que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:15). Aunque no soy promotor de versiones modernas, y algunas enseñanzas puedan o no ser menos claras debido a los cambios, al fin y al cabo las versiones modernas típicas no enseñan otro Evangelio. Un error en la lógica de Ray es que hay que tomar en cuenta que el Texto Recibido solo ha existido desde 1516. Aun en el periodo cuando dominó el texto bizantino antes de 1516, para algunos en algunas regiones es probable que la única Biblia a su alcance hubiese sido la Vulgata Latina. De vez en cuando se oye la historia de un creyente que utilizó una Biblia católica (debido a no haber mejor Biblia al alcance, o que el católico tuvo dudas acerca de Biblias protestantes) para guiar a un católico a los pies de Cristo. El razonamiento de Ray en este asunto ha sido probado erróneo por la aplicación de la Palabra y la lógica.

No recomendamos el libro de Ray por estas razones y otras que no hemos tomado el tiempo para demostrar. Afortunadamente se publicó un libro más razonable sobre el mismo tema el año siguiente por Edward Hills.

Edward F. Hills

Sin duda Edward Hills (1912-1981), un ministro de la Iglesia Presbiteriana Reformada, fue el defensor del Texto Recibido y la KJV con las credenciales académicas más impresionantes del siglo veinte. Obtuvo títulos universitarios de Yale y Westminster, luego estudió crítica textual en la Universidad de Chicago, completando sus estudios en Harvard, donde obtuvo su doctorado en teología. En Westminster estudió bajo J. Gresham Machen, una figura conservadora importante en la controversia fundamentalista-modernista de su época. Por un tiempo estudió bajo el crítico textual Ernest Colwell, y luego Kirsopp Lake estuvo en el comité que aprobó su tesis de titulación. El renombrado profesor F.F. Bruce, aunque discrepó con las opiniones textuales de Hills, concedió que Hills era «un crítico textual reconocido y probablemente el defensor contemporáneo más distinguido de la superioridad del tipo textual bizantino». (Letis, Theodore P. Edward Freer Hills’s Contribution to the Revival of the Ecclesiastical Text. Philadelphia: Institute for Renaissance, 1987, p. 120) Bruce Metzger, quien llegó a ser un escritor y profesor famoso en el campo de la crítica textual, llegó a conocer a Hills. Que Metzger—quien no compartía la misma opinión de Hills en asuntos textuales—conocía de la orientación conservadora de Hills y que le dio pena como fue tratado cuando estudió para un doctorado, es obvio en el siguiente relato de parte de Metzger:

Me familiaricé con Edward Hills cuando él y yo estábamos en el mismo campus, el complejo educativo de la Universidad de Chicago en verano. Le permitieron ir allí dos años para hacer un doctorado, y luego le dijeron que no creían que su mente era lo suficientemente liberal como para otorgarle el doctorado, por tanto tuvo que buscar otra institución educativa. Me parece que eso fue algo terrible que hizo la Universidad de Chicago. Si no pensaban que él era la clase de persona a la cual querían otorgar un doctorado, deberían haberlo averiguado mucho antes en lugar de mantenerlo allí por dos años, pagando la matrícula, etc., antes de decírselo, incluso cuando todavía no había desaprobado nada. (Letis, Theodore P. Edward Freer Hills’s Contribution to the Revival of the Ecclesiastical Text. Philadelphia: Institute for Renaissance, 1987, p. 106)

Entre 1947-1950 Hills escribió varios ensayos sobre la crítica textual que fueron publicados en revistas académicas. Con estas publicaciones, fue plenamente aceptado en las filas de eruditos críticos textuales del Nuevo Testamento. Sin embargo, según su biógrafo, en 1952 Hills resolvió comprometerse a la posición de John Burgon. En 1956 publicó su libro The King James Version Defended! Sus escritos sobre asuntos textuales fueron impartidos a nivel de laico, sin duda para tener el impacto más grande posible. Uno de mis lamentos es que no escribió en defensa del Texto Recibido al nivel de erudito, impartiendo de esa manera más de su profundo entendimiento con el cual fue dotado. No estoy diciendo de ninguna manera que sus libros eran indignos de un erudito, sino que se dirigió en ellos a los de educación básica para ser entendible entre ellos. Simplemente no se pudo aprovechar su erudición al máximo en el nivel que escribió. Al entender la forma de pensar del texto crítico por haber estudiado junto con ellos, podría haberse dirigido en escritos aparte a los críticos exponiendo diferentes inconsistencias y debilidades. Sin embargo, a pesar de su educación impresionante en el campo de la crítica textual, sus dos siguientes libros serían Space Age Science y Evolution in the Space Age, sobre el tema de la ciencia desde una perspectiva cristiana. Su primer libro fue revisado y ampliado en 1973 y 1979, con una edición póstuma final en 1984. Su segundo libro, Believing Bible Study, básicamente contiene el mismo material que el primero, pero en un formato diferente con un énfasis en acercarse a la Palabra de Dios con una actitud de fe.

