Aquellos que han estado en las selvas africanas dicen que los ruidos nocturnos son horripilantes. Tan pronto como el sol desaparece las fieras del bosque salen de sus cuevas y escondrijos, haciendo la noche más espantosa. Se devoran unas a otras y los aullidos de terror de la víctima se mezclan con los rugidos de triunfo del animal que mata.
Terrible como nos parece este cuadro, todavía hay otro mucho más espantoso que viene a nuestras mentes al pensar en la vida humana. Los gritos, en verdad, estallan, pero se calman por la indiferencia general de los hombres. Vivimos en un mundo de necesidades humanas; sin embargo, se permite que el orgullo ahogue el llanto, y a menudo nuestro egoísmo reprime el llanto de otros.
Dios nos dice en su Palabra que «también las mismas criaturas serán libradas de la servidumbre de corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios». Este es un tema muy amplio que no puede explicarse aquí, pero ese texto es suficiente para demostrarnos que Cristo se encargará de los desórdenes de la creación en su segunda venida.
«Porque sabemos que todas las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta ahora. Y no sólo ellas, mas también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, es a saber, la redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8:21-23).
La Palabra inspirada de Dios corrobora la experiencia humana: «todas las criaturas gimen a una, y a una están de parto hasta ahora».
No es nuestro propósito hablar de la causa del sufrimiento. Dios nos dice que existe en el mundo como resultado del pecado. Esto no quiere decir que cualquier caso individual de sufrimiento necesariamente tiene que ser el resultado de algún pecado determinado, sino más bien que el peso del sufrimiento en la raza humana encuentra su fuente en la realidad de que el hombre está alejado de Dios. El pecado no tuvo su origen en Dios; Él claramente nos lo revela. Pero el sufrimiento y el dolor que hay en el mundo, Dios los ha creado como consecuencia del pecado para que nosotros no estemos satisfechos en nuestra perdida condición. Este es el significado del versículo en Isaías que tantas veces se interpreta mal y que dice: «Que formó la luz y crió las tinieblas, que hizo la paz y crió el mal. Yo Jehová que hago todo esto» (Isa. 45:7). Esto no quiere decir que Dios es el autor del pecado; porque la palabra hebrea, no significa MAL, sino que enseña que cuando entró el pecado en el universo Dios vio que sus consecuencias serían terribles, y creó el sufrimiento como la consecuencia del pecado.
Hoy nos limitaremos a un sólo aspecto del problema del sufrimiento; esto es, su ministerio. ¿Qué nos puede enseñar el sufrimiento? ¿Cómo podemos ejercitarnos por el dolor, la pena, las tristezas y las pérdidas? ¿Qué podemos aprender de la depresión y reveses de fortuna?
Antes de considerar estas preguntas hay dos cuestiones preliminares que deben aclararse. La primera es que las Escrituras enseñan que Satanás, que es el autor del pecado, es el instrumento del sufrimiento. Acordémonos de la revelación que Dios nos da en el libro de Job. Volveremos a esto más adelante para que nos dé luz en nuestro problema principal, pero aquí, señalaremos que Satanás, cuando obtuvo permiso para molestar a Job, usó como armas la guerra, la violencia, los relámpagos y el gran viento, con la muerte como aliada de cada una de estas cosas. Con frecuencia los hombres echan a Dios la culpa por los desastres y calamidades; hablan de ellos como actos de la Providencia, cuando en realidad son ataques de Satanás, el gran enemigo de la raza humana. Si alguno pregunta por qué Dios permite que estas cosas sucedan, debemos decirle que hay diferencia entre hacer una cosa y permitir que se haga, especialmente en un mundo en el cual cada acción está envuelta por la presencia del factor del pecado, el cual hay que considerarlo a la luz de la santidad de Dios.
