Para que los cultos de avivamiento en una iglesia tengan todo el éxito que se espera de ellos, es muy necesario tener en cuenta varias cosas importantes.
1. Nos referimos primero, al objeto de estos cultos. No es éste, como generalmente se cree, sólo conseguir nuevos creyentes, por más que esto venga como consecuencia natural del movimiento, sino avivar la obra del Señor en medio de su mismo pueblo; animar a la iglesia, al pastor y a cada miembro en particular; despertar en los mismos cristianos nuevos celo y entusiasmo por la obra del Señor; crear a su alrededor una atmósfera espiritual que los vivifique y los haga renovar sus votos de consagración al Señor; hacer sentir un gozo espiritual más intenso y un deseo más persistente de vivir y trabajar por Cristo.
El evangelista que consiga esto, habrá logrado el mejor éxito en su trabajo. Los mejores cultos de avivamiento no son aquellos en que se cuenta mayor número de nuevos creyentes, sino aquellos en que se consiga despertar, animar y elevar espiritualmente a todos y a cada uno de los miembros de la iglesia, inclusive a su pastor.
Se puede a veces tener cultos de avivamiento de mucho valor, sin contar un solo convertido. Esto es contrario a la idea que muchos tienen de que cuando no hay nuevos creyentes, los cultos han fracasado. Es ésta una idea enteramente errónea, que estos cultos se tienen especialmente en beneficio de la iglesia y no de los de afuera.
Como consecuencia del impulso y avivamiento que reciben los miembros, siguen naturalmente su deseo de traer nuevos creyentes a Cristo, y de allí que los haya casi siempre en los cultos de esta clase. Pero cuidemos de no equivocar el objeto principal de los mismos.
2. Preparación. Podemos decir, sin temor de equivocarnos, que en gran parte el éxito de los cultos depende de la preparación que se haga para tenerlos. Hay iglesias que dejan todo para última hora. Hacen depender todo del pobre predicador. Confían mucho en su palabra o en el poder de su predicación, y por lo mismo, descuidan toda clase de preparación. Resultado, que llega el predicador, y haya que la iglesia no está ni fría ni caliente. Nota cierta curiosidad por conocerlo y saber cómo habla, pero siente desde luego que se halla en un ambiente de frialdad e indiferencia. Los cristianos no toman parte en el trabajo; muchos de ellos ocupan los asiento de atrás, y se salen antes de hablar con nadie, no oran, muchos ni cantan; no convidan nuevos amigos, y, por fin, los cultos terminan y ellos quedan tan fríos como antes.
No sucede así en las iglesias que debidamente se preparan para los cultos. Se anuncian estos con la debida anticipación, se tienen servicios especiales de oración, pidiendo por el éxito de aquellos cultos; se interesa a todos los miembros al grado de hacerlos prometer que tomarán alguna parte; se nombran comisiones de recepción, de acomodo, de visitas, de canto, etc.; se mueven, en fin, todos los resortes de modo que en realidad el avivamiento comience aún antes de que llegue el predicador que ha de dirigir los cultos. Cuando éste llega y se encuentra en medio de una iglesia de este modo preparada, emprende su tarea con ánimo grande; se halla en un ambiente que le es favorable y el resultado no se deja esperar. En realidad, el evangelista no ha hecho otra cosa que continuar el de avivamiento que de hecho ha comenzado ya en la congregación.
Es, pues, de todo punto, importante la preparación de la iglesia para los cultos de avivamiento, si se quiere que éstos tengan éxito.
3. Durante los cultos hay que fijarse en dos cosas cuando menos: (1) La asistencia. Ha de ser constante y puntual. Debe conseguirse que todos los miembros asistan a cada culto. Nada anima tanto al predicador, a la iglesia y a los nuevos creyentes, como una asistencia sostenida y fija. Debe conseguirse también que todos asistan a tiempo. Los cultos deben comenzar siempre a la hora fija. Todos los miembros deben estar desde el principio del culto. Si al comenzar sólo hay unos cuantos, se siente frialdad y desaliento. No se olvide este punto que mucho contribuye para el buen éxito. (2) El canto. Debes ser animoso, entusiasta. Debe contarse con un buen organista, y además con uno que dirija el canto de la congregación. Si es posible, téngase coros, himnos especiales debidamente preparados; pero de todos modos hágase que toda la congregación cante, pero que cante animosamente y aprisa. En algunas congregaciones cantan tan despacio y con tanta monotonía, que los himnos parecen más bien letanías, y cuando se extingue en las últimas notas, la congregación está más dormida que despierta. El canto siempre ha sido una parte importante del culto, y en los servicios de avivamiento ocupa un lugar prominente. Casi siempre por el canto se descubre el estado de ánimo de una congregación. Prepárense, pues, buenos himnos para estos cultos y cántese con ánimo, fuerte y aprisa. Un buen canto prepara siempre el ánimo de la congregación.
