“Que diciéndose ser sabios, fueron hechos insensatos, y trocaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, y de aves, y de animales de cuatro pies, y de reptiles.” Rom. 1:22, 23
Estas palabras del texto retratan de cuerpo entero al evolucionista que nos despoja del origen divino y nos concede un origen bestial. ¿Somos hijos de un gorila, o somos hijos de Dios? Esta es la gran cuestión del día, y cada persona inteligente debe dar una respuesta inteligente.
Me parece que los evolucionistas quieren grabar en las mentes de las masas populares la idea de que hay una línea de ascendencia que partiendo del germen primitivo en escala ascendente llega a la víbora, y de ella al cuadrúpedo, y de éste al gorila y del gorila al hombre. Ellos admiten que hay un “eslabón perdido” como lo llaman, pero no es solamente un eslabón– es una cadena completa la que falta. Entre la construcción física del animal más superior y la construcción física del hombre más inferior hay un abismo tan ancho como el océano Atlántico.
Pretenden los evolucionistas que en alguna parte del África Central, o en Borneo, existe una creatura mitad bestia y mitad hombre y que ella es el último escalón en lo ínfimo de la vida humana y el más elevado en la vida de los brutos. ¿Pero qué nos demuestran los hechos? El cerebro del gorila más grande que se ha hallado medía solo treinta pulgadas cúbicas, mientras que el cerebro del hombre más ignorante se ha hallado que mide setenta. Hay una gran diferencia entre treinta y setenta. Se necesita para unir esos extremos un puente de cuarenta arcos.
Hay además una diferencia entre el gorila y el hombre: diferencia en los glóbulos de la sangre, diferencia de nervios, diferencia de músculos, diferencia de huesos, diferencia de tendones. El caballo se asemeja más al hombre en la inteligencia, el pájaro se acerca más a él en las facultades musicales, el mastín se parece más a él en los afectos. Ese animal tan encomiado del que se oye con tanta frecuencia, y es representado en los muros de ciudades antiguas por miles de años, es tan completo como ahora, sin mostrar hoy ni la más pequeña partícula de cambio.
Además, si un par de monos tuvieron como descendiente a un hombre, ¿por qué no todos los monos tienen la misma descendencia? ¿Puede acaso creerse que solo una pareja favorecida fue honrada con tener progenie humana? Aún más, nos aseguran los mismos evolucionistas que cuando una especie produce otra distinta, la primera perece. ¿Entonces cómo se explica que existan hoy día reinos enteros de gorilas, chimpancés y orangutanes?
Los evolucionistas se han juntado para tratar de explicar el ala de un pájaro. Ha sido una teoría de ellos que siempre que una facultad se desarrolla en un animal debe ser útil y beneficiosa, pero el ala del pájaro lejos de ser una ayuda en los miles de años en que se realizó su desarrollo solo ha sido un estorbo para las aves hasta que pudo venir a ser positiva utilidad al cabo de los siglos. ¿No debe haber un ser inteligente en alguna parte que formó ese maravilloso instrumento para el vuelo, de manera que un pájaro, quinientas veces más pesado que el aire, puede remontarse en él, y poner la gravitación bajo sus garras y su pico? Ese admirable instrumento mecánico, el ala, que cuenta de veinte a treinta diferentes aparatos curiosamente constituidos, ¿no implica una inteligencia divina? ¿no revela el acto directo de un ser que intervino en su formación? Todos los evolucionistas del mundo no pueden explicar el ala de un pájaro o el ala de un insecto.
Y son confundidos también con el cascabel de la víbora. Siglos antes que ese reptil tuviera ningunos enemigos, le fue dada esa arma de aviso. ¿Para qué fue hecho así? ¿No se ve que el reptil llegaría a necesitar de esa arma y que esa misma inteligencia, divina lo dotó de ella previendo sus necesidades en el transcurso de los siglos?
Contradicción o monstruosidad
En cada paso de la vida animal, lo mismo que en cada paso de la vida humana, hay evidencias de la acción directa de una voluntad divina.
