Ni un jota ni un tilde: Una ojeada a la nueva revisión de la Biblia Reina-Valera
Por Alfonso Lloreda, uno de sus revisores
Es apenas natural esperar que el pueblo evangélico, siempre respetuoso de los preceptos bíblicos y consciente de la importancia de cada palabra en la Revelación Divina, se pregunte hasta qué punto el comité encargado de esta revisión tuvo en cuenta las palabras de Jesucristo en Mateo 5:18: «Ni una jota ni una tilde». Empecemos, pues, por ahí, porque en más de un sentido esta sentencia bíblica, que ha sido norma de los que desde la antigüedad se han encargado de conservar y transmitir el sagrado texto, sigue siendo la norma de todas las actividades de las Sociedades Bíblicas y fue muy especialmente la norma del comité encargado de la presente revisión. Veamos algo de lo que estas palabras significan para el traductor y revisor bíblico.
Lo menos que pudiera decirse de esta frase en el contexto del Sermón de la Montaña es que es una aclaración oportuna del Señor. No obstante, hay allí mucho más que eso. La aclaración es válida, ya que muchos pudieran imaginar que la aceptación de las nuevas doctrinas de Cristo implicaba un abandono de lo que hasta entonces se había tenido como auténtica revelación divina. El énfasis de la frase es sobre la conservación de los antiguos y sólidos fundamentos; la novedad que a todos traía perplejos consistía tan sólo en la interpretación de esos fundamentos. De ahí que nosotros encontremos aquí una afirmación que envuelve conceptos importantísimos y que atañen a toda la revelación de Dios: la Biblia.
De un lado está la afirmación del valor total de la revelación. Es decir, que la jota y la tilde son importantes en función del todo. Se preservan con cuidado las partes pequeñitas en el interés de conservar intacta toda la revelación. No es, pues, el afán del leguleyo que se hace matar por un inciso de la ley; es la visión global del intérprete que está interesado en conservar los más mínimos detalles con el fin de penetrar mejor en el significado total. De nuestro contacto con Jesucristo podemos deducir que no se trata aquí de la conservación de la letra de la ley sino de algo superior a esa ley: la ley de Dios, manifestada en el Antiguo Testamento y muy especialmente en el milagro mismo de la existencia de Israel. La jota y tilde de la revelación divina como la vislumbra Jesucristo desde el sitio alto y privilegiado en que el Padre le colocó, visión que no conoce límites de tiempo ni de espacio, visión del Hijo que abarca desde antes del principio y va hasta después de la consumación de los siglos. Hoy tenemos la certidumbre de que el mismo Señor no deseaba que se removiera ni una jota ni una tilde porque era precisamente sobre ese fundamento que él iba a edificar la segunda parte de todo el edificio: el Nuevo Testamento. En la revelación divina no hay desperdicio. La más mínima jota y la más pequeña tilde han de ser examinadas bajo lentes de aumento para encontrar su importancia en relación con el todo. Estas palabras encierran una afirmación del valor total de la revelación.
Por otra parte, va aquí también la afirmación del valor de lo pequeño, más aun, de lo infinitamente pequeño en relación con la revelación de Dios. El devoto arqueólogo, cuya última aspiración es la de poder algún día levantar el velo de los siglos y poner al descubierto los secretos de la prehistoria, está confinado a lidiar con pequeñeces. Su trabajo se limita a cernir con diligencia puñados de tierra para buscar en ella los más ínfimos vestigios de las civilizaciones antiguas. En su tarea no hay jota ni tilde insignificante. Juntando pedacitos de arcilla, espera un día completar el cuadro de todo cuanto existió. El ávido minero, con la ambición de una riqueza grande, muele con paciencia y esmero el polvo de la tierra para buscar allí los granos pequeñitos, tal vez imperceptibles del mineral amado. «Ni una jota ni una tilde». He ahí una prevención importante para el traductor y también para el intérprete de las Sagradas Escrituras.
Hubo en la antigüedad organizaciones como las de los seferim y los masoretas que consagrado y voluntariamente se encargaron de cuidar y transmitir las Sagradas Escrituras. Se debe a su gran espíritu de responsabilidad y constantes desvelos por conservar el valor original de cada jota y de cada tilde del sagrado texto, el que hoy tengamos manuscritos del Antiguo Testamento dignos de nuestra entera confianza. Hace ya muchos años la Iglesia cristiana sintió la necesidad de una organización que siguiera en la tradición de responsabilidad y consagración por la conservación y transmisión de las Sagradas Escrituras de los antigüos seferim y masoretas. Fue así como se fundaron las Sociedades Bíblicas; y cualquiera que entre en contacto directo con el trabajo que ellas hacen, bien pronto se dará cuenta del valor de las jotas y las tildes en la labor de conservar y transmitir el texto bíblico. El que pasa el umbral de la «Casa Bíblica» para colaborar en los trabajos que ella hace, tácita o explícitamente recibe al entrar esta prevención: «Ni una jota ni una tilde». Bajo esa impresionante admonición trabajó durante seis años el comité encargado de llevar a cabo la presente revisión de la Biblia Reina-Valera.
