El hombre sufre. Cristo sufrió. ¿Qué significado tiene para el hombre el dolor de Cristo?
Ernesto Renán, al finalizar su biografía de Jesús, escribió: «A costa de algunas horas de sufrimiento que ni siquiera pudieron abatir la grandeza de tu alma, has conseguido la más completa inmortalidad».
Esta palabras escritas con propósitos laudatorios no expresan la realidad de todo el dolor de Jesús.
No fue el suyo el dolor de unas horas solamente y ni siquiera fue ese dolor su propio dolor. Lo sufrió él, pero era el dolor de otros que cargó sobre sí. Jesús vio el dolor de los hombres y no permaneció indiferente; se unió a la caravana doliente y compartió sus angustias, marchó por sus espinosos senderos y soportó sus pesares.
Pero hizo más: buscó y aplicó el remedio. Fue un remedio heroico: el de dar su propia sangre, hasta la última gota, para que Dios hiciera la transfusión salvadora al corazón mismo del alma pecadora y muriente.
Sí, sufrió el Cristo, pero su dolor fue dolor redentor. Fueron de oro cada una de sus lágrimas y gotas de sangre, que habrían de enriquecer a millones de vidas empobrecidas por el dolor.
Jesús no habló ni describió el dolor pero en cambio lo sufrió, penetrando en lo más profundo del más profundo problema humano y halló el remedio salvador con la entrega de su propia sangre.
Fue el Maestro de los Maestros que enseñó la verdad, pero él vivió su doctrina de tal manera que pudo decir: «Aprended de mí». Él fue el Médico de las almas, pero sufrió por el enfermo. Él fue el sacerdote, pero no ofreció sacrificios externos, se ofreció a sí mismo en holocausto de expiación en el altar del Calvario. Él fue, en una palabra, el Salvador, pero fue y lo es, porque se perdió a sí mismo entregando su vida a la muerte.
Sigamos con recogimiento los últimos pasos de Jesús por el sendero de la redención. Tuvo razón Renán que solo fueron algunas horas, pero prolongadas horas de sufrimiento y que, en realidad, fueron solamente el final de un largo camino recorrido.
Ha vivido consolando, sanando y perdonando, ha vivido llevando sobre su corazón y su alma pura y sin pecado los dolores y los pecados de los hombres, y ahora se acerca al Getsemaní y al Calvario con la copa de los dolores de los hombres. ¿Qué haría con ella?
Va a beberla: es el único camino para salvar a los hombres y devolverles la paz por medio del perdón. En aquella última noche del Getsemaní el Maestro llega a decir en su angustia: «Padre, si es posible pasa este vaso de mí, empero no se haga mi voluntad sino la tuya», y su dolor llega hasta el rojo de sangre: «Mi corazón está muy triste, hasta la muerte», dice a sus discípulos.
Allá en el Gólgota sufre, sufre una muerte no tan solo dolorosa físicamente sino también moralmente. Las Escrituras lo describen con estas palabras: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto. Ciertamente él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores y nosotros le tuvimos por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él y por su llaga fuimos nosotros curados».
¡He aquí el significado del dolor de Jesús: se cansó, da descanso; bebió la copa amarga, endulza la vida; sufrió, cura; murió, da vida! ¿No es entonces lógico buscarle y confiar en él?
Luminar Bautista (Venezuela) 1953
Jesucristo murió con los brazos abiertos para demostrarnos todo su amor hacia ti, y hacia mí, el llevó el peso de nuestros pecados para poder llegar hasta la vida eterna. Padre Celestial perdónanos si te hemos ofendido y muchos olvidados. Tú eres el único camino para la salvación.