El padre del espiritismo

«Empero el Espíritu dice manifiestamente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios.» 1 Tim. 4:1

«Y si os dijeren: Preguntad a los pitones y a los adivinos, que susurran hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Apelará por los vivos a los muertos?» Isa. 8:19

Estamos hoy día presenciando un gran avivamiento del espiritismo. Esta doctrina «de demonios» había caído en desuso y se consideraba desprestigiada y perdida desde que se descubrieron y ridiculizaron las misteriosas maniobras de la médium Eusapia Paladino; pero, en la actualidad, y por motivo de tantos corazones que lloran la pérdida de seres amados que le fueron arrebatados en la gran guerra, el espiritismo está de moda entre millares de esos deudos que desean comunicarse con sus hijos, esposos, padres, amigos o prometidos. Y a su tiempo ha venido el padre de la mentira, «la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás,» ofreciendo consuelo a esos corazones que gimen y asegurándoles que pueden comunicarse con los muertos y oír de ellos mismos que se hallan en un lugar de dicha del que no quisieran tener que salir, ni regresar a la tierra.

El más distinguido corifeo de esas enseñanzas y doctrinas que han de propalarse «en los últimos tiempos,» es el sabio inglés Sir Oliverio Lodge, quien perdió a su hijo Raymundo en los campos de Francia. Sir Oliverio escribió un libro en el que refiere sus conversaciones con el espíritu de su hijo. Y lo único que se halla en la obra es el lamento del corazón del anciano padre que llora la muerte del más querido de sus hijos. Leí el libro, y o poco vino Sir Oliverio a los Estados Unidos a dar conferencias sobre el mismo asunto. Lo oí dos veces en el Carnegie Hall, en Nueva York, en enero de este año: Y me he confirmado en mis opiniones: Sir Oliverio respira por la herida. Habla porque sufre y sufre porque no siendo creyente en el Señor, y careciendo del alivio y del consuelo que tienen los que creen, ha ido a buscar ese consuelo y ese alivio en las «doctrinas de demonios,» y su dolor no le ha dejado examinar las cosas con el buen juicio que fuera de esperarse en un viejo sabio, y se ha dejado engañar y con su adhesión a esos «espíritus sediciosos» está ayudando a extender la creciente ola del avivamiento espiritista que amenaza al mundo en nuestro tiempo.

Raymundo en sus revelaciones dice que en el sitio en donde él se halla hay casas de ladrillo, que los ladrillos se forman con emanaciones de la materia que asciende de la tierra, que hay bebidas embriagantes, y cigarros, aunque el tabaco es de calidad muy mala (textual), y que hay en las calles lodo y estiércol de caballo. Desde luego tenemos que asentar dos cosas: O todas estas declaraciones son mentiras urdidas por algún médium de imaginación estúpida; o Raymundo se halla en cualquier lugar, menos en el cielo. Porque la ciudad de Dios es un sitio de pureza, de hermosura sin igual, de luz y de gloria incomparable. «Y no entrará allí ninguna cosa sucia.» «Ni los borrachos ni los mentirosos.» Sus calles son de oro como vidrio transparente, sus puertas de perla, su muro de brillante jaspe, y colocado sobre fundamento de piedras preciosas. (Revelación 21) ¡Comparad la ciudad de Raymundo con la ciudad de Dios! ¿Ya veis la diferencia? Si Raymundo hace una descripción verdadera, ¿se hallará en la ciudad de Dios? ¿Es ese el paraíso? ¿No se os ocurre que es mejor la Habana en donde se venden mejores tabacos, o Nueva York en donde las calles son limpias, o México, en donde las casas son palacios, que el sucio sitio en donde ha ido a dar Raymundo?

