¿Cuál debe ser la actitud de la mujer en la iglesia?

Desde que el hombre fue creado, en todos los tiempos hasta el presente como su Creador dijo: No es bueno que el hombre esté solo, y creó a su compañera, la cual ha sido su inseparable compañera por todas las edades; ya funesta y perversa influyendo en todas ocasiones viles y bajas de los hombres y también como tierna y dulce inspiradora de las más nobles y grandes empresas que ellos han llevado a cabo.

La mujer, fiel al designio de su Hacedor ha cumplido la misión para la que fue creada; ella con varonil ardor ha seguido a la guerra al valiente que siembra la muerte por doquiera, se ha visto su tierna compañera con maternal solicitud cuidar a los que caen para no levantarse más.

Pero ¡ay! también ha sido fiel cooperadora y su igual en los caminos de corrupción y maldad.

En los antros del crimen y del vicio llenos de hombres degenerados ahí tenemos en su medio a su inseparable compañera, la mujer.

Alguien ha dicho con mucho acierto que la mujer posee disposiciones para ser ángel o demonio. ¿Sansón habría tenido un fin tan deplorable si no hubiera existido una Dalila? ¿Habría caído de su pedestal de pureza y obediencia a Dios; el rey de los poetas si Betsabé hubiera sido más púdica y no exhibiera demasiado su belleza? Así mismo no se hubiera ojeado tan fatalmente de Dios si la Magdalena Jezabel no se hubiera posesionado del corazón de Acab.

Pero gracias a Dios que si la historia de los siglos vividos nos muestran millares de tristes verdades, también a millares se han dejado ejemplos que la mujer es también piadosa, dulce y tierna y prudente compañera del hombre.

La historia bíblica no nos dirá el admirable ejemplo de sacerdotes santos, justos y piadosos si no hubiera habido madres llenas de fe y confianza en Dios para pedir el precioso don de la maternidad y recibir en contesta a su oración a Samuel tipo fiel de nuestro Salvador a quien el pueblo no pudo culpar de pecados.

Tenemos la prudente Abigail con cuyo tacto supo impedir el ungido de Jehová, el rey proscrito no manchará sus manos con la sangre de su cruel e iracundo esposo.

Sabemos de una Sunamita noble, generosa y sabia que supo tener influencia sobre su esposo para cuidar con esmero del mantenimiento y descanso del siervo de Dios el profeta Eliseo.

Séneca, gran sabio y filósofo romano dijo: de la mujer depende la caída o salvación del Estado.

Para la mujer romana de su tiempo esta sentencia fue solo un sarcasmo sangriento, pues desde la dama que habitaba el palacio de los Césares hasta la más baja cortesana en su inmensa mayoría eran víctimas de la más espantosa degradación, como compañera del hombre marchaba a su lado haciendo alarde de sus gustos relajados y corrompidas costumbres.

Ahora después de contemplar la mitad del género humano, o sea, a la idónea compañera del hombre ya sea en sus placeres, en sus penas en sus más altas grandezas como en su miseria, en el pasado y en el presente como en el futuro siempre estará a su lado.

Pero ahora nos interesa saber qué parte corresponde a la mujer cristiana en la iglesia. Según mi experiencia de varios años de vida cristiana estoy firmemente convencida que en ninguna esfera puede la mujer cumplir la grata misión que Dios la ha confiado, mejor que en medio de los redimidos. ¿Quién mejor que la mujer puede interesarse más en la salvación de los hombres? Puesto que se ha dicho que el porvenir de la raza es obra de la madre. La mujer, madre natural de todo niño; yo añado que si es madre es la esposa, la hermana y la hija.

¿Puede la mujer estar ociosa en la iglesia? Ella que es todo ternura y como madre entiende mejor que el hombre el corazón de los niños. ¿Cómo no ayudar entonces a enseñarles en el conocimiento de Dios? Como Eunice y Loida. Si ella posee el espíritu de su maestro será hermana fiel, honesta de sus hermanos y si anciana la madre natural respetuosa y de buen consejo para los jóvenes.

Puede ser el brazo derecho de su pastor, la solícita Sunamita cuidadosa de su bienestar, y que jamás nuestros pastores sean tratados por los cristianos como trapos inútiles. Si aprendemos de Ana la profetisa seguramente no hay senda mejor conocida para nosotras que aquella que nos conduce de nuestro hogar a la casa de oración. Si hay gratitud para Nuestro Salvador como aquella mujer del Evangelio de Mateo derramaremos como ella el bálsamo de nuestras oraciones a sus pies para recibir bendiciones para su pueblo.

Debemos anhelar ser perseverantes en el servicio diario y ayudar en la extensión del Reino de Dios en la tierra con nuestros propios haberes sean pocos o muchos.

Debemos ser veraces que han aprendido la verdad así que esto nos traiga a Dios.

Si el pecado entra en nuestras iglesias debemos protestar y jamás decir que hay paz cuando no hay paz.

Debemos ser mujeres honestas no calumniadoras, de limpia conciencia, de limpios corazones y limpios labios.

Debemos imitar a María en aprender sus doctrinas pero en el servicio doméstico de nuestras salas de oración debemos imitar a Marta pero hacerlo sin murmurar.

Por fin amadas hermanas no olvidéis que así como podéis ser ayuda poderosa para la salvación de nuestros esposos o hermanos; podéis ser también causa de su eterna perdición.

Vosotras jóvenes convertidas acordaos que si tenéis a Cristo en vuestros corazones podéis simbolizar a los ángeles de Dios que viven solo para el bien, pero si en cambio no tienes a Cristo podéis servir de ángeles de las tinieblas y ser causa de escándalo en la iglesia a que pertenecéis. Quiero decir como el filósofo romano que de la mujer la caída o el levantamiento de la iglesia.

Ahora Dios nos ayude para que no seamos avergonzadas en el día en que iremos a dar cuenta de nuestra misión en la iglesia de Cristo.

La Voz Bautista, 1929

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