Además podemos demostrar por otros hechos que es bien clara la diferencia que existe en la formación de los hombres y que no guarda la especie humana ninguna relación con los brutos. El animal en unas pocas horas o meses llega al pleno desarrollo de su fuerza y puede cuidarse a sí mismo. La raza humana por el primer año, o dos, o tres, o cinco, o diez, se halla en la más completa ineptitud. El pollo apenas sale del cascarón y comienza a correr por todas partes buscando su comida. El perro, el lobo, el león pronto se bastan a sí mismos y obran en propia defensa. La raza humana no alcanza pleno desarrollo sino hasta los veinte o los treinta años y para ese tiempo la inmensa mayoría de los animales que nacieron en el mismo año en que el hombre nació, ya han muerto de puro viejos. Esto indica que no existe relación alguna entre el hombre y las bestias, no hay similaridad. Si viniéramos de las bestias tendríamos la fuerza que ellas tienen desde los comienzos de la vida, o ellas tendrían la debilidad que nosotros tenemos. No sólo hay diferencia pues, sino que el todo muestra dos cosas enteramente opuestas.
Darwin admite que la paloma no ha tenido mudanza alguna en el curso de miles de años. Está bien demostrado que la lagartija en la edad primaria de la formación de las rocas era exactamente lo mismo que es hoy. Nadie niega que el marón, el primer pescado, fue tan completo como el sollo, otro nombre con que se conoce hoy al mismo pez. Todo el sistema entero de Darwin es una simple suposición, es un acertijo, y Huxley, Juan Stuart Mill y Tyndall, y particularmente el Prof. Heckel vienen a ayudarle en la cuestión de atinar y se ponen a hacer más acertijos sobre las bestias, acertijos sobre el hombre, acertijos sobre los mundos, pero en cuanto a tener siquiera un pie de base en que fundarse no lo tienen ni lo tendrán jamás.
Yo pongo contra estas teorías evolucionistas la conciencia y el convencimiento interno de que no existe consanguinidad ninguna entre el hombre y el perro que le lame los pies; ni entre él y la araña que se descuelga por las paredes; ni en el pescado que se fríe en la sartén; ni en el cuervo que se alimenta de los cuerpos muertos de los campos; ni en el cerdo que gruñe en los chiqueros. Todos pueden notar el insulto que resultaría colocar junto a la narración bíblica de que Abraham engendró a Isaac, e Isaac engendró a Jacob, y Jacob engendró a Judá, la narración de que los protozoos engendraron al renacuajo, y el renacuajo engendró al molusco, y el molusco engendró a la serpiente, y la serpiente engendró al cuadrúpedo, y el cuadrúpedo engendró al chango y el chango engendró al hombre…
Los evolucionistas aseguran que los monos en el principio eran muy inclinados a trepar a los árboles, pero que después de cierto tiempo perdieron su poder trepador y ya no pudieron hacer prodigios de fuerza y habilidad y renunciando a su imperio en el dominio de los monos se dedicaron a los negocios de los hombres. Fracasaron como monos y lograron éxito como hombres! Según ellos, según esas teorías de los evolucionistas, el hombre es ni más ni menos.
Un mono fracasado
Yo compadezco a la persona que en cada nervio y músculo y hueso, y facultades mentales y experiencias espirituales no alcanza a sentir que es muy superior de origen y que tiene antepasados más nobles y más elevados que las bestias que perecen. Por degradados que sean un hombre y una mujer, y muy bajos que sean en sus costumbres, nadie puede desconocer que pertenecen a la hermandad de la raza humana. Pero al contemplar a la veloz gacela, o al pájaro tropical de brillantísimo plumaje, o la jirafa de cuello prolongado, advertimos en el instante que no tenemos consanguinidad con ellos. No quiere decir que seamos más fuertes que ellos, porque el león, con un sólo golpe de sus garras nos deja muertos en el polvo. Ni que tengamos mejor vista, porque el águila puede ver a un ratón desde una milla de distancia. Ni que seamos más ligeros de pies, porque el gamo en una parpadeada se pierde de vista y parece que no toca siquiera la tierra que pisa. Muchas de las bestias de la creación nos ganan en ligereza para correr, en percepción del olfato, y en fuerza de los miembros, y en fineza de los sentidos; y sin embargo hay algo en nosotros que nos revela que somos de estirpe celestial. Que no venimos del molusco, ni de los protozoos, ni del germen primario, sino del Dios vivo y verdadero. Linage celestial. Genealogía de lo alto.