A continuación un surtido de sus escritos relacionados al Texto Bizantino y el Texto Recibido:

El Texto Bizantino, entonces, que se encuentra en la gran mayoría de los manuscritos del Nuevo Testamento, es el texto sobre el cual Dios, obrando providencialmente a través del uso de la iglesia de habla griega, ha colocado el sello de su aprobación. Es el mejor texto existente. Representa el texto original inspirado con mucha precisión, con mayor precisión que cualquier otro texto del Nuevo Testamento que sobreviva del período de manuscritos. En otras palabras, el Texto Bizantino es el texto estándar. Es el texto que debe seguirse casi siempre en lugar de los textos no Bizantinos que se encuentran en la minoría de los manuscritos del Nuevo Testamento. Ciertamente, estos textos no Bizantinos nunca deben ser preferidos en lugares en los que contradicen el texto Bizantino, alteran su significado o le restan riqueza doctrinal. En algunos pasajes, es cierto, estos textos no Bizantinos contienen lecturas (palabras, frases o cláusulas) que no afectan el sentido del pasaje de ninguna manera adversa, sino que parecen más bien mejorarlo. Tales lecturas pueden ser adaptadas como probablemente o posiblemente genuinas, dependiendo de la fuerza de la evidencia por la que son apoyadas. Pero estos casos son raros y una excepción a la regla general, que siempre debe adherirse al Texto Bizantino como el texto divinamente preservado y aprobado. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 35)

La impresión del Textus Receptus, por lo tanto, en 1516 constituye uno de los episodios más significativos en la historia del Nuevo Testamento. Marca la transferencia del texto estándar del Nuevo Testamento de manuscritos escritos a mano a libros impresos. Significa la supresión de este texto de la tutela exclusiva de la iglesia griega para el cuidado y el mantenimiento de los protestantes evangélicos. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 121)

Como se ha dicho con frecuencia anteriormente, esta declaración no significa que el Texto Bizantino sea una reproducción absolutamente perfecta del texto original divinamente inspirado. Todo lo que pretende esta expresión es que el Texto Bizantino, encontrado en la gran mayoría de los manuscritos griegos del Nuevo Testamento, representa el texto original con mucha precisión, con mayor precisión que cualquier otro texto que sobreviva del período de manuscritos, y que por esta razón es la voluntad de Dios que este texto se siga casi siempre en preferencia a los textos no Bizantinos encontrados en la minoría de los manuscritos griegos del Nuevo Testamento y en la mayoría de las versiones antiguas. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 122)

El texto de las varias ediciones del Textus Receptus fueron guiados por Dios. Fueron establecidas bajo la conducción de la providencia especial de Dios. Por lo tanto, las diferencias entre ellas se mantuvieron a un mínimo. Pero los desacuerdos no fueron eliminados totalmente, pues esto requeriría no solo una conducción meramente providencial sino un milagro. En resumen, Dios eligió conservar el texto del Nuevo Testamento en forma providencial en vez de milagrosa, y esta es la razón del por qué las varias ediciones del Textus Receptus difieren el uno del otro ligeramente. (Hills, Edward F. Believing Bible Study. Des Moines, IA: The Christian Research Press, 3rd edition 1991, p. 209).

Aunque defendió el mismo texto, Hills no utilizó el estilo y la estrategia controvertida de Wilkinson y Ray. Hills demostró honradez intelectual al admitir dificultades con su postura, como es evidente en las siguientes citas:

Algunas de las lecturas no bizantinas que Erasmo introdujo en su texto del Nuevo Testamento son incuestionablemente erróneas. … Algunas de las lecturas no bizantinas que Erasmo introdujo en el Textus Receptus son probablemente genuinas. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, pp. 122-123)

En Apocalipsis 17:4 [Erasmo] incluso inventó una palabra que no existe en la lengua griega. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 123)

A veces los traductores de la King James abandonaron el texto griego impreso y se unieron con versiones más tempranas en inglés al seguir la Vulgata Latina. (Hills, Edward. Believing Bible Study. 1991 3rd edition, p. 207)

