Escudriñad las Escrituras. — JESÚS
El famoso evangelista presbiteriano, Billy Sunday, se expresa así de la Biblia: «Hace 22 años que, con la guía del Espíritu Santo, entré en el maravilloso santuario del cristianismo. Pasé por el pórtico del Génesis y recorrí las galerías del Antiguo Testamento en cuyas paredes cuelgan los cuadros de Noé, Abraham, Moisés, José, Isaac y Daniel. Entré en la sala de música de los salmos donde el Espíritu tocó el teclado de la naturaleza hasta que parecía que cada nota y cada tubo del gran órgano de Dios, respondía a la bien templada arpa de David, el dulce cantor de Israel. Visité luego la cámara del Eclesiastés en donde oí la voz del predicador y pasé de allí al invernáculo de Saarón y de los lirios de los valles, que perfumó mi vida con el rico aroma de sus especies. Pasé a la oficina de negocios de los Proverbios y después al observatorio de los profetas en donde vi telescopios de variadas dimensiones apuntando acontecimientos del más lejano porvenir, pero colocados todos en la dirección en que se ve la estrella luminosa de la mañana. Entré en la cámara de audiencia del Rey de reyes y alcancé una visión desde el mirador de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Seguí a los Actos de los Apóstoles en donde el Espíritu de Dios hacía su trabajo en los comienzos de la iglesia; y después a la sala de correspondencia donde estaban sentados Pablo, Pedro, Santiago y Juan redactando sus epístolas. Y finalmente pasé al cuarto del trono de la Revelación en donde se ven los altos picos coronados de luz y vi al Rey que está sentado en el trono rodeado de su gloria.»
Este exquisito sumario de la Biblia puede por sí sólo despertar en muchos hombres el deseo de penetrar en ese admirable santuario de la religión cristiana que se admira en el único Libro de Dios.
LOS LIBROS perecen. Muchos libros que fueron escritos hace veinte años no sirven hoy para nada por que han pasado de época. Muchos libros publicados hace diez años, o cinco años, han envejecido ya y son considerados como inútiles. Los libros nuevos reemplazan constantemente a los viejos. Los de ciencia y de enseñanza son perfeccionados frecuentemente y en tanto que se da la bienvenida a los autores modernos se desecha a los antiguos.
Esta ha sido, en breve, la historia de los libros desde el principio. Los antiguos no tenían libros y escribían en ladrillos de barro cocido. El ateniense Fliazio mejoró la industria haciendo tablillas cubiertas por un extracto de cera sobre las cuales se señalaban las letras con un estilete. Menete de Egipto, tres siglos antes de Cristo, avanzó un poco más e inventó el uso del papiro. De las hojas de esta planta sacaban las membranas que eran usadas como papel, y las mismas enrolladas en palos cilíndricos, formaban los volúmenes.
Cien años más tarde se hizo popular el uso del pergamino. Después los chinos inventaron la manufactura del papel de algodón. Tres siglos más tarde los árabes lo fabricaron de extracto de cáñamo y de lino. En el siglo doce se comenzó a hacer de los trapos y de madera. Y hoy, las máquinas para la fabricación de papel hacen de esta industria una de las más importantes del mundo.
LAS BIBLIOTECAS y la formación de los libros datan desde la misma remota fecha. La biblioteca más antigua fue instituida en Atenas por Pisístrato en el año 500 antes de Cristo. Y son incontables en nuestros días las que han venido fundándose en cada ciudad, en cada escuela, en cada casa y en cada cuarto, doquiera que se halle un hombre que estudie y que piense.
Las bibliotecas son innumerables. Desde la reducida y escasa del estudiante pobre, hasta la famosa y rica Nacional de París con su millón y medio de volúmenes, su medio millón de opúsculos y tratados y sus doscientos mil manuscritos.
EL LIBRO. Pero hay un Libro que, como el sol, es siempre nuevo. Un Libro que no envejece porque su contenido se compone de palabras eternales, que no puede ser aumentado ni corregido, porque lleva en sí el sello de la perfección divina; un Libro único y singular que vale más que todos los libros combinados del mundo: único por su excelencia, y por su amenidad y sencillez a la más maravillosa majestad y gloria. Ese es el Libro de Dios. ¡La Biblia!
Los hombres escriben sus libros y aseguran su propiedad para que nadie pueda copiarlos ni reimprimirlos sin permiso del autor. Pero Dios escribió su Libro y lo dió al mundo. Es la propiedad de todos en general y de nadie en particular. Es el único libro que todos podemos copiar, imprimir y reimprimir, poseerlo y reclamarlo como nuestro, y traducirlo a todas las lenguas del mundo sin que su Autor se sienta por eso despojado de un derecho, antes por el contrario, este proceder es el que más le agrada, porque quiere que todos los hombres vengan al conocimiento de la verdad que en él se encierra, para que todos sean salvos!