Los espiritistas apoyan su sistema en razones ridículas y deleznables. En general podemos hallar estas tres teorías que han sido formuladas. Primera, que son fraudes y supercherías vulgares, que al amparo de las tinieblas, (porque las sesiones espíritas se verifican a oscuras y a puerta cerrada) seducen y engañan a los bobos. Esto opinan los que se muestran incrédulos a todo y no quieren tomarse el trabajo de investigación. Segundo, «que esos fenómenos del espiritismo dimanan de nuestra mutua irradiación psíquicas, cuyos misterios apenas vamos ahora conociendo.» Esta es la opinión de los que examinan esos fenómenos desde el punto de vista científico y que sin aceptar ninguna manifestación sobrenatural tratan de explicarse todo por la razón. Tercera, que son los espíritus de los muertos «que se comunican con los vivos para prevenirles de males y para consolarlos en sus penas.» Esta es la teoría sostenida por los mismos espiritistas.

Pero las tres teorías deben rechazarse. Ninguna de ellas nos satisface. La primera, porque carece de seriedad, y no resuelve el problema. Negar por negar puede ser capricho, pero no es argumento ni salva del error. Si rechazamos el espiritismo, porque lo juzgamos ser una impostura humana, quedamos expuestos a no poder negarlos al ser confrontados por la tremenda realidad de sus manifestaciones sobrenaturales. Y viéndonos seducidos y desarmados se nos obligará a confesar que se trata ni más ni menos que de una revelación del poder divino. Necesitamos, pues, estar preparados con armas de mejor temple.

La segunda teoría no nos deja satisfechos, porque la razón humana no es árbitro en estos asuntos. La razón en presencia de estos fenómenos sólo puede con toda sencillez convencerse de su propia insuficiencia. La razón es un guía muy pobre. La fe tiene más luz. Ambas, la razón y la fe son como los hijos de Isaac. La razón nació primero, pero es la fe la que recibe la bendición. La razón sólo puede razonar de lo que sabe. ¿Pero qué sabe la razón de los fenómenos espiritistas? Está a ciegas y a oscuras.

La tercera teoría no nos satisface porque viene de los mismos secuaces del espiritismo. Y ellos no pueden en derecho ser juez y parte.

Entonces resulta que necesitamos recurrir a un criterio más sano, más sereno y más elevado, más autorizado y más justo. Y una vez alcanzado ese criterio, expondremos no una teoría más, que se pudiera llamar la última teoría, sino aún más, una declaración no menos firme y fuerte que todo un dogma, puesto que arranca de las mismas palabras de la Escritura y cuenta así con la autoridad de Dios mismo. Y la declaración es esta: Satanás es el padre del espiritismo. En el texto que hemos escogido se llaman a esos espíritus, «espíritus de error,» (o seductores) y a sus doctrinas, «doctrinas de demonios.» El Malo ejerce su voluntad y propala sus enseñanzas por medio de los demonios. Para probar que el espiritismo es un sistema diabólico no tenemos más que hacer sino observar los medios de que echa mano; el carácter de sus enseñanzas y los resultados que ofrece.

¿Cuáles son los medios? Las tinieblas, la mentira, el fraude. Léase el artículo sobre el Espiritismo que se halla en la Enciclopedia Británica. Y ya sabéis que esta obra es juzgada como autoridad suprema en asuntos de esta naturaleza. El señor Rinn, rico comerciante de Nueva York, ha depositado cinco mil dólares en el Banco Nacional de Irving y los ofrece a cualquiera persona que le pruebe que no hay engaño en las sesiones del espiritismo. Y el señor Rinn fue por muchos años un exaltado espiritista y miembro de la sociedad de Investigaciones Científicas. Y los cinco mil duros están fuera de peligro, porque nadie se ha presentado ni se presentará a reclamarlos. El Sr. Rinn sabe muy bien que desafía a los mentirosos, y que los tales son cobardes y no se pueden defender.