Yo os digo que si vuestro padre fue un topo y vuestra madre una tusa, y vuestra señora tía una changa, y los sapos y las tortugas fueron vuestros ilustres predecesores, mi padre fue DIOS. Yo lo sé. Lo siento. Palpita en mi corazón y vive en mi vida con tal fuerza, que todos vuestros argumentos de antropología, y biología, y zoología, y paleontología y todas las otras «gías» no hacen en mi ánimo ninguna mella.
La evolución es un gran misterio. Empolla cincuenta misterios más, y los cincuenta empollan mil, y los mil un millón. ¿Entonces, hermano mío por qué no admites un sólo misterio, el misterio de Dios, y dejas todos los demás misterios incontables de la evolución? Para mí es más fácil apreciar que Dios con un sólo acto de poder creó al hombre, que darme cuenta de cómo en el curso de cinco millones de siglos pudo hacer a un hombre comenzando con un poquito allí y añadiéndole otro poquito allá. Hubiera sido lo mismo para Dios hacer al hombre sacándolo del orangután, que hacerlo desde luego como obra directa de sus manos. Un trabajo es para él tan grande y a la vez tan fácil como el otro.
Me parece que debemos dejar a Dios lugar de hacer las cosas. Concedámosle su sitio en la creación. ¡No! dice Darwin y por años se dedica a cambiar la naturaleza de la paloma para transformarle en perdiz, o en gallina o en pato. Pero nada consigue. La paloma sigue y seguirá siendo paloma y nada más. Otros lo han probado con los bueyes, con el caballo y con el perro; pero siguen conservándose en sus especies. Si los cruzan resultan híbridos como las mulas, y los híbridos siempre son estériles y se extinguen. Sólo ha habido un sólo caso que tuvo éxito en pasar del animal mudo a la voz articulada de los seres humanos y de eso fue testigo Balaam que oyó hablar a la bestia en que cabalgaba; pero el ángel del Señor, con espada desnuda, pronto paró el avance de aquel evolucionista de orejas largas.
Pero dirá alguno, si Dios no hizo al hombre, concedamos siquiera que puede hacer un caballo. “Oh, no ” dice Huxley, en sus conferencias presentadas en Nueva York hace varios años. No, él no admite a Dios en su conocimiento ni le deja lugar alguno en que pararse. Dios no hizo el caballo. El caballo vino del pio—hipo, y el pio—hipo del proto-hipo, y el proto—hipo del mio-hipo, y el mio-hipo del meso-hipo, y el meso-hipo del oro—hipo, y el oro-hipo etc., al igual de todas las criaturas vivientes se remontan hasta el monerón y una vez llegando allí, dice Huxley, la forma de vida es tan rudimentaria que es lo más probable que haya venido como resultado de la generación espontánea. ¡Qué excusa tan simple para librarse de necesidad de confesar que existe DIOS!
Aseguro que estos evolucionistas parecen pensar que Dios en el principio estaba indeciso acerca de lo que intentaba hacer y por eso ha estado cambiando su mente a través de los siglos. Yo creo que Dios hizo el mundo del modo que él quiso y que la dicha de todas las especies consiste en que se queden en el estado y en el orden en que fueron creadas.
