Hace algunos años leí un editorial en un periódico evangélico que se atrevía a combatir la liberalidad falsa que viene corrompiendo las huestes del cristianismo en estos tiempos.
Dijo así el editorial: «En nuestros tiempos prácticos, común se teme el fanatismo en los movimientos de reforma y aun de religión—aunque el Fundador de la iglesia cristiana era el más obstinado fanático que jamás ha existido en este mundo, cuyo principal apóstol Pablo, fue considerado loco por toda la corte—mucho se necesita de unos cuantos fanáticos. Si tales hubiera, podría resultar en un verdadero avivamiento de religión que viniera a ganar nuestras almas y purificar nuestra civilización».
I. Diferentes grados de fanatismo
Muchos opinan que el fanatismo es lo que ha impedido la marcha del evangelio y de la civilización, y favorecen al liberalismo más amplio del que jamás ha existido entre el pueblo llamado cristiano.
Hemos de tomar en cuenta que hay diferentes clases o grados de fanatismo. Pero es cierto que casi todos los grandes personajes de la historia han sido fanáticos. Ha habido épocas de inacción, estancamiento y desidia tanto en la política como en la religión, que se han prolongado hasta que algún fanático o grupo de fanáticos, ha aparecido para romper las compuertas de las aguas estancadas.
1. El fanatismo definido
La definición que generalmente se ha dado al fanatismo es «que es una excitación religiosa que arrastra a cometer excesos punibles en virtud de un mal entendido celo».
Pero el autor citado arriba emplea la palabra correctamente, aplicándola a los hombres que por su gran celo y el poder manifiesto del Espíritu Santo en su vida, se han atrevido a proponer grandes reformas, sean éstas económicas, políticas o religiosas, defendiéndolas con entusiasmo y ardor aun cuando la gran mayoría de sus compatriotas se han opuesto a ellas.
2. Fanatismo malo y fanatismo bueno
El fanatismo malo es el que raya en la ignorancia, superstición y error, que da por resultado la persecución y el aborrecimiento de los que no comulgan con las mismas creencias y prácticas. Esta es la clase que Jesús reprendió en sus apóstoles, «los hijos de trueno».
El fanatismo bueno es entusiasmo inspirado por el divino Espíritu, que nace de una convicción firme de la necesidad de una reforma radical en la sociedad, en el Estado, o en la iglesia.
Los primeros cometen crímenes en el nombre de Dios, retardan el progreso y sumen al pueblo en la ignorancia y el error: los otros se atreven a oponerse al orden establecido, sea en la sociedad, el Estado o la iglesia, en beneficio del pueblo.
El fanatismo malo y la indiferencia, la conveniencia y la hipocresía están minando la iglesia de Cristo, haciendo disminuir su poder e influencia entre los hombres. Por esto se necesita «unos cuantos fanáticos» para despertar los dormidos y corregir los males que amenazan la fe verdadera y la iglesia de Cristo.
II. Algunos ejemplos del fanatismo malo y del bueno
1. Ejemplos del fanatismo malo
(1) Juan y los demás apóstoles. Sólo porque uno enseñaba en el nombre de Jesús, que no le seguía con los apóstoles, se lo vedaron. Jesús les enseñó la libertad de conciencia en la obra del Maestro.
(2) Pedro en Antioquía. «Empero viniendo Pedro a Antioquía, le resistí en la cara, porque era de condenar. Porque antes que viniesen unos de parte de Jacobo, comía con los Gentiles; mas después que vinieron, se retraía y apartaba, teniendo miedo de los que eran de la circuncisión. Y a su disimulación consentían también los otros Judíos; de tal manera que aun Bernabé fue también llevado de ellos en su simulación. Mas cuando vi que no anclaban derechamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo Judío, vives como los Gentiles y no como Judío, ¿por qué constriñes a los Gentiles a judaizar?» — Gálatas 2:11-14.
(3) La iglesia católica romana. Esta iglesia no puede tolerar a los que piensan y adoran a Dios fuera de su seno. A todos estos les denomina «herejes», y les veda que prediquen y propaguen sus opiniones. Durante muchos siglos, mientras tenía el poder, perseguía a muerte a ellos, y la historia de los mártires de la fe es tan horrenda que la misma Iglesia perseguidora que perpetraba tales crímenes quisiera borrar la historia que da un testimonio tan dañino para ella.
2. Ejemplos del fanatismo bueno.
(1) Jesucristo. Cada palabra que pronunció era un cohete de dinamita colocado debajo del orden establecido de aquellos tiempos. Toda Judea le veía con desdén. Los escribas y fariseos se burlaban de sus enseñanzas, lo despreciaban y al fin le crucificaron, porque en el concepto de los judíos era un fanático cuyas doctrinas eran sumamente peligrosas y que amenazaban el orden público.
(2) Pablo. Para muchos era un revolucionario loco y desenfrenado. Festo, un gobernador romano, al escuchar sus doctrinas, exclamó: «Pablo, estás loco; las muchas letras te vuelven loco». Si estuviera en el mundo hoy, muchos le rechazarían por fanático.
(3) Savonarola, y otros reformadores europeos. Italia estaba hundida en una indiferencia completa en cuanto a la religión, cuando apareció en las calles de Florencia aquel dominicano fanático, de ojos huraños y celo incansable, el incomparable reformador Savonarola, que abogaba con gran elocuencia por la reforma de la Iglesia, denunciando sin la menor vacilación, las corrupciones de Roma y la irreligiosidad y crímenes de los ricos y poderosos de su época. Le aplicaron el mismo epíteto que Festo aplicó a Pablo: que era un loco. Al fin, por orden del papa Alejandro VI, le ahorcaron y después quemaron su cadáver y arrojaron sus cenizas al Arno.
Toda Europa dormía el sueño de la muerte religiosa, y Dios levantó a cuatro fanáticos: Huss, Lutero, Zuinglio y Calvino. Estos eran fanáticos de los más resueltos e inflexibles. Para sus contemporáneos, todos eran locos. Hasta el día de hoy dicen que eran hombres fanáticos, locos, peligrosos. A Lutero constantemente lo designaban como «aquel fraile loco» y «ese sacerdote frenético».
(4) Los grandes predicadores ingleses. Acordémonos de la historia religiosa de Inglaterra, y veremos que hubo grandes avivamientos espirituales cuando aparecieron grandes fanáticos, tales como Juan Ball, Juan Wiclif, Oliverio Cromwell, Juan Wesley y otros. Al gran Carlos Spurgeon, el predicador descollante del siglo XIX, le llamaron «mata-moscas» y «azufre», haciendo de él caricaturas extravagantes, sólo porque predicaba con intrepidez, solemnidad y claridad las sanas doctrinas de Jesucristo.
En verdad, necesitamos fanáticos —muchos fanáticos— tantos fanáticos como cristianos hay—para diseminar sin vacilación la buena semilla de la verdad evangélica. Hacen falta pastores, llenos del Espíritu Santo, que nos prediquen con gran entusiasmo, hasta con santo frenesí, las doctrinas del Nuevo Testamento; laicos consagrados que abnegadamente hagan conocer a sus semejantes la Buena Nueva; y en una palabra, cristianos que amen más a Dios que al mundo, con sus placeres, diversiones y vicios.
EL ATALAYA BAUTISTA
Publicado en 1919