Para que los esposos disfruten a lo máximo de la armonía y felicidad en su matrimonio es imprescindible que haya un acuerdo mutuo de compartir la vida juntos. Ellos son dos caminando juntos.
El compartir es algo hermoso. Hay muchas ventajas, pero a su vez, exige algo de cada uno. El egoísmo y el compartimiento son mutuamente exclusivos. El compartimiento pone la mira en “lo nuestro” y no en “lo mío”.
Muchos viven con el fin de conseguir y no para compartir. Esta actitud hace mucho daño en un matrimonio. Jesús, en Lucas 6:38 dijo, “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida, y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. En el matrimonio también, lo más que se da, tanto más recibe, esto es si los dos viven por el bienestar del otro.
En un buen matrimonio, todavía quedan cosas que son “lo mío” y “lo suyo”; por ejemplo la ropa y los cepillos de dientes. Hay mucho que los dos tienen que compartir; por ejemplo:
El dinero
Si los dos están trabajando, es un error hablar de “su dinero” y “mi dinero”. Debe ser “nuestro dinero”. Hace falta un acuerdo mutuo en cuanto a la manera de gastarlo.
Los quehaceres del hogar
Hay quehaceres que normalmente corresponden a la mujer y otros que corresponden al hombre. Lo ideal es que la mujer sea ama de casa, nada más. Si es que ella está trabajando, su marido debe estar dispuesto en ayudar con su trabajo. Esto exige un sacrificio por su parte.
En criar a los hijos
Es de suma importancia que estén de acuerdo en cuanto a las reglas y normas. Cuando el hombre llega de su trabajo, él debe ocuparse en pasar tiempo con sus hijos y aliviar un poco a su esposa. Él debe apoyarla en la disciplina de los hijos. Es normal que la mujer mire a su marido como una autoridad que la apoya.
Estos son algunos ejemplos, no más de los quehaceres. Según I Juan 5:3, donde hay amor no es gravoso cumplir con nuestros deberes.
El compartimiento exige paciencia también. Tenemos que esperar el uno al otro. El hombre tiene que tener paciencia con su esposa cuando ella pasa un rato largo en bañarse. Ella tiene que tener paciencia con su marido cuando él no viene en seguida a la mesa cuando es la hora de comer. Tenemos nuestros caprichos que son irritantes a nuestro cónyuge. Algunos son arraigados tan profundos que no hay forma de sacarlos. Tenemos que aguantarlos como las espinas en la rosa.
A veces toca a los esposos compartir angustias y dolor. Si uno cae enfermo, los dos sufren juntos. En estos momentos ellos aprenden a apreciar aun más el uno al otro. A veces hacemos una tontería que trae vergüenza y dolor sobre nuestro cónyuge. Tenemos que saber pedir perdón y perdonar.
Los matrimonios sufren cuando no se comparte. Lo ideal es cuando los dos están compartiendo mutuamente. Muchas veces uno está más dispuesto a compartir que el otro. Por el bien de su matrimonio, pregúntese, “¿Estoy haciendo mi parte?” Muy afortunado es la pareja cuando hay comunicación. Es otra cosa que tenemos que compartir. Cuando su cónyuge tiene una queja y quiere hablar, escuche atentamente. En otra ocasión será su tiempo de quejarse y su anhelo será que su cónyuge esté dispuesto a escuchar atentamente.
Un matrimonio feliz es una cosa hermosa. Por supuesto, tiene su precio, pero vale la pena. No sea mezquino en hacer su parte. En vez de pensar en lo que puede sacar de su cónyuge, le conviene pensar en lo que puede compartir. Si los dos piensan así, seguro es que el suyo será un matrimonio feliz.