El pecado es egoísmo

Nos conviene preguntarnos, ¿de qué consiste el pecado? Por más que analicemos la pregunta, lo más que llegamos a la conclusión de que el pecado es egoísmo. No hay duda de que el egoísmo es pecado, pero a su vez, podemos decir que el pecado es egoísmo. Jesús nos mandó a amar a Dios «con todo tu corazón, y con todo tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas». El egoísmo es amarme a mí mismo con todo mi ser. Cuando más me amo a mí mismo, menos lugar hay para amar a Dios.

No es que no queda lugar para mí mismo si amo a Dios. En Marcos 12:31 dice «amarás a tu prójimo como a ti mismo». El amor que tengo por mí mismo debe ser por lo que yo puedo hacer por Dios. Si me odio a mí mismo dirá, «yo no me sirvo para nada, aun menos para servir a Dios». Si amamos a Dios como nos corresponde, tendremos deseos de servirle. Por eso, voy a cuidar mi salud y mi testimonio para poder ser útil.

El pecado consiste en hacer mi voluntad en vez de hacer la voluntad de Dios. Es decir que la razón de mi vida es la de agradarme a mí mismo. Cuando es así, el único valor que Dios tiene para mí es si él puede hacer algo para mí.

La Biblia habla de concupiscencia. La palabra significa la satisfacción de los apetitos carnales. El pecador vive para satisfacer sus apetitos. Lo que lo detiene es el temor del castigo o censura. Su anhelo para la aprobación de los demás excede su anhelo por el apetito carnal. Su anhelo a escaparse del dolor del castigo excede su apetito carnal. En la educación de los niños tenemos que aprovecharnos de estos anhelos, pero con la madurez, el hombre debe darse cuenta de que aun esto es egoísmo. «No lo hago por amor a mí mismo».

Tal vez alguien dice, «pero Jesús nos manda a amar a nuestro prójimo también». Sí, es verdad, pero nuestro amor para Dios debe ir primero. Amo a mi prójimo porque amo a Dios y él me manda amar a mi prójimo. Si lo que hago por mi prójimo es por lo que pienso en sacar de él, entonces no es por amor.

El pecador dice, «aunque Dios dice que tal acción está mal, voy a hacerlo igual porque a mí me conviene». Esto es egoísmo, ¿no? El pecador dice, «aunque mis padres o la ley dicen que no debo hacer tal o tal cosa, voy a hacerlo igual porque a mí me conviene». Esto es egoísmo, ¿no? El pecador dice, «aunque otros van a sufrir por mi acción, voy a hacerlo igual porque a mi me conviene». Esto es egoísmo, ¿no?

Se puede nombrar cualquier pecado y el cederse a él es egoísmo. Es poner el «yo» en lugar del bienestar o la voluntad de otros. Siempre encontramos lo que, para nosotros, parece ser una excusa o justificación por nuestro pecado.

Satanás mismo manifestó el pecado aun antes de la creación del hombre. En Isaías 14:12-14 leemos de su pecado: «¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo». Es claro que su pecado era el egoísmo. El quiso ser «semejante al Altísimo». El primer pecado del ser humano también era egoísmo. Eva quería algo aunque Dios había dicho que era prohibido. No era por necesidad. Ella tenía acceso a todas las frutas del huerto pero quería la prohibida también.

La triste verdad es que cada vez que pecamos hemos sido egoístas. Jesús manifestó la victoria sobre el pecado cuando estaba agonizando en el huerto de Getsemaní. Él dijo a su Padre celestial, «pero no sea como yo quiero, sino como tú». (Mateo 26:39) La victoria sobre el pecado viene por entregarse a la voluntad de Dios. Hay una sumisión inferior que consiste en entregarse a lo que sería para el bienestar de los demás. Si estamos entregados a Dios, él va a guiarnos a hacer lo que será para el bien de los demás. Entrégate a Dios y deja de ser egoísta.

 

3 comentarios sobre “El pecado es egoísmo”

  1. Un gran análisis del pecado que es por nuestro egoísmo, el problema que este trae es como consecuencia que, al perder la comunión con Dios, sigue la depresión, desesperanza etc.

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