Hubo un tiempo en que la tradición tuvo mucha importancia. Fue cuando la escritura era difícil y los medios de comunicación entre los hombres, muy rudimentarios y deficientes. Durante los tiempos patriarcales casi no había otro modo de conservar muchas cosas valiosas y necesarias, que la tradición; esto es, la comunicación oral, trasmitida de padres a hijos, pasando así de una a otra generación.
Los judíos tenían numerosas tradiciones, y eran de tanto valor para ellos, que llegaron a darles más importancia que a la misma ley de Dios.
Después de sus guerras con los romanos, en la época en que Adriano y Severo ocuparon sucesivamente el trono, en vista de que aumentaba su dispersión sobre la tierra, resolvieron los judíos perpetuar sus tradiciones, que hasta entonces habían sido orales, por medio de la escritura. En consecuencia, un Rabí llamado «el Santo,» compuso el «Mishna,» o «segunda ley.» A este texto le fueron añadidos posteriormente dos comentarios, el Gemara de Jerusalén y el de Babilonia.
Pero no hay que olvidar que nuestro Salvador en su tiempo, reprendió severamente a los defensores de esas leyendas que habían llegado ya a ser ridículas, y les reprochó que prefirieran las tradiciones de los ancianos a la misma ley de Dios. (Véase Mar. 15:1-20; Mar. 7:1-13.)
Sin embargo, durante los primeros años del cristianismo, hubo necesidad de hacer uso, hasta cierto punto, de la tradición. El Señor comunicó oralmente sus enseñanzas a sus apóstoles. El personalmente nada escribió. Sus apóstoles enseñaron también oralmente a las multitudes. Es muy probable que el apóstol Pablo recibiera de este modo la mayor parte de su enseñanza en el Evangelio. Durante el primer siglo, cuando menos, se empleó la enseñanza oral principalmente, pues hasta fines de ese siglo se escribieron los últimos libros del Nuevo Testamento.
Por esto es que, aún en el Nuevo Testamento, pueden hallarse unas dos o tres citas en que se recomiendan las tradiciones [en ediciones antiguas de la versión Reina-Valera]. Por ejemplo, en 2 Tes. 2:15, el apóstol Pablo dice: «Así que, hermanos, estad firmes, y retened las tradiciones que habéis aprendido, sea por palabra o por carta nuestra;» y en el cap. 3, v. 6 de la misma epístola, se lee: «Os denunciamos empero, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesu-Cristo, que os apartéis de todo hermano que anduviere fuera de orden, y no conforme a la tradición que recibió de nosotros.»
Pero fácilmente puede verse que en estos textos Pablo se refiere a las enseñanzas inspiradas que salieron de los labios de los apóstoles, y de ningún modo a las tradiciones absurdas y ridículas que tenían los judíos, ni a las que más tarde circularon entre los mismos cristianos.
La inspiración oral fue necesaria mientras se completaba el canon del Nuevo Testamento. Escrito éste, quedaron consignados en él los mandamientos, las enseñanzas y las doctrinas que son necesarios para nuestra instrucción y para nuestra salvación. Teniendo, pues, la Biblia como nuestra norma suficiente y perfecta, de conducta y de creencia, la tradición queda anulada, y actualmente lo que no pueda comprobarse con la Palabra escrita, es falso y debe rechazarse.
El peligro de la tradición consiste en que casi nunca se trasmite fielmente lo que de palabra se recibe. Si las enseñanzas de Cristo se hubieran dejado indefinidamente a la tradición, para este tiempo estarían tan cambiadas y desfiguradas, que difícilmente podrían reconocerse como cristianas.-Pero gracias a Dios que no fue así. El Señor obró con sabiduría infinita al inspirar a los suyos para escribir y dejar en forma permanente todo lo que es necesario para nuestra salvación.
Actualmente sólo la iglesia romana se rige por la tradición, dándole un lugar, si no superior, al menos igual al que tiene la Biblia. La doctrina de esta iglesia, según la expresión de uno de sus prelados, aprobada por el Papa Pío IX, es: «Debemos creer sin vacilación las Escrituras y la Tradición, por ser ambas igualmente la Palabra de Dios.»
Como se ve, la iglesia romana coloca la tradición en el mismo nivel de la Biblia y le concede igual autoridad.
Pero puede notarse que tanto Cristo como los apóstoles, apelaron siempre a la Palabra de Dios como autoridad y nunca a la tradición. La Biblia, a su vez, condena la tradición humana en diez distintos lugares.
De lo expuesto puede deducirse lo siguiente:
1. Hubo un tiempo en que la tradición fue útil y hasta necesaria, por ser el único medio de comunicar la religión y las costumbres; Pero dejó de usarse cuando el canon de las Escrituras quedó terminado y la Biblia ocupó el lugar de la tradición.
2. Estando tan expuesta la tradición a cambiarse en su forma y significado, en ningún caso puede aceptarse como regla de fe.
3. No habiendo apelado ni Cristo ni los apóstoles a ella para apoyar sus doctrinas y enseñanzas, la tradición no puede tenerse como autoridad.
4. Siendo la Biblia nuestra regla suprema de fe y práctica, y teniendo en ella todo lo necesario para nuestra vida y salvación, ninguna necesidad tenemos de complementarla con la tradición ni con ninguna otra cosa de origen puramente humano.
En consecuencia, ¿qué lugar debe darse a la tradición? Ninguno entre cristianos que se rigen por la Palabra de Dios.
El Cristiano Bautista. Publicado en 1908