Y las enseñanzas ¿cuáles son? Pues las mismas sembradas por el diablo. «Aquel inicuo, cuyo advenimiento es según operación de Satanás, con grande potencia, y señales, y milagros mentirosos, y con todo engaño de iniquidad en los que perecen; por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.» (2 Tes. 2:9-10.) (Rev. 13:13-14) El diablo es astuto. Gana en astucia al más listo de los hombres. Ha ejercitado por todos estos siglos el oficio de engañar y mentir. Él sabe adaptar sus enseñanzas a la capacidad de los que trata de atrapar en sus redes, y los atrapa. A las personas cultas y refinadas les presenta el espiritismo bajo sus aspectos más sutiles, y las cautiva. (Santiago 3:15) «Apela a la razón, para ganarse a los racionalistas, presenta argumentos elevados, deleita los sentidos, excita la imaginación, lisonjea, despierta en los hombres el deseo de saborear conocimientos prohibidos, (Isaías 8:19) y los mueve a la ambición de la exaltación de sí mismos.» Pero al perezoso, al pedante, al necio, al frívolo, a los sensuales, no los tienta con las mismas sutilezas con que ceba a los sabios y racionalistas, sino los atrae con manifestaciones bajas y groseras, dando rienda suelta a las inclinaciones de ellos. Y luego los halaga enseñándoles que «el conocimiento es la ley suprema,» «que Dios no condena,» «que el que peca no tiene culpa,» «que Cristo no es el Hijo divino de Dios,» y así esta serpiente, que con los mismos engaños sedujo a Eva, induce a los hombres en este siglo a creer «que el deseo es ley de la ley, que la licencia es libertad verdadera, y que no es pecado obedecer los impulsos carnales.»

¿Y cuáles son los resultados? Estos son cuatro: El espiritismo seduce; el espiritismo corrompe; el espiritismo enloquece; el espiritismo lleva a la perdición. Es seductor: las almas que se entregan a la influencia de esas enseñanzas perniciosas muy pronto rechazan la Biblia y se apartan de Dios y se entregan con furor a esas doctrinas de demonios que estiman superiores a la misma Palabra de Dios. Es corruptor: el Dr. Carrington ha dado ya el grito de alarma diciendo que se debe temer a esa fuerza diabólica que daña a los hombres y a las mujeres. Es enloquecedor: los adeptos del espiritismo a menudo pierden el juicio, siendo poseídos por los demonios empiezan a hablar a solas, discuten con sombras que creen ver, y acaban por verse acometidos por alucinaciones, trastornos nerviosos y por accesos de locura. Ved ahí los resultados. Observad con serenidad al que se inclina al espiritismo, notad cómo se descomponen sus facciones, cómo se altera la mirada, cómo se cambia toda su persona. ¿Halláis alguna explicación a esto fuera de que esa persona se halla poseída? Leed los Evangelios y leedlos con fe sencilla, y hallaréis la amarga historia de los sufrimientos de que eran víctimas los que estaban bajo la influencia de espíritus inmundos. Pero Jesús los libertó como puede libertarte a ti y a todos los que están siendo engañados por Satanás. Es condenador: ¡Sube alguno de un alma que haya sido redimida por el espiritismo? Que me la muestre. Yo desafío a todos los espiritistas del mundo a que cambien a un solo pecador en un creyente limpio, humilde y sincero en Jesús. ¿Dará peras el olmo? ¿Se cogerán higos de las espinas? ¿Habrá paz, y verdad, y luz, y salvación, y vida en las doctrinas de los demonios? Jamás: Los malos dijeron: «Hemos hecho pacto con la muerte, y con el infierno tenemos hecho convenio … el azote no nos alcanzará, porque nos refugiamos en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos.» (Isaías 28:15) ¿Y qué responde el Señor? «Los temerosos e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, y los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre.» (Rev. 21:8)

El que cree en la invocación de los espíritus de los muertos contradice las instrucciones de la Biblia, en la que oímos decir a David, cuando murió su hijo: «Yo voy a él, mas él no vendrá a mí.» (2 Sam. 12:23)

Mis palabras tienen por objeto prevenir a los creyentes para que se libren de las redes del Maligno y se sustraigan del peligro del espiritismo. Os llamo la atención a ese peligro en el Nombre del Señor. Y ruego a Él que mis palabras os edifiquen, y que ayuden a libertarse a aquellos que ya empiezan a sentirse inducidos y atraídos por el engaño de Satanás. Y termino con esta dulce promesa del Señor: «Porque has guardado mi precepto de paciencia, yo también te guardaré de la hora de la tentación que ha de venir en todo el mundo, para probar a los que moran en la tierra. He aquí que yo vengo presto; retén lo que tienes para que ninguno tome tu corona.» Amén. (Rev. 3:10)

Puerto Rico Evangélico, 1920

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