La otra cuestión preliminar concierne a una formidable distinción entre los hombres. Dios divide a todos los hombres en dos clases diferentes. Puede ser que no haya diferencia visible entre los dos, pero los hombres miran la apariencia externa, en tanto que Dios mira el corazón. Hay hombres que han sido justificados por la fe en la obra consumada de Jesucristo en la cruz; hay otros que todavía llevan el peso de sus propios pecados. Aunque no hay diferencia de personas para con Dios en cuanto a la ofrenda gratuita de su gracia se refiere, hay distinción inmediata en el momento que un hombre acepta el sacrificio de Cristo como el substituto divinamente establecido. Al mismo tiempo que Dios ama a todos los hombres Él declara que tiene un amor especial para aquellos que han aceptado a Cristo como su Salvador. La noche antes de la crucifixión se dice de Cristo que «como había amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin» (Juan 13:1).
De aquellos que no han aceptado a Cristo como su Salvador y que por lo tanto son todavía parte del mundo que está bajo la maldición por el pecado, Dios declara que ellos «están puestos en maldad» (yacen bajo el dominio del maligno, dice la versión). La palabra griega traducida «yacen» tiene un uso clásico interesante, se encuentra en la «Ilíada» con la idea de abandono de los cuerpos muertos dejados sin enterrar.
Puesto que hemos visto que Satanás es el instrumento de maldad, y que aquéllos que están fuera de Cristo son como cuerpos muertos dejados a Satanás, naturalmente la conclusión es que el sufrimiento que viene a aquellos que están bajo el imperio de Satanás, no puede considerarse en el mismo plano que el sufrimiento que viene a aquellos que han aceptado a Jesucristo como su Salvador. Veremos que Satanás no puede tocar el creyente sin el permiso expreso de Dios; pero con aquellos que están bajo su poder él obra según su deseo. Será bueno decir, de paso, que esta es la explicación de muchas curas de cuerpos que se hacen en el nombre de cultos que profesan tener el poder divino de curar, pero que niegan la divinidad de Cristo. A la luz de las Escrituras es evidente que si hay una cura real por cualquier culto que niega la persona de nuestro Señor, es Satanás que, primero, ha afligido al que sufre imponiendo sobre él la enfermedad, y después ha afectado una cura quitando la enfermedad, para la gloria del culto que niega a Cristo.
Ahora el Dios que hace que la ira del hombre le alabe, a veces trae gloria del sufrimiento de un incrédulo, porque ha habido casos donde el sufrimiento fue el factor en la conversión del tal. Pero siempre que el sufrimiento toca a un creyente es por el permiso directo de Dios y por su propio propósito. Una de las verdades más benditas de las Escrituras para el creyente es que ningún daño puede tocarle hasta que ha sido por la voluntad de Dios. Fijáos cómo esto sucede en la historia de Job. Dios dijo a Satanás «¿no has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios, y apartado del mal?» La respuesta de Satanás es un grito de desesperación. Este es uno de mis versículos favoritos de la Biblia, porque cuando el diablo, que es el padre de la mentira, dice la verdad, es una verdad grande. «¿No le has tú cercado a él, y a su casa, y a todo lo que tiene en derredor?» Si parafraseamos este cambio de pensamientos encontraremos que Dios proclama que Job es un hombre justo. Satanás responde, «No tengo yo la culpa, le hubiera cogido si hubiese podido, pero el cerco que pusiste alrededor de él era demasiado para mí».
En este pasaje hay un gran consuelo para el cristiano. Sabe que Dios mira al creyente como si estuviese en Cristo. Cristo está en derredor nuestro y nada en este mundo puede tocarnos hasta que ha pasado por Cristo.
Notemos también de paso, que la protección de Dios se extendía a los seres que estaban cerca y eran queridos de Job. Hay muchos hombres y mujeres que están fuera de Cristo, gozando bendiciones porque algún familiar cristiano ora por ellos.
Después de haber visto que los sufrimientos para los que no son cristianos y para los que son cristianos son dos problemas completamente diferentes, podemos ahora hacer ciertas conclusiones concernientes al ministerio del sufrimiento para el cristiano. ¿Por qué es que Dios quita a veces el cerco, permitiendo que Satanás nos ataque? Este problema tiene muchas fases, pero nos limitaremos aquí a tres solamente.