Cuando hablamos del respeto que debemos a la jota y a la tilde, nuestra primera impresión es una sujeción y esclavitud a la letra muerta. Sin embargo, desde hace ya muchos años el énfasis en el arte de la traducción ha sido en trasladar con precisión el sentido más que en traducir las palabras literalmente. Cuando el traductor bíblico aplica su lente de aumento en busca de los diminutos signos del hebreo y del griego y coteja expresiones y vocablos, lo hace en el interés de encontrar el verdadero significado del texto. La sujeción y esclavitud no son a la letra muerta sino a la jota y a la tilde del vivo mensaje de la revelación divina. Una vez encontrado ese precioso significado el traductor está en la obligación de trasladarlo con claridad y sencillez para beneficio del lector moderno. De ahí la razón de esta nueva revisión de la Biblia Reina-Valera. Nadie ha puesto jamás en tela de juicio la exactitud y precisión de la versión Reina-Valera; pero una buena traducción como ésta debe hablar con fuerza y claridad al lector moderno. Sí, con el mismo vigor y la misma lozanía que sus traductores quisieron que hablara a los lectores de sus días. Ellos mismos, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, no se sentirían hoy satisfechos si su traducción, aunque fiel y precisa, hubiera dejado de hablar al lector moderno a causa de la lógica evolución y transformación que todo idioma sufre en el curso de cuatrocientos años.
El comité encargado de hacer la revisión de 1960 tuvo muy poco que ver con las jotas y tildes del original. Reina y Valera hicieron en este sentido un trabajo digno de todo encomio. Naturalmente que los textos griegos y hebreos estuvieren constantemente abiertos, y fueron consultados con el único fin de no ir a perder nada de la fidelidad que caracteriza el trabajo de estos dos consagrados traductores. La principal tarea del comité consistió en hacer que esta hermosa traducción, sin duda uno de los monumentos literarios de nuestra lengua española, fuera tan clara al lector moderno como lo fue a los lectores de la época en que se produjo. El texto de Reina y Valera se respetó como texto básico, lo cual fue para el comité una agradable limitación en su delicada tarea.
Hubo otra limitación en el trabajo del comité de revisión: evitar la introducción de cambios que pudieran producir controversias de carácter doctrinal. El comité sintió que su obligación consistía, no solamente en conseguir que la Biblia Reina-Valera hable con sencillez y claridad a las gentes, sino en contribuir a que los cristianos evangélicos conserven esa misma confianza, devoción y respeto que siempre han tenido para esta traducción. Desde las primeras reuniones los que formaban el comité, unánimemente, estuvieron conscientes que para lograr esto debían vigilar estrictamente la introducción de cualquier cambio de expresión que pudiera dar ocasión a problemas de carácter doctrinal. Siempre que surgía la duda en relación a si un cambio determinado podría producir problemas doctrinales, se laboró día y noche hasta encontrar la expresión satisfactoria. A través de seis años de labor el comité no perdió de vista a cada uno de esos hermanos del campo y de la ciudad que en el transcurso de su vida de evangélicos consagrados y sinceros, han aprendido a querer, admirar y respetar nuestra versión Reina-Valera. En todo momento el comité sintió la responsabilidad y tuvo plena conciencia de que si su labor había de permanecer, tendría que ser positiva. Aclarar el lenguaje y significado sin que ello fuera a levantar dentro de nuestras iglesias una polvareda de controversias destructivas. En ese doble sentido el grupo de revisores interpretó el propósito de su labor: aclarar el castellano de esta versión y ayudar a mantener y aumentar la admiración, devoción y respeto que todos sentimos por ella.
Dos cosas más deben decirse a manera de introducción a esta revisión de la Biblia. Una ha de ser una palabra de prevención a aquellas personas que abrigan la esperanza de ver un día aclarados todos los pasajes oscuros y resueltas todas las dificultades que tienen que ver con el doble o triple sentido en que pueden interpretarse algunos pasajes. Dondequiera que la oscuridad o confusión se debió a modalidades características del castellano de la época, el comité creyó su deber despejar las ambigüedades; mas donde la ambivalencia se debe al texto original, el traductor o revisor no puede hacer otra cosa que buscar una expresión en el castellano que conserve la misma variedad de sentido del idioma original. Le toca al intérprete y no al traductor escoger una de las varias posibilidades en que un pasaje pudiera entenderse. Aunque parezca paradójico, el traductor o revisor no se esfuerza en aclarar esas dificultades sino más bien en conservarlas.
Por otra parte, el lector de la nueva revisión encontrará que la división en secciones, los títulos que encabezan estas secciones y las referencias con relación a otros pasajes bíblicos en que se toca en una u otra forma el mismo tema, le ayudarán mucho en su esfuerzo de entender la revelación divina. La pequeña concordancia que se encuentra al final de ciertas ediciones de la nueva revisión y la serie de mapas modernos con una nueva perspectiva, ayudarán sin duda, junto con el nuevo texto, a hacer más diáfana esta revelación. Seis años de ardua labor no han tenido otro objetivo que el de servir a las iglesias en su afán diario de presentar el divino mensaje con claridad y sencillez al hombre atribulado de nuestros días.
Mensajero Valdense. XLI, No. 1007, 15 de julio de 1961, págs. 1-2