Una vez hubo en el anfiteatro natural de un bosque una convención de animales, se presentó un gorila del África occidental, y empuñando un grueso garrote, llamó al orden. En seguida se sentó en un banco de ramas torcidas. La delegación de pájaros tomó asiento en las galerías, ocupando las cimas de los montes y las copas de los árboles. Y las graderías de rocas se ocuparon por los montes intermedios, y en un acuario adyacente se acomodaron los grandes monstruos del abismo que también tenían parte en esta convención. Y en una mesa de piedra se pusieron bajo vasos de vidrio cuatro o cinco gérmenes primarios, y en otra, una cantidad de proto plasmas.
Acto continuo el gorila de las selvas africanas impuso orden con su grueso garrote, y en seguida dijo: “Oíd vosotras, multitudes inmensas de bestias fieras, pájaros, insectos y reptiles, que me rodeáis: Os he convocado aquí para proponeros que nos introduzcamos en la raza humana y que cese ya nuestra existencia de animales: ya por mucho tiempo hemos sido cazados, enjauladas y dominados: no nos dejemos más.” Al oír tales palabras la convención entera prorrumpió en exclamaciones de entusiasmo como si todos aquellos oyentes, sin excepción, se dispusieron a marchar desde luego y posesionarse de la tierra y de la raza humana.
Pero un león viejo, de melena emblanquecida por los años, se irguió y rugió, y todos los animales se estuvieron atentos y quietos, y él se expresó de esta manera: “Paz y salud a vosotros hermanos y hermanas de las selvas; es mi opinión que nosotros hemos sido colocados en la esfera que a cada uno corresponde, y creo que nuestro Creador sabía el lugar que era bueno para cada uno de nosotros…” Y no pudo añadir ni una palabra más, porque toda la convención se alzó en una grita fenomenal lo mismo que la cámara de los comunes cuando se discute la cuestión de Irlanda, o el Congreso americano en la noche de clausura, y los reptiles silbaron al Gambetta leonino, las ranas refunfuñaron en señal de disgusto, los osos gruñeron, las panteras aullaron, y los insectos zumbaron, y los cuervos graznaron, y aunque el gorila trató de asilenciar a todos agitando su garrote con furia y gritando: ¡orden, orden! no hubo orden; y si hubo una terrible confusión, acompañada de lancetazos, araños, piquetes, trompazos de elefante; y la convención acababa como el rosario de Amozoc.
En ese mismo instante, en la entrada de aquel anfiteatro natural de los bosques, la cortina de hojas se abrió, y las cerraduras de los árboles se corrieron, y aparecieron Agassiz, Audobon, Silliman y Moisés. Y el primero dijo: “¡Oh! bestias fieras, yo he estudiado todos los registros de vuestros antepasados y hallo que siempre habéis sido bestias, y que siempre lo seréis; estad, pues, contentas con ser bestias!” Y el segundo tomando su arma disparó contra una águila de cabeza calva y la hizo caer desde la galería más alta, y en su caída golpeó a una víbora que se enroscaba en un palo para elevarse más, y Silliman arrojó una roca de la formación terciaria contra los mamíferos. Y al mismo tiempo, Moisés clamaba con voz de trueno: “Cada animal según su especie, y cada ave según su especie, y los peces, cada uno según su especie.” Y luego, el parlamento de animales se disolvió y se retiraron cada uno a su sitio, el murciélago a volar de noche, la lagartija a las hendiduras de las peñas, el gorila a su madriguera, y el lobo al huir se comió los gérmenes primarios y el torpe búfalo pisoteó y esparció los protoplasmas, el león se fue a su cueva, las águilas a su divisadero, la ballena a su palacio de corales y cristal, y reinó la paz—paz en el aire, paz en las aguas, y paz en los campos. El hombre en su lugar; y las fieras de la tierra en los suyos.