4. Nuevos oyentes. En estos cultos hay siempre nuevos oyentes. Necesitan estos especial atención tanto de parte del predicador como de los miembros de la iglesia. Muchos de ellos asisten por primera vez, y de la impresión que reciban en este primer culto, dependerá su proceder subsecuente y acaso su salvación. Debe, pues, tratárseles con mucho cuidado, ya cediéndoles un asiento cómodo, ya mostrándoles el himno que se canta o ya, en fin, saludándoles afablemente y convidándolos para los demás cultos. Si un nuevo oyente asiste un culto de éstos y nadie le muestra ninguna atención, ni se lo ofrece un asiento, ni se le dirige una palabra, lo más probable es que no le queden deseos de volver. El predicador a su vez, debe tener mucho cuidado de no herir su susceptibilidad ni lastimar sus creencias religiosas. Predique a Cristo, y hágale sentir la necesidad de venir a él.
5. Nuevos creyentes. Casi siempre en estos cultos resultan, como lo hemos dicho ya, nuevos creyentes. Se les invita especialmente a que manifiesten su fe en Cristo y por la regla general, muchos sienten el deseo de ser cristianos y afiliarse al pueblo de Dios, y así lo manifiestan. No es extraño que a veces el número de éstos se aumente considerablemente. Con respecto a estos nuevos creyentes hay también varias cosas que observar. Primero, no hay que esperar que todos estén convertidos. Algunos, sin duda, lo estarán, pero otros tal vez no han sido tocados más que superficialmente. De todos modos los que han respondido a una invitación y se han parado públicamente para expresar su deseo de ser cristianos han dado un paso importante, y el pastor y los miembros de la iglesia tienen una buena oportunidad de seguir cultivándolos y educándolos en el camino cristiano. Tampoco hay que esperar que todos estos nuevos creyentes sigan solos viniendo a los cultos hasta bautizarse y hacerse miembros de la iglesia. Algunos pastores han escrito después de algunos cultos de avivamiento: «de los nuevos creyentes sólo unos cuantos han venido a los cultos, los demás no los hemos vuelto a ver». Es natural, si no los han vuelto a ver, ¿cómo pueden venir a los cultos?
Estos nuevos creyentes son los niños a que se refiere el Señor; necesitan cuidado, dirección y asistencia. Equivocación muy lamentable comete el pastor que los descuida, que no los visita, que no los ve, no los invita con cariño y no les ayuda a dar los primeros pasos en el camino cristiano. Pastores que se sientan cómodamente en su estudio y esperan que los nuevos creyentes vengan solos, sin visitarlos y sin convidarlos, no tendrán éxito, ni con cultos dirigidos por ángeles.
No creemos, por supuesto, que el pastor ha de hacer todo el trabajo, pero tampoco que no haga ninguno y espere que todo el resultado le venga como llovido del cielo. En los cultos de avivamiento, realmente el trabajo pastoral sigue después. Es sabio el pastor que logra aprovechar la oportunidad que se le presenta, y como resultado de estos cultos consigue animarse él mismo y su congregación, y cultivar el interés y la fe sencilla de los nuevos creyentes.
Para lograr este último objeto sugerimos:
(1) Tómese el nombre y la dirección domiciliaria de cada nuevo creyente que se presente. (2) Procúrese visitar a cada uno de ellos durante la temporada de los cultos, y muy particularmente después. (3) Nómbrense comisiones especiales para el trabajo entre los nuevos creyentes, y que tomen parte en estas comisiones tanto varones como mujeres. (4) Téngase reuniones especiales para estos nuevos creyentes, citándolos a todos para darles instrucción religiosa y orar con ellos y por ellos. (5) Provéase a cada creyentes de un ejemplar de la Biblia e interésele en el estudio de la Palabra de Dios. (6) Por último, insístele a que asista a la Escuela Dominical.
Si después de dar estos pasos, el creyente no muestra ningún interés, puede decirse que el pastor y los miembros han hecho lo que era posible hacer, y por lo último su responsabilidad queda a salvo. Pero antes de hacer esto, la responsabilidad por la suerte de los nuevos creyentes pesa sobre el pastor y los miembros de la iglesia.
Para lograr, pues, el éxito que se desea en los cultos de avivamiento, es necesario que todos tomen la parte que les corresponde. El evangelista, el pastor y cada miembro de la iglesia tienen la suya propia.
Cuando todos cooperan con ánimo y fe, el Señor nunca dejará de prosperar y bendecir la obra que se hace en su nombre.
El Bautista, 1911