Este estanque llamado Betesda, “casa de misericordia”, parece haber sido el hospital de Jerusalén. Según Juan 5:4 poseía virtudes curativas para el primero en entrar cuando “un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua”. Pero no nos concentraremos con los que entraron en el estanque, sino con el hombre que no entró y, sin embargo, fue sanado.
I. Su condición angustiosa. “Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo” (Jn. 5:5). Esta enfermedad probablemente fue el resultado de su pecado (Jn. 5:14). Como el pecado mismo, era una enfermedad de mucho tiempo. En lo que respecta a su propia capacidad, o cualquier mero poder humano, estaba más allá de la esperanza. Esta casa de misericordia fue su último recurso. La misericordia de Dios es la única esperanza de los pecadores.
II. Su posición humilde. “Y había allí un hombre” (Jn. 5:5). ¿Dónde? Allí, entre los “enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua” (Jn. 5:3). No se avergonzó de ocupar su lugar entre los indefensos y los necesitados. Si se hubiera negado a dar este paso humilde, nunca habría sido curado. El orgullo y la vergüenza mantienen a muchos alejados del toque salvador de Cristo. Para muchos, Dios todavía está diciendo: “¿Hasta cuándo no querrás humillarte delante de mí?” (Ex. 10:3). Fue cuando el miserable publicano tomó su lugar como pecador que fue justificado (Luc. 18:13).
III. Su esfuerzo infructuoso. “Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo” (Jn. 5:7). Había ocupado su lugar entre “una multitud de enfermos” (Jn. 5:3). Ahora él está haciendo lo mejor que puede; pero su mejor solo termina en el fracaso y la decepción. Hay muchas multitudes, vistos y no vistos, dentro y fuera, que están listos para descender por sus obras ante un alma que busca la salvación. La salvación no es por obras, para que nadie se gloríe (Efe. 2:8-9). Su fracaso repetido lo hace más preparado para la gracia salvadora de Jesucristo.
IV. Su sanador misericordioso. “Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?” (Jn. 5:6). Él conoce el camino de aquellos con espíritus frustrados. “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba, me escondieron lazo” (Sal. 142:3). Este pobre hombre esperaba una temporada más conveniente, pero eso no era lo que necesitaba. Necesitaba uno para salvarlo donde estaba, y como estaba, y es lo que Cristo se ofreció a hacer. ¿Quieres ser sano, donde estás, cómo estás? Cuando el enfermo respondió: “no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”, quedó claro que no sabía a quién le estaba hablando, porque aquellos que son salvos por Cristo no necesitan a ningún otro hombre. ¿Quieres ser sano?
V. Su llamado personal. “Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda” (Jn. 5:8). Esta llamada seguramente debe haberle llegado con sorprendente brusquedad. No había caminado por treinta y ocho años (Jn. 5:5). Pero siempre hay algo inexplicable sobre la persona y la palabra del Señor Jesucristo que despierta la expectativa confiada de los enfermos y los abatidos. Fue completamente inútil que cualquier otro hombre dijera: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. Solo sería una burla solemne, pero de los labios de Cristo las palabras eran “espíritu y vida”.
VI. Su cambio repentino. “Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo” (Jn. 5:9). Él creyó la palabra del Señor, actuó sobre su autoridad y encontró en su grata experiencia que había recibido la bendición que tanto deseaba. Lo consiguió, no trabajando, luchando, o esforzándose, sino simplemente creyendo. El cambio que se produjo en él fue a la vez repentino y completo: “Al instante… fue sanado” (Jn. 5:9). La sanidad en sí era un misterio, pero el hecho era una certeza perfecta y según la obra de Dios.
VII. Su testimonio fervoroso. “El hombre se fue, y dio aviso a los judíos, que Jesús era el que le había sanado” (Jn. 5:15). Habiéndose reunido con el Señor en el templo (Jn. 5:14), ahora lo confiesa ante los hombres e incluso los hombres que se oponen amargamente a él. “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Rom. 10:10). Por gracia somos salvos por medio de la fe (Efe. 2:8), pero la fe se manifiesta ante los hombres por obras (San. 2:18). Algunos se niegan a confesar a Cristo porque aman la alabanza de los hombres más que la alabanza de Dios (Jn. 12:42-43). Negarlo ante los hombres es ser negado por él ante el Padre que está en los cielos (Mat. 10:32-33).
Gracias por sus bosquejos ah sido de gran bendición para estudiar la palabra poderosa de Dios me gustaría recibir bosquejos para estudiar Dios le siga dando de esa sabiduría de todo lo alto
Hola hermanos, hace muchos años soy Adventista y he seguido los escritos de Domingo Fernández, supongo habrá muerto pero quiero resivir algunas literaturas, o la forma de conseguir, si es que mantenéis la línea dé él. gracias en Cristo
Domingo Fernández pasó a morar con el Señor el 31 de mayo de 1999. Muchos de sus libros tienen derechos reservados, por tanto no podemos reproducirlos aquí. Tenemos algunos escritos breves de él aquí: https://www.literaturabautista.com/category/domingo-fernandez-suarez