Alejandro es un creyente que tiene la costumbre de mentir. Hace años él aceptó a Cristo como su Salvador. Antes de ser salvo él ya tenía la costumbre de mentir. Algunas cosas cambiaron después de ser salvo pero el vergonzoso pecado de mentir quedó pegado a él. Lo más lamentable es que él rehusa reconocer su pecado. Si alguien le reta por mentir él lo niega o se enoja y acusa a la gente de una falta de amor por enfrentarle con sus mentiras. El es como algunos creyentes que son ciegos a su pecado.
La ceguera es siempre una gran desventaja. Aun para el que tiene ceguera espiritual es una desventaja. El pecado siempre lleva su precio. Alejandro sufre y hace sufrir a los que están a su alrededor cuando él miente. El ciego físico también hace sufrir a los demás en su alrededor. Tal vez es más bien incomodidad. Otros tienen que cuidarle y ayudarle en hacer todo lo que él no puede hacer por su falta de vista.
El anhelo de los ciegos siempre es recibir su vista. Una vez dos ciegos clamaron a Jesús diciendo, “Hijo de David, ten misericordia de nosotros”. Cuando Jesús les preguntó qué querían, ellos dijeron, “que sean abiertos nuestros ojos”. Los de nosotros que tenemos vista no podemos imaginar cuan abrumador sería ser ciego. Lo más triste es nacer ciego. Ellos saben que lo más probable es que jamás verán una flor o un hermoso paisaje. Si ellos escucharon de un tratamiento que tiene la promesa de restaurar su vista estarían dispuestos a pagar casi cualquier precio para tomar el tratamiento.
Lo lamentable es que el creyente ciego tiene una solución, pero rehusa disfrutar de ella. El sigue sufriendo y haciendo a los demás sufrir cuando sería posible vencer sobre su falla. Romanos 6:1-2 dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?”
La solución para el creyente ciego se encuentra en Gálatas capítulo cinco. En este capítulo, Pablo nombró algunas de las obras de la carne y algunos de los frutos del Espíritu. Él dice que la victoria sobre las obras de la carne y el poder de producir los frutos del Espíritu se encuentra en “andar en el Espíritu”. “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne… Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. (Gálatas 5:16, 25)
Tal vez algunos dicen, “Yo no soy mentiroso. Tampoco soy culpable de las obras carnales nombradas en este capítulo”. Puede ser, pero esta es una lista parcial, no más, de las obras de la carne. También puede ser que sea culpable pero su ceguera no le permite ver su falla.
El andar en el Espíritu es estar en comunión íntima con Dios. Es entregarse para obedecer en todo lo que Dios dice y pide. Es decir a Dios, en las palabras de Samuel, “habla, porque tu siervo oye”. (I Samuel 3:10) Si tenemos este espíritu de obediencia, el Espíritu puede hacernos conscientes de nuestras fallas y producir en nosotros una repulsión hacia el pecado.
El andar en el Espíritu está acompañado por un amor para Dios. Es tener un anhelo de agradar a Dios en todo. Por eso, su oración es “Enséñame, oh Dios, y conoce mi corazón: pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. (Salmo 139:23-24)
La explicación por la cual algunos creyentes siguen en su ceguera espiritual, y son incorregibles, es porque no andan en el Espíritu. Ellos no están en comunión con Dios. La única manera que Dios tiene de corregirles es a través de un castigo que obliga a ellos a reflexionar y restablecer comunión con él.
El creyente ciego no produce los frutos del Espíritu porque está controlado por su naturaleza vieja. Jesús dijo en Juan 15:5-6; “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden”.
Cada tanto nos conviene hacer una nueva entrega a Dios. El corazón es engañoso. Puede ser que pensemos que estamos entregados a Dios, pero lo que no sabemos es que nuestro corazón se enfrió y no estamos disfrutando de comunión íntima con Dios.
Romanos 12:1-2 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.