Aceptando la fe común, nos afirmamos sobre el Texto Tradicional, el Textus Receptus y la Versión King James y reconocemos que estos textos son reproducciones confiables del texto original infaliblemente inspirado. Es cierto que todavía quedan algunas lecturas por decidir, pero son muy pocas. Porque la preservación especial y providencial de las Escrituras ha mantenido este elemento de incertidumbre al mínimo. (Hills, Edward F. Believing Bible Study. Des Moines, IA: The Christian Research Press, 3rd edition 1991, pp. 217-218)

Sin embargo, Dios no promete que tales traducciones serían exentas de errores, o incluso de errores graves. Prometer esto sería deshonrar el texto original griego, ya que establecería textos en otros idiomas como iguales en autoridad a ese original. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 31)

La anterior inspección de lecturas no-bizantinas [tratando con lecturas en Mat. 27:35; Hechos 8:37; 9:5-6; 20:28; 1 Jn. 5:7; y Apoc. 17:4] del texto de la reforma (Textus Receptus) confirma al cristiano consistente en su alta opinión de su valor. No sólo concuerda muy de cerca con el texto estándar (bizantino), sino que en los casos raros cuando se desvía de este texto sus lecturas son casi siempre probablemente, o por lo menos posiblemente, genuinas. El texto de la Reforma, por lo tanto, es un texto excelente. Los pocos errores obvios el cual contiene son solo imperfecciones menores que pueden ser corregidas fácilmente en notas marginales. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 132)

Aunque tengo mucho respeto por los escritos de Hills, a la vez tiene sus áreas débiles. En contraste con Burgon, Hills parece recurrir a la salida fácil que favorece excesivamente la Biblia en inglés cuando surge el asunto de diferencias entre ediciones del Texto Recibido:

Pero, ¿qué hacemos en estos pocos lugares en los que las varias ediciones del Textus Receptus no están de acuerdo entre sí? ¿Qué texto seguimos? La respuesta a esta pregunta es fácil. Nos guía la fe común. Por lo tanto, estamos a favor de esa forma del Textus Receptus sobre la cual más que cualquier otro Dios, trabajando providencialmente, ha colocado el sello de su aprobación, a saber, la versión del rey Santiago, o, más precisamente, el texto griego subyacente a la versión del rey Santiago. Este texto fue publicado en 1881 por Cambridge University Press bajo la dirección del Dr. Scrivener, y ha habido ocho reimpresiones, la última en 1949. En 1976 también otra edición de este texto fue publicada en Londres por la Sociedad Bíblica Trinitaria. Debemos estar agradecidos de que en la providencia de Dios la mejor forma del Textus Receptus todavía está disponible para los estudiantes bíblicos creyentes. Para ser más completo, sin embargo, sería bueno colocar en el margen las lecturas variantes de Erasmo, Estéfano, Beza y los Elzevirs. (Hills, Edward. The King James Version Defended. 1984 4th edition, p. 223)

Esta lógica de Hills, si es llevada a un extremo, tendría el efecto de permitir que la Biblia en inglés resuelva los asuntos de diferencias entre ediciones del Texto Recibido. Se debe tomar en cuenta que Hills se dirigía a lectores en inglés, y no afirma que sus criterios debieran ser aplicados a traducciones en otros idiomas. Pero de todos modos, algunos que han abogado por permitir que la Biblia en inglés o el texto griego de Scrivener ajustado al inglés corrijan Biblias en otros idiomas, han utilizado esta afirmación escrita de paso por Hills en justificación. Para más sobre la inconsistencia de imponer el texto Scrivener sobre Biblias en otros idiomas que ya tienen traducciones basadas en el Texto Recibido, véase https://www.literaturabautista.com/es-justo-imponer-el-texto-griego-de-scrivener-sobre-la-reina-valera/

Otra expresión de los escritos de Hills, que algunos han aprovechado para intentar justificarse en tratar a la KJV como si fuera digna por sí misma de corregir Biblias en otros idiomas, se encuentra al final del siguiente párrafo:

Los traductores que produjeron la versión King James se basaron principalmente, al parecer, en las últimas ediciones del Nuevo Testamento griego de Beza, especialmente en su cuarta edición (1588-9). Pero también consultaban con frecuencia las ediciones de Erasmo y Estéfano y la Políglota Complutense. Según Scrivener (1884), de los 252 pasajes en los que estas fuentes difieren lo suficiente como para afectar la traducción en inglés, la versión King James está de acuerdo con Beza contra Estéfano 113 veces, con Estéfano contra Beza 59 veces y 80 veces con Erasmo, o la Complutense o la Vulgata latina contra Beza y Estéfano. Por lo tanto, la versión King James debe considerarse no simplemente como una traducción del Textus Receptus, sino también como una variedad independiente del Textus Receptus. (Hills, Edward. The King James Version Defended. Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1984 4th edition, p. 220)