Este Libro se llama «la revelación de Dios.»
Los filósofos dieron trescientas veinte respuestas a la sola cuestión: ¿«Cuál es el supremo bien del hombre?» Y esto basta para magnificar la importancia de esa revelación de Dios que en el Libro ofrece una sola respuesta enseñándonos con autoridad y exactitud, y con la verdad de Dios mismo, que el supremo bien del hombre es amar y glorificar a Dios y gozar de El para siempre. Así esa revelación responde a todas las necesidades morales y espirituales de todos los pueblos que habitan la tierra.
ES UN LIBRO UNICO porque su influencia es inconmensurable; porque contiene la mente de Dios; porque es el faro que la Providencia ha puesto en los mares de la vida, porque es el símbolo y presagio de la inmortalidad.
Es único, por su carácter universal. Se adapta a maravilla a la condición y al temperamento de todos los hombres. Es amado por los poetas como Collins, quien en la última parte de su vida abandonó todos sus estudios y viajó sin otro libro que un Nuevo Testamento inglés en el bolsillo. Un amigo suyo deseando saber cuál compañero había elegido un hombre célebre como él, le pidió ver el libro que llevaba con tanto celo y cuidado. Collins se lo mostró diciendo: «Tengo este sólo libro, y único, porque es el mejor de todos.»
EL LIBRO AMADO. Es amado de los reyes como Guillermo de Alemania, Victoria de Inglaterra y Don Pedro II, quienes dijeron: «Amamos a la Biblia, y la leemos cada día, y cuanto más la leemos, tanto más la amamos.» Y como el joven rey Eduardo VI, quien en la ceremonia de su coronación, cuando le presentaron tres espadas como emblema de su poder, dijo: «Traedme otra; necesito, más que ninguna, la Espada del Espíritu.» Le fue traída la Biblia que desde entonces ha retenido su puesto en todas las coronaciones de los reyes ingleses. Y siguiendo este ejemplo, se usa también como único símbolo en la inauguración de los Presidentes de los Estados Unidos. Es amado por los grandes como Gladstone, y Daniel Webster. Es amado por los militares más célebres como Napoleón y Garibaldi, que ha dicho: «La Biblia es el mejor de los aliados para la patria y es el cañón que hará libre a toda Italia.»
Es amado por los sabios, y los pensadores, como Castelar, que dijo: «No comprendo que se hayan opuesto miles de obstáculos a la propagación de la Biblia. Es necesario evitar que un gobernador arbitrario impida que se lea la Biblia en que se han inspirado Cromwell, Cisneros y Lafayette. La Biblia es la revelación más pura que de Dios existe en la sociedad, en la naturaleza y en la historia.» Y como Víctor Hugo, quien ha dicho: «Hay un libro que desde la primera letra hasta la última es una emanación superior; y al cual la veneración de los pueblos ha llamado el Libro, la Biblia.»
Es amado por los viejos como el pastor Enrique Bohem que murió a los cien años de edad y amó su Biblia hasta el fin. Tenía la costumbre de leerla una vez todos los años, y así él la recorrió toda entera por más de setenta veces. Al morir se halló la marca en las primeras páginas en señal de que acababa de terminar la lectura y se disponía a comenzarla de nuevo. Yo he conocido a varias personas de más de sesenta años de edad que se han dedicado a aprender a leer con el sólo propósito de escudriñar las Escrituras. Los viejos aman este Libro y se deleitan en las historias del Antiguo Testamento lo mismo que en las del Nuevo, considerando la vida de los patriarcas y de los profetas y de Jesús y de los apóstoles.
Es amado por las mujeres que encuentran en él el hermoso y dulcísimo relato de la vida de Sahara, de Noemí, de Rut, de la Sunamita, de Ester y de María.
Es amado por los jóvenes que se sienten atraídos e inspirados por David y Jonatán, por Daniel y por los evangelistas. Y por los niños, que son cautivados con el encanto de las historias de Sansón, de Goliat, de Samuel, y especialmente del niño Jesús.
Es amado por los ricos como el valido de la reina Candace que iba en su carro leyendo el rollo de Isaías; y por los pobres, por los guerreros, por los sabios y por los humildes como los creyentes de Berea. Es amado por los que cantan que hallan en los Salmos y en mil otras páginas las más sublimes odas, y los Sigayones de David y de Habacuc. Y por los que sufren y lloran, porque hallan el consuelo más tierno y eficaz en las incomparables promesas y en las conmiseraciones de Dios.
