El coro tiene en la iglesia un ministerio sagrado. Su función es función en términos de mensaje y de adoración. Tiene un mensaje religioso que dar y debe ser un medio eficaz en las manos de Dios para guiar el culto y las actitudes y pensamientos de los que se reúnen para adorar. De allí que sea tan importante la selección de los miembros del coro. No cualquier persona, por el hecho de que cante bien, de que tenga una bella voz o de que se ofrezca voluntariamente, debe formar parte del coro. La selección tiene que ser rigurosa y sujeta a condiciones y requisitos que tal vez no sean tan necesarios en alguna otra organización de la iglesia.
Ser miembro del coro de una iglesia es un privilegio. Los miembros del coro deben sentirlo así y no pensar que son ellos los que le están haciendo un favor al pastor, al director del coro y aun a Dios. Cuando se ha procedido a la formación del coro de la iglesia echando mano simplemente de personas de buena voluntad que a la postre no resultan de tan buena voluntad (y hay excepciones muy honrosas), se crean problemas de muy difícil solución, y en veces el coro se convierte en un instrumento de presión que aun llega a la amenaza si no se le dan determinados privilegios.
A nuestro juicio las siguientes normas debieran regir la selección de los miembros del coro; éstas incluyen a todos: al organista, al director y a los que cantan.
La primera norma, indispensable, urgente, es que cada uno de los componentes del coro tenga una experiencia religiosa perfectamente definida qué compartir. Que se haya rendido a Cristo con una rendición total y que haya experimentado el cambio interior que Cristo opera en toda vida que se le rinde de esta manera. Nadie que no tenga esta experiencia está capacitado para ayudar a otros al través de este ministerio sagrado que Dios le ha confiado al coro. Si los miembros del coro carecen de ella, su canto puede resultar técnicamente perfecto, pero totalmente estéril y vacío, sin emoción religiosa profunda, sin convicción, sin sentido de lo santo. El canto será mecánico y no podrá comunicar ninguna experiencia vital.
Viene a cuento lo de aquella famosa cantante a quien su director le pidió que cantara el Salmo 23. La primera vez que lo cantó lo hizo con técnica perfecta y echando mano de todos los recursos de su voz, pero el director no quedó satisfecho. La hizo que lo cantara de nuevo, y de nuevo se hizo evidente la maestría de la cantante, pero todavía estaba insatisfecho el director. Le pidió que lo intentara una vez más, y la cantante entonces dio expresión, no a la técnica que de todos modos resultó impecable, sino a una experiencia religiosa profunda: el Salmo se le metió hasta las honduras de más adentro de su vida, se le convirtió en algo suyo, en parte vital de su ser, hasta el punto de que la emoción religiosa se hizo lágrimas. Y el director, entonces, satisfecho totalmente, le dijo: «Señorita, las dos primeras veces que usted cantó el Salmo, se hizo evidente que usted conocía las palabras del mismo; pero en esta vez, usted ha demostrado que no solamente conoce el Salmo, sino que conoce al Pastor a quien el Salmo se refiere».
Y eso es lo que todo miembro de un coro debe conocer: debe conocer al Pastor, a su Pastor, a Cristo el Señor.
La segunda norma o requisito es que cada miembro del coro debe ser miembro de la iglesia. Y debe ser un miembro activo; un miembro profundamente interesado no exclusivamente en el coro, sino en todo lo que la iglesia implica. Hay muchos miembros de coros cuyo interés se reduce precisamente al coro; que se sienten ligados a una organización llamada coro y pierden la visión de la iglesia como tal; son miembros apegados a un departamento, en el cual se encierran; ese departamento es, exclusivamente el coro. Y hay miembros del coro que ni siquiera son miembros de la iglesia. Están allí porque mostraron buena voluntad a la invitación de algún amigo, porque les gusta la actividad, porque tienen buena voz, porque los elementos de la iglesia de los que se puede echar mano son escasos; por cualquiera otra razón, menos por la razón por la cual debieran estar; porque son dueños de una experiencia religiosa bien definida, porque sintieron el llamamiento de Dios para este ministerio especial, porque son conscientes de la responsabilidad que implica pertenecer al coro.
El tercer requisito, tan fundamental como los otros dos, es que el miembro del coro debe ser ejemplo. Ejemplo en todos sentidos; ejemplo en conversación, ejemplo en reverencia, ejemplo en actitudes y conducta, ejemplo en la expresión fiel de la fe cristiana, ejemplo en su fidelidad a Cristo, ejemplo en su comunión con Dios, ejemplo en la meditación de las Sagradas Escrituras; en una palabra, ejemplo en todo el alcance que tiene la vida cristiana. Nunca debe olvidar el miembro del coro que en toda ocasión en que actúa lo hace para desempeñar una responsabilidad sagrada que Dios mismo le ha encomendado. Que cuando canta, está ofreciendo personalmente su adoración al Señor y se está dedicando a él en un acto solemne. Debe, entonces, mantener una reverencia silenciosa como una demostración de respeto y de amor a Dios, y como un acto de consideración para sus hermanos a quienes está guiando en la adoración. Cuando hay miembros del coro que sin ningún recato se ponen a conversar y hasta a reír, y no guardan sino una compostura forzada hasta el momento mismo en que se levantan para cantar su número, no puede uno menos que pensar que tales miembros no debieran estar allí, ya que no tienen ni la menor idea de su responsabilidad ni del ministerio sagrado en el cual se encuentran muy fuera de lugar.
La vida cristiana de cada miembro del coro debe ser precisamente eso: vida cristiana; vida que se ajuste a las normas siempre elevadas de Cristo. No son raros los miembros de coros que se encuentran a una gran distancia de tales normas y que desdicen con su testimonio la consagración aparente que pretenden tener cuando le cantan a Dios en el desempeño de sus funciones como participantes del coro.
Repetimos, los miembros del coro deben ser seleccionados con todo cuidado. En cualquier caso, es mucho mejor que una iglesia no tenga coro, a que tenga uno que no responda a las normas supremas que todo coro debe tener si ha de ser el canal por el cual corra el Espíritu del Señor para la elevación de las almas y la belleza de la adoración.
El Pastor Evangélico, Julio-Septiembre 1957