“Como ciudad derribada y sin muro es el hombre cuyo espíritu no tiene rienda” (Proverbios 25:28). Los límites son como el alambrado en el campo. El alambrado marca el límite del pastadero para las vacas. A veces hay una vaca que no respeta sus límites. Después de escapar de su pastadero varias veces su dueño pierde paciencia con ella y la lleva al mercado y de allí ella va al frigorífico.
Para nosotros también nos hacen falta límites. Es mejor que pongamos nuestros límites. Si no, otros tendrán que ponerlos si no sabemos respetar los límites de los demás. El que no tiene límites hace lo que quiere sin tomar en cuenta su propio bienestar o el de los demás en su alrededor. Hay pocos tan descontrolados que no tienen límites, pero muchos no tienen todos los que deben tener.
Límites son parecidos a convicciones. Convicciones son creencias firmes. El que tiene convicciones dice, “no voy a hacer tal cosa porque está mal”. Si tenemos convicciones, a su vez tendremos límites.
Muchas veces los jóvenes reclaman libertad. Ellos no quieren poner límites y tampoco quieren que otros pongan límites sobre ellos. Ellos ignoran o niegan creer que hay actividades que son dañinos para ellos y para los de su alrededor. Es por eso que es el deber de los padres poner límites sobre sus hijos desde una edad temprana. Los mismos padres deben tener límites en cuanto a lo que van a tolerar. Hay pocos padres dispuestos a tolerar que sus hijos les den patadas en la espinilla. Si no lo permiten, tienen que enseñar a sus hijos que hay un límite en cuanto a lo que pueden hacer. Así es con muchos asuntos en la vida de los niños. Si los niños llegan a ser grandes sin límites son una amenaza a la sociedad. Resulta que otros tendrán que poner límites sobre ellos. Puede ser un juez. Puede ser, no más que estarán limitados a una vida pobre y miserable. Los niños no son capaces de poner sus propios límites. Ambos, los padres y los niños, son más felices y tranquilos cuando los niños saben donde terminan sus libertades.
El fanatismo fácilmente puede entrar en el asunto de los límites. Un extremo es extender el círculo a tal punto que quedan pocos límites. Si usted se encuentra en este extremo, le conviene sacar los postes y mover el alambrado más adentro. El otro extremo es el ascetismo. Esto es apretar el cinturón a tal punto que uno apenas puede dar vueltas sin chocar con el alambrado. Si esto es su problema, le conviene mover el alambrado más afuera. Por eso, nos hace falta sabiduría en saber por dónde poner los límites.
Algunos ponen límites pero después no tienen la autodisciplina que se necesita para observarlos. En tal caso, su límite es una línea arbitraria trazada en la arena que se puede cruzar fácilmente. Para que los límites nos sirvan, tienen que ser como un alambrado de alambre tejido con alambres de pua en la parte superior.
Como hijos de Dios, debemos consultar con nuestro Padre celestial en cuanto a nuestros límites. Algunos tienen temor que al hacer esto, no tendrán libertad de disfrutar de ningún placer. ¡Mentira! El Salmo 16:11 dice “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”. El placer que Dios nos da es sano, sin vergüenza y sin reproche.
Hay razón en poner límites. Son una ayuda para alcanzar nuestras metas. El Apóstol Pablo dijo, “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Para alcanzar metas hay cosas que tenemos que hacer, pero a su vez, hay cosas que tenemos que dejar de hacer. El atleta bien sabe que él tiene que poner límites sobre lo que hace.
Sufrimos muchas angustias porque los de nuestro alrededor no tienen límites sobre lo que dicen y hacen. La regla de oro que Jesús dio dice, “Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12). Poniendo por obra esta ley ayudará en gran manera en saber qué límites debemos poner sobre nosotros mismos.
Nuestra relación con Dios exige que tengamos límites. Hay cosas que un creyente no hace, pero, ¿por qué? Hay creyentes que equivocadamente piensan que van a ganar favor con Dios por causa de lo que no hacen. Tal vez van a evitar el castigo de Dios, pero no es la manera debida de ganar su favor. Jesús dio, “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Juan 14:15). Si amamos a Dios, queremos agradarle. Por eso, ponemos límites sobre lo que hacemos porque sabemos que hay cosas que no son agradables a Dios.
Sus límites sirven para señalar el nivel de su carácter. Así los demás saben si pueden poner confianza en ti. Los límites son por tu bien. No tenga temor de ponerlo en práctica.
Excelente, claro y preciso. Muy buen recurso. Utilizare este articulo como base para un estudio biblico de Jovenes. Gracias! Que Dios les continue bendiciendo!
Muy bueno clarito y al centro una bendición Dios lo siga iluminando