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Primeramente, el sufrimiento puede ser un correctivo. Podríamos escoger una palabra aún más fuerte y decir que el sufrimiento es coactivo. Tenemos como ejemplo una interesantísima historia en los Profetas Menores. Veamos el libro del profeta Oseas. Os acordaréis que Oseas tuvo que hacer la cosa más difícil que a un hombre podría pedírsele. El pueblo de Israel se había apartado de Dios y caído en idolatría. Habían dejado a su Jehová-Dios y decían que las bendiciones que tenían les habían sido dadas por los dioses ajenos que ahora adoraban. Dios mandó a Oseas que viviera un sermón ilustrativo delante del pueblo. Dios dijo a su profeta que escogiera y se casara con una ramera. De ella tendría tres hijos, y Dios ordenó que ellos fuesen llamados con nombres que indicasen la posición espiritual de Israel. Los hijos nacieron y fueron llamados Jesreel, Loruhama y Loammi, que significan, esparcido, la no compadecida, no pueblo mío: La madre siguió viviendo en adulterio y era tan ciega que pensaba que los dones que la rodeaban venían de sus amantes, cuando ellos eran dados por el esposo. Esto, naturalmente, era un símbolo de Israel que había caído en adulterio espiritual, dejando a Dios para seguir a dioses ajenos. Israel se había vuelto esparcido, no compadecido, y temporalmente rechazado. Aquí encontramos un texto vivo con el significado del ministerio del sufrimiento. Dios habla a ella y de ella diciendo, «Por tanto, he aquí yo cerco tu camino con espinas, la cercaré con seto, y no hallará sus caminos». ¿Por qué mandó Dios espinas y un seto? Para enseñarla que estaba fuera del camino que Él había trazado para ella; para que ella pudiese aprender, por la futilidad de forzar las espinas y el seto, que había un camino el cual ella había dejado y que debía volver a él.
El resto de su historia es maravilloso. Dios dice, «y daréle el valle de Achor» (¿Cuál es el significado de Achor en español?; en inglés es «trouble», sufrimiento, pena, dificultad), por puerta de esperanza; y allí cantará como en los tiempos de su juventud, y como en el día de su subida de la tierra de Egipto». Aun los nombres de los hijos serían cambiados; Esparcido se convertiría en Congregado; la no compadecida recibiría el nombre de la no Compadecida; mientras que No Pueblo Mío se convertiría en Mi Pueblo. Naturalmente que esto es sólo una hermosa historia del pueblo de Israel. Ninguna otra nación ha tenido tantas penas y sufrimientos; y éstas continuarán hasta que el pueblo que está lejos, en adulterio espiritual, se vuelva a Jehová. Leemos de ese día en la profecía de Zacarías. «Y mirarán a mí a quien traspasaron, y harán llanto sobre Él como llanto sobre unigénito» (Zacarías 12:10). Entonces al pueblo de Israel le será restaurado el poder y la bendición.
Esta enseñanza aquí, es solamente incidental. Nuestro objeto principal es enseñar el procedimiento que Dios usa con un hijo suyo extraviado. Dios hará que estemos en un camino espinoso, o contra un apretado seto si andamos en nuestro propio camino, fuera de su voluntad. Esto es lo mejor que Dios puede hacer por nosotros, pues Él sabe que su camino es lo bueno para nosotros. ¡Oh! si os encontráis hoy arañándoos con las espinas o rompiendo vuestras manos contra un duro seto, venid otra vez a aquel lugar en vuestra vida donde habéis dejado su camino y su voluntad, antes de que os veáis forzados a gritar, como el patriarca. «He aquí yo clamaré… y no seré oído; daré voces, y no habrá juicio. Cercó de vallado mi camino, y no pasaré, y sobre mis veredas puso tinieblas» (Job 19:7-8).
