Aunque Cristo está en la nave, no siempre es navegación tranquila, pero es seguro. Los que están en compañía con él son tan seguros como él mismo. Podemos ver fácilmente en este incidente una imagen de la gran salvación. Los actos de Cristo son parábolas tanto como sus palabras.
I. Los que están listos a perecer. “Pero se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca, de tal manera que ya se anegaba” (Mar. 4:37). El barco estaba anegado, y al punto de hundirse. La causa fue doble. Había:
1. La tormenta por afuera. Las circunstancias han cambiado; todas las cosas parecen estar en contra de ellos. El viento de la adversidad viene de diferentes lados. El negocio puede fracasar, un miembro de la familia puede haberse extraviado, la enfermedad puede haberse aferrado como una víbora en algún ser querido, la muerte puede haber visitado la casa, y en todo esto Jesús parece dormir, y no hay ayuda visible en el horizonte. O, tal vez sea:
2. Las olas por dentro. Estas olas nos llenan de temor y alarma. Un barco en el mar puede resistir la tormenta, pero cuando el mar está en el barco, esto no tiene remedio. Cuando los elementos del pecado y la iniquidad inundan el alma, todas las perspectivas de seguridad se cortan. Todos los remos e intentos de remar del esfuerzo humano son inútiles. Cesa tu lucha y clama al Señor.
II. La gran pregunta. “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” (Mar. 4:38). Sólo cuando el barco comenzó a llenarse comenzaron a llorar. Seguramente es hora de invocar a Dios cuando descubrimos que cuanto más tratamos de mantenernos a flote, más nos hundimos en el mar de la iniquidad y el fracaso. Hay algo sorprendentemente áspero en este grito: “¿no tienes cuidado que perecemos?”. ¿No le importaba? ¿Durmió el sueño de la indiferencia? Su compostura inquebrantable podría haber reprendido sus miedos e incredulidad. Si él pudiera darse el lujo de tomárselo con calma, bien podrían hacerlo ellos. “¿no tienes cuidado que perecemos?” Que su humillación, sufrimiento y muerte en la cruz sean la respuesta. “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Ped. 5:7). “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped. 3:9). “E invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás” (Sal. 50:15).
III. La respuesta divina. “Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza” (Mar. 4:39). Cuando él se levanta para ayudar a los necesitados, es la ayuda todopoderosa que él da. Todos los recursos del cielo y la tierra, de Dios y la eternidad, se centran en él (Col. 1:17). Fue resucitado para nuestra justificación.
Jesucristo responde plenamente al clamor de los que perecen:
1. Su palabra de reproche. “Reprendió al viento” (Mar. 4:39). No es el grito de los necesitados que reprende, sino la causa de su angustia. ¡Bendito sea su nombre! Él reprende el poder tormentoso del pecado que azota las olas de dolor y temor en el alma que se hunde. Al levantarse de entre los muertos, la tempestad de la ira justa de Dios ha sido reprendida para cada creyente. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 1:8). ¡Él nos ha librado de la ira venidera!
2. Su palabra de paz. “Y dijo al mar: Calla, enmudece” (Mar. 4:39). No solo elimina la causa, sino que también sana el efecto. Él no solo salva de la ira, sino del poder del pecado. Él no solo salva del temor, sino que llena el alma con la paz de Dios. Estos discípulos no pudieron separar esta paz de su palabra, y tampoco nosotros. Fue su paz. Él hizo “la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1:20). “La paz os dejo, mi paz os doy” (Juan 14:27). Créelo, y entra en su reposo.
IV. El efecto asombroso. Hubo:
1. Una obediencia instantánea. “Y cesó el viento” (Mar. 4:39). Ellos clamaron, él habló, y se hizo. Su palabra fue con poder. ¡Oh, la divinidad que puede estar durmiendo a nuestro lado, como las grandes fuerzas de la naturaleza que acaban de despertarse para ayudar al hombre! ¿Comprendemos realmente lo que significa “Dios con nosotros”? El viento y las olas obedecen a su voluntad. Él dará retribución a “los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes. 1:8).
2. Una gran calma. La calma de Cristo es siempre tan grande como la tormenta del pecado. “Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas” (Sal. 107:29). El sacrificio de Cristo tiene un poderoso efecto de calma sobre los juicios de Dios y sobre las inquietas olas de duda en el alma humana. “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Sal. 119:165). Esta es una calma que las tormentas de la vida o las olas de la muerte no pueden perturbar. Nuestro Jonás celestial fue arrojado al mar de pecado y sufrimiento, y para nosotros, “el mar se aquietó de su furor” (Jon. 1:15). Que su “Calla, enmudece” siga siendo la fuente de nuestra paz.
3. Un asombro tembloroso. “Entonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: ¿Quién es éste, que aún el viento y el mar le obedecen?” (Mar. 4:41). Su temor y su incredulidad son reprendidos por esta gentil manifestación de su cuidado y poder de conquista. “¿Quién es este?” ¿Sabremos alguna vez todo lo que Jesucristo puede ser para nosotros y hacer por nosotros? Cuando lo veamos tal como es en la gloria de su Padre, entonces podremos decir con un significado aún más profundo, “¿Qué clase de hombre es este?” (Ap. 1:13-18).