Este Libro único atrae las miradas de todos los hombres y ha recibido desde el principio el tributo de admiración de los reyes de la tierra, los elogios de los sabios, de los grandes y de los fuertes, y al mismo tiempo el amor y la confianza de los buenos, los humildes y los sencillos.
UNA DISCORDANCIA. Pero hay una cosa que advertir. Una cosa que se debe notar bien. Fijad vuestra atención y considerad bien esto: El Libro de Dios, el único, el incomparable, el que ha recibido el cariño de millones de hombres, mujeres y niños, el que es leído hoy y apreciado por cerca de ochocientos millones de los habitantes de toda la tierra, tiene tres mortales enemigos: los hombres malos, el diablo y la clerecía romana.
Que la Biblia es el Libro de Dios se prueba considerando sencillamente el carácter de los que la reciben, y de los que la rechazan. Los malos no la aceptan, antes la odian y se oponen a ella. Los infieles la combaten y dan así coces contra el aguijón. Porque esos mismos infieles no han logrado menoscabar la importancia del Libro ni en una jota, y sólo han añadido a su popularidad y sus ataques han servido para demostrar que ese es el Libro divino de Dios porque es indestructible y poderoso. Y las más veces los infieles que la atacan en lo público, la temen y la aceptan en lo privado. Diderot, uno de los campeones de la infidelidad fue sorprendido por un miembro de la Academia Francesa, mientras explicaba a su hija uno de los pasajes del evangelio. El visitante manifestó extrañeza, y Diderot le dijo: «Pues, en verdad, ¿qué lección más buena puedo yo encontrar para mi hija?»
El diablo la teme y procura destruirla y arrancarla del corazón de los creyentes. La reconoce como la espada invencible del Espíritu contra la cual él nada puede y por la cual fue dominado y avergonzado por Cristo en el desierto de la tentación, y ha sido desde entonces humillado y corrido por los cristianos en todas partes en la arena del mundo.
La iglesia romana la quema, la persigue, la contradice, la ridiculiza y en vano levanta sus esfuerzos y agita su furor contra la Biblia. Y esto, no porque el Libro propague errores ni herejías sino porque teme que con la luz brillantísima de la Biblia los hombres descubran los errores y las herejías de Roma; porque ella denuncia con soberana autoridad esos errores del papismo, condena su idolatría, y exhibe la miseria y la vergüenza del sistema romano. Gurnal dice: «La basura con que se trafica y se comulga en la iglesia de Roma no se sostendría ni un momento más si los curas no ocultasen sus centros de explotación bajo la capa de las tinieblas! Por eso se quejan amargamente de Lutero que les echó a perder su mercado. Y añaden esos enemigos de la luz que si él no se hubiera mezclado en sus asuntos, hubieran llegado bien pronto a convencer a los alemanes de que deberían comer paja. ¡Y eso es muy posible, porque cualquier cosa se puede hacer pasar por la garganta de un ciego!»
En la dura persecución a los cristianos en el siglo tercero y a principios del cuarto, se trató de destruir los libros sagrados que se hallasen en posesión de ellos. Félix, obispo de Thibara, en África, con el valor de los mártires se opuso a la bárbara orden de los enemigos de la luz; y prefirió entregar su cuerpo a la muerte antes que entregar su Biblia. Así fue atormentado y ejecutado en Venosa. En la misma fecha y por la misma razón, murió Euplius a cuchillo, en Cicilia. La Capitale, un paladín de la infidelidad, que se publica en Roma misma, dice: «La Biblia, debemos confesarlo, es el arma más poderosa para combatir al sacerdocio romano.»
EL LIBRO QUE MORALIZA. Un sacerdote romanista, en Bélgica, reprendió a una señorita y a su hermano porque los halló leyendo la Biblia. Ella repuso: «Hace pocos meses mi hermano era vago, jugador, borracho y maldiciente. Pero desde que amamos este libro y lo leemos, él se ha convertido en un activo trabajador, se ha retirado de la cantina, no toca las barajas, no maldice, y atiende al sostenimiento y al cuidado de mi madre y mío, haciendo feliz nuestro hogar. ¿Qué mal puede haber en la lectura de un Libro como éste que cambia a los hombres y los cura como el Señor al endemoniado de Gadara, dejándolos buenos y en seso?»
En efecto, el poder moralizador y regenerador de la Biblia, es el poder de Dios mismo. Cristo lo enseñó así al decir: «¡Escudriñad las Escrituras!» Porque ellas son vivas y eficaces y más penetrantes que toda espada de dos filos, que alcanzan hasta partir el alma. La química nunca ha acallado una conciencia culpable. Ni las matemáticas han dado jamás consuelo a un corazón afligido. Ni ningún libro ni ciencia han podido suplantar la misión de la Biblia en el mundo, ni ocupar su lugar en el servicio de la humanidad.