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También el sufrimiento tiene un propósito más elevado que el de mera corrección. Podéis estar en el camino del Señor, andando como Él desea. Pero hay lecciones que Él quiere enseñarnos. A veces el sufrimiento es instructivo, educativo. Encontramos un hermoso versículo en la profecía de Isaías que ilustra esto: «Y ha hecho mi boca como espada aguda, en la sombra de su mano me ha encubierto; y me ha hecho como una saeta reluciente, dentro de su aljaba me ha escondido» (Isa. 49:2). Tomamos particularmente la cláusula, «Me ha hecho como una saeta reluciente». ¿Habéis visto alguna vez los instrumentos de piedra de las edades prehistóricas? Hace algunos años pasamos una temporada en Londres estudiando en el Museo Británico. Es más, mi señora y yo casi podemos decir que allí fue donde pasamos nuestra luna de miel, pues los dos primeros meses de nuestra vida de casados íbamos al Museo todas las mañanas, en conexión con mi trabajo, y pasábamos allí todo el día. Estábamos estudiando griego y principalmente arqueología Bíblica. Pero después de cinco o seis horas en las salas de nuestro ramo de trabajo, o en la Biblioteca, nos íbamos vagando por los otros departamentos del Museo en plan de información general. Un día entramos en un salón egipcio, donde había una magnífica colección de piedras. Toda clase de instrumentos habían sido formados de la dura roca. Cuando consideramos que la piedra de chispa es la más dura de todas las piedras y que en aquel tiempo los hombres se habían apartado tan lejos de Dios que habían perdido el conocimiento de los procesos que habían sido suyos, su habilidad y obra es todavía más remarcable. Examinamos algunas flechas, las cuales, aún bajo el microscopio, asombraban por su fabricación. Y sin embargo nosotros sabíamos que en algún lugar, alguna vez, un obrero había tomado la dura roca golpeándola una y otra vez, rompiendo partículas de aquí y de allí hasta que por fin la saeta quedó pulida y preparada para ser colocada en la aljaba del cazador o del guerrero, listas para su uso.
Ahora, a la luz de esta ilustración, leamos otra vez el texto de Isaías, «me ha hecho una saeta reluciente, dentro de su aljaba me ha escondido». ¡Oh! Isaías, ¿te dolió mucho cuando el Señor te trató como una roca y te puso por ese duro proceso? ¿Cuando Él golpeó aquí y allí, duro y más duro? ¿Cuando aquella partícula obstinada se agarraba echando a perder la utilidad y belleza de la saeta y allí tenía que venir el golpe más duro de todos? ¿Te dolía, Isaías, ser tratado como espada de metal? ¿Te pusieron en el fuego para templarte? ¿Fuiste molido en la rueda?
Isaías podría contestar como cualquier cristiano que ha pasado por los procesos del temple o de la talla que el Señor ha usado en su vida. El conocimiento de ser una saeta preparada para el uso del Maestro más que antes, es la más alta ganancia que puede obtenerse en esta vida. Haber sufrido mucho es lo mismo que saber muchas lenguas: nos da acceso a muchas más personas. Estoy casi seguro que muchos de los que leen estas líneas han sufrido o están sufriendo. Inválidos, ancianos, ciegos, y los que sufren de soledad ¿retrocederíais de las lecciones que han de aprenderse por medio del sufrimiento cuando el autor de nuestra salvación fue hecho por el sufrimiento? ¡Ah! No es negando la existencia del sufrimiento como sus grandes lecciones se aprenden. ¡Feliz el hombre que cuando viene el sufrimiento, lo toma como una naranja y exprime cada gota de enseñanza y bendición que contiene, viviendo constantemente con el más grande ejemplo de sufrimiento a la vista: la cruz del Señor Jesucristo, quien por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico; para que vosotros con su pobreza fuéseis enriquecidos. Hace casi un siglo el Dr. A. T. Pierson escribió: «Cuando viene el sufrimiento es para madurar en nosotros virtudes que solamente pueden madurarse en el dolor, lo mismo que la paciencia hay que aprenderla cuando hay algo para ser paciente».