Al referirse a la KJV como “una variedad independiente del Texto Recibido” cuando es una traducción, causó que su declaración sea susceptible a ser malentendido. Pero cuando lo mencionó no fue en el contexto de comparación o corrección de traducciones a otros idiomas. Hills no creía que la KJV misma sea el árbitro final para Biblias en otros idiomas causando controversia y confusión en el campo misionero. Esto es obvio basado en cómo contestó la siguiente pregunta:

¿Magnificamos su autoridad por encima de la de las Escrituras hebreas y griegas del Antiguo y Nuevo Testamento? A menudo se nos ha acusado de una veneración tan excesiva por la versión King James, pero estas acusaciones son falsas. (Hills, Edward. The King James Version Defended. Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1984 4th edition, p. 229)

Lo siguiente es un caso donde a mi entender Hills demuestra inconsistencia en la primera edición de su libro de 1956:

(e) El texto de la mayoría de los manuscritos es el texto providencialmente preservado y aprobado. (f) El texto de la mayoría de los manuscritos es el texto estándar. (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 30)

¿No debería haber dicho esto con más cuidado tomando en cuenta que en el mismo libro defendió pasajes que no se encuentran en la mayoría de los manuscritos? Aparentemente llegó a reconocer su inconsistencia porque este párrafo bajo examinación fue ligeramente editado en su última edición en la página 86.

En las diversas opiniones sobre la preservación del texto bíblico a través de las edades, hay los que expresan cómo Dios debe haberlo hecho. Esto en ocasiones es discernible en los escritos de Hills. Por ejemplo, en la página 30 de su libro de 1956, utiliza la frase «Dios deberá» [God must, He must] cuatro veces en cuatro oraciones. La verdad es que Dios es soberano y no tiene que hacer las cosas como nosotros pensamos sea mejor. En la siguiente cita hay una inconsistencia relacionada a la preservación:

Si Dios ha preservado el Nuevo Testamento de tal manera que es imposible obtener seguridad con respecto a la pureza de su texto, entonces no hay un Nuevo Testamento infalible hoy, y si no hay un Nuevo Testamento infalible hoy en día, puede muy bien ser que nunca hubo un Nuevo Testamento infalible. Si Dios ha permitido que el Nuevo Testamento pierda su infalibilidad, ¿por qué debemos suponer que lo creó infalible en primer lugar? (Hills, Edward. The King James Version Defended! Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1956, p. 141)

No veo la lógica en declarar “si no hay un Nuevo Testamento infalible hoy en día, puede muy bien ser que nunca hubo un Nuevo Testamento infalible”. En su propio libro, Hills no declara ningún Nuevo Testamento ser infalible hoy en griego ni en ningún otro idioma. Aparentemente Hills llegó a reconocer su inconsistencia, porque en la última edición de su libro no vuelve a aparecer este párrafo con razonamiento inconsistente.

Por si acaso alguien llegara a pensar que Hills tuvo intenciones extremas con algunas de sus declaraciones aquí expuestas (algunas de las cuales fueron corregidas en subsiguientes ediciones), se debe tomar en cuenta que él deseaba alejarse de los extremos:

¿Nosotros, los estudiantes creyentes en la Biblia, “adoramos” la versión King James? ¿Lo consideramos inspirado, tal como el antiguo filósofo judío Filón (m. 42 d.C.) y muchos cristianos primitivos consideraron la Septuaginta como inspirada? ¿O reclamamos la misma supremacía para la versión King James que los católicos romanos reclaman para la Vulgata Latina? ¿Magnificamos su autoridad por encima de la de las Escrituras hebreas y griegas del Antiguo y Nuevo Testamento? A menudo se nos ha acusado de una veneración tan excesiva por la versión King James, pero estas acusaciones son falsas. Con respecto a las versiones de la Biblia, seguimos el ejemplo de los apóstoles de Cristo. Adoptamos la misma actitud hacia la versión King James que ellos mantuvieron hacia la Septuaginta. (Hills, Edward. The King James Version Defended. Des Moines, IA: The Christian Research Press, 1984 4th edition, p. 229)

Con tal que el lector sea informado de ciertas debilidades, recomiendo los escritos de Edward Hills como un hombre de Dios que se mantuvo fiel a las convicciones que desarrolló después de haber sido altamente educado, lo cual le costó el prestigio que le hubiera concedido el mundo académico.

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