Pero, además, amigos míos, la evolución no es solo infiel y atea y absurda, sino brutalizadora en sus tendencias. Si hay algo en el mundo que torne al hombre bestial en sus actos y sus hábitos, es precisamente la idea de que desciende de las bestias. Luego, según la teoría de estos evolucionistas, los hombres sólo somos una clase superior de ganado, como si dijéramos, vacas suizas entre las otras vacas. Nos aseguran que comemos mejores pastos, y tenemos mejores establos y comodidades, pero sólo somos una manada fina entre las demás manadas de ovejas. Nacer de las bestias, y morir como bestias; porque los evolucionistas no tienen idea del mundo futuro. Ellos asientan que la mente es sólo una parte superior del cuerpo. Suponen que nuestros pensamientos son nada más que formación molecular. Y pretenden que cuando el cuerpo muere, todo en el hombre muere. La losa del sepulcro no es el punto de partida hacia arriba, sino un muro que nos encierra eternamente en la nada. Todos morimos lo mismo–la vaca, el caballo, la oveja, el hombre, el reptil. La aniquilación es:
El cielo del evolucionista
Apartaos a toda prisa de esa doctrina perniciosa y condenable. Comparad esa idea de vuestro origen—-una idea acompañada de chillidos de mono, de siseo de reptiles, y de cantar de ranas—con una idea que os voy a exponer aquí tomada de un libro de más poder que el de Demóstenes, de Homero o de Dante: “¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria? ¿y el hijo del hombre para que le visites? Y le hiciste poco menor que los ángeles, y le coronaste de gloria y de hermosura. Hicístele enseñorear de las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies. Ovejas, y bueyes, todo ello: y así mismo las bestias del campo. Las aves de los cielos, y los peces de la mar: lo que pasa por los caminos de la mar. ¡Oh! Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!”
¿Cómo halláis este origen? ¿Y cómo os agrada? El león el rey de la selva; el águila, la reina de los aires; la ballena, la reina de los abismos; pero el hombre el rey de todos. Sí amigos míos; y os diré que en lo que toca a mí, no me interesa tanto saber cuál fue mi origen, como saber cuál será mi destino. No me importa de dónde vengo sino a dónde voy. No quiero saber quién fue mi ascendiente hace diez millones de años, sino, en dónde estaré yo de aquí a diez millones de años. No me preocupa cuál fue el prólogo de mi cuna, sino cuál será el apéndice de mi sepulcro. No me urge para nada saber tanto del protoplasma, como saber de la vida eterna! El “era ” desaparece ante la importancia del “soy.” Y ved aquí la:
Evolución en que yo creo
No en una evolución natural, sino en la divina, celestial y de gracia. Evolución del pecado a la santidad, de dolor en alegría, de mortalidad en inmortalidad, de la tierra al cielo. Esa es la evolución mía; la única que yo acepto.
Evolución, de evolvere, desarrollar o desenvolver. Desenvolvimiento de dones, de recompensas, de experiencia; de compañía angelical, de gloria divina, de misterios de la providencia, de cantos, de arco iris bajo el dosel del trono, de un cielo nuevo y una tierra nueva donde moran la santidad y la justicia. Oh, el solo pensamiento me abruma! No puedo siquiera considerarlo!
Reyes en la tierra de todas las órdenes de la creación, y luego, elevados a la jerarquía del cielo. En la tierra: Obra maestra de la bondad y la sabiduría de Dios; y en el cielo, obra maestra de su gracia divina! Yo pongo un pie sobre “El origen de las especies” de Darwin, y otro pie sobre la “biología” de Spencer, y luego, alzando en una mano el libro de Moisés, veo nuestro génesis; y alzando en la otra mano el libro de la Revelación, veo nuestro entronamiento final en los cielos. Para todas las guerras prescribo el canto que entonaron los ángeles en las campiñas de Belén. Para todos los sepulcros prescribo la trompeta del arcángel. Para todas las aflicciones terrenales prescribo la mano que enjuga las lágrimas de todos los ojos, No una evolución de la bestia al hombre, sino la evolución del luchador al conquistador, y de la pelea con bestias salvajes en la arena del anfiteatro, al asiento suave, elevado y bendito en las galerías del Rey Eterno de la gloria!
Traducido por A. B. Carrero