MÉTODO DE GRUBER. Hay un método que ensayar para combatir a los que contradicen y se oponen. Gruber estando un día en controversia con un joven inconverso quiso saber si éste se oponía a la Biblia después de haberla leído bien. El joven le aseguraba que la había leído toda y que estaba bien familiarizado con todos sus pasajes principales. Gruber le preguntó: «Si es así, dígame Ud. ¿en dónde se halla la epístola de San Pablo a Pedro?» El pobre joven, aturdido, replico: «¿Me cree Ud. tan ignorante para no saber que esa epístola está en el Nuevo Testamento y no en el Viejo?» Gruber le explicó con dulzura que no existía tal epístola en ningún libro del mundo, y le echó en cara su arrogancia y su mentira.
Yo hice la prueba de este método en Austin, con un hombre que se jactaba de conocer la Biblia. Le pregunté si había leído los Salmos y la profecía de San Elías. Me respondió que sí, y que esos eran los dos únicos libros de la Biblia que él estimaba, pues que los demás no servían para nada. Le expliqué, también con caridad, que no había en la Biblia ninguna profecía de San Elías, y con bastante derecho reprendí su ignorancia y su mentira.
HABACUC Y EL ATEO. Podemos asegurar sin temor de equivocarnos que los que odian la Biblia y se burlan de ella son los que más la ignoran. Es fácil hacer la prueba con el método que dejamos indicado. En cambio, los que más la conocen más la aman. Los que la odian se conforman con rechazarla sin examinar su precioso contenido. Los que la aceptan y la escudriñan hallan en ella insondables tesoros de vida eterna. Un ministro, en Bohemia, predicó a su congregación por veintiún años sobre el capítulo primero de Isaías, domingo tras domingo, sin llegar a agotar los temas infinitos que en él se comprenden.
Bien conocida es la historia del incrédulo francés que halló en un cajón de su escritorio unas hojas sueltas de un libro para el nuevo y raro. Aunque tenía el hábito de criticar la Biblia, como lo hacen por manía todos los infieles, jamás había leído ni la menor parte de ella. Esas hojas eran la oración de Habacuc 3. Teniendo el infiel un refinado gusto literario se sintió cautivado por la belleza poética de esas páginas y corrió a la casa de reunión para participar a sus camaradas del hallazgo. Al inquirir ellos el nombre del autor de aquellas hojas, el incrédulo les decía con jactancia: «El autor es francés, y su nombre se debe pronunciar Hab-ac-cuc.» Júzguese del bochorno y la sorpresa del infiel cuando se supo que el autor de aquellas palabras que él admiraba con tanto calor y entusiasmo no era ningún compatriota suyo, ni siquiera un libre-pensador como él, sino uno de los antiguos profetas del Altísimo. Y que el contenido era parte de ese Libro tan despreciado, la Biblia.
En fin, amados lectores y amigos, no tendríamos espacio para definir y explicar los grandes triunfos del bello y único Libro de Dios. Sabed que él es la espada del Espíritu. Escudriñadlo conforme al consejo de Cristo. Si no tenéis un ejemplar de la Biblia, buscadlo hoy mismo. Hacedlo vuestra propiedad. Es, ciertamente, un inmenso privilegio de los hombres poseer el único Libro de Dios. Y si ya lo tenéis, escudriñadlo cada día, y no dejéis que se empolve.
Repetiremos en conclusión las palabras del pastor Oheler, de Palestina, Texas: «Este Libro contiene la mente de Dios, el estado del hombre, el camino de salvación, y el destino final de los justos y de los impíos. Sus doctrinas son santas, sus preceptos forzosos, sus historias verdaderas, y sus decisiones inmutables. Léelo para ser sabio, créelo para ser salvo, y practícalo para ser santo. Contiene luz para guiar; y consuelo para animar. Es el mapa del guerrero; y el carácter del cristiano. En él, el paraíso es reconquistado, el cielo es abierto y las puertas del infierno se descubren. Su gran asunto es Cristo. Su designio nuestro bien. Y su fin la gloria de Dios. Debería llenar nuestra memoria, regir el corazón, y guiar nuestros pasos. Léelo despacio, con frecuencia, con oración. Es una mina de riquezas, un paraíso de gloria y un manantial de placer. Se te da en la vida, se abrirá en el juicio, y será recordado para siempre. Invoca las más ingentes responsabilidades, otorga las mayores recompensas para el trabajo, y condena sin excusa al que desatiende y menosprecia su contenido.»
Puerto Rico Evangélico, 1916