Cuando Jesús entra en la casa

Marcos 2:1-12

Jesús no siempre entra en la casa. Hay algunas casas donde cierran la puerta en su rostro (Ap. 3:20). A veces no es invitado (Lucas. 24:36), pero él siempre acepta la invitación a entrar (Lucas 24:29). “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él” (Ap. 3:20). A medida que el aire se apresura a llenar el espacio vacío, también lo hace la gracia de Cristo en cada apertura en nuestros corazones. “Abre tu boca, y yo la llenaré” (Sal. 81:10). Notamos algunas lecciones frescas aquí, que—

1. Jesús condesciende a entrar en la casa (v. 1).

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo” (Ap. 3:20). “Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu” (Isa. 57:15). El Dios poderoso busca una entrada en nuestros corazones para que podamos cenar con él. El que fue puesto en un pesebre no pasará por alto los pobres y necesitados.

2. Jesús llena la casa cuando entra.

“No cabían ni aun a la puerta” (Mar. 2:2). No hay necesidad para entretenimientos mundanos atrayentes cuando Jesús entra. Cuando él entra, trae una gran compañía de nuevos amigos con él. Cuando la gloria entró en el templo, se llenó la casa. El que es la plenitud de la Deidad puede ciertamente llenar cada deseo y anhelo del corazón. Llena de la plenitud de Dios.

3. Cuando Jesús está en la casa, su presencia no puede ser escondida (v. 1).

No podemos separarnos de la influencia de la presencia de Cristo más de lo que podemos tener la rosa sin su fragancia, oro sin color, o el sol sin luz. Si Cristo mora en nuestros corazones, el amor de Cristo fluirá externamente. Cuando Jesús entra, deja la puerta abierta para los demás a seguir, y para que sus palabras puedan ser escuchadas afuera.

4. Los que vienen a Jesús pueden encontrar dificultades (v. 4).

Había una multitud de oyentes alrededor de la puerta. Los oyentes a menudo se interponen en el camino de los buscadores. Algunos son tan rígidos y egoístas que no se moverán ni un centímetro de la vieja rutina para permitir que un pecador llegue a Cristo. Nunca están fuera de su banco el domingo, pero no levantarían su dedo meñique para salvar un alma. No entrarán, ni permitirán a los que quisieran.

5. Los que traen a otros a Jesús no deben tener miedo de los nuevos métodos (v. 4).

Si no puedes traerlos como han venido otros, bájelos a través del techo. Si no puedes conseguirlos afuera en la puerta, déjalos bajar por el muro en una canasta. Si no entienden la palabra “cree”, prueba la palabra “ven”. Si no van a entrar, sal a donde están ellos. Algunos tratan de excusarse diciendo, ¿Pero que me dirán ellos? Aunque lleguen a llamarte un fanático “rompe-techos”, ¿qué de eso si las almas enfermas del pecado son salvas? Esta es la nueva moda.

6. Algunos nunca vendrán a Cristo a menos que sean traídos (v. 3).

Si este enfermo no hubiera sido llevado a Jesús, ciertamente nunca hubiera sido sanado por él. Se necesitan cuatro para traer un pecador a Jesús: (1) La ley de Dios (2) El Espíritu de Dios (3) La Palabra de Dios (4) El Siervo de Dios.

7. Cuando un hombre está realmente ansioso por ser salvo, no se avergonzará de ser ayudado.

A menudo hemos visto a personas que se sonrojan y se ponen nerviosos cuando les hablamos sobre su necesidad de salvación en presencia de los demás. Era como ofrecer correr por un médico a un hombre que cree estar en buena salud. El hombre de Etiopía se alegró de la orientación porque su alma estaba en profunda preocupación (Hechos 8:31). Así también fue con el carcelero (Hechos 16:30).

8. Cuando un hombre es sanado, su vida lo mostrará (v. 12).

Ningún hombre puede seguir siendo el mismo después de entrar en contacto con Jesucristo. El sol suaviza o endurece, reaviva o seca. La cama en su espalda al irse era evidencia suficiente de que se había producido un gran cambio. Todos aquellos cuyos pecados son perdonados son llamados a glorificar a Dios en su cuerpo.

9. Cristo es suficiente para todos los que vienen a él.

Él era todo suficiente para los enfermos y paralizados, todo suficiente para la fe de los que lo trajeron, todo lo suficiente para leer los corazones de los espectadores que razonaban. “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Cor. 9:8). “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). ¿Está Jesús en tu casa?

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