El sacrificio de nuestros hijos

En la historia de Israel hubo un tiempo cuando Dios tuvo que dar una advertencia a su pueblo sobre lo malo de sacrificar a sus hijos al dios pagano Moloc. Se encuentra en el libro de Levítico y dice lo siguiente: “Dirás asimismo a los hijos de Israel: Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciere alguno de sus hijos a Moloc, de seguro morirá; el pueblo de la tierra lo apedreará. Y yo pondré mi rostro contra el tal varón, y lo cortaré de entre su pueblo, por cuanto dio de sus hijos a Moloc, contaminando mi santuario y profanando mi santo nombre. Si el pueblo de la tierra cerrare sus ojos respecto de aquel varón que hubiere dado de sus hijos a Moloc, para no matarle, entonces yo pondré mi rostro contra aquel varón y contra su familia, y le cortaré de entre su pueblo, con todos los que fornicaron en pos de él prostituyéndose con Moloc”. (Levítico 20:2-5)

Espero que aún el pensar de hacer tal cosa le cause aversión. Queremos pensar que amamos a nuestros hijos. Sí, amamos a nuestros hijos, pero a su vez, hay una insensibilidad horrenda hacía los peligros que amenazan su bienestar.

Si fuese conocido que hay un arroyo que pasa por el barrio que es la fuente de gérmenes de cólera, todos estarían dispuestos a ponerse en campaña para advertir a los padres del peligro y, si fuera posible, desinfectar el arroyo. Pero, ¿por qué hay tanta indiferencia hacia lo que sirve para corromper la mente de los niños? Leí recientemente que los programas que van a pasar por la televisión en los EE. UU. en el otoño (primavera aquí) serán groseros al máximo. Serán llenos de malas palabras, y blasfemias en contra de lo decente. Están diseñados para bajar las normas morales al máximo. También van a burlarse de Dios y del cristianismo. Si no me equivoco, los del pueblo, incluso los que dicen que son cristianos, van a aceptar todo sin una sola palabra de censura.

Varias veces en las últimas semanas he estado con padres llorando por causa de hijos rebeldes. A veces ellos dicen, “Nuestra casa es un desastre”. Pocos son los padres de adolescentes que no tienen problemas graves con sus hijos. ¿No le parece que debemos luchar para erradicar la fuente de estos problemas? ¿Por qué tanta alarma sobre la cólera y tanta indiferencia en cuanto a lo que trae dolor a casi todos los padres de adolescentes? No son únicamente los padres quienes sufren. Ellos sufren porque sus hijos sufren. Muchos son los jóvenes que son víctimas de vicios como la drogadicción, el alcoholismo, y el SIDA. Otros se entregan a la diversión y se niegan a estudiar o trabajar.

No somos tan inhumanos como para arrojar a nuestras criaturas a las llamas como los adoradores del dios Moloc. Nosotros sacrificamos a nuestros hijos un poquito a la vez. Cada vez que cedemos a exponer a nuestros hijos a una mala influencia hacemos otro sacrificio.

Hay algunas diferencias entre la amenaza del cólera y la amenaza de una vida perdida. Mayormente las diferencias se encuentran en las fuentes de lucro. Con el cólera la ganancia estaría en el prevenir o en tratar a los enfermos. Una vez que la pestilencia está controlada no hay más lucro. Al contrario, con la delincuencia, la ganancia no está en prevenirla sino en promoverla. Hay un sin fin de comerciantes sin vergüenzas que se están aprovechando de la naturaleza carnal de nuestros hijos. Para ellos, hay ganancia en corromper a los niños.

La otra diferencia entre el cólera y la vida perdida es que muchos de los padres encuentran delicia en el pecado. Les cuesta negar a sus hijos hacer lo que ellos mismos hacen. Puede ser que los vicios de los padres sean distintos de los de sus hijos. Resulta que son impotentes en exigir normas altas para sus hijos.

La solución para los padres es entregarse a Dios de todo corazón. “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos. Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come”. (Isaías 55:6-10) “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Romanos 12:2) “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. (Mateo 6:33)

Por amor a Dios, por amor a sus hijos, y por su propio bienestar, le conviene entregarse a Dios y a su justicia. Nos hace falta su ayuda en la iglesia también. Cuando trabajamos con los jóvenes, muchas veces sentimos que lo que decimos es como una voz en el desierto. En especial es así cuando sus padres no están en la iglesia.

 

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