Yo pienso ahora en los uno o dos últimos años de mi vida, y tocante a lo que he sufrido, no quisiera cambiarlo, porque con ello aprendí muchas lecciones. Cuando yo era un muchacho de catorce o dieciséis años, escogí un versículo de la Biblia y le llamé el texto para toda mi vida. Somos cartas vivas, sermones vivientes, conocidos y leídos de todos los hombres. Un verdadero sermón ha de tener un texto. Así que yo escogí por texto sobre el cual era mi deseo que mi vida fuese vivida, ese gran gemido del corazón de Pablo; «A fin de conocerle, y la virtud de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, en conformidad a su muerte». Día tras día, venimos a conocerle mejor, de una manera maravillosa Él nos hace saber su resurrección y poder, y a medida que los años pasan somos iniciados en la participación de Sus sufrimientos; y después, al fin, llegamos a ser conformes a Su muerte.
Isaías podría decir que el grandísimo gozo de estar escondido en Su aljaba o en la sombra de Su mano vale más que todo el dolor que el mundo conoce. «Porque tengo por cierto que lo que en este tiempo se padece, no es de comparar con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada», dijo San Pablo (Rom. 8:18), pero Isaías revela aún una comparación más elevada. Podríamos parafrasearla así, «Porque tengo por cierto que lo que en este tiempo se padece, no es de comparar con el gozo que tenemos en saber que Él nos atrae más cerca de Sí, que Él nos esconde en la sombra de Su mano, para encerrarnos y usarnos en Su servicio cuando necesita un arma para Su propósito».
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Por último, el sufrimiento tiene otro aspecto que parecerá muy raro, pero que es, sin embargo, descrito en las Escrituras. Es lo que podríamos llamar sufrimiento ejemplo. El ejemplo clásico es Job. El propósito principal de sus sufrimientos no era correctivo, aunque le hizo buscar el camino de Dios como nunca lo había hecho antes. No era tampoco constructivo, aunque su alma creció. El Job que se aborreció y se arrepintió en polvo y cenizas era un carácter mucho más maravilloso que el que se sentó a la puerta con sus llamados amigos y se enorgullecía de su propia justicia. Por encima y más allá de estas lecciones del sufrimiento había un propósito elevado de Dios permitiendo a Satanás que atacara a Job. Porque no olvidemos que Satanás es un rebelde en este universo. Él tiene todavía el poder que Dios le dio desde aquél tiempo antes de su caída, pero hoy él es un rebelde. Uno de sus títulos principales es «el acusador de los hermanos». Naturalmente, sus acusaciones son delante de Dios. Dios podía decirle que había un hombre, Job, que era justo. Satán replicó que esto era porque Job estaba protegido. El cerco fue removido y Job sufrió. Cada momento de su sufrimiento vindicó la manera justa de lidiar Dios con los hombres, y demostró al Universo que en la redención hay poder para hacer que un hombre viva justamente a pesar de las adversidades más grandes. Esta es la más rara forma de sufrimiento y la más noble. ¡Ojalá que nosotros que hemos nombrado el nombre de Cristo aceptemos cada sufrimiento y dolor de tal forma que traigamos honor a Él, que tanto nos amó y nos lavó de nuestros pecados en Su sangre!
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Sólo quedan dos conclusiones breves. Si no habéis aceptado a Jesucristo como vuestro Salvador, entregáos a Él en seguida. Dejad que los sufrimientos que vengan a vuestra vida os traigan al fin de vosotros para que podáis empezar con Dios. Él os invita a venir, a mirar el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En cambio Él os dará una vida que no es vuestra, quitará la culpa de vuestro pecado, y os dará una paz que sobrepuja a todo entendimiento.
Si habéis aceptado a Cristo y sabéis lo que es haber nacido de nuevo, tened cuidado que cada sufrimiento sea para traeros más cerca de Él; que, si estáis fuera de Su voluntad volváis a tener comunión con Él, ganando otra vez el camino de Su voluntad en el lugar donde habéis partido de ella. Cuidad de ser instruidos en estas grandes enseñanzas para que el fruto apacible de justicia pueda crecer en vuestras vidas. Porque, en todas las cosas, debemos ser para la alabanza y gloria de Su gracia.
España Evangélica, 1934